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Después del fundador(a), vienen las cofundadoras
La renovación de la vida religiosa no es un proceso cerrado en el tiempo, marcado por un principio y sellado con un final. Es el esfuerzo que se hace por vivir en sintonía con el Fundador


Por: Germán Sánchez Griese | Fuente: Catholic.net



El proceso siempre continuo de la renovación.


En octubre de 1965, el Concilio Vaticano II embarcaba a las Congregaciones religiosas y a los Institutos de vida consagrada en lo que sería una de las aventuras más ambiciosas de la historia de la Iglesia: la renovación de la vida consagrada. Desde el Decreto Perfectae caritatis hasta la Instrucción Ripartire da Cristo, los Papas y los hombres de Iglesia han insistido por activa y por pasiva sobre la grande necesitada que tiene la vida consagrada de adecuarse para segur dando una respuesta en estos tiempos y en estos lugares. Entre otras cosas, se propone sobretodo el encuentro vivo y fecundo con el Fundador, con el fin sacar las fuerzas y el vigor necesario para hacer esas oportunas y debidas adaptaciones, y así seguir respondiendo a las necesidades para las cuales fue fundada la Congregación o el Instituto religioso. “Precisamente en esta fidelidad a la inspiración de los fundadores y fundadoras, don del Espíritu Santo, se descubren más fácilmente y se reviven con más fervor los elementos esenciales de la vida consagrada.”

Y es realmente consolador y de ejemplar, el ver a numerosas Congregaciones hacer un sacrificio de todo tipo, económico, material y de personal, con el fin de contar en forma lo más exacta posible, con el carisma del Fundador. Estudios históricos hechos por peritos especiales, encuentros y jornadas de estudio y profundización del carisma, viajes a los lugares “sagrados” para cada Congregación, son tan sólo algunas de las muchas iniciativas que se han hecho para conocer, asimilar y transmitir el carisma del Fundador.

El desarrollo teológico de la vida consagrada ha tomado también el carisma del Fundador como un punto de trabajo de investigación y así se han acuñado términos para circunscribir la experiencia del Fundador de la fundación. Hablamos entonces de carisma del Fundador, carisma de fundación, carisma del Instituto. Pero todos estos estudios, sin duda alguna de un gran valor histórico y teológico para la vida de la Iglesia e general y para cada una de las Congregaciones e Institutos en particular, carecerán de valor real y personal si no vienen aplicados en el contexto de la vida diaria.

La renovación de la vida religiosa no es un proceso cerrado en el tiempo, marcado por un principio y sellado con un final. Es el esfuerzo que se hace por vivir en sintonía con el Fundador y así, con ese mismo espíritu, encarar los desafíos del momento actual. “Se invita pues a los Institutos a reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy.”

Al buscar reproducir las cualidades que hicieron posible que el Fundador(a) pudiera llevar a cabo una experiencia de Fundación, las mujeres consagradas continúan a lo largo de la historia los motivos, los anhelos, los sufrimientos, los gozos y las alegrías por vivir el evangelio, bajo una inspiración especial y hacerlo vida en un estilo específico, único, carismático. Bien sabemos que este carisma no viene encapsulado en el tiempo, sino que es posible reproducirlo, siempre y en todo lugar, a condición de conocer y asimilar el espíritu, la metodología apostólica, las genuinas tradiciones, en una palabra, el patrimonio espiritual del Fundador.

Una de las formas privilegiadas para acercarse al espíritu del Fundador es el contacto vivo, real y apasionado con las fuentes del carisma de fundación, es decir con sus escritos: las Constituciones, la regla de vida o directorio, el epistolario. Un contacto que deberá nutrirse siempre con la oración.

No debemos olvidar que este carisma del fundador, además de estar plasmado en los medios antes mencionados, se encuentra también encarnado en la vida de la comunidad por él fundada. Las primeras mujeres que se pusieron en marcha con generosidad son plasmadas, por utilizar una imagen fuerte pero válida, por el mismo hombre o mujer que las fundó. Estamos por tanto hablando de una paternidad o maternidad espiritual y por una docilidad de mente y voluntad que hace propio los valores del fundador. Es por tanto esta primera comunidad, el ejemplo primero de la vivencia y transmisión del carisma. Las cofundadoras se han hecho receptáculo de la iniciativa del Espíritu que ha tomado posesión en un hombre.

Conocemos muy bien el valor que tiene, ya sea el carisma, porque es inspirado por el Espíritu como regalo de la Iglesia, ya sea el Fundador(a) por ser el medio a través del cual Dios se sirve para hacer llegar esta nueva visión y misión del Evangelio, para un momento muy particular del Historia. Sin embargo se ha olvidado, o no se ha tenido tiempo de estudiar a fondo en este tiempo, la labor que para la historia de un Instituto han tenido las mujeres que formaron parte de la primer comunidad fundada.

Podemos decir que el carisma del fundador no llega a convertirse en carisma de fundación mientras no nazca la primera comunidad de mujeres consagradas . De ahí que pueda hablarse perfectamente de una maternidad o paternidad espiritual que une al Fundador(a) con las primeras mujeres consagradas. La forma de esta maternidad o paternidad espiritual estará enmarcada por las cualidades del Fundador(a), pero también por las cualidades de las cofundadoras, ya que el proceso pedagógico de inculcar un carisma no es un proceso unilateral, sino que viene condicionado, hasta cierto punto, por la receptividad de las mujeres que hacen de primer receptáculo al carisma.

Conviene establecer las líneas de estudio de esta primera comunidad de cofundadoras, ya que su ejemplo puede servir para quienes, investidos de autoridad en el gobierno o en la formación, deben llevar a cabo la ardua tarea de la fidelidad dinámica al carisma originario. Estas mujeres fueron capaces de conocer, asimilar y transmitir un carisma novedoso para su tiempo. Las mujeres que son sus herederas espirituales pueden recurrir a ellas para reproducir el mismo celo y la misma pasión que llevaron a las cofundadoras a vivir con radicalidad este nuevo tipo de consagración. “Se invita pues a los Institutos a reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy.” Estableceremos como línea fundamental de estudio el carácter pedagógico del Fundador, de tal manera que al conocer los medios y las formas por él utilizadas en la fundación, las mujeres que son las herederas de este estilo pedagógico, puedan reproducirlo en el tiempo actual, con las debidas adaptaciones.


“Ante todo se pide la fidelidad al carisma fundacional y al consiguiente patrimonio espiritual de cada Instituto.” (Vita consecrata, 36).

El patrimonio espiritual de cada Instituto está formado por la vivencia particular que cada generación ha hecho del carisma y que lo ha transmitido a las generaciones siguientes a través de las sanas tradiciones, la vivencia práctica y actual de las Constituciones, la regla, el directorio, los comunicados capitulares. Si el esqueleto principal de un Instituto viene configurado por el carisma, podemos decir, en lenguaje figurado, que el patrimonio espiritual viene a dar vida y forma al carisma. Si el carisma puede concentrarse en letra escrita, el patrimonio espiritual será la letra viva del carisma. Aquello que se ve y se toca, pero que no es tan fácil ponerlo por escrito.

Parte del patrimonio espiritual de un Instituto lo es la manera en que las formadoras conducen a las mujeres a ellas encargadas en la formación. Cada una de estas formadoras, si bien no renuncia a su personalidad, se hace depositaria no sólo del carisma, sino de la forma en que se ha venido transmitiendo el carisma. Establecemos por tanto que una línea pedagógica de estudio será la del carisma mismo como vehículo para formar a una mujer consagrada. Otra línea pedagógica será la forma institucional de transmitir el carisma. Y una tercera línea vendrá dada por la personalidad o el carisma propio de cada formadora. Hablaremos brevemente de cada uno de ellos, con el fin de que las formadoras de cada Instituto puedan establecer más claramente el estudio de cada uno de estos aspectos.

Necesitamos dar una justa definición a la palabra carisma para iniciar el estudio del carisma como vehículo para formar a una mujer consagrada. Tomaremos dos definiciones del Magisterio de la Iglesia para comentarlas brevemente. Dice el documento Mutuae relationes: “El carisma mismo de los Fundadores se revela como una experiencia del Espíritu (Evang. nunt. 11), transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne. Por eso la Iglesia defiende y sostiene la índole propia de los diversos Institutos religiosos (LG 44; cfr. CD 33; 35, 1, 2, etc.). La índole propia lleva además consigo, un estilo particular de santificación y apostolado que va creando una tradición típica cuyos elementos objetivos pueden ser fácilmente individuados.” Y la ya antes citada Vita consecrata contempla: “En efecto, esta triple relación (del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo) emerge siempre, a pesar de las características específicas de los diversos modelos de vida, en cada carisma de fundación, por el hecho mismo de que en ellos domina « una profunda preocupación por configurarse con Cristo testimoniando alguno de los aspectos de su misterio »,aspecto específico llamado a encarnarse y desarrollarse en la tradición más genuina de cada Instituto, según las Reglas, Constituciones o Estatutos.”

Ambas definiciones de carisma nos hablan de una experiencia del Espíritu para vivir un estilo de vida particular que siempre llevará al alma consagrada a buscar la configuración más cercana con Cristo. Establecemos por tanto que toda la acción pedagógica de la formadora no tiene otra finalidad que la de configurar la vida de la mujer consagrada con la vida de Cristo. “La formación de los candidatos, que tiene por fin inmediato iniciarles en la vida religiosa y hacerles tomar conciencia de su especificidad en la Iglesia, tenderá sobre todo, mediante la armoniosa fusión de sus elementos espiritual, apostólico, doctrinal y práctico, a ayudar a religiosas y religiosos a realizar su unidad de vida en Cristo por el Espíritu.” La formadora deberá por tanto ayudar a que la mujer consagrada configure toda su vida con la vida de Cristo. Toda su vida significa todos los elementos que configuran a la persona: “La formación integral de la persona comprende una dimensión física, moral, intelectual y espiritual.” Desde el punto de vista antropológico serán el configurar con Cristo sus facultades superiores (intelecto y voluntad), así como sus sentimientos, de forma que la persona consagrada pueda “tener los mismos sentimientos de Cristo” y no pensar ni actuar sino con el pensamiento y la voluntad de Cristo. Si bien ninguno de estos puntos puede ser descuidado, deberá darse la prioridad a la parte espiritual: “A pesar de la insistencia que pone el presente documento en la dimensión cultural e intelectual de la formación, la dimensión espiritual sigue siendo prioritaria. La formación religiosa, en sus diferentes fases, inicial y permanente, tiene como objetivo principal el sumergir a los religiosos en la experiencia de Dios y ayudarles a perfeccionarla progresivamente en su propia vida.”
Haciendo un estudio de los elementos que conforman el carisma, la formadora podrá encontrar pautas seguras para formar integralmente a una mujer consagrada, ya que no se trata de formar a una mujer consagrada tipo, sino a una mujer consagrada encarnada en un carisma, con una espiritualidad muy particular. Son precisamente estas características particulares las que pueden buscarse en el carisma y las que deben aplicarse en la formación. Así por ejemplo, la mujer consagrada en la vida espiritual deberá hacer una experiencia de Dios, pero no la podrá hacer de cualquier manera, sino de la manera en que el carisma lo ha venido viviendo desde el momento de la fundación. Podemos decir que el carisma indica la ruta en la formación.

La forma institucional de transmitir el carisma debe remontar a la formadora a los orígenes de la Congregación, justo cuando el Fundador o la Fundadora luchaban por establecer la primera comunidad, ya que ahí se dan los primeros pasos de una pedagogía muy precisa que vendrá después a ser copiada y reproducida por las cofundadoras. “Fundador no es un concepto a se stante, es un concepto correlativo a la realidad que él ha fundado. A estos conceptos correlativos que de definen mutuamente pertenecen el de padre-madre e hijo. Uno es padre con relación a un hijo y uno es hijo con relación al padre; la relación mutua realiza la paternidad y la filiación. Lo mismo sucede con el fundador y la fundación, se definen correlativamente. El fundador persiste en la medida en que persiste la relación con la fundación.” Esta relación padre-hijo, que podemos extender a la de fundador-cofundadoras, queda marcada por unas características pedagógicas claras y esenciales. Si bien todos los fundadores tuvieron que vérselas con un grupo de mujeres a las que querían transmitir un carisma, esto es, un estilo de vida, cada uno lo hizo con un estilo propio, caracterizado por su psicología, por las circunstancias del tiempo y de lugar. Pero lo hizo con un cierto comportamiento, una cierta actitud, un cierto amor que pueden ser copiadas por las formadoras. Es decir, la formadora está llamada a reproducir en este caso la creatividad con la que el fundador(a) formó la primera comunidad religiosa de la congregación.

Cabe hacer la aclaración que no se trata de reproducir elementos personales del Fundador que son irrepetibles, precisamente por el carácter individual de dichos elementos. Se trata más bien de estudiar la escuela pedagógica por él fundada en la transmisión del carisma y reproducir los elementos pedagógicos esenciales en el momento de transmitir el carisma. Si el carisma en el discurso pedagógico viene a representar la materia, el fondo de la formación, el estilo pedagógico vendrá a ser la forma de la formación. Estudiar la forma en que el Fundador transmitió el mensaje y reproducir los elementos característicos de esta forma.

Por último, para cerrar nuestro estudio nos queda hablar de la personalidad o carisma propio de cada formadora. El carisma no anula la personalidad, al contrario la enriquece, pero así como no encontramos dos personas iguales en a consagración, nos damos cuenta que han sido troqueladas por el mismo carisma. Diferentes pero iguales. La formadora puede estudiarse a sí misma para analizar cuáles son los puntos de su personalidad que más van de acuerdo con este carisma de transmisión y potenciarlos y cuáles son aquellos puntos en los que conviene llevar a cabo una labor de purificación. De esta forma brillará mejor este carisma de transmisión.

La labor de la formadora consistirá, entre otras cosas en profundizar en la pedagogía que utilizó el Fundador y que fue absorbida y transmitida después por las confundidoras. No es de despreciar la serie de motivaciones, que utilizó el Fundador o la Fundadora, si bien circunscritas al estilo de la época, para lograr plasmar en las primeras jóvenes el carisma, la espiritualidad y las primeras obras apostólicas. Un estudio profundo, sereno y despasionado le ayudará a ver las constantes pedagógicas que utilizó el Fundador/a y que con las debidas adaptaciones a los tiempos, deberá hacerlas suyas en su labor formativa.

Por último, debemos mencionar que la formadora no deberá enfocarse tanto en el carisma de transmisión, que forma parte del carisma de la fundación, sino en el carisma que vivió el fundador con las primeras cofundadoras, que es el carisma de la Congregación o carisma del Fundador, y transmitirlo con fidelidad a las siguientes generaciones, es decir, a sus formanda


Bibliografía

Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 37.
Ibídem.
La Teología de la vida consagrada ha desarrollado a lo largo de estos años una serie de términos que han querido profundizar en el fenómeno espiritual. Se habla así del carisma de fundador, del carisma del fundador, carisma del Instituto (o Congregación) y de carisma fundacional. El carisma de fundador es aquel don del Espíritu que permite poner en pie una obra, una institución, junto con su espiritualidad y su idiosincrasia muy particular. Son precisamente esta espiritualidad, esta idiosincrasia particular, las que junto con una vivencia del evangelio en forma específica y única conforman lo que bien podría llamarse el carisma del fundador. Pueden darse caso que exista el carisma del fundador, pero que no se dé, en la misma persona el carisma de fundador. Así vemos en la historia casos de hombres o mujeres que reciben de Dios la inspiración de una espiritualidad, pero no la de poner en pie una obra, un Instituto religioso o una Congregación. Se habla en ese caso del carisma del fundador, pero no del carisma de fundador. Es necesario que se de el carisma de fundador y el carisma fundacional, pues la recepción del carisma está supeditado, en cierta manera, a la recepción por un grupo de personas. Puede darse el carisma de fundador, pero si no encuentra respuesta en un grupo de hombres o mujeres, no se dará el carisma fundacional. Por último debe anotarse que el carisma del Instituto llega a identificarse con el carisma del fundador.
Antonio Romano, The Charism of the Founders, St. Pauls, UK, 1994, pp. 129-161.
Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 37.
Sagrada congregación para los religiosos e institutos seculares, Mutuae relationes, 14.5.1978, n, 11.
Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 36.
Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedad de vida apostólica, Orientaciones sobre la formación en los Institutos Religiosos, 2.2.1990, n. 1
Ibidem. n. 34.
Ibidem.n. 35.
José C. R. García Paredes, Teología de la vida religiosa, BAC, Madrid, 2002, p. 205.



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