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Amor y miedo
El amor es como el motor de la persona


Por: Llucià Pou Sabaté | Fuente: ForumLibertas



La conciencia crece cuando aprendemos que sólo yo mismo puedo hacerme daño, los demás no. Así dejamos de perder energía luchando, reprimiendo... y podemos aprovechar esa fuerza para cosas asertivas

El amor es como el motor de la persona, y de sus pasiones básicas: “todas las pasiones son causadas por el amor, pues el amor, ansiando poseer el objeto amado, es el deseo; mas poseyéndolo y disfrutando de él es la alegría”. Ese amor se desglosa en dos tipos de fuerzas: en cuanto a la fortaleza (la pasión “irascible”), con sus actos que son defender lo que uno quiere conservar y acometer los proyectos; y en cuanto al deseo (se la llama pasión “concupiscible”). Hay un querer aquello que se ama, y esto genera las cuatro pasiones básicas que nos mueven, según si el objeto de amor está presente o ausente: si no tengo aun lo que amo, tengo “deseo”, si ya tengo lo que amo, se llama “gozo”; si en cambio puede venir un mal, aparece el miedo, y si ha venido algo malo, tenemos “tristeza-dolor”.

¿Y cuál es el lugar del odio? No lo necesitamos, no está entre las pasiones básicas, el odio es más bien un sentimiento tóxico, dañino, superfluo, que hace perder energías y la misma vida… como el cáncer, que no beneficia a la salud, y mejor que no aparezca…

De manera que lo que es contrario al amor no es el odio sino el miedo. El miedo es la imperfección del amor: “en el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor conlleva castigo, y el que tiene miedo no es perfecto en el amor” (1 Jn 4,18). No podemos temer lo que amamos.

Lo natural es el amor, y el miedo es el ego que quiere controlar (pues el ego quiere poseer todo, manipular y controlar), tiene que ver con la posesión más que con la donación. Si hay amor, no hay miedo de nada, de nadie.



El ego tiene un sistema de creencias y busca acomodar todo a lo que yo deseo, así trata de forzar a los demás, juzgarlos, y cambiar sus sentimientos. Pero los sentimientos no hay que reprimirlos, sino aceptarlos, educarlos… y entonces mejoran. Una historia de los Ishayas lo ilustra: los monjes eran atacados de cuando en cuando por hordas de demonios cuando estaban en profunda meditación. No importaba cuan duro trabajasen para liberase de ellos, no había escapatoria. Fue sólo cuando dejaron de juzgarlos como malvados que desaparecieron o se transformaron en ninfas celestiales o ángeles. Las dificultades venían por la etiqueta equivocada que ponían a aquello.

La conciencia crece cuando aprendemos que sólo yo mismo puedo hacerme daño, los demás no. Así dejamos de perder energía luchando, reprimiendo... y podemos aprovechar esa fuerza para cosas asertivas.

Esto tiene muchas consecuencias prácticas: el amor echa fuera el miedo a la enfermedad, pues si la vida es importante, no es más que un aprender a amar, y pues Dios es mi padre todo lo que pase será para bien, lo mejor está siempre por llegar. Tampoco hay soledad, pues aprenderé a valorar a los amigos, que son lo mejor de la vida. Tampoco tendré miedo a la escasez, pues la pobreza no es mala (nos hace más creativos) y mis necesidades diarias serán satisfechas… Y así podemos hacer con todo lo demás (amistades, ambiente social, trabajo, salir de la zona de confort y hacer cambios…).

En resumen, el miedo es lo contrario del Amor; el enemigo supremo de la humanidad. Pero el miedo no existe: no es más que la ausencia de Amor. El miedo puede atormentar, pero el Amor perfecto acaba con el miedo.

 



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