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Los orígenes de la Renovación
Profundizar en los orígenes de la renovación, con el fin de que las generaciones futuras de religiosas conozcan el verdadero espíritu que ha guiado a la Iglesia en los últimos cuarentas años.


Por: Germán Sánchez Griese | Fuente: Catholic.net



Planteamiento del problema.

En las proximidades del 40º aniversario del Decreto Perfectae Caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, surge espontáneamente una acción de gracias al reconocer la ingente labor que no pocos Institutos de vida religiosa y sociedades de vida apostólica han desarrollado a lo largo de este tiempo. Los frutos de la renovación en dichos Institutos, así como en sus miembros, son del todo conocidos y la Iglesia reconoce y agradece el esfuerzo realizado en esta tarea.

Las nuevas generaciones de religiosas estarán siempre en deuda con aquellas hermanas, bien sea de la misma congregación o de otra, que con coraje y denuedo han llevado y siguen llevando a cabo el proceso de renovación de la familia espiritual a la cual pertenecen. Las jóvenes religiosas que hoy en día tocan a la puerta de los conventos, gozan ya de aquello que varias religiosas han sabido sembrar durante estos cuarentas años de renovación.

El propósito de este artículo será el profundizar los orígenes de la renovación, con el fin de que las generaciones futuras de religiosas conozcan el verdadero espíritu que ha guiado a la Iglesia en los últimos cuarentas años y así ellas, las religiosas del tercer Milenio, puedan dar continuidad a la labor comenzada.


Aclarando términos.
Resulta indispensable clarificar conceptos. Antes de comenzar a indagar sobre los inicios de la renovación, debemos especificar muy bien lo que la Iglesia ha entendido durante estos cuarenta años por renovación. El Decreto Perfectae Caritatis establecía los objetivos de la renovación en los siguientes términos: “Mas para que el eminente valor de la vida consagrada por la profesión de los consejos evangélicos y su función necesaria, también en las actuales circunstancias, redunden en mayor bien de la Iglesia, este Sagrado Concilio establece lo siguiente que, sin embargo, no expresa más que los principios generales de renovación y acomodación de la vida y de la disciplina de las familias religiosas y también, atendida su índole peculiar de las sociedades de vida común sin voto y de los institutos seculares”.

El documento, a diferencia de otros escritos del Concilio, es muy escueto en señalar y explicitar la renovación que deberá seguir la vida consagrada. Traza las líneas sobre las que deberá fundarse la renovación, quiénes deben llevar a cabo dicha renovación y la importancia de preservar elementos esenciales de la vida religiosa. Deja entrever que el objetivo fundamental de la renovación es la adecuada adaptación y renovación de la vida religiosa a las circunstancias actuales.

Debido a la liberalidad con la que muchos autores interpretaron la renovación de la vida religiosa, no faltaron escritos del magisterio, específicamente durante el papado de Paulo VI, que fueron clarificando el concepto de renovación. Magistral resulta la exhortación apostólica Evangelica testificatio en donde introduce el concepto discernimiento, para llevar a cabo una adecuada renovación.

Pero estamos yendo ya demasiado lejos en este artículo, pues no hemos definido los conceptos de renovación revisados en el Concilio y a lo largo de estos cuarenta años de historia. Juan XXIII dice: “Es ésta una hora solemne para la historia de la Iglesia: se trata de poner un mayor fervor en su esfuerzo, siempre activo, de renovación espiritual, en forma tal que pueda dar un mayor impulso a las obras y a las instituciones de su vida milenaria.” Nuevamente se habla del objeto de la renovación, que es el de buscar un nuevo ardor, un nuevo fuego en el trabajo que desempeña la Iglesia. Pero no menciona específicamente el concepto de renovación.

Tendremos por tanto que ayudarnos de la definición semántico de la palabra, para así entender el concepto. El diccionario de la Real Academia Española, anota cinco voces, entre las cuales observamos la siguiente: “Dar nueva energía a algo, transformarlo”. De acuerdo a esta definición, y en consonancia con el Magisterio de la Iglesia, el acto de renovar conforma el utilizar lo que ya existe, para transformarlo en algo mejor, darle nuevas energías, nuevo brillo, mayor lustre. La renovación implica no el desechar el concepto o la cosa antigua, sino el utilizarlo para transformarlo en algo nuevo, pero nunca diferente.

El objetivo de la consagración, concepto en el que nos detendremos en el siguiente inciso, es el de adaptarse a las actuales circunstancias del mundo. El acto de renovar consistirá eminentemente en un proceso de adaptación de la vida religiosa a dichas circunstancias. Esta adaptación supone que prevalece lo esencial sobre lo accesorio. Adaptarse no significa diluirse, asimilarse o amoldarse, llegando a perder su identidad, su esencia. Nuevamente hacemos uso del diccionario y así nos encontramos que adaptar es: “Dicho de un ser vivo: Acomodarse a las condiciones de su entorno.” El ser vivo, en este caso, la vida consagrada, no deja de ser ella misma en sus elementos esenciales. Observa las condiciones de su entorno y se adapta a vivir en ellas, pero siempre de acuerdo a sus características más esenciales.

Este concepto de acomodación ha sido uno de los conceptos más debatidos en el período de la renovación, llegando a ser interpretado en formas muy diversas. Hay quien ha querido ver en el proceso de adaptación, el diluirse completamente de la vida consagrada, buscando nuevas fórmulas para su identidad . Otros han pasado del concepto de renovación al concepto de re-fundación , y perfilan el tipo de vida consagrada que deberá darse ya en el año 2095 .

A estos y otras interpretaciones pueden llegarse cuando no se entiende que la renovación no es un dejar atrás la identidad de la vida consagrada, sino “un adaptar las formas accidentales de la vida religiosa a algunos cambios que tocan con rapidez y amplitud creciente, las condiciones de toda existencia humana.” Y para ello es necesario un adecuado discernimiento: “En el ámbito mismo de este proceso dinámico (de renovación) en el cual el espíritu del mundo corre el riesgo de mezclarse constantemente con la acción del Espíritu Santo, ¿cómo podremos ayudaros con el necesario discernimiento? ¿Cómo salvaguardar o alcanzar lo esencial? ¿Cómo beneficiarnos de la experiencia del pasado o de la reflexión del presente, para reforzar esta forma de vida evangélica?”

Podemos concluir por tanto que la renovación de la vida consagrada es buscar la adaptación de sus elementos esenciales, a las situaciones actuales de los tiempos. Una adaptación que deberá realizarse siempre con el adecuado discernimiento.


El origen de la renovación.
Resulta evidente que la renovación tiene su origen en el cambio de las situaciones del mundo. Estos cambios no son los que dictan los procesos de adaptación o renovación en la vida consagrada, la cuál, en su esencia no cambiará. Es la vitalidad de la vida consagrada, que viendo las situaciones cambiantes del mundo, debe dar una respuesta válida para aplicar el mensaje evangélico a todas las circunstancias.

Esta es muchas veces, el origen de Institutos de vida consagrada o sociedades de vida apostólica. Hombres o mujeres que se dejaron interpelar por alguna carencia social de su tiempo y salieron al encuentro de ella, fundando una familia religiosa. No fue la circunstancia histórica la que hizo nacer el Instituto. Fue la caridad evangélica, expresada a través de la vida consagrada, la que hizo posible que surgiera una nueva fundación, siempre bajo el soplo del Espíritu santo. La circunstancia histórica fue tan sólo el pretexto, del Espíritu para hacer nacer esta obra.

Este modo de pensar responde al principio metafísico primero el ser y después el actuar. Concebir los cambios en el mundo como generadores para cambiar el sentido y la identidad de la vida religiosa, sería trasponer los términos, viendo en los fines medios y en los medios fines. La finalidad de la renovación es la adaptación de la vida religiosa a las circunstancias actuales. No son las circunstancias las que cambiarán la esencia de la vida religiosa.

Quien no conoce la historia está condenado a repetirla. Y así, poco conocen como desde antes de 1950 se daba en la Iglesia y en los Institutos de vida consagrada un esfuerzo de adaptación. Así lo consigna Pío XII: “Se dan circunstancias, y muchas, en donde podéis adaptaros al sentir y a las necesidades de los hombres y de los tiempos. Esto, del resto, y no en parte pequeña, ya se ha efectuado (…) Porque no pocas de vuestros hábitos ya han estado laudablemente renovados, resultado de la multiplicidad de cosas que hacéis, en forma singular o por medio de vuestros institutos, en las escuelas, en la educación de la juventud, en el paliativo que dais a las miserias de los hombres, en el cultivo y progreso de las ciencias. Por ello es necesario reconocer, y ninguno puede negar nuestra afirmación, que ya se levanta una gran cantidad de trabajo para resolver en forma nueva y adaptada a los tiempos cambiantes.”

Y antes el mismo Pío XII en la Constitución Apostólica Sponsa Christi, había dado las directrices para adatar los institutos de vida contemplativa a las circunstancias de su tiempo.

Los ejemplos son innumerables. Baste citar cualquiera de los contenidos entre las 3465 páginas del Enchiridion de la vida consagrada en donde desde el papa Silicio (384-399) hasta Juan Pablo II (1978-) el magisterio de la Iglesia ha salido al encuentro de las más diversas situaciones para adaptar la vida religiosa a dichos cambios. Podríamos citar como ejemplos de estos cambios, el decreto Quemadmodum en donde se explicitan las formas de confesión y manifestación de conciencia de las personas consagradas hacia sus superiores. O incluso la curiosa nota del Papa Simmaco (498-514) que el Canone del Concilio di Agde (Francia, 506) en donde prohíbe que los clérigos vayan de un lado a otro sin el permiso de su obispo, mediante carta de recomendación, y que sean castigados, primero de palabra y después, incluso con el bastón.

Todos estos ejemplos nos hablan de la preocupación de la Iglesia en procurar que la vida consagrada viviese de acuerdo con las circunstancias cambiantes de los tiempos. Muchas veces podemos pensar que las circunstancias cambiantes de los tiempos, es una frase acuñada sólo para los tiempos del Postconcilio. No negamos la rapidez con la que los cambios de esa época han afectado la forma de vida, no sólo de las religiosas, sino del hombre en general. Sin embargo, o por miopía que fija la vista en el propio tiempo histórico, o por ignorancia, que no deja ver más allá del horizonte temporal de unos pocos años, o por soberbia, que cree que el tiempo en el cuál se vive es el tiempo por excelencia que más pueda haber influido en la historia de la humanidad, perdemos de vista la importancia que otras épocas han tenido en el desarrollo del hombre y cómo han influenciado a la vida religiosa.

Pensemos por ejemplo en la revolución industrial que fue capaz de cambiar el concepto rural por un concepto urbano de la vida. LA vida religiosa en ese entonces se adecuó a esos cambios y así, a medida que se daban las concentraciones urbanas con sus problemas anejos de miseria, analfabetismo, explotación de los trabajadores, migraciones masivas, orfandad, trabajo de niños, surgieron también carismas y congregaciones religiosas que se adaptaron a estas necesidades y a estos tiempos nuevos.

No olvidemos tampoco cómo el descubrimiento de América conmueve la concepción del mundo y de la vida que en ese entonces se tenía en Europa. Y así nuevamente vemos partir de Europa hacia América, congregaciones religiosas que se harán misioneras y que sabrán adaptarse a las diversas culturas. Superando intelectualmente y con pruebas científicas la leyenda negra que se ha tejido en torno a la Iglesia de aquel entonces, constatamos la inculturación que sufrió no sólo los pueblos de la América, sino la vida religiosa. Son los religiosos y las religiosas las que aprenden las lenguas indígenas y nos dejan consignados preciosos diccionarios. Es la vida religiosa de aquel entonces la que funda Universidades, hospitales, escuelas y preservando la cultura de aquellos pueblos, la evangeliza. Los consagrados evangelizan a los indios y a su vez, ellos reciben la influencia de las nuevas culturas que se ha descubierto.

Y esto es así, pues no debemos olvidar que la vida religiosa no es una idea, una teoría, una concepción filosófica. Como ser viviente que es, como realidad espiritual, tiene un dinamismo propio. Crece por sí mismo. No se trata por tanto de hacer cambios en la esencia de un programa, sino más bien de adaptar el organismo de un ser viviente a los cambios que se dan, sin dejar su esencia, su espíritu esencial. Contrariamente a lo que algunos quieren hacer ver de la vida religiosa, no son modelos que se adaptan de acuerdo a las circunstancias, sino que es una esencia que se adecua a los cambios que se van dando en la historia.

No negamos que nuestra historia, la historia de los inicios del siglo XXI, es una historia de grandes cambios. Por ejemplo, “la actitud que se tiene hacia la autoridad en la vida religiosa del Tercer Milenio, funda sus raíces en el movimiento estudiantil del ’68 y se presenta como una reacción a los abusos de un cierto autoritarismo antievangélico, que había invadido en forma indebida a varios Institutos y Congregaciones religiosas.” Hoy nadie trataría “a bastonazos” a un religioso, como lo sugerido por el Concilio de Agde en tiempos del Papa Simmaco. Y esto porque tanto el hombre como la vida religiosa, son realidades que crecen y que se adaptan a los cambios.

Lo que no cambia es la esencia, ni del hombre ni de la vida religiosa. Esencia que para la vida religiosa se encuentra definida como un especial seguimiento de Cristo: “La vida consagrada, enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor, es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu. Con la profesión de los consejos evangélicos los rasgos característicos de Jesús —virgen, pobre y obediente— tienen una típica y permanente « visibilidad » en medio del mundo, y la mirada de los fieles es atraída hacia el misterio del Reino de Dios que ya actúa en la historia, pero espera su plena realización en el cielo.” “Las personas consagradas, que abrazan los consejos evangélicos, reciben una nueva y especial consagración que, sin ser sacramental, las compromete a abrazar —en el celibato, la pobreza y la obediencia— la forma de vida practicada personalmente por Jesús y propuesta por Él a los discípulos. Aunque estas diversas categorías son manifestaciones del único misterio de Cristo, los laicos tienen como aspecto peculiar, si bien no exclusivo, el carácter secular, los pastores el carácter ministerial y los consagrados la especial conformación con Cristo virgen, pobre y obediente.”

Por lo tanto, el origen de los cambios y las adaptaciones en la vida religiosa, no lo debemos buscar tan sólo en el Concilio Vaticano II, en el decreto Perfectae Caritatis, sino el dinamismo propio de la vida consagrada. El mérito del Concilio consiste en haber detectado las situaciones cambiantes y haber lanzado a las Congregaciones a la búsqueda de esos cambios y adaptaciones con el fin de que la vida religiosa, en su esencia no cambiante, siguiera aportando frutos de vida a toda la Iglesia.

Surge sin embargo la duda sobre cómo llevar a cabo dichos cambios y adaptaciones.


Adaptar con discernimiento
El criterio para llevar a cabo dichos cambios y adaptaciones es el discernimiento, trazado magistralmente por Paulo VI en la Exhortación Apostólica Evangelica Testificatio, del26 de junio de 1971. Bien valdría la pena hacer el esfuerzo de leerla para entender que la renovación no es fruto de la libre interpretación, sino fruto de un necesario discernimiento “para salvaguardar lo esencial, beneficiarse de la experiencia del pasado y de la reflexión del presente, para reforzar la forma de vida evangélica (que es la consagración a Dios).”

En dicha Exhortación, el papa Paulo VI traza las líneas sobre las que cada Congregación debe trabajar para la renovación de su propio Instituto. Las líneas sobre las que debe hacerse el discernimiento, son las cinco que se mencionan en el decreto Perfectae Caritatis . El discernimiento debe hacerse de forma que el espíritu del mundo no se mezcle con la acción del Espíritu Santo y quede salvaguardado lo esencial. Por tanto, el discernimiento deberá hacerse teniendo muy claro el concepto de vida consagrada como seguimiento más íntimo de la persona de Cristo. Todo aquello que refuerce este seguimiento, apegándose al carisma y al espíritu del Fundador, en línea con lo trazado por la Perfectae Caritatis, será pieza clave para la renovación.

Conviene por tanto hacer una revisión de todas aquellas propuestas que se hagan para renovar la vida de los institutos religiosos y ponerlas en el cernidor del discernimiento, de acuerdo a los criterios antes enunciados por Paulo VI. De esta forma podemos estar seguros que la vida religiosa seguirá creciendo como organismo espiritual y adaptándose al mundo, sin perder su esencia.

Bibliografía

Paulo VI, Decreto Perfectae Caritatis, 28.10.1965, n. 1
Juan XXIII, Esortazione Il Tempio massimo, 2.7.1962
Diccionario de la Real Academia Española.
Ibidem.
Joan Chittister, OSB, El fuego en estas cenizas, Ed. Sal Térrea, Santander, 1998
“AVISO: La palabra "refundar" no está en el Diccionario.” Nota del Diccionario de la Real Academia Española al buscar la voz “refundar”.
José María Arnaiz, Per un presente che abbia futuro, Ed. Paoline, Milano, 2003
Paulo VI, Exhortación apostólica Evangelica testificatio, 29.6.1971, n. 51
Ibidem, n.5
Pío XII, Discorso Annus sacer, 8.12.1950
Pío XII, Constitución apostólica Sponsa Christi, 21.11.1950
Enchiridion della vita consacrata, EDB Àncora Editrice, Bologna, 2001.
Decreto Quemadmodum, Sagrada Congregación de los Obispos y clérigos regulares, 17.12.1890
Canon n. 38
Felicísimo Martínez Díez, Rifondare la vita religiosa, Ed. Paoline, Milano, 2001. Se analiza la vida religiosa en forma de modelos, de forma tal que la vida religiosa va cambiando a lo largo de la historia, asumiendo diversos modelos. Actualmente, el modelo que según algunos autores debe tomarse para enfrentar los tiempos actuales debería ser el modelo de la refundación, palabra que incluso no existe en el diccionario por significar una cosa opuesta en sí misma. No se puede fundar algo nuevamente. O se cambia, se adapta, se renueva, o se hace una nueva fundación.
Bruno Giordani, La formazione delle consacrate, indicazioni psicopedagogiche, Áncora Editrice, Milano, 2003, p. 19
Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita Consecrata, 25.3.1996, n.1 y 31
Paulo VI, Exhortación apostólica Evangelica testificatio, 29.6.1971, n. 6
2. La adecuada adaptación y renovación de la vida religiosa comprende a la vez el continuo retorno a las fuentes de toda vida cristiana y a la inspiración originaria de los Institutos, y la acomodación de los mismos, a las cambiadas condiciones de los tiempos. Esta renovación habrá de promoverse, bajo el impulso del Espíritu Santo y la guía de la Iglesia, teniendo en cuenta los principios siguientes:
a) Como quiera que la última norma de vida religiosa es el seguimiento de Cristo, tal como lo propone Evangelio, todos los Institutos ha de tenerlos como regla suprema.
b) Redunda en bien mismo de la Iglesia el que todos los Institutos tengan su carácter y fin propios. Por tanto, han de conocerse y conservarse con fidelidad el espíritu y los propósitos de los Fundadores, lo mismo que las sanas tradiciones, pues, todo ello constituye el patrimonio de cada uno de los Institutos.
c) Todos los Institutos participen en la vida de la Iglesia y, teniendo en cuenta el carácter propio de cada uno, hagan suyas y fomenten las empresas e iniciativas de la misma: en materia bíblica, litúrgica, dogmática, pastoral, ecuménica, misional, social, etc.
d) Promuevan los Institutos entre sus miembros un conocimiento adecuado de las condiciones de los hombres y de los tiempos y de las necesidades de la Iglesia, de suerte que, juzgando prudentemente a la luz de la fe las circunstancias del mundo de hoy y abrasados de celo apostólico, puedan prestar a los hombres una ayuda más eficaz.
e) Ordenándose ante todo la vida religiosa a que sus miembros sigan a Cristo y se unan a Dios por la profesión de los consejos evangélicos, habrá que tener muy en cuenta que aun las mejores adaptaciones a las necesidades de nuestros tiempos no surtirían efecto alguno si no estuvieren animadas por una renovación espiritual, a la que, incluso al promover las obras externas, se ha de dar siempre el primer lugar




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