La vid y los sarmientos
Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer
Juan 15, 1-8. El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante
Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos.
Reflexión
El Evangelio de hoy se ubica dentro del discurso de despedida de Jesús, tal como lo trasmite San Juan. Son las últimas enseñanzas del Señor, algo así como su testamento personal, antes de entregarse a los judíos. En este ambiente solemne y dramático, les presenta la parábola de la vid y de los sarmientos.
El tema no puede ser más bíblico. La viña era uno de los cultivos preferidos en Palestina. Era lógico que se tomara la imagen de la viña para dibujar por medio de ella la historia del pueblo. La viña era Israel, Dios era su viñador. Profetas y salmistas contaron la aventura de este viñedo cultivado por Yahvé.
También Jesús recurre varias veces a los viñedos para sus parábolas. Pero esta vez le da su sentido pleno: Jesús es la vid, la verdadera vid. Los que creen en Él, son los sarmientos. Y el Padre es el viñador de esta gran cepa.
Con ello, la imagen del Antiguo Testamento ha crecido en anchura y en profundidad. Ahora simboliza al gran árbol de la humanidad entera: su ramaje no son ya sólo los judíos, sino todos los que aceptan ser hijos de Dios.
¿Qué quiere enseñarnos el Señor con esta parábola de la vid? Me parece que quiere decirnos lo siguiente:
1 La Iglesia es, como la vid, un organismo vivo.
2 La fuente de vida de la Iglesia es Jesucristo.
3 Sólo en unión íntima con Cristo podremos ser fecundos.
1. La Iglesia es, como la vid, un organismo vivo
La Iglesia no es una organización jurídica o social. Como la vid, ella es un organismo vivo, es el Cuerpo de Cristo, una comunidad y una corriente de vida. Para formar parte viva de esta vid del Señor no es suficiente, haber sido bautizados y estar inscritos en la lista de miembros. Formamos parte de esta vid en la medida en que estamos unidos vitalmente a ella, en la medida en que compartimos su vida íntima.
2. La fuente de vida de la Iglesia es Jesucristo
La rama por sí sola no es nada: lo es todo por la savia que recibe del tronco al que está adherida. Así también cada discípulo de por sí no es nada; pero unido a Cristo lo es todo. Éste es el secreto de la vitalidad de la Iglesia y de las comunidades cristianas.
Al resucitar Jesús, Él se transforma en la vid llena de vida y de fuerza. Y nosotros nos convertimos en sus ramas. Nuestra vida de cristianos es parte de su vida. Porque Él es el único autor de la vida. Él es el principio y fundamento de la Iglesia. Él mantiene unidos los sarmientos, para que tengan vida y la tengan en abundancia.
Esto supone una vinculación permanente e íntima con Jesús: “permaneced en mí y yo en vosotros”. Mientras que permanezcamos unidos a Él, participaremos de su comunión de vida.
3. Sólo en la unión íntima con Cristo podremos ser fecundos
Los sarmientos producen fruto porque están unidos al tronco y se alimentan de su savia. El único camino para que nosotros podamos producir fruto y vida es, por eso, la unión íntima y personal con Cristo. El sarmiento que se separa del tronco, se seca y se lo echa al fuego, porque no sirve ya para otra cosa. Y para que podamos dar más fruto, el Padre nos va podando, nos purifica de nuestro egoísmo y de todo aquello que nos impide dar fruto en abundancia.
¿Pero qué significa dar fruto? Se trata de la fecundidad interior, no del éxito exterior. Tenemos que aprender a ver las cosas no con los ojos miopes humanos, sino con la visión de Dios. Los éxitos y fracasos ante los ojos de Dios son, por lo general, muy distintos de los que considera el mundo como tales. Y el Señor nos da aquí el único criterio para medir la verdadera fecundidad de nuestras obras: “no podéis dar fruto, si no permanecéis en mí”.
Queridos hermanos, pidámosle por eso al Señor que nos regale esa relación personal profunda con Él y con su Madre, para que así podamos ser fecundos por su Reino y transformarnos en auténticos discípulos suyos.
¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
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