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El color púrpura

El color púrpura
Al despuntar el tercer milenio, el cardenalato sigue siendo una institución de gran relieve en la Iglesia católica


Por: Benjamín R. Manzanares | Fuente: archimadrid.es



Símbolo de fidelidad

El cardenal viste sotana de color rojo púrpura. La púrpura era el color de los trajes de los patricios romanos, cuyo uso después fue reservado al emperador. El Papa y los cardenales llevaron el hábito rojo, hasta Pío V que, siendo dominico, en 1566 decide seguir llevando el hábito blanco de su Orden después de su elección como Romano Pontífice. Sus sucesores continuaron con esta costumbre, mientras los cardenales visten de rojo púrpura, y recibían el capelo cardenalicio, insignia de su dignidad, hoy sustituido por la birreta roja. El rojo púrpura ha adquirido el valor simbólico de reclamo a la fidelidad hasta el martirio.

Como oíremos de nuevo en el próximo Consistorio, el color púrpura o de sangre de la birreta de los cardenales es para significar que deben estar dispuestos a portarse con fortaleza, hasta el derramamiento de la sangre, por el incremento de la fe cristiana, por la paz y la tranquilidad del pueblo de Dios y por la libertad y la difusión de la Santa Iglesia Romana. Sin ir más lejos, en el siglo pasado varios cardenales han sufrido la cárcel o la persecución en los países del Este; algunos han caído mártires de la violencia, como el cardenal Emile Biayenda, arzobispo de Brazzaville (en el Congo Brazaville), asesinado en 1977; o el cardenal Juan Jesús Posada Ocampo, arzobispo de Guadalajara (México).

Normalmente hoy son cardenales los obispos de las diócesis más significativas del mundo. Y asimismo el Colegio cardenalicio cuenta con numerosos eclesiásticos que han prestado servicio en las instituciones centrales de la Iglesia (o en la diplomacia de la Santa Sede), o bien que han sido llamados a trabajar en la Curia romana. Algún otro eclesiástico recibe la púrpura cardenalicia porque se ha distinguido por méritos particulares, como por ejemplo ha ocurrido, entre otros, con los teólogos de Lubac, Congar, o ahora el jesuita padre Avery Dulles.

Hoy los cardenales, esencialmente, o trabajan en la Curia romana, o están a la cabeza de las diócesis más significativas. Los últimos Papas han llamado a menudo al servicio de la Curia romana, con cargos de gobierno, también a cardenales u obispos (después nombrados cardenales) que procedían del servicio pastoral. Esto se encuadra en el proceso de internacionalización de la Curia romana. A menudo, el Papa manda a un cardenal como representante suyo, Enviado o Legado apostólico, para manifestar su presencia o su particular atención en algunas celebraciones o eventos de especial relieve en la vida de la comunidad eclesial.

En el último texto legislativo sobre elección del Papa, la Constitución apostólica Universi Dominici gregis de 1996, Juan Pablo II se refiere a la tradición secular que hace del Colegio cardenalicio el órgano electoral de la Iglesia romana, aunque con algunas modificaciones y ajustes.

Al despuntar el tercer milenio, el cardenalato sigue siendo una institución de gran relieve en la Iglesia católica, destinada a tener una influencia importante, no sólo en la elección de un nuevo Papa, sino en la guía, dirección y atención cotidiana de este pueblo que atraviesa la Historia portando, en vasijas de barro, la Verdad y el sentido de la vida que se hizo carne hace dos mil años en Belén.



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Imagen: aciprensa.org


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