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Intergeneracionalidad
El nuevo estilo de comunidad que promueve el Vaticano II propone centrarse sobretodo en el misterio de la comunidad.


Por: Germán Sánchez Griese | Fuente: Catholic.net



El punto de la situación.
En la vida fraterna de las comunidades, los cambios que ha aportado el Concilio Vaticano II son notables y han aportado frutos encomiables. Citamos del documento Vida fraterna en comunidad: “Mientras que el Código de 1917 podía hacer pensar que se fijaba en elementos exteriores y en la uniformidad del estilo de vida, el Vaticano II y el nuevo Código insisten explícitamente en la dimensión espiritual y en el vínculo de fraternidad que debe unir en la caridad a todos los miembros. El nuevo Código ha hecho la síntesis de estos dos aspectos hablando de «vivir una vida fraterna en común». Se pueden distinguir, pues, en la vida comunitaria dos elementos de unión y de unidad entre los miembros: uno más espiritual: la «fraternidad» o «comunión fraterna», que parte de los corazones animados por la caridad; éste subraya la «comunión de vida» y la relación interpersonal; el otro más visible: la «vida en común» o «vida de comunidad», que consiste «en habitar en la propia casa religiosa legítimamente constituida» y en «vivir una vida común» por medio de la fidelidad a las mismas normas, por la participación en los actos comunes y por la colaboración en los servicios comunitarios.”1

Resulta evidente que la dimensión espiritual y la caridad han sido los dos aspectos que han prevalecido en la reforma de la vida comunitaria, suscitada por el Concilio. Las formas en que la espiritualidad y la caridad han cristalizado en la vida fraterna en comunidad son varias y si bien hay quien desea catalogar estos modelos, somos conscientes que todos se basan en el primer grupo de discípulos de Cristo, “que dejándolo todo, lo siguieron.”

Todas estas posibles categorías o modelos de vida consagrada están atravesadas longitudinalmente a través de un factor único, que otorga características específicas, nada despreciables, a la constitución de una comunidad. Este factor, ajeno a los modelo, pero que se inserta en ellos, es el factor de la intergeneracionalidad, es decir, el aglutinar en un solo espacio de vida a mujeres de edad diversa. El factor edad ha existido siempre, desde los inicios de la vida consagrada, pero hoy se presenta con modalidades distintas que dan uncolorido especial a la comunidad.

A lo largo de la historia de la vida consagrada, desde los cenobios hasta las actuales comunidades, las personas consagradas reunidas en torno a un carisma se han agrupado en comunidades en donde el factor de edad se distribuía regularmente o casi regularmente. Personas de edad avanzada convivían con mujeres jóvenes que hacían su ingreso en la profesión de los consejos evangélicos, a la vez que se convivían con mujeres jóvenes adultas, adultas y adultas avanzadas. Se daba por tanto una tonalidad familiar a este tipo de comunidades, pues a semejanza de una familia alargada, convivían personas de la más distinta y variada edad.

Bien sabemos que en Occidente la situación ha cambiado. Basta echar un vistazo a las estadísticas para darnos cuenta de estos cambios2 . Surgen por tanto, a mi modo de ver, dos escenarios importantes y trascendentales para la vida fraterna en comunidad. El primero, formado de comunidades en dónde conviven mujeres ancianas de más de 70 años con mujeres jóvenes de menos de 30 años. El segundo escenario, que es quizás el más común ahora en Europa, o por lo menos en Italia en dónde resido y puedo palpar con mayor evidencia esta realidad, el de comunidades de personas ancianas, mayores de 70 años, que ven a sus espaldas los nuevos refuerzos y que avanzan inexorablemente a un envejecimiento paulatino. Las condiciones de estas comunidades las podemos abarcar de la siguiente manera: “Molte congregazioni si trovano, per la prima volta nella loro storia, con un numero preponderante di anziani e si sentono nel contempo confrontate, nella loro missione, con esigenze sempre più complesse, che fanno crescere il senso di smarrimento e di inadeguatezza. Inoltre, persone austere e decise, cresciute in un contesto culturale omogeneo ed uniforme, si trovano a vivere all’interno di una cultura del frammento che confligge con la loro e che presenta un modo completamente diverso di leggere la realtà.” 3

El nuevo estilo de comunidad y de superiora de comunidad.
Se presenta por tanto un nuevo estilo de comunidad y de superiora de comunidad de acuerdo a estos dos escenarios. La superiora de comunidad debe enfrentar los problemas de aquellas ancianas, que por la edad, las enfermedades propias de la edad, los avatares de la vida que han dejado una huella en el alma de cada persona, la situación actual del mundo actual y la poca respuesta práctica que estas persona pueden dar, la posible desilusión o frustración al ver que su vida se apaga y no hay quien continúe la Congregación tienden muchas veces a cerrarse en sí mismas, rechazando la vida fraterna en comunidad. Muchas de estas religiosas ancianas, llevando una vida ejemplar, se sienten casi traicionadas por la Congregación o por la comunidad al ver formas de vida muy distintas a las que ellas están acostumbradas a ver. A veces ellas mismas se erigen en jueces de sus hermanas, sembrando la cizaña, la desconfianza, la duda, la perplejidad. Y estas actitudes las toman no sólo frente a las religiosas más jóvenes, sino ante cualquier persona consagrada, incluso de su misma edad.

El nuevo estilo de comunidad que promueve el Vaticano II, lejos de caer en los extremos de una rigidez fría e impersonal o de una relajación de exasperación individualista y relativista, propone centrarse sobretodo en el misterio de la comunidad. “La comunidad religiosa es un don del Espíritu, antes de ser una construcción humana. Efectivamente, la comunidad religiosa tiene su origen en el amor de Dios difundido en los corazones por medio del Espíritu, y por él se construye como una verdadera familia unida en el nombre del Señor. Por lo tanto, no se puede comprender la comunidad religiosa sin partir de que es don de Dios, de que es un misterio y de que hunde sus raíces en el corazón mismo de la Trinidad santa y santificadora, que la quiere como parte del misterio de la Iglesia para la vida del mundo.” 4

La superiora debe por tanto, no olvidarse de los problemas humanos, sino inserirlo dentro del misterio, es decir, dentro del dono de Dios. No es fácil lograr la combinación entre los factores humanos – psicológicos y espirituales. No se trata de dar una prevalencia de una sobre la otra, pues significaría, por una parte, reducir la comunidad a una mera construcción humano- sociológica, o por otra despreciar los aspectos humanos y sobrevalorar los aspectos espirituales. Sin embargo, este último error no es real. Quien entiende la parte espiritual como rezos, como formalismos rituales, que no tienen nada que ver con la parte humana del hombre, no ha captado bien lo que significa ser espiritual. Ser espiritual es vivir de acuerdo con la voluntad de Dios, conformarse con Cristo o vivir la vida del espíritu, estas cuatro acepciones clásicas de lo que significa ser espiritual, implican que el hombre no puede dejar su naturaleza humana para ser espiritual, pues estaría contradiciendo su naturaleza humana, y por lo tanto, a su mismo Creador5 . Por ello, si la vida fraterna en comunidad es un don de Dios, es decir, es una criatura espiritual, dicha criatura debe vivir también del cuerpo y del espíritu. La superiora de comunidad debe por tanto fijar bien los objetivos que debe alcanzar la comunidad y tomar en cuenta los elementos espirituales y humanos de los que se conforma la comunidad para encauzarlos, motivarlos y dirigirlos hacia el fin propuesto.

El nuevo estilo de la superiora de comunidad toma en cuenta el factor humano, sin olvidar el fin al que debe tender siempre la comunidad. Tomar en cuenta el factor humano no significa quedarse en las potencia humanas, es decir en la voluntad, el intelecto y la parte sensible, sino en conocer perfectamente la esencia del hombre. “Ogni creatura riceve direttamente da Dio l’essere secondo un progetto o profilo che riceve realmente in sé (essenza) e corrisponde al pensiero di Dio, e secondo una dotazione di capacità operativa (natura) per giungere al compimento con l’azione che le corrispondo. (…) Siccome poi il bene divino supera all’infinito le capacità umane, l’uomo ha bisogno di essere aiutato soprannaturalmente per poterlo raggiungere: e ciò avviene con tutti gli aiuti della grazia (Sth, II-II q. 175, a. 1, ad 2.).” 6 La superiora debe ser consciente, aunque sea difícil llevarlo a la práctica, que cada una de las religiosas que ella tiene encomendada, por su esencia tiene un proyecto definido, que es alcanzar a Dios. Sin embargo, este proyecto no se puede alcanzar con las solas fuerzas humanas, ya que la naturaleza humana no puede cumplir por sí misma el fin al que está llamada. Es aquí en dónde viene la ayuda de la gracia, que no es espiritualismo puro, vago, etéreo, sino que es la confianza segura y cierta de la ayuda de Dios, la gracia, para que esa persona alcance el fin al que está llamado.

La superiora debe por tanto ayudar a que cada una de las religiosas de la comunidad se abra a la gracia, a partir de la naturaleza. Esta simbiosis, repetimos no es nada fácil. Si por un tiempo se pecó de frialdad y rigidez en la vida religiosa, reduciendo los elementos de la consagración, como la vida fraterna en comunidad, a un mero cumplimiento externo de las normas, ahora se peca en el otro extremo, dejando todo el desarrollo de la vida consagrada al libre albedrío de la persona, basada casi exclusivamente en el desarrollo de las potencialidades humanas. Es cierto, un sano equilibrio psicológico es necesario para llevar a cabo los compromisos de la vida consagrada, pero, y aquí está el secreto del balance, sin olvidar que estas facultades humanas deben ser divinizadas, deben recibir el influjo de la gracia.

La vida fraterna de comunidad basada casi exclusivamente en el factor humano, desdeñando la acción de la gracia, lleva solamente a la construcción humana de una comunidad de mujeres consagradas que nunca alcanzará el fin previsto, es decir, la unidad y la comunión. Las ciencias humanas pueden y deben venir en ayuda, pero la superiora no debe pensar que todo se logrará únicamente cuando se tenga una sana psicología en todas las religiosas, cuando los conflictos de poder hayan quedado resueltos, cuando todas colaboren en los apostolados encomendados a la comunidad7 . Todos estos aspectos, importantes para construir la comunidad, serán siempre en función de la apertura a la gracia, que potencia las facultades humanas y permite que se alcance el fin sobrenatural del hombre y el fin sobrenatural de la comunidad.

El problema de las religiosas ancianas.
Este nuevo estilo de la superiora de comunidad, centrado en lo espiritual, sin olvidar lo humano, precisamente porque lo espiritual debe llegar a lo humano, se enfrenta con no pocos problemas que resolver en nuestros días, con no pocas situaciones conflictivas para de verdad alcanzar la unidad y la comunión en la vida fraterna en comunidad. Decíamos que no es fácil combinar los aspectos humanos y los aspectos divinos y que no existen recetas fáciles para lograrlo. Quizás una luz nos puede venir del magisterio de la Iglesia, en uno de sus documentos en los que nos habla de la vida fraterna en comunidad: “Durante su vida terrena, Jesús llamó a quienes El quiso, para tenerlos junto a sí y para enseñarles a vivir según su ejemplo, para el Padre y para la misión que el Padre le había encomendado (cf. Mc 3, 13-15). Inauguraba de este modo una nueva familia de la cual habrían de formar parte a través de los siglos todos aquellos que estuvieran dispuestos a « cumplir la voluntad de Dios » (cf. Mc 3, 32-35). Después de la Ascensión, gracias al don del Espíritu, se constituyó en torno a los Apóstoles una comunidad fraterna, unida en la alabanza a Dios y en una concreta experiencia de comunión (cf. Hch 2, 42-47; 4, 32-35). La vida de esta comunidad y, sobre todo, la experiencia de la plena participación en el misterio de Cristo vivida por los Doce, han sido el modelo en el que la Iglesia se ha inspirado siempre que ha querido revivir el fervor de los orígenes y reanudar su camino en la historia con un renovado vigor evangélico.” 8

La imagen de una familia, como modelo para la vida consagrada y más específicamente como modelo para una comunidad, no es nueva9 . La vida consagrada, se ha construido sobre un modelo de familia, a semejanza de los apóstoles, que dejando su propia familia construyeron una nueva en torno a la persona de Jesús, no sólo el Jesús que ellos vieron, sino el que sigue viviendo, sobretodo a través de la Eucaristía. Bajo este modelo, del cual se inspira el magisterio en el citado documento, cada miembro tiene una importancia específica y no puede quedar relegado a segundo plano. Así como en una familia, cada miembro es importante y no viene valorizado por lo que hace o por lo que aporta a la familia, así cada miembro consagrado es importante para la familia religiosa por lo que es, no por lo que hace.

Bajo este modelo queda perfectamente encuadrado el papel de la persona anciana en la vida fraterna en comunidad. No es importante por lo que hace, ya que bajo esta óptica una persona anciana no tendría casi ningún valor, sino que es importante por lo que es, por su vida consagrada y por su testimonio de vivir su consagración al Señor, a pesar de las limitaciones propias de la edad, sea en los aspectos físicos, sea en los aspectos mentales. “Los cuidados solícitos que merecen no se basan únicamente en un deber de caridad y de reconocimiento, sino que manifiestan también la convicción de que su testimonio es de gran ayuda a la Iglesia y a los Institutos, y de que su misión continúa siendo válida y meritoria, aun cuando, por motivos de edad o de enfermedad, se hayan visto obligados a dejar sus propias actividades. Ellos tienen ciertamente mucho que dar en sabiduría y experiencia a la comunidad, si ésta sabe estar cercana a ellos con atención y capacidad de escucha. En realidad la misión apostólica, antes que en la acción, consiste en el testimonio de la propia entrega plena a la voluntad salvífica del Señor, entrega que se alimenta en la oración y la penitencia. Los ancianos, pues, están llamados a vivir su vocación de muchas maneras: la oración asidua, la aceptación paciente de su propia condición, la disponibilidad para el servicio de la dirección espiritual, la confesión y la guía en la oración.” 10

La nueva superiora de comida, debe ser consciente de este papel de testimonio que tienen las ancianas en su comunidad, y debe ayudarlas, a pesar de sus achaques físicos y mentales a que sigan viviendo con gozo su testimonio de vida consagrada de frente a dios, dando por tanto un gran ejemplo a toda la comunidad.


¿Qué hacer en los casos difíciles?
Uno de los problemas con los que me encuentro frecuentemente en mi calidad de consultor para la vida consagrada femenina es el problema de la crítica en la comunidad, especialmente a las religiosas ancianas o de parte de ellas. Son innumerables las quejas de las superioras de comunidad que no saben lo que se debe hacer para que la comunidad deje de criticar en ambos sentidos.

Sin querer dar un manual para solucionar este caso, o hacer una fenomenología de la crítica, me limitaré a decir lo que quizás sería más conveniente para la superiora de comunidad. Es inútil, como dice el evangelio, esperar que cesen las críticas. Somos hombres y, por la huella que el pecado original ha dejado en nosotros, tendemos inexorablemente al mal, a pesar de que queramos hacer el bien. Esta lógica que parece clara, muchas veces la olvida la superiora de comunidad. O pretende crear una comunidad de ángeles, en donde el mal no se haga presente, o busca por los medios humanos la solución a todos posconflictos.

Hemos dicho que la solución se encuentra en dejar que la gracia pueda sanar la naturaleza de las personas, presentando a la gracia lo mejor de la naturaleza o una naturaleza en el mejor estado posible. La crítica, desgraciadamente, se ha enseñoreado de muchas comunidades, al grado de aparecer ya como un miembro más de la comunidad . Lo que ha de hacer la superiora de comunidad es presentar a la gracia la parte mejor de la naturaleza de cada una de sus religiosas, motivándolas a la beneficencia, es decir al arte de bien de decir, de hablar bien de las religiosas. El hombre es capaz de hacer una cosa y de hacer el contrario de dicha cosa. Si una religiosa anciana es capaz de criticar a la comunidad, la superiora de comunidad debe partir de la idea, cierta, que esa religiosa también es capaz de hablar bien de la comunidad. Buscará la forma de ir creando en ella el hábito de ver las cosas positivas, si bien al inicio no las vea o le cueste trabajo verlas. Le hará notar que hablar mal de una religiosa o de la comunidad es hablar mal de la imagen de Dios, ya que toda religiosa ha sido creada a imagen y semejanza de Dios. “Si benedice il Signore e si maledice la sua immagine. E possiamo prendere il verbo maledire nel senso letterale di <>.”12 Hará ver a la comunidad que quine reza y alaba al Señor con su boca y en su corazón, pero pasa el tiempo en críticas hacia las demás, no es una persona coherente.

Mientras no obste una enfermedad psicológica grave, las religiosas de la comunidad, ancianas o jóvenes, pueden curarse del mal de la maledicencia, un mal que no sólo destruye a la persona que lo tiene, sino que es capaz de destruir comunidades y congregaciones. Recuerdo un dicho italiano, que traducido vendría a decir que “la lengua no tiene hueso, pero rompe los huesos”. Por ello un aspecto primordial de la nueva superiora de comunidad es fomentar por todos los medios posibles, la caridad en la vida fraterna de comunidad, ya que es a través de la caridad la forma en que la naturaleza se sana y la gracia puede penetrar y santificar la naturaleza.


CITAS BIBLIOGRÁFICAS

1 Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, La vida fraterna en comunidad, 2.2.1994, n.3.
2 I dati dell’Annuario CISM 1997, relativi alle congregazioni maschili in Italia, sono impietosi: al primo gennaio 1997, solo il 7% dei religiosi risulta essere di età inferiore ai 29 anni e soltanto il 28% ha meno di 49 anni. Gli ultrasettantenni sono il 33%, mentre i giovani in formazione dal noviziato alla teologia, considerando anche la consistente presenza in Italia di religiosi stranieri, sono solo il 13%. Cattani Oliviero, Il futuro nel presente, in Testimoni 20 (1997), p.3.
3 Giuseppe Tacconi, Alla ricerca di nuove identità, Editrice Elledici, Torino 2001, p. 77.
4 Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, La vida fraterna en comunidad, 2.2.1994, n. 4.
5 “Il soggetto che Dio crea e prende come interlocutore entra nell’alleanza tale quale Dio lo ha fatto: corpo e spirito, soggetto personale e sociale, situato nella storia e nella geografia. Su queste basi bibliche e teologiche si può apprezzare
il valore spirituale della condizione umana nei suoi componenti storici e psicologici. Esiste uno stretto collegamento fra la vita spirituale e la condizione umana, a tutti i livelli. (…) La spiritualità prende lo spessore materiale della condizione umana e il corpo umano si spiritualizza nel senso della grazia e della vocazione.” Federico Ruiz, Le vie dello spirito, Sintesi di teologia spirituale, Edizioni Dehoniane, Bologna 2004, p. 155.
6 Paolo Scarafoni, I frutti dell’albero buono, santità e vita spirituale cristocentrica, Edizioni Art, Roma 2004, p. 110 – 111.
7 De lo contrario, podría pensarse que la labor de la superiora de comunidad es únicamente la de proporcionar los medios necesarios para el desarrollo armónico de las facultades humanas de las religiosas, como dicen un autor moderno: “La fraternità cristiana afronta le tre fondamentali necessità psicologiche dell’essere umano, viste nella prospectiva del vangelo. La prima è la necessità di amare ed essere amato (…) La seconda necessità è produrre, essere utile, e ha il proprio ambito nella speranza cristiana che lotta per la trasformazione Della società e del mondo. L’ultima necessità è comprendere il senso della vita, e può trovare la propria soddisfazione nella fede che porta a vedere e a giudicare, in gruppo dialogante, la realtà in cui si vive.” Camilo Maccise, Cento Temi di vita consacrata, Edizioni Dehoniane, Bologna 2007, p.172.
8 Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, La vida fraterna en comunidad, 2.2.1994, n. 41.
9 “Mi venne spontaneo pensare alle nostre comunità religiose, che non a caso vengono chiamate <>. Mi domandai allora se la famiglia, così come Dio l’ha pensata, non sia davvero un modello a cui anche i religiosi e le religiose possono ispirarsi per la loro vita fraterna; se il modello familiare non fosse uno stimolo per affinare i dinamismi della comunione all’interno della comunità religiosa.” Fabio Ciardi, Esperti di comunione, pretesa e realtà della vita religiosa, Edizioni San Paolo, Milano 1999, p. 135.
10 Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, La vida fraterna en comunidad, 2.2.1994, n. 44.
11 “Gli abbracci fraterni non annullano il vezzo di divorarsi con mormorazioni, pettegolezzi e calunnie. Si parla di comunione, e si pretende realizzarla con l’aggressività. Non ci si rende conto della “forza distruttiva” di parole non improntate al rispetto reciproco e che minano alla base la comunità cristiana. Un giovane monaco, fanatico del digiuno e dell’austerità, e di penitenze assortite, si è sentito ricondotto così, da un anziano, al primato della carità. – È meglio mangiare carne e bere vino che mangiare, con la calunnia e la maldicenza, la carne del fratello.” Alessandro Pronzato, Alla ricerca delle virtù perdute, Piero Gribaudi, Editore, Milano 2000, p. 35.
12 Ibidem., p. 44.


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