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La verdadera felicidad sólo nace de la Verdad
La verdadera felicidad del hombre no deja de ser la de cumplir su finalidad, que es dar gloria a Dios


Fuente: Acción familia



Es sabido que el hombre ama naturalmente la felicidad. Ahora bien, la felicidad es la alegría nacida de la verdad.

El hombre tiende a la felicidad por instinto innato y no puede, sin grave violencia contra su naturaleza, apartarse de su fin último, que en verdad no es otro que el conocimiento, el amor y el servicio de Dios.

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Esto suena como algo lejano a los oídos de un mundo como en el que vivimos, en que se supone que la felicidad estaría en la obtención de ciertas cosas materiales. Las personas corren atrás de una serie de placeres, de conseguir cosas que les gustan, haciendo no pocas veces de ellas un absoluto, una especie de ídolo al que todo se sacrifica.

A partir de esta concepción la óptica de la vida muda radicalmente y se transforma en una loca carrera atrás de lo que se considera ventajoso o agradable. Es curioso que surge paralelamente un pánico permanente de perderlo. Seguros de vida, de salud, contra incendios, catastróficos, contra accidentes, contra fraudes… La lista sería interminable.



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Sin embargo, la verdadera felicidad del hombre no deja de ser la de cumplir su finalidad, que es dar gloria a Dios.

Si bien la verdadera y última felicidad de todo hombre se alcanza en el Cielo, ya en esta vida puede haber una cierta felicidad que, aunque imperfecta, tiene alguna semejanza con la celeste. En la vida terrena, la felicidad que más se parece con la del Cielo está dada por la contemplación desinteresada de la belleza de Dios reflejada en la creación. Conociéndola, la propia alma se torna bella. Y con ello, por una cierta connaturalidad, ésta tiende a desear la suprema belleza divina.

Esta es la verdad que el hombre de nuestros días no comprende… o no quiere comprender.

¿Cómo se produce este error?



La naturaleza humana es tan propensa a la verdad que, cuando el hombre ama algo contrario a la verdad, quiere que este algo sea verdadero. De este modo, cae en el error, persuadiéndose de que es verdadero lo que en realidad es falso.

Por ello es muy verdadero aquello de que “no hay mucha diferencia entre el vicio de engañar y el de ser engañado”. O sea, el vicio de dejarse engañar o engañarse a sí mismo. Muchas veces la persona no quiere ver bien las cosas como son: pretextos, medias verdades, etc., todo menos reconocer como las cosan son.

Es necesario que alguien le abra los ojos. Pero, como el hombre no admite que se le corrija, no tolera que se le muestre el error en que se encuentra.

¡De este modo, ciertos hombres llegan a odiar la verdad por amor a aquello que tomaron como verdadero! Ellos aman la luz cuando se  muestra, pero la odian cuando ella les hace ver lo que ellos son.

Con cuanta razón se dice aquello de que “no hay peor ciego, que el que no quiere ver”

 

 







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