¿Por qué dedicarle un año a San Pablo?
Por: Alejandra María Sosa Elízaga | Fuente: www.desdelafe.com.mx
Fue el primer escritor cristiano y aquel cuyos textos han sido leídos o escuchados por más millones de personas en todo el mundo a lo largo de los siglos, aunque curiosamente una parte importante de quienes han aprovechado sus enseñanzas desconocen que son suyas o no sabe quién es él. Le llaman ´apóstol´ (incluso ´súper-apóstol´) pero nunca perteneció al grupo de los Doce y no solo eso: hubo un tiempo en que fue perseguidor de cristianos. Probablemente no ganaría un concurso de popularidad entre los feligreses, que no suelen encomendarse a él, como lo hacen con otros santos como San José, San Judas Tadeo o San Antonio. Difícilmente encuentras una estampita con su imagen, y las que hay no lo representan con un rostro amable o sosteniendo al Niño Jesús, sino como un personaje adusto, bajito, calvo, de largas barbas, con una Biblia en una mano y una espadota en la otra. No suena muy atractivo, y sin embargo, el Papa Benedicto XVI ha decidido dedicar todo un año a celebrar la existencia de este hombre en un principio llamado Saulo de Tarso y hoy conocido como San Pablo. ¿Cuál es la razón de esta decisión? ¿Quién fue San Pablo y qué justifica que hoy lo recordemos?
Lo primero que sabemos de él es que fue contemporáneo de la primera comunidad cristiana; era judío y pertenecía a la secta de los fariseos, quienes se caracterizaban por creer que podían obtener la salvación si cumplían hasta la exageración la ley, es decir, los mandamientos y mandatos que Dios, a través de Moisés, dio al pueblo judío. Cabe hacer notar que, a diferencia de muchos fariseos hipócritas que sólo aparentaban cumplir, o que se habían ido al extremo de hacer de la ley un ídolo al que ponían por encima de todo, él realmente buscaba servir a Dios de corazón; lo malo es que dedicó todo su esfuerzo a perseguir a los cristianos, a los que consideraba enemigos de Dios pues seguían a Jesús, a quien los dirigentes de su pueblo habían rechazado y condenado a muerte. ¿Qué vio el Señor en este hombre que no tenía empacho en meter a la cárcel a mujeres y ancianos, que cometió muchos atropellos, uno de los cuales fue aprobar la muerte de San Esteban, el primer mártir cristiano?(ver Hch 7, 58-8,1). Vio sin duda que estaba equivocado, pero vio también que su error era de buena fe, que provenía de un corazón puro, sin doblez, cuya sola intención era la de servirlo. Así pues, quiso aprovechar todo ese fuego, reorientarlo, darle un sentido verdadero. Y un día tuvo lugar un encuentro que cambiaría la historia. Tres veces nos lo relata el libro de Hechos, como para que captemos su importancia (ver Hch 9, 1-9; 22,5-16; 26, 10-18):
Sucede que un día, cuando él se dirige a Damasco a continuar su ´cacería´ de cristianos, el Señor se le aparece en el camino y lo cuestiona: ´Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?´, a lo que éste pregunta: ´¿Quién eres, Señor?´ (De alguien que está tan seguro de conocer la voluntad de Dios, resulta significativo que no reconozca Su voz cuando Él le habla...). Recibe esta respuesta: ´Soy Jesús, a quien tú persigues´. La intensa luz que acompaña esta revelación lo hace perder la vista (a él, que hasta entonces había creído tenerlo todo muuuy claro); las palabras que escucha inician en él una verdadera revolución espiritual que lo lleva a cuestionar todo lo que hasta ahora había tenido por cierto, que lo hace replantearse todo lo que hasta ahora había creído conocer respecto a Dios, que pone de cabeza sus ideas y lo hace comprender que ha estado esforzándose inútilmente por avanzar pues ha ido en la dirección equivocada. Permanece tres días y tres noches sin comer ni beber, completamente ciego para el mundo pero comenzando a verlo todo claramente por primera vez. Permanece encerrado y sin hacer aparentemente nada, pero son tres días increíblemente fructíferos, no sólo para él sino para toda la cristiandad, porque en ellos se gesta lo que a partir de ese momento se dedicará a predicar incansablemente, recorriendo por mar y tierra las regiones más difíciles o distantes (fue el primero en llevar la Buena Nueva a Europa), dando su valeroso testimonio de obra y de palabra, lo mismo a gente que lo escucha con atención que a gente que se le opone y no para hasta condenarlo a muerte. Y ¿cuál es ese mensaje que para él vale a tal grado la pena que no le importa padecer burlas, persecuciones, hambre y sed, frío, cansancio, latigazos, naufragios, encierros y al final el martirio? Lo descubrimos entre sus discursos (registrados puntualmente por San Lucas, quien lo acompaña en varios de sus viajes) y, desde luego, entre las numerosas cartas que escribe a las diversas comunidades cristianas que fue fundando y con las que se mantenía en contacto, y que hoy constituyen un precioso legado que forma parte importante de los extraordinarios textos que se proclaman en Misa. Es el anuncio de que Dios nos ama con un amor gratuito que no depende de nuestros méritos y del cual nada puede apartarnos; que la prueba de Su amor es que siendo pecadores envió a Su Hijo no sólo a compartir nuestra condición humana sino a morir para redimirnos; que resucitó para darnos vida, y que nos envió al Espíritu Santo para colmar nuestros corazones de Su amor, don que nos fortalece, capacita y lanza a vivir como testigos Suyos. Que todo lo que tenemos lo hemos recibido de Dios; que nos ha colmado con Su misericordia, Su perdón, Su paz, dones inmerecidos que estamos llamados no sólo a disfrutar sino a compartir siempre y con todos.
¡No alcanza el reducido espacio para mencionar los incontables y enriquecedores temas que el apóstol toca en sus escritos! Ahora se comprende por qué el Papa quiere ofrecernos ese otro espacio no tan reducido: o todo un año dedicado a San Pablo, como para animarnos a conocer al notable apóstol (a través de lo que nos cuenta San Lucas en el librde Hechos de los Apóstoles, y de lo que de él mismo aprendemos a través de sus cartas), a volvernos sus amigos y a habituarnos a pedirle que ore por nosotros para que, como él, sepamos dejarnos llevar de la mano, dócilmente, al encuentro con Jesús.
¡Preparémonos en nuestra parroquia para vivir desde ahora el “Año Paulino” en el 2008!
No olvidemos que…
San Pablo escribió el primer escrito del Nuevo Testamento: la Carta a los Tesalonicenses, probablemente por el año 50. Fue él quien inauguró, por así decirlo, lo de enviar cartas a las comunidades que, al inicio del cristianismo era todo lo que éstas tenían (todavía no habían sido escritos los Evangelios). Que los hermanos las fueron copiando y distribuyendo y que fue así como llegaron a ser parte importantísima de lo que las comunidades cristianas leían para su formación y el sostén de su vida de fe.