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Acción y contemplación
Acción y contemplación
Ciclo C - Domingo 16 del tiempo ordinario / Lucas 10, 38-42. ¿Con quién nos nos identificamos? ¿Con Marta o con María?
Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer
Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer
Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».
Reflexión
El Evangelio de hoy que acabamos de escuchar, nos relata el encuentro de Jesús con las dos hermanas de Lázaro, en Betania. Ahora, ¿cuál es el mensaje de este Evangelio para nosotros?
Creo que este encuentro de Jesús con las dos hermanas nos aclara que el cristiano no ha de ser sólo un hombre de acción, como Marta, sino también y esencialmente un hombre de oración, como María.
Entonces, ¿cómo hemos de interpretar la palabra central del Señor en el Evangelio de hoy? Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte...
Cuando Dios está presente, cuando Dios nos visita, una sola cosa es necesaria: dedicamos a Él, escucharlo, dejarnos enseñar por Él. Todo lo demás es secundario, todo lo demás debe ser postergado por esto. Marta le ofrece a Jesús sus servicios materiales cuando Él quiere entregarle las riquezas eternas. Ella trabaja, se preocupa, se inquieta mucho por las cosas de la casa, y por eso no tiene tiempo para escuchar al Señor, para conversar con Él.
Y nosotros, ¿cómo estamos en esto? Pienso que la actitud de Marta es, muchas veces, también la actitud nuestra, la actitud del hombre moderno. No tenemos tiempo para Dios, para escucharlo, para hablarle, para rezar.
Pero, en el fondo no es el tiempo que falta, sino la valorización de Dios. Tenemos tiempo para todo lo que nos interesa y nos parece importante. No tenemos tiempo para Dios si Él no es importante para nosotros, si no tiene mucho valor para nosotros. O sea, es una cuestión de jerarquía, de escala de valores.
Como cada amistad auténtica, también nuestra amistad con Dios exige un poco de tiempo, de atención, de cuidado y dedicación. Si amamos a alguien, hemos de encontrar tiempo para amarlo y encontrarnos con él. ¿Se imaginan a dos novios que no se ven nunca?
Y orar significa justamente detenerme, darme tiempo para cultivar mi amistad con Dios. Una verdadera amistad surge lentamente: Tengo que tener paciencia para amar, saber hacer un alto, dedicarme exclusivamente al ser amado.
Tal vez conocemos el lema de la gran tradición de los monjes benedictinos: Ora et labora. Subraya la importancia de los dos aspectos fundamentales de la vida cristiana: la acción y la oración. El cristiano ha de cultivar tanto el amor a Dios como también el amor al prójimo. Las dos dimensiones tienen que unirse y complementarse.
Y es una de las grandes tareas de cada cristiano, buscar y conquistar el equilibrio en su vida:
entre el amor a Dios y el amor al prójimo
entre la vida de oración y el servicio a los hermanos
entre estar arraigado en Dios y vivir en medio del mundo
entre Marta, símbolo de la vida activa, y María, símbolo de la vida contemplativa.
También todos nosotros queremos y debemos ser, no solo hombres de acción, sino también de oración. Porque sabemos que la acción sola vacía al hombre interiormente, le quita alma y profundidad, le lleva al activismo sin meta y futuro, le inquieta y le pone nervioso como a Marta.
Mientras que la oración nos da interioridad, paz, alegría y serenidad. El diálogo continuo con Dios y María, nos ayuda a crecer y madurar, nos hace construir sobre fundamentos sólidos y duraderos siguiendo el deseo y la voluntad de Dios. Quien reza bien, vive bien: nos dice San Agustín. Y San Alfonso comenta: Quien no reza, no debe ser condenado, porque ya esta condenado.
Queridos hermanos, terminemos con una palabra del Fundador de Schoenstatt, el Padre José Kentenich: Oración es para nosotros la expresión normal del amor a Dios y el medio más poderoso de hacer fecundos nuestros trabajos por el Reino de Dios.
¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
Comentarios al autor
Reflexión
El Evangelio de hoy que acabamos de escuchar, nos relata el encuentro de Jesús con las dos hermanas de Lázaro, en Betania. Ahora, ¿cuál es el mensaje de este Evangelio para nosotros?
Creo que este encuentro de Jesús con las dos hermanas nos aclara que el cristiano no ha de ser sólo un hombre de acción, como Marta, sino también y esencialmente un hombre de oración, como María.
Entonces, ¿cómo hemos de interpretar la palabra central del Señor en el Evangelio de hoy? Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte...
Cuando Dios está presente, cuando Dios nos visita, una sola cosa es necesaria: dedicamos a Él, escucharlo, dejarnos enseñar por Él. Todo lo demás es secundario, todo lo demás debe ser postergado por esto. Marta le ofrece a Jesús sus servicios materiales cuando Él quiere entregarle las riquezas eternas. Ella trabaja, se preocupa, se inquieta mucho por las cosas de la casa, y por eso no tiene tiempo para escuchar al Señor, para conversar con Él.
Y nosotros, ¿cómo estamos en esto? Pienso que la actitud de Marta es, muchas veces, también la actitud nuestra, la actitud del hombre moderno. No tenemos tiempo para Dios, para escucharlo, para hablarle, para rezar.
Pero, en el fondo no es el tiempo que falta, sino la valorización de Dios. Tenemos tiempo para todo lo que nos interesa y nos parece importante. No tenemos tiempo para Dios si Él no es importante para nosotros, si no tiene mucho valor para nosotros. O sea, es una cuestión de jerarquía, de escala de valores.
Como cada amistad auténtica, también nuestra amistad con Dios exige un poco de tiempo, de atención, de cuidado y dedicación. Si amamos a alguien, hemos de encontrar tiempo para amarlo y encontrarnos con él. ¿Se imaginan a dos novios que no se ven nunca?
Y orar significa justamente detenerme, darme tiempo para cultivar mi amistad con Dios. Una verdadera amistad surge lentamente: Tengo que tener paciencia para amar, saber hacer un alto, dedicarme exclusivamente al ser amado.
Tal vez conocemos el lema de la gran tradición de los monjes benedictinos: Ora et labora. Subraya la importancia de los dos aspectos fundamentales de la vida cristiana: la acción y la oración. El cristiano ha de cultivar tanto el amor a Dios como también el amor al prójimo. Las dos dimensiones tienen que unirse y complementarse.
Y es una de las grandes tareas de cada cristiano, buscar y conquistar el equilibrio en su vida:
entre el amor a Dios y el amor al prójimo
entre la vida de oración y el servicio a los hermanos
entre estar arraigado en Dios y vivir en medio del mundo
entre Marta, símbolo de la vida activa, y María, símbolo de la vida contemplativa.
También todos nosotros queremos y debemos ser, no solo hombres de acción, sino también de oración. Porque sabemos que la acción sola vacía al hombre interiormente, le quita alma y profundidad, le lleva al activismo sin meta y futuro, le inquieta y le pone nervioso como a Marta.
Mientras que la oración nos da interioridad, paz, alegría y serenidad. El diálogo continuo con Dios y María, nos ayuda a crecer y madurar, nos hace construir sobre fundamentos sólidos y duraderos siguiendo el deseo y la voluntad de Dios. Quien reza bien, vive bien: nos dice San Agustín. Y San Alfonso comenta: Quien no reza, no debe ser condenado, porque ya esta condenado.
Queridos hermanos, terminemos con una palabra del Fundador de Schoenstatt, el Padre José Kentenich: Oración es para nosotros la expresión normal del amor a Dios y el medio más poderoso de hacer fecundos nuestros trabajos por el Reino de Dios.
¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
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