Ermitañas del Corazón de Jesús
Fuente: http://morando-en-el-corazon-de-cristo.webnode.es/
Carisma y espiritualidad
Carisma anacorético:
En los primeros siglos de la era cristiana, surgieron hombres de profunda vida espiritual, que dejándolo todo por amor a Jesucristo le entregaron su vida en la pobreza y en la soledad. El Espíritu Santo hizo de ellos insignes místicos, “amigos de Dios”, los llamados PADRES DEL DESIERTO: San Antonio Abad, San Pablo El Ermitaño, San Macario de Alejandría y otros, sembraron sus vidas en las arenas de los desiertos de Egipto; y otros en sus “lauras” como San Sabas, San Gerásimo, San Eutimio el Grande, San Juan el Silencioso, lo hicieron en la tierra de Jesús: Palestina.
Su ardiente espiritualidad ha sido como un río que corre a través de los siglos, fecundando los campos de la Iglesia con aguas de la vertiente primigenia, cercana a los orígenes del Evangelio.
A pesar de los siglos que han pasado, no estamos lejos o aislados de aquellos hermanos, nuestros ancestros en la fe; en la Comunión de los Santos las espiritualidades de “hoy” pueden entrelazarse con las de ”ayer” en familiar parentesco que se traduce en rasgos comunes, dibujados por el dedo de Dios; son frutos cosechados ahora por la siembra silenciosa que ellos hicieron.
Es así que en nosotras, pequeña porción de la fecunda “tierra” de la Iglesia de Cristo, brota un retoño de esta estirpe, al recibir agua de esta vertiente; por nuestro Carisma propio somos una “flor ” peculiar, en cuyo tallo circula esta ardiente savia del Desierto.
Espiritualidad del Amor:
Una Espiritualidad nueva expresa la generosidad del don de Dios a su Iglesia, en la exuberancia de sus riquezas.
El vivir la perfección del Santo Evangelio, en una familia de hermanas, que han abrazado por Amor la pobreza de Jesucristo, de su Santísima Madre y de San José, con la simplicidad y sencillez que caracterizó sus humildes comienzos en esta tierra, en su hogar de Nazaret; ese espíritu evangélico de ser como niños, del amor a la verdad, el servicio a los demás, el llevar la cruz con paciencia y humildad, el orar confiadamente; todo esto que es el Evangelio, describe ni más ni menos a la Persona misma de Jesús: Él es el Evangelio Vivo.
Si hay espiritualidades que se expresan haciendo énfasis en “ser pobres”, por ejemplo, o “ser menores”, o "ser como niños”, o “ser eucarísticos” u “orantes”, todas tienen en común el Amor a Jesucristo y su seguimiento en uno o varios rasgos particulares; nosotras primordialmente ponemos el énfasis en “ser Amantes”, dedicadas a la Fuente misma del Amor de donde bebemos y nos nutrimos:
El Corazón Sagrado de Jesús
Si Dios es Amor, manifestado en el Hombre Cristo Jesús, sólo profundizar en Él es toda una espiritualidad, inagotable, que radica en lo más íntimo de su Persona Divina y de su Ser Humano y Divino. Su Corazón vendría pues a ser Su Espiritualidad propia, diríamos Su Vida misma, que puede comunicar al que se hace UNO con Él.
Ahondando en su vida, Jesús nos hace participar de su Amor en sus tres dimensiones (Encíclica Haurietis Aquas, 11-15):
El Amor Humano Sensible, que posee por su corporeidad igual a la nuestra, en sus emociones, pasiones y sentimientos enmarcados en la hermosura de su alma y en el perfecto equilibrio de su Cuerpo; Él nos hace participar de este amor en la estrecha comunión con su Carne y con su Sangre, a través de la oración contemplativa en Esponsal compenetración.
El Amor Humano espiritual, que Él posee en la perfección de la caridad que es el Espíritu Santo que invade su mente, Corazón y ser entero, con criterios divinos juzgando todo con misericordiosa condescendencia; Jesús nos lo comunica perfeccionando nuestros afectos y criterios elevándolos y transformándolos a su semejanza.
El Amor Divino, que comparte con el Padre y el Espíritu Santo en la unión íntima de la Santísima Trinidad; éste le pertenece por esencia y nos lo dará por participación como fin último, como coronación en plenitud de la transformación que quiere realizar en nosotras a través de su Misterio Pascual.
De modo que verdaderamente, Jesús nos une a Él en su experiencia eternamente filial de su Amor Divino, incondicionalmente fraternal de su Amor Humano Espiritual y ardientemente Esponsal de su Amor Humano Sensible. La soledad en nuestro Carisma sería, y es, el ambiente natural de los Amantes, el silencio su callado lenguaje, y la Fe la puerta al misterio insondable del Amor de Cristo que supera todo conocimiento, y acogerlo es quedar llenas de la plenitud total de Dios, es decir, comenzar ya desde ahora la Bienaventuranza Eterna.
Con profundo agradecimiento por nuestra vocación, hemos de anhelar tan sólo, vivir esta realidad a la que Dios nos llama en Jesucristo, y responderle con todo el afecto del corazón.
Soledad y Fecundidad
1. La Soledad de los Amantes.
La soledad en nuestra Espiritualidad tiene la significación de la totalidad de la entrega, expresada en la búsqueda frecuente de momentos fuertes de oración, donde físicamente estamos a total disposición de Jesús Amante, que siempre nos espera. El Cantar de los Cantares gusta de expresar esta exclusividad del Amor en la figura del Jardín Cercado, o la Fuente Sellada, donde se realiza el encuentro de los Amantes sin testigos, en la exclusividad de un Amor que no puede ser compartido con nadie más. Así es el Amor Esponsal de un corazón indiviso, consagrado sólo a Jesús.
La soledad interior, necesaria para la oración contemplativa, se aplica también, por ejemplo, cuando un consagrado está en oración silenciosa en su Capilla, reunido con otras personas de comunidad. En nuestro carisma anacorético, ha de ser una soledad física, efectiva y real, por tiempos prolongados, y su belleza se trasluce en relación con Jesucristo, que es Quien atrae a esa soledad con irresistible ímpetu. Él tiene la llave del Jardín y de la Fuente; y en reciprocidad Él nos da, como símbolo, en nuestra Profesión Solemne, la Llave de la ermita, es decir, la Llave de Su Corazón.
2. Amor y Fecundidad.
El Amor de Jesús nos hace fecundas, y él conlleva una virtualidad que no depende de nuestros actos, ni de nuestros ofrecimientos, aunque ellos lo corroboran. Él, JESÚS, es quien elije la manera y forma de nuestra fecundidad, y el fruto resultante es Suyo. El Amor es así, sólo con darse en reciprocidad de entrega, es capaz de “alumbrar una vida nueva”, aunque los Amantes no se percaten necesariamente de ello.
En nuestra vocación existe el compromiso del amor al prójimo, expresado en la fraternidad entre nosotras y en la cercanía con los visitantes, siempre bajo el aura de una forma de vida peculiar, donde predomina la búsqueda de la soledad, sin olvidar la suprema primacía del Mandamiento Nuevo del Amor.
Creados por Amor, deberíamos vivir sólo para el Amor; y ya que nuestra eternidad será el Amor, esta vida presente nos da la oportunidad de aprovechar al máximo el tiempo para AMAR ya desde aquí. Esto es lo que debemos tener presente siempre.
Forma de Vida
Esta forma de vida se desarrolla en dos tiempos específicos: el “Gran Silencio” y el “Compartir Fraterno”, para en cada uno de ellos vivir y ahondar los dos pilares fundamentales del Evangelio: el Mandamiento del Amor a Dios y a los hermanos.
El Gran Silencio:
(“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón,
con toda tu alma, con toda tu mente,
con todas tus fuerzas”. Mc. 12,30)
1-Se denomina así el tiempo de vida anacorética en el cual nos adentramos en Dios y bebemos en la fuente del Corazón de Cristo. Se lleva vida de intensa oración y completa soledad desde el domingo por la noche hasta el sábado al mediodía (abierto, no obstante, a cualquier necesidad importante de una hermana).
2-La Ermitaña del CJ hará su propio horario, llevará vida de trabajo humilde en la presencia de Dios, de intensa contemplación y solidaria intercesión por todos los hombres. No serà interrumpida sin urgente necesidad, y sólo recibirá mensajes por escrito cuando haya algo que decirle, a menos que sea urgente o muy importante; no obstante la Guardiana juzgará el caso.
El Compartir Fraterno:
(“Ámense los unos a los otros, como yo los he amado”. Jn.13, 34)
1- Se denomina así el tiempo que interrumpe la soledad de las Ermitañas para vivir momentos de fraternidad. Los días de compartir, según el Calendario Litúrgico son: Sábados por la tarde, Domingos y Solemnidades, se rezaràn en comùn: Laudes, Visperas y la hora Sexta. Las Ermitañas comeràn juntas.
2- En el Domingo de Pascua y su Vigilia; la Noche Buena y Navidad, con sus respectivas Octavas, se harán más intensos los encuentros fraternos, vividos en comunión con la Iglesia, en la celebración de tan Solemnes Misterios, y se compartirá el Oficio Divino y las comidas igualmente como se indica en el Nº 1. Terminadas éstas, se vuelve a la vida solitaria.
3- En nuestro compartir fraterno debe reinar el trato familiar y el calor de hogar: la pura sencillez, alegría, infancia espiritual en el trato, amor sincero entre nosotras, y también con los que nos visitan en el locutorio. Tener en cuenta que este tiempo es muy importante para la madurez de la vida espiritual, pues la soledad nunca debe ser una evasión, sino profunda sed de Dios. Por lo que la fraternidad es prueba suprema del verdadero Amor a Dios.
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