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La gloria de Dios está en perdonar

La gloria de Dios está en perdonar
Domingo 31º del Tiempo Ordinario. Ciclo C. El que ama a Dios debe imitar la misericordia de Jesús.


Por: P. Jesús Martí Ballester | Fuente: Catholic.net



Domingo 31º del Tiempo Ordinario. Ciclo C.
4 de noviembre de 2007




1. En diversas circunstancias de su ajetreada historia, el pueblo de Israel ha experimentado el perdón de Dios, como ha cantado en los salmos, dejando constancia el libro de la Sabiduría que hoy leemos, una reflexión sobre lo que le cuesta a Dios castigar y cómo goza perdonando, incluso al mismo pueblo que persiguió a su pueblo, al que cuando castiga, pudiéndolo exterminar de raíz, porque no sólo Egipto, sino "el mundo entero es ante Dios como grano de arena en la balanza, como gota de rocío mañanero que cae sobre la tierra", y "puede ser aventado por su soplo poderoso", lo hace "con peso, número y medida".

La razón de esta moderación divina en el castigo, es su amor y su poder: "Te compadeces de todos, porque todo lo puedes, y cierras los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan" Sabiduría 11, 23.

2. El Señor había dicho ya por boca de Oseas: "No cederé al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín; que soy Dios y no hombre, el Santo en medio de ti, y no enemigo devastador" (11,9).

Por Ezequiel: "Juro que no quiero la muerte del malvado, sino que cambie de conducta y viva. Justamente por eso comenta San Ireneo que: “La gloria de Dios es el hombre que vive”, por tanto: Convertíos, cambiad de conducta, malvados, y no moriréis, casa de Israel" (33,11).

No puede ser de otra manera, porque lo pide el amor: Dios ama y por eso crea, "envías tu aliento y los creas, y repueblas la faz de la tierra" (Sal 104,30). Si dejara de amar, dejarían los hombres y todas las criaturas de existir: "Escondes tu rostro y se espantan; les retiras el aliento y expiran, y vuelven a ser polvo" (Ib 29). Esta es la razón de la moderación de Dios cuando castiga.

3. Ante esta experiencia de la bondad y de la misericordia de Dios, el pueblo de Israel entona el Salmo 144: "El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad, es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas". Comprueba que todo lo ha hecho bien y que ha derramado amor por toda la creación:

“Mil gracias derramando
pasó por estos sotos y espesuras
y yéndolos mirando
con sola su figura
vestidos los dejó de su hermosura”,
canta angélicamente San Juan de la Cruz.

4. La bondad infinita de Dios llega a su manifestación plena en Jesús, para quien perdonar es una delicia. ¡Cuántas veces ha pronunciado la palabra "te perdono" en el transcurso de su vida!

Hoy es un jefe de publicanos a quien le toca la lotería del perdón salvador y creador de Dios. La fama de Jesús era popular. La etapa de su viaje a Jerusalén toca a su fin. Si sube por la ribera del Jordán, Jericó era la última ciudad. Después atravesará el árido desierto de Judá para llegar a Jerusalén, término de su viaje y su Pascua.

5. Al entrar en Jericó ha curado a un pobre ciego (Lc 18,35). Socialmente no había problema con él. Pero otro cantar será el del hombre que se presenta ante su misericordia hoy. Es Zaqueo. Socialmente odiado, envidiado y marginado. La gente, ni el saludo le dirigía.

La soledad de este hombre en una ciudad relativamente pequeña como Jericó, debía de ser una continua amargura, que ni siquiera su gran riqueza podía mitigar. Muchas veces los ricos pagan un precio muy alto por su posición y por su opulencia.

Tratan de deslumbrar con sus derroches, como forma de esconder la tristeza de no ser queridos. Buscan ser amados a base de comprar el afecto, que si parece que lo consiguen, es ficticio. Y en el fondo lo saben. Zaqueo necesita encontrar quien lo comprenda y le dé un poco de cariño.

6. Si Jesús al menos le comprendiera. ¿Cómo poder verlo? La calle estaba llena de gente. El tampoco quería ser muy visto, pero era un hombre pequeñín, el mucho dinero no le había podido añadir un palmo a su estatura. Con rapidez de reflejos, se subió a una higuera, que hemos visto pues a la entrada de Jericó, pues se muestra todavía un viejo sicómoro que sería el de Zaqueo, y desde allí creyó que podría ver sin ser visto. Quizá pretendía observar con cierta curiosidad sin ningún compromiso.

7. Pasó Jesús. Levantó los ojos, le miró y le dijo: "Zaqueo, baja rápido, ves preparando la cena, que hoy voy a hospedarme en tu casa" Lucas 19, 1. El episodio sirve para evidenciar, una vez más, la atención de Jesús por los humildes, los rechazados y despreciados. Sus conciudadanos despreciaban a Zaqueo porque hacía componendas con el dinero y con el poder, y a lo mejor también porque era pequeño de estatura; para ellos, Zaqueo no es más que «un pecador». Jesús en cambio acude a encontrarle a su casa; deja a la multitud de admiradores que le ha recibido en Jericó y va a casa de Zaqueo. Como el buen pastor, deja las noventa y nueve ovejas para buscar la que completa el centenar, la que se ha perdido.

8. La actuación y las palabras de Zaqueo contienen una enseñanza. Tiene que ver con la actitud hacia la riqueza y hacia los pobres. El episodio de Zaqueo hay que leerlo con el fondo de los dos pasajes que le preceden, el del rico epulón y el del joven rico. El rico epulón negaba al pobre hasta las migajas que caían de su mesa; insensible ante Lázaro enfermo a la puerta de su casa, y sepultado en el infierno (Lc 16,25). ¿Qué pasará hoy -se preguntaban-, con este rico sanguijuela, que sacaba los hígados a los pobres, y además colaboracionista con el poder dominador? Zaqueo da la mitad de sus bienes a los pobres; uno usa sus bienes sólo para sí y para sus amigos ricos que le pueden corresponder; usa sus bienes también para los demás, para los pobres. La atención está en el uso que hay que hacer de las riquezas. Las riquezas son inícuas cuando se acaparan, robándolas a los más débiles y empleándolas para el propio lujo desenfrenado; dejan de ser inícuas cuando son fruto del propio trabajo y se ponen al servicio de los demás y de la comunidad.

9. Al joven rico Jesús le dice que venda todo lo que tiene y lo dé a los pobres (Lc 18, 22); con Zaqueo se contenta con su promesa de dar a los pobres la mitad de sus bienes. Zaqueo, en otras palabras, sigue siendo rico. La tarea que realiza de jefe de aduaneros de la ciudad de Jericó, que tiene el monopolio de algunos productos en aquel tiempo solicitadísimos, hasta en Egipto por Cleopatra, le permite seguir siendo rico incluso después de haber renunciado a la mitad de su hacienda.

10. Esto rectifica una falsa impresión que se puede tener de otros testimonios del Evangelio. No es la riqueza en sí lo que Jesús condena sin apelación, sino el uso inícuo de ella. ¡Existe salvación también para el rico! Zaqueo es la prueba de esto. Dios puede hacer el milagro de convertir y salvar a un rico sin, necesariamente, reducirlo al estado de pobreza. Una esperanza, ésta, que Jesús no negó jamás y que incluso alimentó, no desdeñando frecuentar, Él, el pobre, también a algunos ricos y jefes militares.

11.Jesús jamás halagó a los ricos ni buscó su favor suavizando, cuando estaba en su compañía, las exigencias de su Evangelio. ¡Todo lo contrario! Zaqueo, antes de oír que se le dice: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa», tuvo que tomar una valiente decisión: dar a los pobres la mitad de su dinero y de los bienes acumulados, reparar los fraudes cometidos en su trabajo restituyendo el cuádruple. El caso de Zaqueo se presenta, así, como el reflejo de la conversión evangélica que es siempre y a la vez conversión a Dios y a los hermanos.

12. Un relámpago de gozo le recorrió todo el cuerpo a Zaqueo. Le latía aceleradamente de sorpresa el corazón. No se lo podía creer. Pero oír a Jesús sin sentirse comprometido es difícil, pero no solo eso, es arriesgado, porque no estoy leyendo o escuchando o presenciando un mero espectáculo, sino la propia salvación: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”.

Vale la pena ser invitados por Jesús por la gran alegría que trae consigo y contagia. Es la alegría del Dios feliz, que está por sobre todo, incluso sobre las murmuraciones. “Aunque nuestros pecados fueran negros como la noche, la misericordia divina es más fuerte que nuestra miseria. Sólo hace falta una cosa: que el pecador abra al menos un poco la puerta de su corazón... el resto lo hará Dios...”, ha dicho Juan Pablo II, citando a santa Faustina Kowalska.

13. El cuchicheo que se desencadenó entre la gente de la ciudad al oír cómo, contra todas las normas de educación, Jesús, como si fuera el señor de la casa de Zaqueo, se ha invitado a cenar, fue general: "Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador". La soberana libertad de Jesús quedó puesta de manifiesto. No le importa la reacción de la gente cuando se trata de la conversión de una sola alma.

14. Hemos visto que la curación de un ciego no envolvía contradicciones, porque en su pobreza a nadie había podido perjudicar, ni causaba envidia a nadie. Pero ahora es un rico quien hospeda a Jesús. Y del contacto de los ricos con Jesús se conocían experiencias tristes.

15. Iluminado por la gracia de Jesús, fascinado por sus palabras y seducido por la generosidad de su amor, que se traslucía en todo él y manaba de su persona, Zaqueo promete solemnemente que "dará a los pobres la mitad de sus bienes, y si de alguno se ha aprovechado le restituirá cuatro veces más". Eso es una conversión eficaz y real, porque la cartera es el órgano más sensible del hombre, y de la mujer. "La muralla" de Calvo Sotelo, está formada por la familia que no quería quedarse en la miseria, si él, jefe de la casa, restituía la suculenta finca robada, "El Tomillar". La familia cerró el cerco en la muralla, acorraló al pobre hombre que quería salvarse y no le dejaban, ni su esposa ni sus hijos, ni su suegra; le repitió el ataque y murió sin poder cumplir su voluntad de restituir.

16. Zaqueo pasó por todo y experimentó que seguir a Jesús, no es un problema que se despeja sólo en el interior de la conciencia individual, sino que tiene consecuencias familiares y sociales. Pero, dice Lucas, que Jesús contestó a la decisión de Zaqueo: "Hoy ha sido la salvación de esta casa". Si han sido solidarios en la privación, lo son igualmente todos en la salvación. La salvación de Dios compromete una respuesta del hombre.

17. La conciencia del pecado y del perdón divino son dos experiencias indispensables que debe realizar el creyente para comprender el amor de Dios, como lo experimenta el «Miserere», el Salmo penitencial más intenso y repetido, el canto del pecado y del perdón, la meditación más profunda sobre el pecado y la gracia, en un suspiro de arrepentimiento y de esperanza, compuesto por David, cuando fue tocado por las palabras del profeta Natán (2 Sam 11), que le reprochaba el adulterio con Betsabé y el asesinato de Urías.

18. Dos horizontes describe, el de la tiniebla del pecado en la que vive el hombre desde su nacimiento: «Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre», que expresa la dimensión profunda de la debilidad moral innata en el hombre, y el de la misericordia divina que infunde en el hombre un «corazón» nuevo y puro, una conciencia renovada, y le abre la posibilidad de una fe límpida y de un culto agradable a Dios.

19. La triste realidad que procede del abuso de la libertad, es definida por tres términos hebreos, --hattá--, «no dar en el blanco», y –awôn--, «torcer», «curvar». En efecto, el pecado es una desviación del camino recto; es la inversión, la distorsión, el ojo que sale de su órbita y convierte al ser humano en monstruo, la deformación del bien y del mal, en el sentido de Isaías: --¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad -- (Is 5, 20).

Sólo las criaturas racionales no han podido torcer el designio de Dios. Las criaturas no dotadas de libertad, siguen, según San Clemente I, Papa, inviolablemente el querer divino:

20. Así lo dice el santo Papa: “Los astros del firmamento obedecen en sus movimientos, con exactitud y orden, las reglas que de él han recibido; el día y la noche van haciendo su camino, tal como lo ha determinado, sin que jamás un día irrumpa sobre otro.

El sol, la luna y el coro de los astros siguen las órbitas que él les ha señalado en armonía y sin trasgresión alguna. La tierra fecunda, sometiéndose a sus decretos ofrece, según el orden de las estaciones, la subsistencia tanto a los hombres como a los animales y a todos los seres vivientes que la habitan, sin que jamás desobedezca el orden que Dios le ha fijado.

Los abismos profundos e insondables y las regiones inescrutables obedecen también sus leyes. La inmensidad del mar, colocada en la concavidad donde Dios la puso, nunca traspasa los límites que le fueron impuestos, sino que en todo se atiene a lo que él le ha mandado. Pues al mar dijo el Señor: “Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas”.

Los océanos que el hombre no puede penetrar, y aquellos otros mundos que están por encima de nosotros obedecen también las ordenaciones del Señor. Las diversas estaciones del año, primavera, verano, otoño e invierno, van sucediéndose en orden, una tras otra.

El ímpetu de los vientos irrumpe en su propio momento y realiza así su finalidad sin desobedecer nunca, las fuentes, que nunca se olvidan de manar y que Dios creó para el bienestar y la salud de los hombres, hacen brotar siempre de sus pechos el agua necesaria para la vida de los hombres; y aún los más pequeños de los animales, van reproduciéndose y multiplicando su prole.

“Manda a la luz y ella va; la llama y ella le obedece temblando; a los astros
que velan gozosos en sus puestos de guardia, los llama y responden “Presente”, y brillan gozosos para su Creador” (Ba 3, 15).

21. Cuando el hombre se convierte, «regresa» (en hebreo –shûb-- camino recto, corrigiendo la ruta. La palabra –peshá-- “pecado”, expresa la rebelión del súbdito contra su soberano, y desafía a Dios y a su proyecto para la historia humana, pero si el hombre confiesa su pecado, la justicia salvífica de Dios lo purifica radicalmente.

En la confesión del pecado se abre un horizonte de luz en el que Dios actúa, no sólo negativamente, eliminando el pecado, sino recreando la humanidad pecadora con su Espíritu vivificante, e infundiendo en el hombre un «corazón» nuevo y puro, a lo que Orígenes habla de terapia divina por la obra sanadora de Cristo: «Al igual que Dios predispuso los remedios para el cuerpo de las hierbas terapéuticas sabiamente mezcladas, así también preparó para el alma medicinas con las palabras infusas, esparciéndolas en las divinas Escrituras...

Dios dio también otra actividad médica de la que es primer exponente el Salvador, quien dice de sí: "No tienen necesidad de médico los sanos; sino los enfermos". Él es el médico capaz de curar toda debilidad, toda enfermedad.

22. Esta espiritualidad debe reflejarse en la existencia de los fieles. Sentido vivo del pecado, percibido como una decisión libre, de connotaciones negativas en el ámbito moral y teologal: «contra ti, contra ti sólo pequé, cometí la maldad que aborreces», presentándose en toda su miseria y desnudez ante Dios y suplicándole que no lo rechace de su presencia, y seguridad del perdón divino que «borra», «lava», «limpia» al pecador y lo transforma en una nueva criatura de espíritu, lengua, labios, corazón transfigurados.

“Todo comienza en tu misericordia y en tu misericordia termina” (M. Winowska, Icono del Amor misericordioso. El mensaje de sor Faustina, Roma 1981) (Juan Pablo II).

23. Jesús está esperando ahora nuestra decisión ante su palabra viva y vivificante, pero cortante como espada de dos filos (He 4,12).

Sin nuestra decisión de emplear nuestros bienes ayudando a nuestros hermanos, sería estéril la invitación que Jesús nos ha hecho a su banquete de la palabra y de la Eucaristía, como hubiera quedado el hospedaje de Zaqueo en agua de borrajas, si él no hubiera dado una respuesta positiva, cambiando por dentro y por fuera, contando con la gracia del perdón generoso de Dios, ofrecido por Jesús.

> jmarti@ciberia.es









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