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Sugerencias para la Dirección Espiritual
Cuatro actitudes conforman la base del primer paso para la Dirección espiritual: acoger, observar, percibir y recordar.


Por: Guadalupe Magaña | Fuente: Escuela de la fe



La capacidad de escuchar empática y activamente a la dirigida presupone dones naturales, pero también se alcanza como fruto de la experiencia, del aprendizaje y del esfuerzo. Para adquirir tal capacidad, la orientadora espiritual puede servirse provechosamente de unas indicaciones, tomadas y adaptadas de métodos usados en las técnicas de entrevista.

a) Prestar atención a la persona.
b) Responder a la experiencia de la dirigida.
c) Responsabilizar a la persona.
d) Llevarla al compromiso.


a) Prestar atención a la persona.

Cuatro actitudes conforman la base de este primer paso: acoger, observar, percibir y recordar.


- Acoger

Significa recibir a la dirigida de tal modo que perciba nuestro respeto e interés por ella y por sus cosas. Algunas sugerencias:


1.- Recibirla en un lugar en el que puedan intercambiar miradas y donde no sean fácilmente interrumpidos ni por gente de fuera: gente que llama a la puerta, teléfono, etc..; ni por la misma orientadora: abrir correspondencia, seguir otros pensamientos con la mirada vaga, ordenar objetos y cajones, etc.

2.- Procurar y mantener un ambiente de confianza sobrenatural al inicio y durante la dirección espiritual, superando cuanto pueda parecer artificial y demasiado formal para poder llegar a un auténtico contacto personal y cordial.

3.- Guardar un control mantenido de la propia afectividad: humor, ideología, carácter; pues fácilmente puede afectar a cuanto se escucha.

4.- Interesarse realmente por lo que se le dice, sin discutir y sin interrumpir con reacciones inmediatas o primarias. Estas pueden ser:

- Marcadamente evaluatorias, provocando inhibición y sentido de culpabilidad. Por ejemplo, ante una falta grave reaccionar con: “¡Qué barbaridad! ¡Cómo se te ocurrió hacer eso!”;

- Investigativas, produciendo hostilidad o cierre, como el inquirir: “¿qué más?”;
- Resolutivas, bloqueando el desarrollo autónomo, como el decir inmediatamente y sin más: “haz esto o aquello”. La cuestión no es dar imperativamente unas directivas tajantes, sino llevar a la dirigida a la inteligencia asimilada de lo que ella debe hacer por sí misma en su vida espiritual. (Luis Ma. Mendizábal, Dirección Espiritual, BAC, Madrid, 1994, p. 101).


Nos ayudarán las siguientes pautas para saber cuándo intervenir:

Sólo cuando la persona ya nos ha dicho lo que tenía en su corazón y está a la espera de una respuesta.

Cuando la persona no puede continuar la comunicación porque se encuentra bloqueada mental o anímicamente.

Cuando hay necesidad de ordenar lo que se ha dicho para continuar la dirección espiritual.

Cuando se quieren retomar algunas frases para proponerlas a la dirigida como tema de reflexión, de mayor conocimiento o compromiso.

Cuando se desee verificar la verdadera comprensión de lo comunicado.

Cuando se responde a lo que la dirigida pregunta.

5.- Evitar hacer comentarios aduladores infundados: Esto puede crear problemas de sinceridad, porque cuando una persona se siente adulada puede pensar: "¡Si supiera...! mejor que lo siga creyendo...". Por lo tanto, dejemos hablar a la dirigida, ayudémosle a la apertura, y no tratemos de ganárnosla ponderando, imprudentemente, lo que aparece al exterior.


Observar


En el prestar atención, no destaca solamente la importancia de acoger, también la de desarrollar la capacidad de observación para comprender el mensaje que se nos quiere comunicar. Resulta muy revelador cuánto se llega a percibir especialmente con los ojos, porque el lenguaje no verbal nos dice mucho del significado que para la persona tiene lo expresado.


La observación abarca toda la persona: aspectos físicos: como son modos de gesticular y de expresarse, su presentación personal (cómo lleva el hábito o estilo propio de vestir en la Congregación: con dignidad, limpieza o todo lo contrario), su modo de moverse, de gesticular, etc.; rasgos intelectuales: interés, precisión y orden de la exposición, rapidez o lentitud, etc.; emotividad: intensidad de sentimientos, coherencia de éstos con la mímica facial y con los movimientos del cuerpo, libertad en aceptarlos, expresarlos o reprimirlos, etc.; modo de relacionarse con su orientadora: indiferente, interesada, defensiva, confiada, posesiva, abierta, agresiva, distante...

Percibir


Sobre todo dos componentes del mundo interior de la persona:

- El componente intelectivo, que nos permitirá ver su modo de comprender, razonar y valorar la realidad que vive: ¿cómo entiende ella la situación que describe?

- El componente afectivo, revelador de la carga emotiva: ¿Cómo siente lo que experimenta? ¿Con cuál estado de ánimo vive cuanto nos expone?


Recordar


Recordar, lo más fielmente posible, lo que se ha dicho en la conversación.


Da mucha confianza a la dirigida ver que la orientadora retiene las cosas en la memoria y no las deja olvidar sin más, aún los más pequeños detalles, sobre todo, cuando éstos resultan favorables a la dirigida. Por el contrario, el percatarse de que no recuerda cuanto se le dijo en la ocasión anterior, no ayuda a la confianza.

En este primer paso la dirigida sentirá la seguridad de ser tomada en cuenta, se sentirá dispuesta a continuar y se interesará por cuanto la orientadora le vaya diciendo.



b) Responder a la experiencia de la dirigida.


Significa hacer sentir a la orientada que se le escucha y comprende buscando conceptualizar cuanto a la orientadora le parece haber entendido, tanto del lenguaje verbal como del no verbal, para llevarla a conocerse más profundamente.


Se responde a contenidos: “tú dices que...” Así se comprueba hasta qué punto se ha percibido el mundo perceptivo del otro.


Se responde a sentimientos, intenciones, pasiones, impresiones: “me parece que te sientes...” “tengo la impresión de que te hirió esta actitud...” “me pregunto cómo debes sentirte por dentro...”. Todo ello implica estar atentas para leer entre líneas.


Se responde al nexo entre el sentimiento o pasión y el contenido: “me dices que...porque tú sientes que...”. Así le ayudaremos a conocerse con más objetividad.


Existen técnicas que, bien utilizadas, pueden ayudarnos:


Reformulación: representa una forma de intervención constante para dar a la persona la seguridad de ser escuchada y comprendida. Reformulación de hechos sobresalientes con términos claros y concretos. Reviste varias formas:

- Reiteración = repuestas cortas, como ecos breves; gestos de asentimiento a base de monosílabos o de repeticiones de la última palabra de una frase.

- Dilucidación = deducción e interpretación de elementos que no expresados en forma directa; se expresa en forma no categórica: ”si he entendido bien...” ”me parece que...” “me estás diciendo que...” “quieres decir que..”


Especificación o concreción: puntualiza algunos de los aspectos más importantes de la conversación recurriendo a preguntas para precisar y concretar: qué, quién, cómo, cuándo, dónde... Su uso resulta de gran utilidad con personas que se pierden en datos vagos.


Cuando en la repetición la orientadora dice de manera más luminosa y ordenada cuanto ha propuesto la dirigida, de tal modo que evidencie claramente haber comprendido, y pone el acento en los puntos más importantes, la dirigida queda admirada y satisfecha por la síntesis; al mismo tiempo, se le ha llevado a conocerse más. Nos dice: “¡Es justo lo que quería decirte y no encontraba cómo!”, “¡me has entendido muy bien!”, “me conoces más que yo misma”.


c) Responsabilizar a la persona.


Buscamos llevar a la dirigida a tomar mayor conciencia de sus actitudes, a aceptarlas y a asumir su situación para responsabilizarse de aquello que Dios le pide. De esta forma quedará preparada para progresar, al haberse comprometido en primera persona a avanzar por el camino que únicamente ella está llamada a recorrer.


Para llegar a esa toma de conciencia, nos enfrentamos con la necesidad de que la dirigida se dé cuenta claramente de lo que le falta, de lo que debería hacer y no hace, de las actitudes cuya responsabilidad debe admitir. En este sentido hablamos de la confrontación, por la cual colocamos a la persona frente a sí misma. No resulta fácil aceptar el reto de asumir la propia responsabilidad, se pueden dar reacciones de defensa o de rechazo, por ello debemos preparar y motivar antes de confrontar. Puede ser que tú, como orientadora, ya hayas visto lo que debe hacer o cambiar incluso antes de la dirección espiritual o al inicio de la misma, pero no puedes comentarlo a bocajarro, abruptamente, porque entonces sólo conseguirás que las puertas del alma se cierren. Primero, tienes que percibir el estado en que se encuentra, y comprobar si está o no dispuesta y es capaz de reconocer y aceptar su situación en primera persona. Si se dan reacciones de defensa o de repulsa no debemos insistir importunamente para convencerla, sino buscar otros caminos para dar luz y para llevarla a la aceptación. En otros momentos, será oportuno aconsejarle lo medite y regrese a dirección espiritual en los días próximos.


Junto con el reconocimiento y la aceptación de la propia responsabilidad, la persona casi siempre manifiesta el deseo de hacer algo para salir de su situación y responder mejor a Dios: “Es cierto, pero, ¿qué me queda por hacer? ¿Qué puedo hacer?”. Partiendo de este deseo expresado, se puede apuntalar la dirección espiritual recurriendo a los valores y a las motivaciones más profundas a las que es sensible para llevarla al compromiso.


d) Llevarla al compromiso.


«Conocerse», «aceptarse» y... llega el momento de «superarse». Juntas encontrarán la vía más apta para lograr el objetivo ya entrevisto y sinceramente deseado. La orientadora, consciente de colaborar con Dios, se esforzará por determinar qué debe cuidar de forma particular la dirigida; qué debe eliminar, combatir o alcanzar. Todo ello no como una simple determinación arbitraria, sino buscando formular lo que Dios en ese momento le pide a la persona; por lo mismo, deberá atender a los signos de la voluntad de Dios.


Algunos elementos de juicio importantes serían:


La importancia objetiva de una virtud a alcanzar o pasión a erradicar;

- la atracción continua sentida por la dirigida hacia una virtud o elección concreta;
- los remordimientos auténticos nacidos de determinadas infidelidades;
- las inquietudes provenientes de la conciencia de su misión y vocación dentro de la Congregación;
- la visión habitual de lo más profundo de la persona, y no tanto la producida en momentos puntuales;
- las “consolaciones” y “desolaciones”, etc.


¿Cómo podemos concretar el plan de acción?


Cuando el alma principia en la vida espiritual, no es aún madura, tiene escasa iniciativa o necesita todavía de ayudas externas; la orientadora se verá en la necesidad de concretar más los planes y programas. En este sentido, adquiere particular importancia el no presentar lo que la dirigida debe hacer como deseo de la orientadora, sin referencia expresa al agrado de Dios, o el reducir a la dirigida a mero ejecutor de sus consejos e indicaciones.


El papel de la orientadora consiste en llevar a la dirigida a tomar sus propias decisiones. Debe permanecer cerca, sí, pero, guardando la distancia conveniente. Nunca debe presionar ni obligar a nadie. La dirección espiritual pretende instruir, orientar, motivar e incluso exigir, pero siempre con respeto a la libertad de la persona. Que lo que se diga se convierta en una sugerencia eficaz, (Para el arte de sugerir con sencillez y eficacia léase L. Mendizábal o.c. p. 85). Sabiendo que siempre será mejor dejar a la dirigida tomar sus propias decisiones, en base a las diferentes opciones presentadas. La orientadora coopera para que la dirigida elija y determine, ella misma, lo que ante Dios debe hacer; por eso debe animarle a buscar y juzgar, planear y proponer por ella misma.


La orientador sugiere: ¿Qué crees que deberías hacer? ¿Cómo agradarías más a Dios? Después confirma, corrige y completa lo propuesto por la dirigida. Sólo así madurará y crecerá espiritual y apostólicamente. Es esencial que sienta y sepa que ella es la responsable de sus actos, de su avance espiritual; que comprenda cómo la conversión y la lucha por la santidad se logran con un acto de su libertad personal que presupone el encuentro con Cristo y su mensaje.



Conforme más se avanza en la vida espiritual y se adquieren los principios suficientes, con más facilidad concretará la dirigida sus planes, propósitos y determinaciones. Sin embargo, la orientadora permanecerá atenta a mantener vivas y operantes las motivaciones de la entrega, pues el enemigo de nuestras almas no descansa nunca.


Cada dirección espiritual debe cerrarse con un compromiso concreto, cuya realización práctica se evaluará al inicio de la siguiente dirección espiritual. De vital importancia es hacer sentir a la persona la compañía en el camino espiritual y apostólico, que encuentre a la orientadora siempre dispuesta a escuchar, a entender, a sostener y a estimular hacia las metas correspondientes a las expectativas de Dios para ella. En las direcciones espirituales se tiene que ir notando progreso, por eso siempre se debe concretar. Ayudará mucho a la orientadora apuntar en sus fichas personales de los miembros, después de cada dirección espiritual, entre cita y cita, o en una visita al Santísimo, lo acordado, para iniciar la siguiente dirección espiritual preguntando si le ayudó, si fue constante y si ha notado alguna dificultad.


Recuerda:

La dirección espiritual como escucha empática y activa:


1.- Si la orientadora presta atención (Acoger, Observación atenta, Recordar), la dirigida conseguirá : Sentirse segura e integrarse.

2.- Si la orientadora responde y retiene información ( Contenido, Sentimientos-pasiones, Relación entre el contenido objetivo y el significado subjetivo), la dirigida conseguirá : Conocerse

3.- Si la orientadora logra Responsabilizar (Confrontarla consigo misma, Posible problema o aspiración de fondo expresado de diversas maneras, Asumir, Suscitar cambio, la dirigida conseguirá : Aceptarse

4.- Si la orientadora logra Llevar al Compromiso (Definir meta, objetivo, plan concreto, dar seguimiento evaluando y motivando siempre.), la dirigida conseguirá : Superarse (mediante el compromiso)



CUESTIONARIO PERSONAL:

1. ¿Cómo puedo mejorar mi capacidad de escucha empática a la luz de lo que hemos visto?

2. Analizar mis direcciones espirituales y ver si llevo a mis almas hacia compromisos concretos de progreso.

3. ¿Caigo en algunos de los obstáculos que tiene la orientadora para poder escuchar?

4. ¿Qué obstáculos encuentro en mis dirigidas y cómo podrían superarlos?


REFLEXIÓN EN EQUIPO:

1. Aportar medios que puedan ponerse para los obstáculos encontrados en la dirigida y en la orientadora, y así mejorar la escucha durante la dirección espiritual.

2. Taller práctico. Se asigna a tres miembros representar a dirigidas con problemas de escucha. Otros tres serán las orientadoras, y no deberán conocer cuál es el problema del miembro al que escucharán. Tratarán de poner remedio a lo percibido como problema.


REFLEXIÓN DE FE

En mi tarea de enseñar a otras, he aprendido mucho, yo misma. Desde el principio descubrí que todas las almas sufren más o menos los mismos combates, pero que por otra parte, son tan diferentes las unas de las otras... Por tanto, es imposible obrar con todas de la misma manera. Con ciertas almas veo la necesidad de hacerme pequeña, de no tener reparo en humillarme, manifestándoles mis propios combates y defectos... Con otras, por el contrario, veo que para hacerles bien es necesario hacer uso de una gran firmeza y no retractarme nunca de una cosa dicha. (Experiencia de una orientadora).


REFLEXIÓN DE FE

“Pero, entre todos los ejemplos, ninguno tan completo y tan buen modelo de la entrevista de dirección espiritual como la conversación de Cristo resucitado con los dos de Emaús (Lc 24, 13-33). En este notable ejemplo se destacan las notas de la perfecta entrevista:

 V 15-17: De parte de Cristo: intuición, simpatía cordial, acercamiento confiado, invitación a abrir el corazón y a proponer las dificultades;
 V 18-24: Por parte de los discípulos: manifestación libre de sus dificultades con emoción y afecto, sin formas convencionales;
 V 25-27: Jesucristo resucitado les escucha sin intervenir, sin censurar sus palabras; les permite expresar cuanto llevan dentro, aunque hacen discursos desatinados; cuando se han desahogado del todo, comienza a hablar, por su parte, con espontaneidad llena de cordialidad bajo la corteza de cariñosa reprensión. Respuesta cordial de Cristo enunciando la verdad apropiada al caso; despertando en el corazón de los discípulos la verdad que ya conocían, pero que no habían penetrado, sino olvidado; trayéndoles a la mente no cosas nuevas, sino recordando las conocidas y descubriéndoles su sentido según las exigencias actuales;
 V 29: Adhesión afectiva de los discípulos a aquel compañero de camino tan bondadoso; de manera consciente o inconsciente es adhesión al mismo Cristo;
 V 30-31: Desaparición de la visión humana de la orientadora para dejar paso a la fe, ya excitada y levantada, en Jesús, invisiblemente presente;
 V 32-34: Conversión entusiasta del corazón, retorno a la comunidad de los apóstoles, de la que estaban ya alejándose; efecto singular, carismático, de fervor interior. Y, con todo, Jesucristo no había dado ninguna orden. Simplemente había despertado en el corazón el impulso espontáneo e inflamado hacia lo que quería obtener”. (Luis Ma. Mendizábal, o.c. pág. 63).


REFLEXIÓN DE FE

Tengan presente que en la psicología humana existe con frecuencia un mecanismo de defensa que se dispara contra la exigencia, incluso cuando ésta viene motivada. Sucede sobre todo cuando se subrayan los aspectos negativos, las faltas, los fracasos, los resultados insatisfactorios. Ante estas constataciones y exigencias la persona se aferra a su modo de ser, a sus comodidades y pasiones, a los hábitos adquiridos, al lugar o método de trabajo, a las excusas habituales; y con dificultad acepta cambiar o superarse. Puede tratarse de soberbia, de pereza, de una reacción de autodefensa, o puede ser también señal de una cierta inseguridad ante el reto de dar más de sí, de ser más generoso, más abierto, más conquistador. Este fenómeno lo encontramos también en la vida espiritual, cuando el alma escucha con claridad el llamado a seguir progresando en la oración o en la virtud, pero no se siente capaz de dar el paso por un cierto temor a que Dios siga pidiendo cada vez más. En estas ocasiones hace falta magnanimidad de espíritu y mucha confianza en Dios para estar seguros de que una mayor entrega y olvido de sí nunca pueden llevar al error, al fracaso o a la infelicidad.


La labor del formador, por tanto, se ha de orientar hacia el fomento de esa magnanimidad y generosidad. Es tarea difícil que requiere, sobre todo, mucha oración pues es la gracia de Dios la que ha de actuar para lograr en cada uno el milagro de la conversión constante de la voluntad hacia aquello que es mejor, y para erradicar los apegos que minan energía al alma. Pero esta tarea requiere también una gran habilidad por parte del director espiritual para dirigir al alma con motivaciones - avaladas por el propio ejemplo - que sean eficaces, aceptadas con apertura dócil. De otro modo la exigencia, al no encontrar correspondencia, tal vez resulte estéril y quizás incluso contraproducente.

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