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Una mirada de conjunto
Hay momentos en los que quisiéramos llegar a una visión de conjunto sobre nuestro planeta y sobre los millones de seres humanos que lo pueblan


Por: Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net



 

Conocer cómo va el mundo resulta difícil. En parte, porque el “mundo” es muy complejo, con diferencias enormes entre regiones geográficas y entre personas concretas. En parte, por los límites de quien intenta llegar a una mirada de conjunto: falta tiempo, faltan datos, falta perspectiva, faltan hábitos de reflexión.

Sin embargo, hay momentos en los que quisiéramos llegar a una visión de conjunto sobre nuestro planeta y sobre los millones de seres humanos que lo pueblan.

¿Qué nos indicaría esa mirada de conjunto? Sin ser completos y sin establecer una jerarquía entre los diferentes aspectos, podemos fijarnos en algunas piezas que componen el mosaico del mundo en el que vivimos.

Constatamos inicialmente que hay diferencias enormes entre los seres humanos en muchos niveles: económico, cultural, religioso, sanitario, político...

Al mismo tiempo, podemos subrayar que, más allá de todas esas diferencias, las mujeres y los hombres compartimos una misma dignidad: tenemos un alma espiritual que nos acomuna y nos permite reconocer que respecto a nuestra humanidad no deben existir discriminaciones arbitrarias.

Otro aspecto a considerar se refiere a la población mundial. Desde hace unos 60 años se han producido fuertes cambios demográficos en algunos lugares del mundo considerado como “desarrollado” y en otras zonas del planeta.

En concreto, ha habido una drástica reducción de los índices de natalidad, al mismo tiempo que se ha aumentado la esperanza de vida. Ello ha dado como consecuencia que algunos países están envejeciendo rápidamente, otros no garantizan ya una tasa de nacimientos suficiente para el reemplazo generacional, y hay zonas (por ejemplo, Rusia) en las que se constata un descenso en el número de sus habitantes.

Una dimensión importante de nuestro mundo radica en el desarrollo tecnológico. Éste ha continuado su carrera en los últimos 100 años, si bien de modo desigual, con mejoras que han permitido un aumento de la producción agrícola e industrial con menos costos. Especialmente en el ámbito de la computación y de los dispositivos electrónicos los cambios han facilitado las comunicaciones y un acceso mayor a la información, si bien de modo desigual.

El desarrollo tecnológico, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, ha sido orientado también al mundo de las armas, que han aumentado su potencial dañino con la construcción y despliegue de misiles atómicos. Sobre nuestro planeta, desde hace años, sigue en pie una amenaza de destrucción masiva que suscita miedo y que exige cambios profundos para superar la actual situación de peligro.

Junto a la técnica, las ciencias empíricas y la medicina han dado grandes pasos adelante. Enfermedades que llevaban a la muerte hace 100 años ahora pueden ser curadas. Desde luego, la atención sanitaria no se ofrece por igual a todos: actualmente millones de personas están privadas de las curas mínimas, además de sufrir por situaciones más o menos endémicas de desnutrición.

Los progresos científicos y tecnológicos han creado en algunos una mentalidad según la cual el progreso sería siempre algo positivo y llevaría a la desaparición de los males humanos. Al mismo tiempo, un mejor acceso a los estudios harían desaparecer, dicen ciertas voces, modos de pensar y de vivir que estarían “superados”, incluyendo en esa categoría también a las religiones del planeta.

A pesar de esa mentalidad, notamos la pervivencia, y en algunos lugares el renacimiento, de las creencias y prácticas religiosas. Ciertamente, hay amplias zonas del planeta, sobre todo en los países que se autoconsideran “desarrollados”, donde la religión ha perdido mucho terreno. Pero en otras la gente acepta y vive según ideas religiosas consideradas muy importantes para la propia existencia.

Se podrían añadir otros aspectos para completar el cuadro, si bien es tanto lo importante que resulta difícil alcanzar la deseada visión de conjunto. Pero con estos primeros datos se hace patente que en nuestro mundo coexisten elementos positivos y elementos negativos, mejoras y retrocesos, modos de pensar contrapuestos, injusticias y amenazas graves.

En este contexto mundial, pervive en el corazón humano un deseo de verdad, de bien, de belleza, de justicia, con el que situaciones sumamente negativas pueden iniciar un camino hacia la mejora.

No encontraremos, ciertamente, el paraíso en la tierra, ni ninguna situación buena puede ser garantizada de modo indefinido, como recordaba Benedicto XVI en la encíclica “Spe salvi”. Pero al menos podemos buscar caminos que abran espacios a un mundo mejor. Lo desean sobre todo quienes más sufren en el momento actual, sin olvidar la necesaria atención a las generaciones que, esperamos, se harán presentes en nuestro mundo en los próximos decenios de existencia humana.

 







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