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Los tipos de adolescentes según su relación con lo religioso: una clasificación clásica
Los adolescentes están dispuestos a dejarse formar y educar en la fe, aunque se declaren no creyente.


Fuente: www.religionenlibertad.com



La prioridad de toda pastoral juvenil es aquélla de fortalecer a los adolescentes y jóvenes en su relación con Jesucristo. La relación con Cristo se construye día tras día en la oración personal, en la escucha frecuente de la Palabra de Dios y en una vida sacramental regular: estos elementos no son tan naturales en una generación poco acostumbrada a afrontar tareas concretas y duraderas. De ahí la importancia de introducirla y acompañarla en el camino de la vida espiritual. Los adolescentes y jóvenes de hoy están, en efecto, en la búsqueda de propuestas para la oración

El ejemplo y el testimonio personal son elementos educativos importantes que hay que incluir en la pastoral juvenil. Como bien lo ilustra el ejemplo que el Papa Juan Pablo II ha dejado, los jóvenes tienen necesidad de percibir la coherencia entre las palabras y los hechos. Desde esta óptica es importante invitarlos a encontrar testigos de la fe comprometidos en la vida de la Iglesia y del mundo.


Los adolescentes y jóvenes están dispuestos a dejarse formar y educar en la fe, aunque se declaren no creyentes o ajenos a la Iglesia. Su ignorancia de la realidad de la fe les hace estar abiertos para recibir un primer aliento y animo, etapa inicial que les permite acceder a una formación más profunda.¿Pero qué tipo de formación debemos privilegiar?

Los jóvenes de hoy tienen necesidad de una formación a la vez estructurada y estructurante, que asocie estrechamente los fundamentos de la fe y la experiencia cristiana. Para ser atractiva debe ser además accesible y diversificada. Se la podría definir de la siguiente manera:

una Formación integral, o sea global, que tenga en cuenta toda la persona, tanto en el plano humano como espiritual, y también la relación entre naturaleza y gracia; una formación bíblica y antropológica, que introduzca en el plan de salvación de Dios para con los hombres, ayudando a la vez a los jóvenes a estructurar la propia personalidad y a hacer un uso responsable de la propia libertad. Esta es una prioridad, porque los jóvenes tienen hoy una gran dificultad para comprometerse y tomar una decisión para toda la vida; una formación doctrinal sistemática y coherente, que destaque nuestras razones para creer y ofrezca el tesoro de la fe cristiana que nos ha sido transmitida por medio de la Tradición; una formación eclesial que ayude a cada bautizado a descubrir su propia identidad cristiana y a amar la Iglesia como a una Madre, que cuida de sus hijos y vela por su educación para la vida; una formación ética que ofrezca puntos de referencia objetivos para orientarse en la vida.

 

José García Sentandreu, director del colegio Highlands El Encinar en Madrid, después de 25 años de apostolado y trabajo con jóvenes y adolescentes ha publicado «Adolescentes, qué hacemos con ellos» (Ed. De Buena Tinta). 

En este interesante libro mantiene la clasificación clásica de los adolescentes respecto a la religión que ya diera en los años 50 y 60 Louis Guittard (autor de La evolución religiosa de los adolescentes y Pedagogía religiosa de los adolescentes). Desde entonces la cultura ha cambiado mucho, pero los perfiles psicológicos no.

Sentandreu usa esa clasificación y da sus consejos para acercarse a ellos, si bien, detalla "la aproximación a ellos, por parte de los formadores, evidentemente debe ser diferente, personalizada".

1. Los fervorosos.
Son los menos, y menos en la edad juvenil. Suelen avanzar siempre en la misma dirección con el paso de los años. Sienten la necesidad de ser ayudados, pero basta una sugerencia y un pequeño apoyo para mantenerse en la línea.

Encuentran pronto una experiencia fuerte de Dios. El culto les atrae. Parece que existe una armonía preestablecida entre sus aspiraciones y los imperativos de la religión. No es que no tengan momentos de relajación y debilidad, pero se rehacen en seguida y con más fervor.

Qué hacer con ellos: Ayudarles a que no caigan en el formalismo, en los escrúpulos o en el conformismo. Hay que sostenerlos con constancia en el camino de la perfección.


2. Los inestables.
Prevalece la indecisión; querrían ser fervorosos pero no se sienten suficientemente fuertes para lograrlo. De repente, sin causa aparente, renuncian a todo progreso, hasta el momento que vuelven a ser fervorosos.

Las primeras caídas son el origen de sus trastornos. Pueden acabar en indiferentes o tradicionalistas, por eso merecen una atención especial y mucha paciencia.

Qué hacer con ellos: Ayudarles a afrontar la lucha serenamente. Es esencial no dejarlos aislados.

3. Los tradicionalistas.
Al inicio adoptan dócilmente el comportamiento religioso que le dan en la casa o en el colegio, pero su fidelidad al culto y a la moral se trata más de una costumbre que de una convicción. En teoría son fieles al principio, en la práctica salvan más bien las apariencias.

Con frecuencia sienten remordimiento por su mediocridad pero no tienen celo para renunciar a ella. La religión les servirá como refugio cómodo. Buscan «los consuelos de Dios pero no el Dios de los consuelos».

Qué hacer con ellos: Hay que suscitar en ellos la autenticidad, quitarles el agobio de ciertos actos piadosos facultativos para que puedan vivir con más profundidad los necesarios. Aplicar la ley de la gradualidad.

4. Los indiferentes.
Son irreligiosos en potencia. No hay atracción por lo espiritual ni necesidad de discutir de lo religioso (a diferencia de los irreligiosos). Abandonan las prácticas religiosas lo antes y lo más posible.

Tratan de pensar lo menos posible en Dios y de cumplir lo indispensable en lo moral. Conservan creencias cristianas pero viven como si no las tuvieran.

Qué hacer con ellos: Como carecen menos de saber que de buena voluntad hay que ayudarles a creer en el valor de religión. Hay que buscar abrirles a algo grande, para que un día Dios pueda ocupar ese hueco abierto. Es típico en la adolescencia avanzada, donde los problemas morales encuentran una excusa en esta indiferencia.


5. Los irreligiosos.
Se pueden confundir con los anteriores pero tienen un temperamento especial. Son más beligerantes, doctrinarios y agresivos. La religión, no sólo no les interesa, sino que les irrita y les causa repulsión.

En su conducta minimizan la influencia religiosa pero, no obstante, en muchas ocasiones la fe actúa sobre su pensamiento. Muchos de ellos brotan de familias cristianas tradicionalistas que de alguna forma los han agobiado o los han quebrado con sus incoherencias formalistas.

Qué hacer con ellos: Lo esencial para estos es, lo antes posible, activarlos en una ayuda social para que ésta, con paciencia, sea el inicio de un acercamiento. Hay que ser muy tolerantes y cuestionarlos con un testimonio de vida ejemplar y atractivo, con cero sermones.

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