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Amor a las almas

Amor a las almas
El ejemplo de entrega sin límites del Santo Cura de Ars por amor a las almas y a su misión nos quitan toda excusa frente a la pereza y mediocridad en nuestro ministerio.


Por: Francis Trochu | Fuente: Trochu, Francis; ” El cura de Ars, el atractivo de un alma pura”. Edit. Palabra , pág.628-629



(N.T.: Cinco meses antes de su muerte, a los 64 años, el Cura de Ars) Había pasado ya el tiempo en que decía: «Tengo un buen cadáver: cuando he tomado un poco de alimento y he dormido un par de horas, puedo comenzar de nuevo mi trabajo (N.T.: confesaba 18 horas al día)». Ahora, cuando se sentía agotado, limitábase a decir: «Ya descansaremos en la otra vida». «—Señor Cura, es necesario que se cuide, no cesaba de repetirle el conde des Garets. —¡Ah, amigo mío!, respondió el Santo sonriendo. Nuestro Señor lo arreglará todo». Sus cortas noches las pasaba agitándose, bañado en sudor, sobre su pobre y duro lecho. «¡Quién lo creyera si no lo testificara el Hermano Atanasio!» Todas las mañanas sostenía una gran lucha para levantarse antes del día, y se dirigía a la iglesia para comenzar su penoso ministerio con la más viva repugnancia: «¡Hay que volver a empezar todos los días!», exclamaba entre gemidos. A pesar de estas repugnancias espontáneas de la naturaleza, nunca -y es una de las mayores maravillas de aquella existencia incomparable-, nunca aquel anciano de sesenta y tres años «prolongó en la cama un descanso que no era tal». «Tenía muchas ganas de dormir, decía en una ocasión, pero no he dudado en levantarme: ¡es tan importante la salvación de las almas!». Y muerto de fatiga, entraba en el confesionario a la hora de costumbre. «Padre mío, le preguntó un día el joven misionero, si Dios le diese a escoger entre subir al cielo en seguida o trabajar todavía como lo hace en la conversión de los pecadores, ¿qué haría usted? Me quedaría. ¡Pero en el cielo los santos son tan dichosos! ¡Allí no hay penas ni tentaciones! Sí, replicó: los santos son muy felices, pero gozan ya de sus rentas. Han trabajado mucho, pues Dios castiga la pereza y no premia sino el trabajo; pero no pueden como nosotros ganar almas para Dios con penas y sufrimientos. —Si Dios le dejase aquí hasta el fin del mundo, tendría usted mucho tiempo: dígame, ¿también se levantaría tan de mañana? Ah, amigo mío, siempre me levantaría a media noche. No es el cansancio lo que me espanta: sería el más feliz de los sacerdotes, si no fuese por el pensamiento de que he de comparecer como párroco ante el tribunal de Dios.» Y dos gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas.







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