Creatividad: la capacidad latente
Creatividad: la capacidad latente
Por: Francisco Navia B. (*) | Fuente: http://www.observatoriodigital.net
Sin duda en muchos ámbitos de la vida no sólo estamos acostumbrados a ver todo de una determinada manera, sino además, esperamos que todo se haga de una determinada forma, como si la cotidiana realidad en la que nos desenvolvemos fuese absolutamente estable y predecible.
Difícil resulta escapar a esa rigidez mental, condicionados como estamos por nuestra educación, nuestras tradiciones o el siempre machacante discurso de la sociedad de la información. Pero, ¿cómo expresar nuestras auténticas naturalezas, deshacernos de aquellos prejuicios, rutinas e influencias de toda especie que nos bloquean mentalmente? La respuesta es simple: debemos esforzarnos por cambiar el punto de vista, desplazarnos «lateralmente» para ensayar diferentes percepciones, en otras palabras, comenzar a experimentar nuestra latente inteligencia creadora.
. La acción creadora en la reeducación de la mirada
La palabra creatividad proviene del latín creare que significa engendrar, producir, crear. Por tanto, la creatividad se refiere a algo en movimiento, dinámico, no estático, que supone, además, algún tipo de realización o concreción material. Por otro lado tenemos la palabra educación que proviene del latín educare, que significa conducir, guiar, orientar; pero que, semánticamente, recoge también desde un inicio la versión de educere que encarna el hacer salir, extraer, dar a luz, lo cual se presenta claramente ligado a la capacidad que el hombre tiene de adquirir y entregar nuevas conductas a lo largo de su existencia.
La conexión entre ambos conceptos es directa: La necesidad de una cultura creativa nos viene impuesta por un mundo en constante cambio. Las situaciones nuevas nos obligan a crear respuestas antes desconocidas.
Visto así, el proceso creador es una dinámica de gran movimiento, en el que se intercalan momentos de divergencia y convergencia, rupturas y reconstrucciones, tensiones y distensiones, que hacen que éste sea, en general, muy intenso desde el punto de vista de la actividad que despliega. Desde esta perspectiva definimos creatividad como: la capacidad mental que interviene en la generación de ideas originales aptas para establecer sensibilidad ante la resolución de problemas y redefinición de experiencias.
Ahora bien, cuando realizamos un análisis en profundidad de la conducta creadora, no nos estamos refiriendo a otra cosa que a la misma manifestación de la creatividad que desarrollan una persona o un grupo de ellas.
La conducta creadora se enmarca en el ámbito de las «conductas integrativas», debido a que el ser humano siente, piensa, actúa y crea como un todo, y dentro de este proceso se ve influenciado (desde un punto de vista sensible) a los cambios que ocurren en el medio, lo que lo llevaría a ir ajustando el propio cambio personal.
El universo que generan sus actitudes creadoras lo lleva no sólo a realizar nuevas asociaciones integrando ideas y objetos, sino también, a aprender a usarlos, con el fin de activar su mente y descubrir nuevas potencialidades.
La creatividad es una «conducta comunicativa» pues –a diferencia de las conductas informativas– además de informaciones, también pretende transmitir sentimientos y emociones; por tanto, se trata de una conducta «expresiva». En este sentido, la mera expresión de un sentimiento, puede producir cambios ambientales que pueden posibilitar reacciones emocionales en los observadores.
La rapidez y el vértigo del cambio permanente que caracteriza la época en que vivimos, nos exige estar en constante transformación y adaptación en todos los ámbitos de nuestra sociedad. Esta situación requiere de personas especialmente originales, flexibles, tolerantes, con visión de futuro e iniciativa, y dotadas de un profundo espíritu crítico, sobre todo para hacer frente a los obstáculos de lo cotidiano. Ante este escenario, la creatividad puede ser una poderosa herramienta, para modificar nuestra conducta ante nuevas informaciones y desarrollar nuevas posibilidades frente a nuevos contextos, ayudándonos, de paso, a conseguir mayores niveles de autoconfianza y dependencia interna.
. Hacia una educación de la inteligencia creativa
Los desarrollos teóricos actuales señalan que todos los seres humanos poseemos un potencial creativo en algún grado y podemos desarrollarlo con diversa intensidad; sin embargo resulta difícil identificar una persona creativa a priori, ya sea por un desconocimiento de las propias capacidades creadoras, o por la inhibición que el sistema social ejerce sobre quienes manifiestan conductas creadoras tales como proponer cambios, quejarse ante la rutina o simplemente cuestionarse.
Ahora bien, cabe señalar que existe un acuerdo general respecto de que la capacidad creadora puede educarse reforzando las capacidades internas, es decir, que su desarrollo depende más de una trayectoria educativa y de un ambiente propicio, que únicamente de una base genética.
E. de Bono (1991), considera que la creatividad es una actitud mental que puede ser practicada hasta constituirse en un hábito como cualquier otro, de modo que es posible educarlo, por tanto, la posibilidad de construir ambientes y estrategias que la desarrollen es completamente factible.
Además, a través de los estudios de algunos investigadores se ha determinado que no existe una correlación inteligencia-creatividad. El criterio que prevalece es que las personas de gran inteligencia no necesariamente son creadoras. Aunque las personas creadoras son inteligentes, no es un requisito poseer un alto coeficiente intelectual, sino por el contrario, siguiendo el planteamiento de Arieti (1993), podría ocurrir que una persona, a partir de un exceso de confianza en sus procesos intelectuales, transforme a la autocrítica en una máxima a obedecer sin dilaciones, anulando de esta forma una multiplicidad de recursos internos, los cuales están relacionados mayormente con la experimentación.
La búsqueda de la creatividad va más allá de restringir la propia acción a un ámbito específico, pues, en un sentido más profundo, apunta a la realización personal, partiendo de una apertura hacia la experiencia y permitiendo que ésta nos hable directamente. De esta forma se avanzaría hacia lo que consideramos debe ser la creatividad: una postura general, una actitud vital, un estilo de vida. En palabras de Thoreau: «La gran mayoría de los hombres lleva una vida de tranquila desesperanza…», entonces, ¿por qué resignarnos a ello?
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(*) Francisco Navia B. , licenciado en Pedagogía de la Historia por la Universidad de Santiago de Chile. Doctorando en Didáctica de la Educación en la Universidad de Barcelona y especialista en creatividad aplicada a la pedagogía.