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Comunicación, violencia y poder

Comunicación, violencia y poder
Documento del Dr. Andreas Böhmler en el que habla de la manipulación, la naturaleza de la acción comunicativa, su dimensión ética y el terrorismo verbal actual.


Por: Dr. Andreas Böhmler. | Fuente: http://www.iespana.es/revista-arbil/




No se quiere negar con esto que el uso del lenguaje no sea de por sí cierta «manipulación». Toda influencia es, en cierta medida, acción manipuladora.


Depende de cómo se entienda este concepto. También la comunicación donal es manipuladora en el sentido de que nos hace cambiar. Cambiar aprendiendo, sin embargo, es connatural al hombre, porque para ser lo que nunca es plenamente: humano, tiene que crecer, en todos los aspectos.

En definitiva, la pretensión de no influir es un imposible antropológico; querer influir, disponiendo unos medios artificiales para ello, no es nada malo en sí; al contrario, es bueno y necesario siempre cuando suscita un crecimiento en habilidad (virtud), no en incapacidad (vicio). Investiguemos ahora un poco el impacto que tiene el lenguaje lógico-formal en tal proceso de aprendizaje.

Las ciencias y junto a ellas todos los ámbitos sociales implican «organización»; usan para su desarrollo del lenguaje lógico: el «logos proposicional»; este contrasta con el lenguaje histórico o natural: el «logos semántico», como ya dijimos al comienzo de esta exposición.

El lenguaje lógico-formal, sin embargo, pretende algo que elevado a dogma es un imposible: establecer una relación universal unívoca, o sea: inequívoca, entre el significado (sentido) de un término y lo designado por un término (referencia).

Tal empresa parece, en principio, connatural al proceso cultural; el proceso lingüístico representa cierta racionalización o mayor definición, o sea, busca una mayor correspondencia entre «signo» (término), «sentido» (significado cognoscitivo del término) y «referencia» (la realidad designada por el término).

No obstante, la dinámica entre signo, sentido y referencia no se deja clausurar. Tal pretensión de la ciencia A. Llano califica de «ficción de objetividad». Por este procedimiento, el «logos proposicional» (la ciencia) se autoclausura, se acerca tendencialmente al «impasse» (callejón sin salida) o lugar incomunicado. Arraigándose en esta «ficción» las diferentes ramas del saber se han hecho incomunicables entre sí.

Cada una hace un «acto de fe» en sus propios hechos designados por un lenguaje formal estricto. Pero los hechos son ficticios, en el sentido de que no son reales más que en el sujeto o grupo social que los establece. Las estadísticas son un clamoroso ejemplo de esta (inter-) subjetividad o parcialidad. En este sentido, el discurso fáctico es un discurso del poder: de su conquista y su conservación (cfr. A. Llano: «El demonio es conservador»).

Por el contrario, el lenguaje histórico o natural, o sea, la comunicación que se da naturalmente entre los hombre, siempre está manteniendo una pluralidad de relaciones, una tensión o dinámica vital, entre lo significado (sentido) y lo designado (referencia) por un término (signo).

El hombre procede así inconscientemente porque sabe intuitivamente acerca de la inagotabilidad de la referencia (la realidad designada por un término). Hasta se podría decir que el lenguaje científico es mucho más ficticio que el lenguaje propiamente figurado (literatura); que es más verdadera la literatura que la ciencia; que carece de fundamento decir que las metáforas sean menos precisas que otras palabras.

Por lo demás, la palabra (signo) sin referencia al conocimiento expresado por ella (sentido) ni es verdad ni falsedad, porque es el uso o la contextualización del signo en un «logos» (una comunidad de convicciones) como se puede investigar el verdadero ser de las cosas (cfr. A. McIntyre: «Three rival versions of moral enquiry», pp. 60-62).

En definitiva, tal comprensión ayuda a evitar el que se caiga en el unilateralismo dialéctico al uso entre las dimensiónes semántica (adecuación) y pragmática o retórica (uso reflexivo de la adecuación); al contrario, ofrece la posibilidad de una auténtica y viable conversión entre lenguaje, conocimiento y ser, o sea, entre signo, sentido y referencia, respetando la inagotabilidad de esta última. Es esta inagotabilidad, y el respeto ante ella, que asegura, en último término, el crecimiento posible de la comunicación.

Desde esta perspectiva distinta, hemos intentado mostrar de nuevo la importancia categorial de la correcta conversión de los trascendentales ser, verdad y bien: la comunicación está en el ser por donación.

El lenguaje es medio de comunicación porque incorpora pensamiento; no lo fundamenta ni lo agota, con los matizes hechos más arriba, porque es cierto -como afirma Llano- que la realidad está en alguna medida mediada por la propia comunicación y todo esto complica extraordinariamente las cosas.

Lo fundamental, no obstante, es que debe mantenerse la pluralidad de relaciones tanto entre signo y sentido como entre sentido y referencia; porque ni el sentido puede agotar la referencia ni el conocimiento la realidad, algo que pretende el cienticismo positivista.

Comunicar, más bien, debe ser una humilde y alegre tarea donal y participadora ante la inagotable grandeza de lo real. Además, si bien el pensamiento (sentido) no puede agotar la realidad (referencia), tampoco es lícito desvincular la reflexión de aquello a que hace referencia; ya defendimos con Polo que el intelecto (verdad) no es lo primario. No cabe una emancipación de la razón de la realidad.

Si bien es cierto que también el aristotelismo defiende frente al idealismo (adecuación veritativa entre realidad y pensamiento sin reflexión personal) que la verdad está en el juicio (reflexión), tampoco hay reflexión veritativa sin adecuación entre realidad y pensamiento. Si el «pienso» pretende prescindir de la «adecuación», tal intelectualismo acaba por ser un voluntarismo encubierto. El predominio del «yo pienso» degenera en el dominio del «yo quiero».

La sociedad configurada entorno a tal principio metafísico-gnoseológico es la sociedad liberal-laicista configurada entorno al dinero. El dinero es un tipo de comunicación o lenguaje social basado en su carácter de poder de omnimediación: dinero es poder. En tal marco teórico y práctico la comunicación fácilmente se torna en información manipuladora, en el sentido negativo del término.

Comunico como «verdadero» o «bueno» lo que a mi, a mi grupo político, a mi grupo empresarial le conviene. De esta manera, la comunicación política o empresarial, en su doble acepción «interna» y «externa», plantea el problema ético por excelencia: la justicia. El derecho natural frente al positivismo jurídico lo condensa así: lo justo es lo debido a cada uno. Por consiguiente, la justicia es acción donal: dar a cada uno lo suyo, o sea, lo debido a él.

Aplicado esta sentencia o principio universal al entramado institucional, el directivo político y económico tiene que preguntarse, sin frivolidad ni cinismo, pero tampoco con falsos escrúpulos o remordimientos: ¿En la comunicación, pretendo dar a cada uno lo suyo (tanto al cliente/elector como al empleado/partidario y a mí mismo)?. ¿O se lo doy «por las buenas y las malas» porque así me resulta ventajoso, interesante, conveniente o cómodo?

A este respecto, advierte otra sentencia clásica: «iustitia constitit in comunicatione», la justicia consiste en la comunicación; la comunicación tiene que ser un acto de justicia. Nótese bien que con tal concepto no se pretende establecer una falaz dialéctica entre «dar» y «recibir» (cfr. Polo: «Tener y Dar») porque es tanto dando que recibimos como recibiendo que damos.

Sin embargo, lo injusto en la acción comunicativa sería, no intentar buscar con tenacidad dar lo bueno a cada uno, bienes que lo sean y que, por consiguiente, merezcan ser comunicados.

En la sociedad moderna configurada en torno a la racionalidad económica y el frenesí consumista, lo que uno ve, en la medida que sabe contemplar las caras de la gente, es tedio, aburrimiento, zafiedad, pasotismo, angustia. Todo ello en medio de un activismo desbordante. Los lenguajes propios de la producción y del consumo deja sin respuesta interior al hombre por no dirigirse a su conciencia vital.

Cuanto más esté configurado su vida entorno a este tipo de información, más vacío está. Aumenta la incomunicación social. Pero tal incomunicación se manifiesta como violencia en la misma medida que se refuerza la violencia como sistema de comunicación. A modo de ejemplo, aprovechando el análisis de G. de Vicente, se podría hablar de un cierto terrorismo de la actividad publicitaria.

El terrorismo no puede ser comprendido sólo en términos de violencia sino debe ser primariamente comprendido en término de propaganda. Violencia y propaganda tienen mucho en común. La violencia pretende ser la modificación de la conducta y el fin de la propaganda es la persuasión. El terrorismo es una continuación de ámbos.

Sólo hay que mirar a la publicidad actual. Se comunica con agresividad, con violencia. Esto es un fenómeno generalizado, pero el comunicador «cínico» incluso lo dice todo a las claras. Hemos entrado en un círculo vicioso, del cual es preciso salir cuanto antes.

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