26-12-2015

Algunas declaraciones surgen como reacción emotiva ante hechos dramáticos. Tras un atentado, un terremoto, una crisis inesperada, se escuchan afirmaciones de todo tipo, algunas sumamente extrañas. Vamos a fijarnos en estas últimas.

“Es culpa del cambio climático”. “Detrás de esto están los de siempre”. “Han actuado movidos por fuerzas malignas”. “Vamos hacia un desastre global”. “La policía nunca resolverá esto”. “Los traficantes de armas han financiado a este grupo terrorista”.

Frases de este estilo reflejan un modo de pensar curioso, porque muchas veces se construyen sin ningún fundamento y con muchos prejuicios. Lo cual es sinónimo de razonar mal, y así fácilmente uno se equivoca de modo más o menos grave.

También ocurre que la flauta suena por casualidad, y así algunas afirmaciones viscerales dan en el blanco. Pero fuera de este tipo de “aciertos”, la mayor parte de los juicios formulados en momentos fuertemente emotivos son falsos.

Por eso, antes de formular frases sin fundamento, antes de emitir juicios categóricos y atractivos pero falsos, hay que detenerse un momento y pensar: ¿qué sabemos? ¿Qué desconocemos? ¿Cuál es el grado de seriedad de las “fuentes informativas”?

En un mundo donde resulta tan fácil opinar, donde supuestos “expertos” nacen como setas de otoño, necesitamos la ayuda de mujeres y hombres serios, reflexivos, capaces de separar la paja del grano, dispuestos a guardar silencio antes de emitir juicios descabellados.

Como seres humanos tenemos posibilidades magníficas para hablar desde un pensamiento maduro y sano, no desde emociones o prejuicios que llevan muchas veces a la falsedad, al odio, al despiste o a la manipulación.

Solo desde ese pensamiento estaremos abiertos a la verdad y dispuestos a buscar, en medio de tantas confusiones y engaños, pistas que ayudan a conocer un poco mejor el mundo complejo en el que vivimos.

 

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