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Trabajar menos, trabajar todos, vivir más

Trabajar menos, trabajar todos, vivir más
Reflexión de la Pastoral Obrera de la Iglesia de Madrid sobre la situación laboral y el reparto del trabajo.


Por: HOAC 1998, Pastoral Obrera, Iglesia de Madrid | Fuente: Archimadrid.es



La Hermandad Obrera de Acción Católica estamos inmersos en una reflexión sobre el reparto del trabajo. Partimos de una convicción fundamental para el cristianismo: el trabajo es una realidad esencial de la vida humana. Pero también somos conscientes de su ambigüedad: por una parte, el trabajo es instrumento y camino de humanización, por otra, es el lugar donde se producen la mayor parte de las injusticias de nuestra sociedad.

Basta evocar situaciones como el paro, la precarización del trabajo, la economía sumergida, la despersonalización de muchos trabajos industriales, el gran número de accidentes laborales, la brutal desigualdad en las condiciones de trabajo y en la distribución de los bienes entre los países del Norte y del Sur o en cada país, la destrucción de la naturaleza que produce nuestra organización hiperindustrializada y el desaforado consumismo que le acompaña, etc... y, como trasfondo de todo ello, la enorme monetarización, competitividad y productivismo que domina el trabajo y que lleva a valorar a las personas en función de estos criterios y no desde su dignidad de seres humanos, de hijos e hijas de Dios.

El paro no es un fenómeno coyuntural o pasajero. El paro nos manifiesta hasta qué punto la economía se ha convertido en un fin en sí misma, actuando como un «suprapoder», al margen de cualquier control. Es la economía quien marca y domina a las personas de tal forma que podemos calificar esta situación de «dictadura de hecho».

El paro no se resolverá si no se da en cada uno de nosotros y de nosotras una revolución de los espíritus, si no nos movilizamos colectivamente para conseguir su supresión, si no defendemos que en las empresas no se realicen horas extras, si no luchamos por la transformación de las estructuras para que éstas garanticen el bien común, atendiendo especialmente a los más pobres.

Trabajar menos

Un paso importante en este camino es ir repartiendo el trabajo. Trabajar menos para trabajar todos. Aumentar el tiempo para vivir. Liberar el trabajo del capitalismo y reinventar una nueva forma de ser y de estar en esta sociedad.

Hoy se produce la misma riqueza con un tiempo de trabajo cada vez menor. Hoy se gana el triple que hace 30 años con una duración del trabajo reducida a un tercio. Una vida laboral actual con jornada completa corresponde a una de media jornada de hace 40 años. Media jornada actual puede convertirse en la norma de la jornada completa del mañana y merecer un sueldo completo. El trabajo productivo capitalista va dejando de ser la principal fuente de riqueza y el derecho a un sueldo completo ya no podrá depender de un tiempo de trabajo preestablecido.

El reto está en ir creando los mecanismos que permitan una justa redistribución de la riqueza generada por la productividad.

Hay que redistribuir el tiempo de trabajo, hay que repartir el empleo y devolver a cada persona ese derecho humano inalienable que es el derecho al trabajo.

Como nos recuerda Juan Pablo II (1987) «Frente al drama de una desocupación creciente, el trabajo deberá ser considerado y concebido cada vez más como un "bien a compartir". Será necesario, por ello, imaginar e introducir progresivamente nuevas modalidades de distribución del trabajo y de repartición de sus frutos».

Trabajar todos

El trabajo es la condición de posibilidad de la realización del ser humano como persona. Trabajando, transformando el mundo vamos logrando una progresiva humanización, vamos tomando conciencia de lo que somos y de nuestra propia vocación. Con el trabajo (aunque no sólo con él ni sólo por él) el ser humano cumple su vocación de imagen de Dios. Ahí está su dignidad y su valor. No tener esto en cuenta nos lleva a deshumanizar el trabajo. El ser humano, no lo olvidemos, debe ser siempre sujeto y fin del trabajo para que el trabajo pueda ser auténticamente humano.

El trabajo humano debe estar al servicio de la realización de la persona. El trabajo constituye un bien, y gracias a él no sólo hacemos más habitable la tierra, sino que la propia persona se desarrolla como tal.

El fruto del trabajo y el proceso laboral no se pueden separar de la persona que trabaja: «Canon de todo trabajo es la dignidad del sujeto, la persona del hombre que lo realiza» (Labore». exercens 6).

Ahora bien, esta dimensión personal del trabajo es inseparable de su dimensión social. El ser humano es un ser social y sólo desarrolla su personalidad en comunión con otros hombres y mujeres. Persona y comunidad son dos caras de un único proceso de vida, también en el trabajo. La vocación del ser humano como imagen de Dios sólo se realiza en la comunión.

Por su trabajo la persona profundiza en el sentido de sus relaciones con los demás, pues la transformación del mundo está dirigida al servicio de la humanidad, de toda la humanidad. De hecho, el trabajo está llamado a crear solidaridad, a crear comunidad, a dar sus frutos para todos, a ser fuente de humanización para todas las personas.

Para que sea posible esta dimensión solidaria es necesario que se reconozca a los trabajadores y trabajadoras como personas libres, responsables, capaces de decisión, de creatividad. La solidaridad nunca nace, tampoco en el trabajo, de la imposición, sino de la libertad humana.

En el trabajo se entrecruzan solidaridades humanas de una profundidad y de una violencia parejas porque, si bien es cierto que está llamado a ser una empresa comunitaria al servicio de la humanidad entera y, así, de cada persona, con frecuencia no lo es, se convierte en campo de enfrentamiento y de utilización de unos hombres por otros, en terreno donde se genera la insolidaridad y la pobreza (LE,8).

«El trabajo común compartido con esperanza, esfuerzo, afán y alegría aúna las voluntades, acerca los espíritus y une lo corazones: en la actividad común descubren los hombres su condición de hermanos» (Populorum progressio 27).

El trabajo tiene también una función creadora, que revela la creatividad de la persona y su capacidad para construir la realidad. El trabajo es una herramienta que nos permite hacer un mundo más humano. Esta transformación, fruto del trabajo se convierte en progreso, llevando la realidad hacia su plenitud. En esta tarea de transformar el mundo, el ser humano «cumple la intención y la acción misma del Creador que pone en sus manos la creación como don y tarea. Pero sólo cuando este proceso es un enriquecimiento armónico del hombre y la naturaleza que haga posible el desarrollo integral de todo el hombre y de todos los hombres» (P.P., 14).

Vivir más

La economía ya no necesita que la población activa trabaje a tiempo completo y durante todo el año, sino que existe la posibilidad de disponer de una cantidad sin precedentes de tiempo libre. La cuestión, que es política y no sólo económica, está en permitir que todas las personas y la sociedad en general pueda beneficiarse de esta liberación de tiempo, y que podamos utilizarlo en la realización de actividades que sean fines en sí mismas. Lógicamente esto requiere que todos trabajemos menos horas, de modo que todos podamos ganarnos la vida trabajando, y que todos tengamos más tiempo libre para las cosas que no pueden comprarse, o que sólo cobran su auténtico valor cuando no se hacen fundamentalmente por dinero.

Desde la aparición del capitalismo con su forma peculiar de trabajo, el trabajo asalariado, la lucha del movimiento obrero por la reducción del tiempo de trabajo ha sido una constante, defendiendo unas mejores condiciones de vida para los trabajadores y trabajadoras.

Hay que liberar el trabajo de los criterios economicistas para que deje de ser un instrumento de alienación tanto en la forma de producir bienes como en la manera de acceder a su uso.

Hay que liberar el trabajo de su forma capitalista de trabajo productivo e incluir en la reflexión y el debate todo el trabajo humano que se realiza, especialmente el trabajo doméstico, de cuidado de niños y ancianos desarrollado en la mayoría de los casos por mujeres, para ir superando la división sexual del trabajo en todas las esferas de la vida.

Hemos de reencontrarnos y recrear el trabajo, hemos de conquistar el trabajo humano para salir del círculo vicioso del consumismo, para encontrar la verdadera satisfacción de la existencia humana en la propia actividad. Entonces el reconocimiento no dependerá ya de la cuantía de la retribución monetaria y el comportamiento y la existencia de la persona se valorarán más que las posesiones. Junto a la cultura material hay una cultura social que sólo puede florecer si la primera pierde su posición de monopolio.

Crear una nueva cultura solidaria que posibilite esta nueva realidad es tarea de todos. Repartir el empleo y conquistar el trabajo humano es el gran reto para alumbrar un mundo nuevo donde todas las personas y todos los pueblos tengan garantizado el derecho y el deber del trabajo en una nueva lógica ecológico-humana que permita a todas las personas reconocerse como criatura colaboradora de la obra común de la humanidad.







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