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Entre un origen y una meta
¿de dónde venimos y hacia dónde vamos?


Por: P. Fernando Pascual |



11-7-2015

Uno de los grandes retos de todos los tiempos ha sido, como lo es ahora, conocer qué es el hombre. En la búsqueda de la respuesta, hay dos dimensiones que no pueden ser olvidadas: nuestro origen y nuestra meta.

La humanidad en su conjunto y cada hombre en particular tienen un origen. Habrá quien piense que todo inició gracias a una serie de casualidades. Otros dirán que un determinismo férreo e invencible explica el origen de cada uno. Para los creyentes, Dios es la explicación completa sobre nuestra existencia: nacimos porque nos amó un Ser Supremo, un Padre bueno.

La diversidad de teorías sobre el origen de la especie humana influye, de modo directo o indirecto, a la hora de comprender el origen de cada uno, mi propio inicio. Si la humanidad surge desde la casualidad, también mi existencia sería casual. Mis padres se habrían encontrado por suerte, se enamoraron sin tener ideas claras, y un día me engendraron.

En cambio, si la humanidad surge desde un Dios Creador y Padre, que busca el bien y que se “involucra” en cada una de sus creaturas, también mi existencia adquiere un valor particular: existo porque, en el corazón de Dios, llegué a ser objeto de Su Amor y Providencia.



Las diferentes teorías sobre el origen influyen de modo más o menos directo a la hora de formular la pregunta sobre la meta, sobre el fin que espera a la humanidad entera y a cada uno en particular.

Si nacimos por cambios fortuitos y por fuerzas ciegas, el final llegará según esas mismas “leyes naturales”. Ciertamente, dirán algunos evolucionistas, el ser humano tiene un cerebro tal que le permite planear y esforzarse por controlar su futuro. Pero al final, su destino último será el mismo que el de los demás seres vivos: la muerte y la reintroducción de algunas de sus partes en el ciclo de la nutrición de otros vivientes.

Pero si nacimos desde un acto directo de Dios, y con un alma espiritual que no termina con el tiempo, la meta tiene que ser, necesariamente, eterna. El Amor de Dios a un ser espiritual no acaba nunca. Por eso cada hombre, cada mujer, están llamados a existir más allá de la barrera de la muerte.

Las propuestas éticas se colocan en esta gran visión sobre el origen y la meta. De una visión evolucionista de tipo materialista saldrá una o varias éticas según el acento que se ponga a los resultados “casuales” o “necesarios” que la evolución haya dejado en el hombre, si es que no se concluye que sería imposible una ética si el hombre surge por casualidad.

La visión que supone que Dios crea de modo personalizado a cada uno implica una visión ética que se relaciona directamente con el Creador, con lo que Él desea de los hombres en general y de cada uno en particular. Una ética que también mira a las relaciones con los demás seres humanos y con la Tierra en cuanto hogar que compartimos mientras estamos en camino hacia la meta eterna.



La vida humana transcurre, con mayor o menor velocidad, entre un origen y una meta. Por eso necesitamos detenernos y formular, como tantos hombres y mujeres del nuestro planeta, preguntas mil veces repetidas y siempre nuevas: ¿de dónde venimos y hacia dónde vamos?

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