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Por qué el Papa dirá siempre «no» al «matrimonio gay»
Una cosa es la acogida de las personas homosexuales y otra es la aprobación de los matrimonios entre personas del mismo sexo


Por: Andrea Tornielli |



El voto irlandés en el que triunfó la mayoría del «sí» a favor del matrimonio homosexual interroga a la Iglesia. El cardenal Pietro Parolin, “primer ministro” de Papa Francisco, definió el resultado del referéndum irlandés sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo como una «derrota para la humanidad». El arzobispo de Dublín, en entrevista con “La Stampa”, comentó en caliente el resultado de la votación hablando sobre «revolución cultural» y explicando que «la Iglesia debe preguntarse cuándo comenzó esta revolución cultural y por qué algunos en su interior se rechazaron a ver este cambio». Mientras el presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, el cardenal Angelo Bagnasco, en una entrevista con el periódico italiano “La Repubblica”, habló sobre la necesidad de un diálogo «sereno, sin ideologías» sobre estos temas y añadió que el resultado de la votación irlandesa «plantea interrogantes sobre nuestra capacidad de transmitir a las nuevas generaciones los valores en los que creemos, capacez de un diálogo que tenga en cuenta la situación concreta de las personas». Tonos y énfasis que presentan varios matices y que se suman a las interpretaciones sobre el pensamiento de Papa Francisco en relación con estos temas. ¿Cuál es la posición del Papa que ha dicho «Si una persona es “gay” y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?» ante las legislaciones que introducen los matrimonios entre personas del mismo sexo?

Las lecturas ideológicas, en ambas partes, se olvidan de que una cosa es la acogida de las personas homosexuales manifestada por Papa Francisco y en línea con lo que se afirma en el Catecismo de la Iglesia Católica, y otra es la aprobación de los matrimonios entre personas del mismo sexo.

Cuando era cardenal de Buenos Aires, en 2010, Jorge Mario Bergoglio se había pronunciado al respecto, evitando declaraciones públicas, con dos cartas. En la primera, enviada a las monjas de clausura de cuatro monasterios, afirmó que la cuestión no era «una simple lucha política», sino que los matrimonios entre personas del mismo sexo representaban «una pretensión destructiva del plan de Dios». En la segunda, enviada al presidente del consejo de los laicos de la diócesis, animaba a los laicos a luchar por los valores cristianos. Esta última fue publicada con la aprobación de su autor, pero la segunda se filtró a la prensa y provocó varias polémicas. Como Papa, con una referencia a la teoría de género que se puede aplicar a las legislaciones que comparan el matrimonio entre hombre y mujer con las uniones entre personas del mismo sexo, ha hablado en más de una ocasión de «colonizaciones ideológicas». Es, pues, difícil, presentar a Francisco como un patrocinador de los matrimonios homosexuales, oponiéndolo, tal vez, a las jerarquías eclesiásticas.

Lo que es evidente es que el Papa (por ejemplo mediante las catequesis de las audiencias de los miércoles dedicadas al tema de la familia) quiere presentar de manera positiva la belleza de la familia basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, y la necesidad de apoyarla y protegerla. Apuesta por evangelizar con ejemplos que atraen, en lugar de limitarse a repetir condenas, como quisieran algunos círculos católicos que se sienten vivos solo cuando tienen un enemigo que combatir. Claro, «la revolución cultural» del referéndum irlandés expone las dificultades que tiene la Iglesia en la transmisión de su enseñanza incluso en los países que hace tiempo eran “muy católicos”. Pero la respuesta frente a la secularización difícilmente podrá pasar a través de batallas y contraposiciones estériles.







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