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Jesús El Maestro Completo

Jesús El Maestro Completo
Hemos de procurar dejarnos transformar por su modo de ser, y así en su luz veremos la luz.


Por: P. Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net



Hemos visto cómo la verdad más íntima que Jesús nos enseña, nuestra filiación divina, se expresa en la libertad y la alegría. También estos tres puntos pueden relacionarse con las virtudes teologales: en la verdad vemos la fe, la libertad depende del amor, y la alegría está directamente relacionada con la esperanza. Ahora sólo nos queda decir algunas ideas que quizá completan el cuadro.

a) Jesús enseña siempre con una visión completa, humana y divina, que abarca la racionalidad y la fe: no se fija en lo racional solamente, ni solo en lo emotivo, sino que su hablar abarca todo el ser: llega a la mente y corazón, se dirige a la razón y es al mismo tiempo poesía, describe lo natural y es al mismo tiempo apertura a lo sobrenatural, no hay mezcla de confusión sino lógica y lucidez aplastante: llega al fondo de las cosas pero al mismo tiempo sin que la esencialidad sea algo abstracto difícil de penetrar, pues sabe llenarlo todo de detalles y anécdotas que facilitan la comprensión de quienes escuchan, cada uno a su nivel. Sabe dejar para el círculo menor de sus discípulos (y algunos más preparados como Nicodemo) aquellas cuestiones más complejas, que a un nivel más amplio de gente, con menos formación, las deja implícitas como sumergidas en las parábolas. De este modo habla al mismo tiempo a los que pueden llegar a más, sin dejar humillados a los que no tienen profundidad, pues la explicación tiene profundidad, como varias capas, y cada cual capta según su capacidad. Esta pedagogía de Cristo diferenciadora es única, pues sabemos lo difícil que es hablar a público tan diverso y de todas las edades y niveles de formación. Va dirigido su mensaje al pueblo, que lo admira y entiende las cosas de un modo muy pecado al suelo, demasiado, y también habla a los discípulos, a diferentes niveles: los setenta y dos que es un círculo más amplio, los doce apóstoles, que conviven con el Señor, y a los que se dedica especialmente (también nosotros hemos de dedicarnos a los que Dios coloca a nuestro lado, y “crear escuela”): de modo especial a los discípulos escogidos (Pedro, Santiago y Juan, que le acompañan en momentos especiales), sin dejar de atender a otros: el ciego de Jericó, José de Arimatea, el publicano Leví, las mujeres que le seguían (María Magdalena, Juana, Susana y otras), Marta, María y Lázaro.

En todos los casos, me parece importante ver que la relación es personal, y los diálogos que Jesús mantiene con ellos también son personales. Fruto de la interioridad, de pensar en las personas que se encuentra, interesarse por ellas, Jesús tiene esta pedagogía que conecta con colectivos tan variados, y lo que es más, habla siempre como si hablara con cada uno, sabe “herir” en lo personal para hacer reflexionar, “personalizar” el mensaje de modo que cada uno se siente interpelado. Es un maestro universal, que se dirige a todos (a los judíos y todos los hombres, de todos los tiempos), pero que conoce a cada uno: “Yo soy el pastor bueno, y conozco las ovejas mías, y las mías me conocen (...), y pongo Mi vida por mis ovejas. Y tengo otras ovejas que no son de este aprisco. A ésas también tengo que traerlas; ellas oirán Mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor.” Es impresionante ver que se dirige especialmente a los débiles, a los pecadores, a los enfermos.

b) Su amor pedagógico (a diferencia de los maestros de la época) conmueve porque está hecho de vida: “Tomad sobre vosotros mi yugo, y dejaos instruir por Mí, porque soy manso y humilde de corazón; y encontraréis reposo para vuestras vidas.” Sea cual sea el contenido de la educación, se notan las convicciones del maestro, si pone su alma ahí, o es un mercenario (es decir, nuestro modo de ser influye en los alumnos, tanto si hablamos de ética como si de matemáticas, aunque de modo menor). Podríamos condensar la idea central de la enseñanza de Cristo en desvelar con su vida el Reino de los Cielos, la felicidad del hombre. No es una idea, sino la expresión de su alma. Consiste en ese tesoro único, el más preciado, que ha de ser preferido a todo, y se encuentra ya aquí, en las cosas de cada día, cuando se hacen por Amor. A mi me resulta curioso mirar esas imágenes de “dibujos mágicos” en 3 dimensiones, pero sólo es un truco visual. Pero hay una tercera dimensión, en la que junto a las cosas materiales, las rutinas de cada día, vemos nuevas profundidades misteriosas: basta la fe en Jesucristo, que lleva al amor, es una fe viva, operante en los Mandamientos, que ya no se ven como una imposición, sino como una necesidad del amor y nos lleva a ir más allá de una actitud de ir a los mínimos, la letra está al servicio del espíritu: el amor diligente. Es cuestión de preferencias: “Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y lo demás se os dará por añadidura.”

De ahí surge la lucha por una conducta recta, pues no puede hablarse de amor sin lealtad, como Jesús es fiel en esta Nueva Alianza. Se requiere la oración para mirar en el espejo de la verdad los acontecimientos de nuestro día, en definitiva lo que hemos apuntado del Sermón de la montaña.

c) En unidad de razón e inteligencia, conocer discursivo e intuitivo, en Jesús la palabra va unida al silencio, los argumentos van de la mano a la contemplación. Esto es especialmente importante hoy, pues como decía uno, "sin el silencio, no se puede admirar y sin admiración no se puede contemplar y sin contemplación no hay saber, muere la ciencia porque cesa el pensamiento". Tagore en sus escuelas de la India dejaba a los niños desperdigados en el campo, en libertad, un cuarto de hora al día para la contemplación en silencio. "El silencio no es sólo ausencia de ruido, sino también una necesidad positiva del espíritu, una real conquista de sí". "El silencio al ser un medio de perfección, implica para su logro mucho sacrificio y heroicidad. Hacer silencio, es saber -callar, saber- escuchar. Podríamos decir, el escuchar-callar es por naturaleza, pero el saber hacerlo implica perfección”. Me gustaría que Jesús nos hablara de esa “pedagogía del silencio”. Él se retiraba con frecuencia, de madrugada, al anochecer... y cuando podía, días enteros.

El gozo viene también de aprender a descansar, y así el espíritu reposado fortalece el cuerpo, por lo que el hombre es capaz de realizar los más altos ideales. El estudio de los sentimientos y disposiciones de Jesús, de sus actitudes, nos hace conocerle, admirarle, amarle, y seguirle. Verle que se retira a un lugar solitario con sus discípulos, ver a Jesús "descansar", en medio de la naturaleza, disfrutando de las cosas bellas, nos ayuda a gozar del reposo, pues el que va acelerado sin parar, acaba perturbado en su carácter, presa de manías o pasiones. Hemos de recomendar el descanso tranquilo, y no el "agotador" de algunas diversiones ruidosas, que llenan al hombre de angustias.

En el silencio el alma admira y contempla. El auténtico descanso, un cambio a una actividad más sosegada, fomenta la paz, y en el clima de meditación puede adquirir profundidad la sabiduría y prudencia, que son virtudes fundamentales. Somos más serenos, y vemos más claro que la ejemplaridad es la gran maestra, pues más que lo que digamos harán lo que hagamos, más que explicaciones influyen los testimonios de vida, y doy más lecciones con el dominio de sí mismo que predicando las virtudes.

Ahí el alma se admira por los lirios del campo, por un pastor que toma una oveja perdida... la poesía perfecciona los conceptos, los llena de contenido. El que pierde la capacidad de admiración, es viejo; quien admira, es joven sea cual sea su edad biológica. A veces el Evangelio nos dice que Jesús “se admiró” (Mt 8,10; 6,6; 15,28). Da un realismo a lo que dice porque viene de la vida, y da paz porque es camino de penetración de la verdad, de orden interior que aleja la perturbación del alma, es revivir con el alma del niño que todos llevamos dentro.

Hay quien está aburrido aunque participe en cosas grandes, pues siempre espera más en su ambición, está demasiado proyectado hacia el futuro, no sabe vivir el presente. Encontrarse existiendo. Es feliz el que sabe vivir cada instante, disfrutar con cosas pequeñas que le llenan, vivir la vida, admirarse y contemplar, para después comunicarlo a los demás. Cristo nos enseñó que la perfección en la predicación de la verdad radica en la contemplación; es decir, en la armonía de la razón y la contemplación el maestro logrará la plenitud en su enseñar: ciencia y poesía.

d) Y esto, como toda su doctrina, nos ha sido transmitida, fidelísima y substancialmente completa, a través de los Evangelios y de la Iglesia. Buena cosa para el educador beber cada día de las páginas del Evangelio..., que nos muestran como es Jesús, nuestro único Maestro: Junto a Él nos Siempre dice a cada uno lo que necesita oír. Leyendo el Evangelio, con corazón leal, meditándolo despacio, uno se siente empujado a decir: “Señor, sólo Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6, 68). Con Jesús, nos sentimos seguros. Esa palabra incluye a nivel intelectual una la preparación como la de Jesús: sólida y profunda, que le permite conocer las verdades de su época, los problemas del mundo y las corrientes culturales, y a partir de ahí lo supera todo con su doctrina y vida. Hemos de capacitarnos profesionalmente, actualizarnos en el estudio, pedagogía... Pero sobre todo en aquella sabiduría que es gusto por la verdad (sapientia: sapida scientia). Le pedimos a Jesús que nos ayude a ser fascinadores y entusiastas de nuestra vocación, con un amor imaginativo que lleve a cuidar de cada uno y del ambiente, para crear un clima de auténtica libertad; y que para ello cultivemos una piedad sentida, eucarística, mariana.

Que podamos ser buenos alumnos de tal maestro como fue san Pablo, ser como él padre (cfr 1Cor 4,14-16; 1Tes 2,8-11), y también madre (Gál 4,19), y decir con él: «Hijos míos, sufro por vosotros como si estuviera de nuevo dando a luz hasta que Cristo sea formado en vosotros»(Gál 4,19). Palabras impresionantes, que nos ayudan a acabar con la petición a Jesús: “haznos de Maestro, como en la sinagoga, cuando explicaste los dones del Espíritu Santo: sabiduría, inteligencia, ciencia y consejo... para que –participando de esa divina ciencia- sepamos enseñar -con las clases preparadas, el cordial entendimiento entre los colegas, la atención a cada alumno...- y sobre todo ello amar según el corazón del Maestro Divino, que es lo que más enseña”. Que María Santísima, la más excelsa colaboradora del Espíritu Santo, dócil a sus inspiraciones, Madre y guía del educador, con su vida y palabras nos lleve a "Hacer lo que nos diga Jesús" (cf. Jn 2, 5), nuestro Maestro y Señor.


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