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Intelectuales, de Paul Johnson

Intelectuales, de Paul Johnson
Un libro que rompe con los mitos de intelectuales consagrados.


Por: Roberto Santoña | Fuente: ForumLibertas.com



El periodista e historiador Paul Johnson se adentra en el mundo de los prohombres de la intelectualidad que han forjado buena parte del pensamiento moderno.


Sacando trapos sucios

Como la lista sería interminable se ha centrado en unos cuantos que van desde Rousseau a Orwell, pasando por personajes tan dispares como Marx, Heminway o Tolstoi. Sin embargo en todos ellos encuentra un patrón psicológico y vital centrado en su mitomanía, egocentrismo y doblez. Si bien por un lado no dudaron todos ellos en afirmar que buscaban el bien de la humanidad, sus vidas concretas fueron la demostración de todo lo contrario. Muchos de ellos fueron asociales, despreciaron a sus prójimos, humillaron a las mujeres y, a pesar de considerarse de izquierdas, menospreciaron a los trabajadores.

A modo de breves biografías, el libro recorre con agilidad su vidas y prestan al lector innumerables y sabrosas anécdotas de estos personajes. El primero con el que arranca la serie es Rousseau. Este padre ilustrado de la modernidad fue un hombre terriblemente egocéntrico. La lista de sus perversiones sexuales, que gustaba de contar, es larga, al igual que el número de sus amantes o de los hijos que abandonó en la inclusa. A pesar de considerársele padre de la pedagogía no hizo el más mínimo ademán por educar a sus retoños. Con los años fue enloqueciendo en la misma medida que iba aumentado su prestigio. Su megalomanía era tal que consideraba que había una conspiración mundial en marcha contra su persona. Sus Confesiones están llenas de inexactitudes y oculta su tacañería que le llevó a dejar morir en la indigencia a sus seres queridos.

La breve biografía de Marx no tiene desperdicio. Se podría resumir en pocas líneas. Se las dio siempre de intelectual, a pesar de que sus escritos son farragosos y muchas veces incoherentes. Despreció con energía a aquellos obreros o socialistas que deseaban hacer la revolución sin su “doctrina”. Al fundar la Liga Comunista se encargó de apartar de los puestos de responsabilidad a los obreros, para sustituirlos por intelectuales afines. Nunca realizó el más mínimo esfuerzo por visitar una fábrica o conocer un sistema productivo. Más bien, sus esfuerzos se volcaron en vivir de Engels, consiguiendo de su amigo una pensión vitalicia y que buena parte de sus obras fueran en realidad escritas por él. Respecto a sus hijas siempre las trató despóticamente e impidió que tuvieran estudios. Igualmente despreció a su yerno Paul Lafargue, medio negro de origen cubano, al que llamaba despectivamente el “negrillo” o el “gorila”. El odio racista hacia los judíos es lo que menos hoy se cuenta de Marx (él mismo judío de raza) y que queda expresado en La cuestión judía. Tampoco quiso nunca reconocer a un hijo ilegítimo y, lo más divertido, a su criado nunca le pagó un duro. No está mal para ser el prototipo de intelectual de izquierdas.

Inconfesables secretos

Sobre Jean-Paul Sartre podríamos detallar cómo supo sobrevivir durante la ocupación alemana sin ningún problema, mientras sus obras se representaban en el París ocupado. Sin embargo, años más tarde, no tenía ningún reparo en acusar a De Gaulle de nazi. Su oportunismo y el desencanto cultural tras la guerra, permitieron el éxito de su existencialismo. Su éxito entre los alumnos podría ser fácilmente explicable: no les hacía trabajar, no los examinaba, no les echaba broncas y les permitía fumar en clase. En su vida tuvo varias obsesiones: el sexo, el alcohol y los barbitúricos. Con Simon de Beauvoir, Castor, montó un sistema para conseguir alumnas con las que satisfacer sus apetitos sexuales. La adalid del feminismo se convirtió en una especie de proxeneta del intelectual francés, al mismo tiempo que se dejaba humillar por él. A final de sus días, Sartre evidenció todas sus deficiencias intelectuales, ello no quitó que en su entierro se reunieran miles de estudiantes idiotizados por su ídolo.

La lectura del libro, a pesar de su extensión, es rápida y fluida. La moraleja la encontramos en las últimas páginas, al insistir Johnson: “Tened cuidado con los comités, las conferencias y las ligas de intelectuales. Desconfiad de las declaraciones públicas emitidas desde sus apretadas filas. Pasad por alto sus opiniones sobre los líderes políticos … El peor despotismo es la cruel tiranía de las ideas”.







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