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Entrevista a D. Alfonso Fernández Benito, auditor experto del último Sínodo sobre el matrimonio y la familia
Presentar el Evangelio del matrimonio, de la familia y de la vida, como algo perfectamente y posible.


Por: Luis Javier Moxó Soto | Fuente: Catholic.net



Alfonso Fernández Benito (sacerdote diocesano de Toledo, España) ha sido elegido auditor experto en el Sínodo extraordinario de los Obispos sobre los desafíos pastorales del matrimonio y de la familia, en el contexto de la evangelización, celebrado el pasado octubre en  Roma.

 

Don Alfonso Fernández Benito nació en Toledo, el 22 de enero de 1958, sacerdote incardinado en la Archidiócesis de Toledo, ordenado el 12 de julio de 1981. Es Doctor en Sagrada Teología -Moral- por la Pontificia Universidad Lateranense, de Roma, licenciado en Teología Dogmática por la Pontificia Universidad Gregoriana, de Roma (y licenciado en Estudios Eclesiásticos, por la Facultad de Teología del Norte de España. (fuente: SIC)

 

En la actualidad, D. Alfonso aunque no dispone de mucho tiempo, está intentando armonizar el trabajo ordinario con el extraordinario post-Sínodo en diversos medios de comunicación nacionales y diocesanos de la archidiócesis de Toledo, y ha tenido la gentileza de concedernos esta entrevista.



 

Don Alfonso, ¿cuál ha sido su experiencia del Sínodo visto desde dentro en lo que pueda decir sin faltar al secreto, desde su contribución al mismo y lugar que le asignaron?

 

Mi experiencia ha sido muy interesante como cristiano y como teólogo. Como cristiano he comprobado que al final, el Espíritu Santo, es quien sigue gobernando la nave de la Iglesia, y la barca no se hunde, aunque hemos de tener la misma paciencia que él tiene con sus fieles. Como teólogo he comprobado el camino de sinodalidad -sínodo significa literalmente hacer un camino juntos- entre pastores y fieles, al vivir el espíritu colegial en el cual todos, cada cual en su puesto y tarea específica, somos necesarios en la colaboración por la pasión de evangelizar, dicha de la Iglesia.

 



Como experto en matrimonio y familia, ¿cuáles han sido, en su opinión, los puntos fuertes y débiles de dicho encuentro?

 

El Sínodo es un camino con varias etapas. En la primera, tras la intervención de la inmensa mayoría o casi totalidad de los padres sinodales, el resultado fue comprobar en los cinco continentes del mundo cuáles son las preocupaciones principales de los matrimonios y de las familias cristianas. La primera sorpresa es que son bastante comunes. La segunda es la belleza atractiva del matrimonio, que sigue estando de moda entre los jóvenes -es un signo de los tiempos actuales- a pesar de las dificultades para su preparación y vivencia. Los Padres sinodales subrayaron que la preparación remota, próxima e inmediata no debe ser sólo al Sacramento del matrimonio, sino a toda la vida matrimonial y familiar que prosigue. En segundo lugar, había una preocupación por dar respuesta -como un hospital de campaña tras una guerra- a tantos matrimonio y familias que sufren por causas muy diversas; al menos debíamos acompañarles en el camino gradual de conversión y de vida.

 

No obstante la necesidad de afrontar los casos difíciles (divorciados vueltos a casar civilmente que solicitan los Sacramentos; agilizar los procesos canónicos de nulidad en los tribunales eclesiásticos; atención a las personas homosexuales sin aprobar su comportamiento gravemente ilícito; etc.), los padres sinodales subrayaron de forma unánime que es preciso destacar a tantos matrimonios que viven con fidelidad y alegría su matrimonio, apoyados por la gracia del Sacramento del matrimonio, tal y como pusieron de manifiesto las intervenciones de matrimonios venidos de los cinco continentes.

 

Se ha contado y escrito mucho en un estilo a menudo agresivo, bien a favor como en contra, pero para poder aclarar algunas cosas de las que se cuentan y que mucha gente se pregunta, le pedimos que nos diga cuáles son a su juicio las claves de interpretación más importantes.

 

Clave fundamental para la interpretación del Sínodo es comprender su metodología, su hacer camino juntos. Hubo ciertamente un revuelo, pero no tanto porque no hubiera comunión en la doctrina sobre el sacramento del matrimonio y sobre el Evangelio de la familia y de la vida, sino por la forma de proceder. Sin previo aviso fue publicado el primer documento, fruto de estas primeras intervenciones de los padres sinodales, singularmente los presidentes de Conferencias Episcopales del mundo. Fue un primer documento de trabajo, sin perfilar, sino que pretendía tan sólo recoger la Relación inicial del cardenal Erdó con la ayuda del Secretario especial del Sínodo, el cardenal Baldiseri, pero matizados a la luz de lo que más se subrayaba en las intervenciones diversas de los padres sinodales. Fue la primera etapa del Sínodo, en donde se habló, tal y como el Papa Francisco nos indicó al inicio, con libertad absoluta y con escucha humilde. El revuelo vino porque en dicha primera redacción se planteaban toda la amplia problemática que habíamos escuchado en el Aula sinodal, sin aviso de que iba a ser entregado tal cual a los medios de comunicación, y sin matizar las cosas. Hubo una protesta de todos los círculos menores por lenguas, ya que la segunda etapa del Sínodo contempla el trabajo interesante de los pequeños grupos, de unos 30 miembros y por lenguas; doce grupos en total, en los cuales a través de modos escritos se iban aquilatando las expresiones del primer documento, se añadían las lagunas existentes, se mejoraba la redacción, siempre que la mayoría absoluta aprobara Modo a Modo.

 

Cuando casi al final de la segunda semana nos volvimos a reunir todos en el Aula sinodal, y los secretarios de cada círculo o grupo menor expusieron el resumen de sus aportaciones, compruebas que el Espíritu Santo conduce la nave de la Iglesia, y que sabiamente reflejaba muy bien tanto el espíritu Sinodal como el contenido real de las preocupaciones y gozos del Sínodo. Por eso se decidió -decisión refrendada por el Papa Francisco- que si antes se había hecho público el primer documento de la Relación tras la discusión en el Aula, era lógico que se publicara también los doce resúmenes por lenguas de los círculos menores, ya que la Iglesia no tiene nada que ocultar, y hemos de vencer las tentaciones del secretismo.

 

La última etapa del Sínodo coincidió con la aprobación tanto del Mensaje al Pueblo de Dios -necesariamente breve-, como de la Relación final del Sínodo, en la cual se había incorporado la riqueza de los círculos menores. El Esquema final de la Relación sinodal seguía la metodología eclesial del VER, JUZGAR a la luz del Evangelio, y ACTUAR. Los círculos por lenguas insistieron en ampliar el JUZGAR, presentando al menos las líneas fundamentales del contenido del Evangelio de la familia, con lo cual se amplió considerablemente esta parte con el magisterio del Concilio Vaticano II, Pablo VI, Juan Pablo II en sus catequesis sobre el amor humano, Benedicto XVI y el Papa Francisco. Es verdad que este Sínodo era principalmente pastoral, pero no por eso deja de ser también doctrinal; además difícilmente podremos juzgar y, sobre todo, actuar sobre la problemática tratada, si al menos no exponemos la belleza y la integridad del Evangelio de la familia y de la vida. Finalmente fueron solventadas algunas lagunas, por ejemplo, enumerar el papel educador de las virtudes para los candidatos al sacramento del matrimonio, la ley de la gradualidad -según la pedagogía del Maestro- no debe hacernos caer en la gradualidad de la ley, o una referencia al menos a las cuestiones de bioética. En la última sesión del Sínodo fueron votados, número por número, y aprobados en su inmensa mayoría por más de dos tercios, como indican los Estatutos del Sínodo, quedando la Relación final que todos conocen, todavía sólo en italiano, y que servirá como instrumento de preparación para el próximo Sínodo ordinario del año que viene: la vocación y misión del matrimonio y de la familia cristiana en la Iglesia y en el mundo. Es verdad que tres números que hacían referencia a las cuestiones más difíciles y que más relieve les dieron los medios de comunicación, no llegaron a la obtención de dos tercios; pero el Papa Francisco determinó que se publicaran todos los números y con el número de votos cada uno. Además dichos números (52, 53 y 55) han obtenido -no los dos tercios-, pero al menos la mayoría absoluta (la mitad más uno de los votos) y los Estatutos del Sínodo afirman que para rechazar algún número bastaría con la mayoría absoluta (no hace falta llegar a los dos tercios). Es verdad que en ningún momento se pregunta expresamente si debe o no ser rechazado, pero interpretando benévolamente los Estatutos podemos llegar a la conclusión de que estos tres números no han sido rechazados por el Sínodo, y cuentan con una aprobación importante que supera el límite, tras el cual, debería haberse rechazado, cosa que de hecho no se hace. Tiene el valor que tiene, a saber, la preocupación también por aquellos casos.

 

Muchas gracias, D. Alfonso por su testimonio. Por último, queremos que nos señale en qué puntos se ha podido percibir mayor unidad y comunión (temas más positivos) y en cuáles hay que trabajar y orar más conjuntamente porque los temas han sido más controvertidos.

 

El Papa Francisco, en su discurso final, se alegró de que en este camino sinodal haya habido hasta tentaciones: algunos quisieran convertir las piedras en panes, y otros convertir los panes en piedras para lanzarlas contra quienes se encuentran en problemas. Es un signo más de que el Espíritu Santo ha sido quien ha conducido al Sínodo. Además el broche de oro fue la beatificación de Pablo VI, papa que inventara precisamente este camino de colegialidad entre el Papa y los obispos, así como con el resto del Pueblo de Dios en todos los continentes. La gente se queja de que entonces tanto sínodo para no haber dado respuestas concretas (el ACTUAR) en los casos más problemáticos. Estos casos no están fuera de la mente de ningún padre sinodal, y prueba de ello es que hemos visto hasta donde podemos llegar o donde no se puede, en nombre precisamente de la misericordia que no puede prescindir de la verdad y de la justicia. Pero queda claro que dar respuestas definitivas a la problemática del matrimonio y de la familia cristiana implica soluciones que afectan a aspectos fundamentales de toda la fe y la vida cristiana. Por eso el papa, sabiamente, ha querido marcar dos tiempos en este camino sinodal que no acaba sino de empezar, y que exigirá Comisiones de estudio serio sobre los Sacramentos, sobre la teología moral, sobre los aspectos canónicos, sobre la Eclesiología y las relaciones ecuménicas. No son cuestiones triviales, que exigen reflexión y serenidad. Por ejemplo, dar o no la Comunión a los divorciados vueltos a casar civilmente es algo que afecta al grado de comunión eclesial, que marca la posibilidad o no de poder recibir la Comunión del Cuerpo y Sangre del Señor; la reforma canónica de los procesos en conformarse con una sola sentencia afirmativa exige realizar con toda fidelidad el proceso para llegar a la certeza sobre la existencia o no de dicho matrimonio canónico desde el inicio mismo; esto no puede equivaler a que bien una de las partes o bien el defensor del vínculo pueda recurrir a segunda instancia; además la experiencia de alguna conferencia episcopal que ha tenido este proceso más rápido, ha solicitado volver a la praxis común. Son cuestiones que, además, están en estudio en una Pontificia Comisión sobre la reforma del Derecho canónico que el Santo Padre acaba de nombrar hace unos meses. En fin, y en definitiva, son cuestiones que tienen ramificaciones y consecuencias en toda la doctrina y la pastoral sobre el matrimonio y sobre la familia. Nos queda rezar por las familias, estudiar más, y acompañar a los jóvenes y a todos los casados e hijos con la pedagogía del Buen Pastor y con la ayuda de la gracia en los sacramentos, viendo más lo positivo que lo negativo, pero también corrigiendo el pecado y el error claramente, precisamente en beneficio de su posible curación -no es lo mismo curar la herida que simplemente taparla-, en un proceso paciente y largo de conversión, pero sin olvidar la primacía de presentar el Evangelio del matrimonio, de la familia y de la vida, como algo perfectamente y posiblemente vivible con la ayuda de la gracia.







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