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La perseverancia en la oración

La perseverancia en la oración
Domingo 30º del Tiempo Ordinario. Ciclo C. El reconocimiento interior del pecado al que Dios regala la justificación.


Por: P. Jesús Martí Ballester | Fuente: Catholic.net



Domingo 30º del Tiempo Ordinario. Ciclo C.
21 de octubre de 2007

La parábola del publicano y el fariseo no cuestiona ni plantea las actitudes exteriores de los orantes.
El núcleo de la parábola es el reconocimiento interior del pecado al que Dios regala la justificación.
El publicano, proclamado por Jesús modelo orante. El fariseo, pauta negativa.




1. Comisionado Bossuet por el Papa Clemente XI para examinar el espíritu de las cistercienses jansenistas de Port-Royal, dirigido por abadesa Angélica Arnault, cuyo hermano, Antonio Arnault, doctor de la Sorbona, era el caudillo espiritual del movimiento y había publicado un libro, sobre la comunión frecuente, en el que se exageraban hasta a punto los requisitos para la recepción de la comunión, que entre los jansenistas llegó a tenerse por más perfecto abstenerse de la eucaristía por respeto, sintetizó en una frase al Papa su dictamen: "Puras como ángeles, soberbias como demonios". Esta anécdota, nos facilita la comprensión de la actitud suficiente que observa el fariseo en su oración.

2. El mensaje de LA ORACION que Lucas nos ofrece, no es una predicación teórica, sino enriquecida con gestos y detalles plásticos y escenas evocadoras de gran viveza. La constancia y la perseverancia en la oración la ha expresado Jesús en la parábola del juez inicuo y la pobre viuda: "¿Dios no hará justicia a sus elegidos que están clamando a él día y noche? " (Lc 18,1). Por esta escena de la viuda conocemos que hay que orar día tras día, con perseverancia. Pero como no basta orar externamente, sino que es necesario que la oración brote de la hondura de la vida, nos propone hoy Jesús, la parábola del FARISEO Y EL PUBLICANO, en la que destaca que la oración exige sinceridad y limpieza interior Lucas 18,9. Exige humildad, que "es andar en verdad; que lo es muy grande no tener nada bueno de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende anda en mentira" (Santa Teresa. VI Moradas 10,8).

3 Al Templo, el lugar de la oración, suben un fariseo, un hombre que cumple la ley, y un publicano que, aunque es hebreo, colabora con el poder romano, y con Herodes, como recaudador que agobia al pueblo con sus impuestos y como tal, odiado y despreciado por la gente y considerado pecador, por sanguijuela. Y malmirado, sobre todo, por los fariseos. Jesús ha comprobado y sufrido muchas veces esta actitud, y se la ha reprocha reiteradamente, con el ánimo de que despierten. Conocemos sus frecuentes diatribas contra ellos.

4. El fariseo sube al templo: aprecia y valora la oración y la practica. Pero ora con palabras huecas y con gestos vacíos. Está recontando ante Dios sus propias virtudes de las que está suficientemente satisfecho, encantado de haberse conocido: Tiene alta su moral, su "autoestima" como hoy se dice. "Ni es ladrón, ni es injusto, ni es adúltero". Le bastan sus propios valores humanos. Se conforma con ellos. Y se los atribuye: “No soy como los demás”. Sería verdad que no tenía aquellos pecados, pero no se le pasaba por la cabeza que se lo debía a Dios. Sólo Dios es santo. Los hombres de sí, nada, menos que nada, pecado. No deja pues, ni una rendija abierta para que la gracia pueda penetrar en su conciencia y le haga ver que ante Dios es pura nada. Se mueve entre dos polos: su orgullo y el desprecio del publicano: "no soy como ese publicano". Es el mismo tipo del hermano cumplidor del pródigo, que rechaza a "ese hijo tuyo" que ha derrochado tu dinero en malas mujeres, y lo contrapone a él tan cumplidor y estricto. A este hombre le ha hecho mal su cumplimiento. Quizá si hubiera dado menos importancia a sus obras legales y hubiera cometido fallos, le hubiera argüido su conciencia.

5. El fariseo representa el conservador que se siente en orden con Dios y con los hombres y mira con desprecio al prójimo. El publicano es la persona que ha errado, pero lo reconoce y pide por ello humildemente perdón a Dios; no piensa en salvarse por méritos propios, sino por la misericordia de Dios. La elección de Jesús entre estas dos personas no deja dudas, como indica el final de la parábola: este último vuelve a casa justificado, esto es, perdonado, reconciliado con Dios; el fariseo regresa a casa como había salido de ella: manteniendo su justicia, pero perdiendo la de Dios.

6. Jesús decía sus parábolas a la gente que le escuchaba. En una cultura cargada de fe y religiosidad como la de Galilea y Judea de su tiempo, la hipocresía consistía en ostentar la observancia de la ley y santidad, porque éstas eran las cosas que atraían el aplauso. En nuestra cultura secularizada y permisiva, los valores han cambiado. Lo que se admira y abre el camino al éxito es lo contrario. Para los fariseos la contraseña era observar las normas; hoy, es la trasgresión. Decir de un autor, de un libro o de un espectáculo que es morboso es hacerle propaganda. Hoy debemos dar la vuelta a los términos de la parábola, para salvaguardar la intención original. ¡Los publicanos de ayer son los fariseos de hoy! Actualmente es el publicano, el procaz y el moderno es quien dice a Dios: Te doy gracias, Señor, porque no soy como aquellos fariseos creyentes, hipócritas y fachas, que se preocupan de la moral, los estrechos, pero son peores que nosotros. Parece que hay quien ora así: ¡Te doy gracias, oh Dios, porque soy ateo, porque no me interesa nada la moral, ni cumplir mi palabra, ni estudiar, ni cumplir mis deberes!

7. Rochefoucauld decía que la hipocresía es el tributo que el vicio paga a la virtud. Hoy es el tributo que la virtud paga al vicio. Se tiende, sobre todo por los jóvenes, a mostrarse peor y más desvergonzado de lo que se es, para no parecer menos que los demás. Lo peor sería actuar como el publicano en la vida y como el fariseo eran o en el templo. Los publicanos eran pecadores, hombres sin escrúpulos que ponían el dinero y los negocios como su bien supremo; los fariseos, al contrario, en la práctica, eran muy austeros y observantes de la Ley. Hoy nos parecemos al publicano en la vida y al fariseo en el templo.

8. Cuenta el cardenal Lustiger, arzobispo de París, hablando de su antecesor, Cardenal Veuillot que se decía de él: “cuando pasa el cardenal, parece que va diciendo: “Yo, el obispo”. Enfermó de cáncer y ya en fase terminal, madurado por el dolor, termina Lustiger: “ahora, éste es el arzobispo que necesitamos”. La anécdota no es exacta, pero ilustra para entender la suficiencia que proporciona la riqueza moral u honorífica. Y es que, aunque han cambiado mucho las cosas, siempre la Iglesia ha sido tentada por el poder, y sobre todo en Francia, que con Napoleón, vivió la identificación de los obispos con los prefectos y generales, y la integración del cuerpo episcopal en el conjunto de los cuerpos constitutivos.

9 El publicano por el contrario, se presenta ante Dios y se descubre profundamente pecador. Experimenta la necesidad de salir de su pecado y pide con humildad su auxilio. Conoce su realidad y la reconoce. Y sin atreverse a levantar los ojos al cielo, se golpeaba el pecho, significando su arrepentimiento. El pecado le ha hecho bien al publicano

10. Por eso es humilde y, abrumado por sus pecados, siente la necesidad de ser perdonado y de ser tratado con misericordia. El publicano también se mueve entre dos polos, pero verdaderos: La santidad de Dios y su pecado. Y habla con Dios de verdad. Su oración es auténtica. Se dirige a Dios, reconociendo que sólo él le puede comprender y perdonar y darle fuerzas, auxilio y ayuda, para salir del pozo de su vida pecadora.

11. El publicano ha sabido orar. Es una parábola. Por lo tanto, lo que Jesús pretende con ella es expresar plásticamente su enseñanza: "Cuando oréis, no seáis como los hipócritas. Les gusta orar puestos de pie en las sinagogas, o a la vista de la gente en las calles, para que les vean los hombres. En verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Vosotros orad a vuestro Padre en secreto en vuestra habitación, con la puerta cerrada" (Mt 6,5).

12. Jesús no ha querido con la parábola hacer un tratado de teología, pero nosotros podemos razonar y orar sobre ella. ¿Quién ha conducido al publicano al templo? El lo pisa poco. Es Dios es el que le conduce, y el que le toca el corazón. Por lo demás, Jesús quiere en la parábola descubrir la fuente de la oración, para poner de relieve las diferentes actitudes y enseñarnos hoy que no son patrimonio exclusivo de fariseos y publicanos. No son anacrónicas. Hoy también se dan. Y la Palabra se nos proclama para que nos miremos en ellas.

13. La oración del publicano es interior y auténtica. Y como "El Señor escucha las súplicas del oprimido; y no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja; su grito alcanza las nubes; los gritos del pobre atraviesan las nubes y el juez justo le hace justicia" Eclesiástico 35,15, tesis de Ben Sirac, que anticipa el resultado de la parábola del publicano, éste bajó a su casa justificado. La justificación del publicano es el más elocuente cumplimiento, de la revelación de la primera lectura. Dios está con los pobres, con los pecadores, con los débiles, con los insatisfechos de su pureza, con los que lloran, con los maltratados y humillados. Está con ellos porque son los que más le necesitan. Porque así es el Amor que goza abajándose, compadeciéndose, perdonando.

14. Dios no quiere que peques, ni que te den motivos para llorar, ni que te maltraten, ni que sean injustos contigo, por eso está más cerca de ti, porque estás más solo y experimentas tu infelicidad. Quiere que seas feliz. Te ha creado para eso. Si los demás, o tus circunstancias y debilidad te hacen desgraciado, ahí está él para aliviar tu carga: "Venid a mí los que estáis cargados y abrumados, que yo os aliviaré" (Mt 11,28). Por eso y para eso es Padre/Madre.

15. Es verdad que "si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo libra de sus angustias. El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. No será castigado quien se acoge a él" Salmo 33.

16. En la parábola de Jesús, lo menos importante es el rito de la oración:.”¿Doblar como un junco la cabeza...?” (Is 58,5). El fariseo ha cumplido puntualmente todas las minuciosas ceremonias de la tradición de Israel. Pero no ha llegado al corazón de Dios. Se ha quedado en sí mismo, en su propia visión del mundo, en la soberbia satisfacción de su propia justicia: "No soy como los demás hombres". Recuenta los pecados que cometen los hombres, y dice que él no los hace. Y es verdad. Pero tiene un pecado muy grande: la soberbia, que se atreve a juzgar a los otros hombres y a despreciar en concreto a ese hombre publicano. Y Dios no tolera que toquen a sus hijos, los hombres, aunque sean pecadores. ¿Quién sabe lo que hay en la conciencia del hombre? Las caídas son preparaciones, noches. Pueden garantizarlo San Pedro, San Pablo, la Magdalena, San Agustín....

17 El fariseo no ve su pecado contra la caridad, y no reconoce su orgullo porque está ciego. No encuentra nada de que arrepentirse, por eso no se confiesa, se mira al espejo y se ve guapo. No siente la necesidad de pedir perdón. ¿Por qué lo ha de hacer, si él no roba, ni mata? El publicano, como "no va a misa", no sabe los ritos y las fórmulas y no los cumple. En su vida sólo ve pecado, y no encuentra nada bueno que pueda presentar a Dios. Pero ha entrado en el fondo de sí mismo, ha abierto la puerta de su corazón, se ha descubierto leproso y ha presentado sus llagas a quien las puede curar y crear en él un corazón puro. Ha dejado que Dios, buen samaritano, se las unja con aceite y con vino, le ilumine y le cambie. Y bajó justificado. Es decir, Dios le ha amado y él ha experimentado que ha sido perdonado y que Dios confía en él y, agradecido, quiere demostrarle a Dios que también él le ama, y por eso va a comenzar una vida nueva, cumpliendo su voluntad.

18 Es la exigencia del perdón y del amor que Dios le ha transmitido. Ha comprendido con agudeza que la oración consiste en abrir el corazón al Padre y a Jesús, que nos ama; tiene la certeza de que más allá de este mundo no hay un vacío que repite el eco de nuestras propias voces y gritos; sino un amor de Padre, que nos ama y nos escucha, aunque no sepamos cómo, contra la evidencia de lo contrario. En la práctica el hombre puede vivir sin oración, pero su alma sin oración está muerta, paralítica, dice Santa Teresa, porque la oración es la que vivifica la fe, que, por eso, sin oración, es fe muerta. Sólo en la oración, puede el hombre llegar a descubrir su intimidad como persona que es amada. Sólo por la oración puede experimentar que ha sido perdonado.

19 El publicano se sintió perdonado, como cada cristiano que recibe el sacramento de la Reconciliación. Y esa es la auténtica oración cristiana, la que se goza en el don del perdón que Dios nos ofrece, como un regalo. Por la oración cada día podemos vivir este misterio y expresarlo con gozo.

20. El fariseo no ha sabido descubrir la grandeza de la misericordia, porque estaba encerrado en los muros de sus cumplimientos, en su voluntarismo. En cambio el publicano confió en el amor misericordioso, y salió justificado. El fariseo era religioso, pero no era pobre. El publicano no era religioso, pero era pobre. Bienaventurados los pobres de espíritu... Los pobres de Yahvé. Es Dios quien ha conducido al uno y al otro al templo: uno salió justificado y el otro no. La humildad y la soberbia han causado el perdón y la condenación. Por eso dice Santa Teresa, que la humildad es la base del castillo.

21. Lo que nos enseña Jesús pues, es que el orante verdadero es el publicano. Que en la base de la oración está la humildad y contrición. Que el pecador –y todos lo somos- no debe comenzar a orar pidiendo cosas, sino, ofreciendo sus pecados a la misericordia del Padre. En cambio, ha situado al fariseo como la pauta negativa del orante, por contraste con el publicano.

22. El Señor que se manifiesta como juez justo, en contraposición al "juez injusto" en el domingo anterior, y que escucha las súplicas del oprimido exteriormente, como la viuda por su adversario, o interiormente, como el publicano de hoy por sus pecados, no hace oídos de mercader ante los gritos del huérfano o de la viuda. Las penas gritadas consiguen el favor de Dios. "Los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansan".¿Cómo puede ser de otra manera, si para eso ha creado al hombre y le ha hecho hijo suyo en su Hijo, hasta el extremo de rescatarlo con su sangre?

23. Tu, Cristo de toda compasión, nos concedes que nos volvamos hacia ti … entonces una luz interior se levanta en nuestros corazones. Y para orar son suficientes estas palabras: Jesús, gozo mío, esperanza mía y vida mía, oraba Roger de Taizé. Reconciliados con Dios, vengamos a la fuente de la vida donde Dios nos recibe y nos alimenta con su Cuerpo y con su Sangre.


> jmarti@ciberia.es









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