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Educar es fascinante
Los pies bien en el suelo y con una gran esperanza de felicidad. ¿Quién se apunta?


Por: Emilio Aviles | Fuente: Catholic.net



Algunas corrientes, denominadas progresistas, animaban ya hace más de 30 años a renunciar a la autoridad. Se vivió entonces un clima de dejadez en el exigir. Actualmente, por contra, se ha puesto en valor el hecho de poder mandar-acompañar-liderar con determinación e ideas claras, evitando pasividades y proteccionismos.
Ahora, a principios de siglo XXI, es el tiempo donde la coherencia y la interpretación sincera del actuar humano son de vital necesidad. Vivir ha de significar una explicación, no una mera opinión o percepción simple de lo que parece ser propio al hombre.

Asimismo, puede ser muy enriquecedor considerar la autoridad, el derecho a recibir un servicio, desde el punto de vista de aquel que obedece o realiza una tarea para los demás. ¡Qué gran valor poder ejercer cualquier profesión honrada, para mejorar personalmente y poder elevar, a todos los niveles, a una sociedad, donde uno esté en cada momento. Y desde ese lugar, poder decir aquello de D. José Ortega Gasset “Yo soy yo y mis circunstancias y si no las salvo a ellas no me salvo yo”. Pues sí, realmente todos influimos de alguna manera, sea cual sea nuestro nivel de responsabilidad, influencia o prestigio. Y podemos y debemos aumentar la excelencia de las personas que tenemos al lado, pues son nuestra gran “circunstancia”.

En el amplio campo de la educación formal, familiar y no formal, habrá ocasiones en que será imprescindible exigir y dejarse exigir con fortaleza, siempre dentro de un ambiente amable y con espíritu deportivo. Esa fortaleza es muestra de verdadera estima, comprensión y confianza mutuas, entre padres e hijos, entre profesores y alumnos, entre amigos.

Esto no excluye la decisión firme, clara, de hacer y mandar hacer lo que se debe. Pero, en todo caso, los gritos o amenazas encendidas son las más de las veces innecesarias. Si esa actitud violenta menudea al ejercer la autoridad, será una muestra de falta de seguridad y preparación. Se descubre entonces una maravillosa ocasión para mostrarse más serenos, templados y prudentes.

También es verdad que en esos asuntos concretos y tan humanos, las cosas no son tan fáciles y evidentes. Pero hemos de poder fijar unos límites, en los que sí se debe actuar con una energía proporcionada a la necesidad educativa.
Al marcar límites ha de quedar manifiesto qué es lo que no se puede hacer, qué es un error, qué es una conducta inaceptable. Parafraseando a D. Julián Marías, esta limitación negativa es de suma importancia, porque elimina una larga serie de conductas injustificadas, inadmisibles, que hay que rechazar. Podrá quedar cierta vacilación respecto a la licitud o conveniencia de las conductas positivas; pero es muy grande el valor que encierra la evidencia de lo que no se debe ni puede hacer.

Importa mucho enunciar, y vivir y ver vividas, conductas que susciten estimación, adhesión sin reservas. Ellas serán sustento firme, posibilitarán seguir adelante sin vacilación, con la seguridad de que el punto de partida es justo y bien cimentado.

Así, aunque no tuviéramos seguridad ante el porvenir, que normalmente sí la habrá, siempre la tendremos respecto a nuestro punto de partida. Los pies bien en el suelo y con una gran esperanza de felicidad. ¿Quién se apunta?


Comentarios al autor: emilioaviles@es.catholic.net

 







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