Menu

La sexualidad humana: El valor y sus significados
1. Premisa, 2. La sexualidad como hecho y función biológica, 3. Significado profundamente humano, 4. Las tres dimensiones de la sexualidad humana, 5. La sexualidad como lenguaje, 6. La dimensión ética de la sexualidad humana


Por: Gonzalo Miranda, L.C | Fuente: Catholic.net



Contenido

1. Premisa
2. La sexualidad como hecho y función biológica
3. Significado profundamente humano
4. Las tres dimensiones de la sexualidad humana
5. La sexualidad como lenguaje
6. La dimensión ética de la sexualidad humana

1. Premisa

El estudio de la antropología de la sexualidad tiene una grande importancia en relación con un sin número de problemas que actualmente enfrenta la bioética. Pero, aún más importante llega a ser cuando se trata de la preparación de los educadores, los cuales son llamados a ofrecer un servicio decisivo en la formación de las jóvenes generaciones.
Si, en efecto, se comprende el valor profundamente humano de la sexualidad, seguramente se logrará comunicar a los niños, a los adolescentes y a los jóvenes, los cuales necesitan de una guía personal, atenta y respetuosa.
Mi reflexión, justamente trata de profundizar en el valor humano de la sexualidad, en su serie
de componentes y en sus diversos significados complementarios para la persona humana, como individuo y en su ser en relación con los demás.

2. La sexualidad como hecho y función biológica

De ninguna manera es banal recordar que la sexualidad es un dato de hecho en el ser humano, como en la mayor parte de los seres vivientes. Como éstos, también los seres humanos existimos en dos modos: masculino y femenino.
Sabemos bien como este fenómeno ya en plano biológico tiene una gran importancia. Los dos diversos “modos de existir”, llevan en su interior una serie de impulsos innatos los cuales conducen hacia un cierto comportamiento (en algunos casos de unión física entre ellos), por medio de los cuales se realiza la trasmisión de la vida y por tanto la continuidad de la especie. Gracias a la reproducción sexuada, se garantiza la protección de la especie misma de la posible corrupción genética, por medio del mecanismo mendeliano de los caracteres “dominantes” y “recesivos” presentes en el código genético trasmitido por medio de la unión de los genes masculinos con los femeninos.
Por tanto, en los animales la sexualidad se configura como una serie de fenómenos biológicos y sensoriales, por medio de los cuales se garantiza la continuidad de la especie y su protección de la corrupción. En ellos se trata de una simple “función”. En el hombre la sexualidad tiene también esta misma función. Únicamente que en él, además de su función biológica la sexualidad contiene un “significado”. Un significado que no puede ser comprendido en su totalidad, ni tampoco en su humana especificidad, si no sobre la base de la comprensión de su “funcionalidad”.

3. Significado profundamente humano

La sexualidad es una dimensión que toca profundamente la experiencia y la vida cuotidiana de cada persona humana y de la humanidad entendida como cultura y sociedad. En una ocasión, un señor anciano, mas o menos sobre los ochenta años, me contó que en un “cocktail” miraba con evidente satisfacción las jóvenes que servían. “Me gusta ver las lindas jovencitas -dijo- pero no me recuerdo porque”. Todos llevamos dentro éste “cocktail” de impulsos, emociones, afectos... etc. que componen el fenómeno “sexualidad”. Y lo sentimos como algo que no es para nada indiferente a nuestra realidad personal y a nuestro ser en relación con los demás. Aún más, frecuentemente, sentimos éste fenómeno como un “problema” que no es fácil de controlar.
Según algunos, el hombre como la mujer moderna no se preocupan más del sexo como en épocas pasadas, cuando aquello era obsesión y tabú... a propósito de una polémica sobre la censura pública con relación a la pornografía, un sociólogo escribía que hoy en día el sexo no es más un problema; la sociedad actual es totalmente madura que no se inquieta a causa de una mujer desnuda...
Me parece en cambio, que sea todo el contrario. Tal vez hoy es necesario de una “mayor desnudes” para provocar las emociones de la gente; claro está que de otra parte, somos también más interesados, sino obsesionados, del factor sexo. Lo saben muy bien los productores de publicidad. Si el sexo no llama más la atención, si la desnudez es vista como “normal”, por qué hoy los agentes publicitarios la usan tanto? A ellos lo que les interesa es vender, y para vender, atraer la atención del público. La presencia del sexo, en sus diferentes manifestaciones es siempre más hoydifusa en la publicidad actual, porque continua a ejercitar una fuerte atracción. Justamente en estos días hemos visto por las calles de Roma éstas publicidades con una pareja de mujeres casi desnudas y la escrita: “llamen los bomberos”. Conocen bien los expertos que esas imágenes encienden el fuego... Por esto, hoy más que nunca, para comercializar un vestido se hace ver todo menos el vestido.
En realidad, se trata únicamente de constatar que el hombre y la mujer de hoy, como en aquellos de ayer y siempre, la sexualidad tiene una fuerte y radicada componente instintiva, a causa de la cual suceden en modo automático una serie de impulsos y sentimientos cada vez que se presenta delante del individuo el estimulo correspondiente. Únicamente que en el ser humano la sexualidad, como toda su realidad de persona, no es solo instintiva, si no que, en sentido lleno es, “humana”: compromete sus capacidades de conocimiento, autoconciencia, libertad y responsabilidad, capacidad de socializar con los demás y trascendencia.
En el ser humano en realidad nada existe puramente animal. La sexualidad humana no es únicamente una función, si no que también es un “Significado”. En efecto, el hombre de todas las épocas y culturas ha visto siempre la sexualidad como algo de muy importante y como algo misterioso; por tanto desde siempre se ha esforzado entenderla (por medio de mitos y teorías) y de regularla (por medio de normas y ritos). Todo esto porque se ha comprendido la importancia de la sexualidad no solo para el individuo sino que también para toda la comunidad. El ejercicio de la sexualidad en efecto influye profundamente en la vida de los individuos y de la comunidad, no solo porque establece relaciones intimas entre los diversos miembros, si no que también por sus consecuencias, en cuanto capacidad que conlleva a la procreación.
En realidad, cada uno de nosotros experimenta la fuerza y la importancia de esta nuestra realidad que llamamos sexualidad. Hasta cuando la tratamos banalmente, ella nos toca en lo más profundo, no únicamente en nuestra realidad instintiva, sino que en todas las dimensiones de nuestro ser y existencia como personas humanas.
Por esto es importante tratar de entender bien la dimensión humana de nuestra sexualidad.
Mejor aún, las dimensiones -al plural-, porque de ésta manera podemos hablar de tres dimensiones diversas, si bien estrictamente unidas a la sexualidad humana.

4. Las tres dimensiones de la sexualidad humana

a. Dimensión personal

Tratando por tanto de profundizar en el significado humano de la sexualidad, podemos antes de todo descubrir una dimensión personal.
La sexualidad tiene su raíz en la dimensión corporal de la persona. Dentro del código genético de cada uno de nosotros existe ya la huella de la sexualidad con la presencia de los cromosomas XX o XY. Se podría decir que todo nuestro cuerpo es sexuado, del simple hecho que cada una de nuestras células somáticas llevan dentro de sí ésta información y más aún conociendo que de cada una de ellas provienen una serie de elementos endocrinos, biológicos y somáticos que nos configuran en modo distinto esto es como masculino o femenino.
Pero la sexualidad no pertenece únicamente a la esfera de la corporeidad. Es evidente que la
otra componente de la persona, el espíritu, no es en sí mismo sexuado. Pero es también verdad que la persona no es un espíritu en algún modo unido accidentalmente a un cuerpo. La persona es una intrínseca y substancial unidad de espíritu y cuerpo. Por tanto, tenemos que decir que toda la persona es sexuada. No existe mi espíritu asexuado el cual es unido a mi cuerpo sexuado. Existo Yo, persona espiritual y corporal al mismo tiempo; y Yo existo como “persona masculina”.
En efecto, podemos afirmar que existen dos “modos” de ser persona: el modo masculino y aquel femenino. Dos modos de existencia personal, idénticos en dignidad pero diversos en varias de sus características personales (y no únicamente físicas y biológicas). Si, porque el ser sexuado, masculino y femenino, configura en modo profundo toda la realidad del ser personal, desde la propia experiencia corporal, su postura y actuar con relación al mundo, a la esfera psicológica y sentimental, a aquella espiritual. El modo de ser y de comportarse en si, en relación con los demás, en relación con los eventos, en relación con Dios mismo, es compuesto en parte de la propia masculinidad o feminidad. Y lo es también por toda aquella serie de fenómenos varios que componen la sexualidad en cuanto atractiva, que lleva a la unión, etc.
En éste sentido, la sexualidad, con todo aquello que comporta, en el hombre pertenece a la categoría del ser y no del tener; es un modo de existir como persona. Es propio por esto que la sexualidad no es un elemento superficial y banal de la persona, del cual podemos disponer como más nos conviene. Yo no tengo una sexualidad, sino que soy sexuado. La sexualidad no es de mi propiedad, si no que más bien es esencia de mi propio Yo. Por tanto, si bien es parte del ser de la persona, la sexualidad participa de su misma dignidad: el respeto que se debe a la persona pasa también por medio del respeto de su realidad sexual; y el respeto que me mérito como persona pasa también por medio del respeto de mi realidad sexual. Yo me realizaré como persona únicamente si seré capaz de respetar y vivir en coherencia con el significado verdadero de mi sexualidad.

b. Dimensión interpersonal

Existe también una dimensión interpersonal de la sexualidad humana. El ser sexuado, masculino o femenino, representa un modo de ser “incompleto”: el otro modo de existir tiene características diversas que yo no tengo en grado de poseer. En este modo, cada uno de los dos tipos de existencia se presentan como complementarios uno del otro. Y así la sexualidad, con sus diversos elementos de atracción física, psicológica y espiritual, se transforma en una verdadera llamada al encuentro, ha abrirse al otro. Es sin lugar a dudas una escuela del donarse de sí mismo.
Es interesante constatar como el mismo impulso afectivo-sexual imprime en el individuo (o tratará al menos di imprimir) una dinámica progresiva que lleva hacia la donación al otro, en cuanto característica distintiva del ser y de la realización de la persona humana.
En un primer momento, la atracción es normalmente egocéntrica: me llama la atención algo del otro por aquello que me da satisfacción y me enriquece. Luego la misma atracción se transforma en estimulo al don: la sexualidad tiene ésta característica, en cuanto que la persona recibe en el momento que se dona y mientras más se dona más recibe. Finalmente, el don interesado de sí se transforma en una puerta hacia el don gratuito del amor, y termina en el don más gratuito que pueda existir, en el momento en la cual se abre a una nueva vida: se dona la existencia misma a alguien que aún todavía no se mérita el don, en cuanto no existe todavía.

c. Dimensión trascendente

Podemos además descubrir en la sexualidad humana una dimensión trascendente. La experiencia sexual es en modo singularmente fuerte una experiencia de “plenitud limitada”. De una parte, la experiencia de placer, de satisfacción física y afectiva profunda. De la otra parte la experiencia de su limite en el tiempo y en la intensidad. De ésta manera, la experiencia sexual, como muchas otras experiencias humanas, pero con una mayor intensidad de otras, se transforma en una llamada a mirar mas allá, una invitación a buscar la comunión con el Tú absoluto, en la plenitud ilimitada. Es una experiencia que se realiza muchas de las veces en modo intenso sobretodo en algunas parejas que viven su sexualidad en manera profundamente consciente. Pero también en ciertas personas es una realidad latente porque simplemente no logran explicársela o porque ni siquiera logran individuarla, pero que sienten igualmente en su propia interioridad: la experiencia del finito como antesala del infinito.
5. La sexualidad como lenguaje Sobretodo en su dimensión interpersonal, la sexualidad constituye un verdadero lenguaje. El cuerpo humano es de por sí expresión de la personalidad interna, por tanto siendo la “ventana del Yo”.
El gesto sexual del cuerpo es particularmente expresivo, en cuanto toca profundamente la intimidad de la persona, y por tanto la intimidad de las dos personas que son llamadas a participar del gesto mismo.
En todo lenguaje existe una dimensión objetiva y otra subjetiva. En el lenguaje de la palabra o en aquel de los gestos o de los símbolos, etc., existen algunos elementos que sirven de medios de trasmisión. Estos elementos llevan in sí mismos, dependiendo del lenguaje y del “juego lingüístico” en donde son utilizados, algunos significados que son objetivos, independientes del pensamiento y de los sentimientos del sujeto de donde vienen transmitidos. En algunas ocasiones sucede que una frase o un gesto, lleven al sujeto receptor un mensaje que no ha estado deseado del sujeto trasmisor. Muchas de las veces es necesario aclarar o rectificar las propias expresiones: “perdóname, yo no quería decir... no era mi intención...”. Justamente por esto, es posible hablar de verdad y mentira en el uso del lenguaje, dependiendo que el mensaje transmitido objetivamente corresponda o no al pensamiento y al sentimiento de quien lo ha trasmitido. Por tanto el lenguaje puede ser utilizado en modo correcto o incorrecto.
El lenguaje de la sexualidad lleva por tanto en sí, como todo lenguaje, su preciso mensaje objetivo: la relación conyugal expresa objetivamente -a causa de su dinamismo interno y de su estructura objetiva- un contenido propio. Así podemos hablar de dos significados objetivos de la sexualidad (independientemente de los demás múltiples significados subjetivos que se quiera expresar por medio de la sexualidad los esposos en la propia experiencia de copia, y aún más en la propia situación contingente del momento).

a. Significado unitivo

La unión sexual constituye un singular donarse de sí mismo; es el desnudarse de la propia intimidad, por medio de la cual el esposo se dona a la esposa y viceversa, acogiéndose a su vez mutuamente en la propia intimidad. La unión sexual lleva en sí el significado de la donación personal. Si es verdad que la sexualidad invade y compromete toda la persona no se reduce únicamente a su dimensión corporal, por tanto podemos afirmar también que la expresión corporal de la sexualidad engloba toda la persona. Y es así por tanto que el modo verdaderamente humano de donarse físicamente es aquello en la cual las dos personas se donan sea afectivamente que espiritualmente.

b. Significado procreativo

En la vida de una copia existen diversos gestos que llevan a la unión. Entre las múltiples posibilidades, el gesto de la donación conyugal lleva en sí, en el propio sentido de inmediatez, en su propia estructura y dinamismo, el significado de la procreación como fruto natural. Es en su “sentido” intrínseco: “sentido” que está, sea por “dirección” que por “significado”. Sabemos que el surgir de una nueva vida es la dirección natural hacia la cual se dirige la unión sexual del ser humano al igual que de cualquier otra especie; y en el hombre aquella dirección se transforma en un significado objetivo. Entra aquí nuevamente la relación entre “función” y “significado”, señalado al inicio. El significado es un “plus” respecto a la función, pero el cual no es un extraño ni tampoco contrario. Sería un significado que no corresponde a la realidad. Y justamente por esto se transformaría en un significado “inhumano”.

c. inseparabilidad objetiva de los dos significados

Los dos significados unitivo y procreativo, no son dos modalidades diversas de ejercer la sexualidad ni al menos dos elementos accidentalmente sobrepuestos. Como lenguaje objetivo, la sexualidad quiere decir al mismo tiempo unión y procreación. De tal manera que podemos hablar de “unión - procreativa” o de “procreación - unitiva”. Como decía, existen otras formas de expresar y de realizar la unión entre esposos: esta es únicamente la procreativa; existen hoy en día también otras formas de procreación: solo esta es unitiva.

6. Dimensión ética de la sexualidad humana

Contrariamente a cuanto sucede en los animales, en el hombre existe la percepción de una dimensión ética de la propia sexualidad y en los actos humanos relacionados ha ella. Desde siempre, también éste fenómeno ha estado percibido en todas las culturas y en las diversas religiones, las cuales han siempre buscado formas de orientación y de regulación moral para el ejercicio de la sexualidad. Y que también es percibido por cada uno de nosotros, que tenemos que ver con éstas tendencias instintivas de las cuales somos conscientes y responsables.

a. el fenómeno de la “excedencia sexual”

Antes de todo, el hombre experimenta el fenómeno de la “excedencia sexual”: impulsos, instintos, tendencias que van mucho más allá de cuanto es suficiente para garantizar la continuidad de la especie. En los animales como sabemos, existe un periodo de estro o celo, durante el cual se sienten empujados a la unión genital. Esto es suficiente para que se garantice la continuidad de la especie. Una vez que pasan estos cortos periodos desaparecen estos impulsos. El mar se calma... el hombre en cambio jamás es totalmente calmo. Los instintos y los impulsos son presentes a lo largo de todo el año; mucho más de cuanto sea necesario para garantizar la continuidad de la especie. Aún más, muchas de las veces experimenta en modo problemático ésta “excedencia sexual”, en cuanto excede también a sus deseos y decisiones racionales, en conformidad con su estado de vida y sus deberes (por ejemplo: hacia su esposa y su familia, y también, especialmente en las personas consagradas, hacia Dios).

b. Escasa regulación instintiva

De otra parte, el hombre encuentra que no todo es instintivamente regulado. También aquí, contrariamente a aquello que sucede entre los animales, existe un amplio margen dejado a la propia libertad, por ende a su propia responsabilidad.

Una responsabilidad que difícilmente puede ser tomada “banalmente”, porque se refiere a una dimensión que, como decía antes, toca profundamente la persona en su intimidad personal y en sus relaciones con los demás. Más aún, una dimensión que es intrínsecamente unida a uno de los componentes humanos que más peso puede tener sobre la propia responsabilidad: la responsabilidad de poner en el mundo otra persona humana. Si en efecto somos responsables de las consecuencias de nuestras acciones en su capacidad de alterar la existencia de los demás, mucho más aún lo somos de las consecuencias radicales como es la de hacerlos existir.

c. Ambivalencia del don sexual

Si como la sexualidad misma es de por sí “ambivalente”, tenemos que considerar: en algunas ocasiones la persona busca solo el propio bien; en otras ocasiones el actuar va dirigido únicamente al bien del otro. En la donación sexual, en cambio, don y búsqueda de sí, se unen casi inseparablemente: el donarse es necesariamente unido a recibir el don del otro. Y la persona puede experimentar la necesidad ética de recibir el otro sin caer en el egoísmo de instrumentalizarlo; de no deformar el propio don haciendo de éste únicamente una “estrategia” o un “impuesto” de pagar en función del propio placer.

d. La experiencia del desorden sexual

Para terminar, el hombre experimenta recuentemente un cierto “desorden” en la propia sexualidad. Muchas de las veces escuchamos que nuestros instintos sexuales (como también en los demás instintos, pero en éste más que en los otros) se revelan a nuestras ordenes y tienden a llevarnos hacia comportamientos que no deseamos, si bien hemos rechazado con insistencia! Este no-control, puede degenerarse en crónica, es de todos los días escuchar episodios de egoísmo, tensión, litigio, abuso, violencia, y hasta de muerte, todo a causa del sexo desordenado. Problemática que se da no únicamente entre personas extrañas, sino que también al interno de un sinnúmero de copias de esposos.
La sexualidad, por tanto, es experimentada de la persona como una dimensión importante de la cual es responsable, que no es del todo regulada instintivamente, que comporta una excedencia regulable, y que sufre de un cierto desorden. esta es la dimensión ética de la sexualidad: por tanto, está en mi orientar ésta tendencia en modo verdaderamente humano, de acuerdo con el más profundo significado humano de mi sexualidad.

e. La virtud de la castidad

Éste esfuerzo de orientación humana se concretiza en aquello que viene llamado “castidad”. No solo como comportamiento casto, sino que aún más importante, como postura de vida que se trasforma en virtud de la castidad.
Por desgracia frecuentemente se tiene una visión corta y completamente negativa de la castidad como virtud. Esta es vista como si se tratara de una serie de “no” vinculado a la esfera de la sexualidad.
En realidad, si es correctamente entendida, la castidad es una virtud sin lugar a duda positiva y profundamente humana.
Para explicarlo conviene recordar, como S. Tomás la coloca al interno de la virtud cardinal de la templanza. La castidad en efecto es la templanza con relación a la tendencia sexual. O bien, “temperare” no significa suprimir, eliminar o simplemente limitar. El vocablo latino indica más bien la acción positiva de “moderar”. Un buen moderador, por ejemplo en una mesa redonda, no es uno que suprime o limita los relatores. El buen moderador es uno que actúa en modo tal que la participación de cada uno de los componentes sea hecha de la mejor manera posible. El moderador tendrá tal vez que limitar el tiempo de uno que exagere en su presentación; pero también tendrá que saber encanalar el discurso fuera de lugar hacia el tema establecido; aún más, tendrá que estimular la participación de algunos miembros que todavía no han intervenido...

Esto es moderar.

Por tanto, esto es la castidad. La persona casta es aquella que sabe moderar las propias tendencias sexuales (sentimientos, impulsos emotivos y físicos, etc.) para el propio verdadero bien integral. Por medio de la razón sabrá acoger el sentido humano de éstas tendencias y de toda su dimensión sexual; con su voluntad tratará de guiar, encanalar, frenar o al contrario estimular aquellas tendencias de una manera “razonables”.

Este modo razonable tiene en cuenta sobretodo de los verdaderos significados humanos de la sexualidad, como hemos dicho anteriormente; tiene en cuenta también del estado de vida y de la situación concreta en la cual se encuentra el sujeto como también de la situación de los demás. Por tanto, muchas de las veces, la virtud de la castidad se expresa en el frenar un impulso excesivo o desorientado. Como en el caso de la persona no esposada, la cual se siente estimulada hacia una relación de tipo conyugal; o en el caso de la persona esposada que siente una fuerte atracción sexual hacia la secretaria de la oficina; o en el caso de la persona consagrada que siente la tendencia sexual y afectiva en una dirección opuesta a su vocación y opción de vida... en algunas ocasiones, en cambio, la misma virtud de la castidad podría exigir el esfuerzo para estimular las propias tendencias con el fin de donarse en modo pleno y generoso al propio esposo/a en un momento en la cual tal vez se preferiría egoisticamente “dejar perder”...
En ésta óptica, por que así debe ser vista, la castidad no es otra cosa que una expresión de la grandeza del ser humano, capaz de guiar las propias tendencias y acciones para poder vivir en modo lleno y sereno, en medio a las mil y un dificultades de cada día, ésta es su dimensión estupenda y al mismo tiempo dramática que llamamos “sexualidad”.

(Publicado en: G. MIRANDA, La sessualità umana: il valore e i significati, in M.L. DI PIETRO-E. SGRECCIA
(ed.), Bioetica ed educazione, La Scuola, Brescia 1997, pp. 77-89)