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Shrek 4: buena teología épica, al estilo

Shrek 4: buena teología épica, al estilo "Narnia"
Un poco menos humorístico, mucho más profundo: el ogro vence la brujería feminista


Por: Pablo J. Ginés | Fuente: ForumLibertas



Es la cuarta película del ogro verde Shrek, y ya desde el título es subversiva. En inglés es "Shrek: Forever After" ("Shrek, por siempre jamás") o "Shrek: the Final Chapter" (el "Capítulo Final"). En español, aún más claro: "Felices para siempre".

¡Felices! ¡Felices! No entretenidos, no divertidos, no satisfechos, no... ¡felices! Qué radicalidad.

Y ¡para siempre! No "mientras dure" o "por ahora" o "no nos ponemos un plazo, ya veremos". No. Felices para siempre. ¡El Capítulo Final!

Pura teología. Ningún laboratorio puede demostrar que exista la felicidad ni mucho menos el "para siempre". Y sin embargo, eso es lo que desea el corazón humano: deseo grande, inmenso, eterno, ¡para siempre!...

¡Qué diferencia con los deseos que ofrece el duende Rumpelstinskin a quien firme sus contratos! ¡Qué diferencia con tantas adicciones que ofrecen placer, pero obligan a subir la dosis, hasta que ya nada colma el ansia y uno es esclavo de sus deseos, a los que al mismo tiempo odia!

Han comparado esta película de Shrek con "Qué bello es vivir", de Frank Capra y tiene sentido. Pero es mejor compararlo con Narnia, la franquicia basada en las novelas teológico-fantásticas de C. S. Lewis, que está dando buenos resultados a la alianza Disney-Walden Media.

La película empieza en la "vida real": los ogritos trillizos de Shrek y Fiona cumplen 1 añito... 12 meses de pañales, biberones, de ser despertados al alba por los críos, de amigos agobiantes. ¡Ya nadie respeta a Shrek como ogro feroz, ya nadie le persigue con horcas y antorchas! Es un padrazo, ya no es adolescente. Y está harto y agobiado. "Tienes una vida perfecta, amigos fieles que te quieren, hijos preciosos, una esposa que te ama", le reprocha Fiona. ¡Que quede claro! Pero él sólo quiere ser "como antes", al menos por un solo día, volver a su gamberra independencia.

Y aquí aparece el tentador, el duende Rumpelstinskin, que le ofrece este día a cambio de un día de su infancia. "Es necesario para que la magia funcione", dice, y debe ser verdad. Ese día es el del nacimiento: como en la película de Frank Capra, Shrek no nace... no libera a Fiona de la torre... y el duende tirano se convierte en rey.

Vemos en toda su gloria el "Matrix progre" del que habla Juan Manuel de Prada (gran fan de la serie del ogro, por cierto). En vez de la familia, con sus biberones y su entrañable ciénaga doméstica, está la discoteca de colores y ritmos hipnóticos, llena de brujas, todas hembras. ¡No hay espacio para los hombres ni los niños: solo mujeres "libres" (sin familia, pero bajo la tiranía del jefe, eso sí, como profetizó Chesterton) que bailan en una multitud de solitarias!

Shrek encuentra a la resistencia: ogros bienintencionados, organizados como comunidad, sana y libre, liderados por una Fiona que no tiene nada que envidiar a Red Sonja, aquella novia de Conan el Bárbaro enfundada en escuetos bikinis de cota de malla. Fiona se salvó a sí misma, y organizó la resistencia. No necesita salvador, ella salvará a su gente. O eso piensa. Suena bien: es pelagiano y prometeico, suena bien.

Lo que pasa es que a medio plazo la música hipnótica del Flautista suena más fuerte: la super-ogresa nietzschiana, su valiente comunidad de resistencia proscrita, terminan también hipnotizados bajo la música (gran danza con ritmos de los 70). El Flautista puede modular una melodía hipnótica distinta para cada público.

Al final llega la evidencia. No, Fiona, no puedes salvarte a ti misma. Es necesario que Shrek se entregue y muera por ti y por todos: por esos ogros forajidos, porque quien dice ser el rey del mundo, pese a sus pelucas y su música de Enya ("Orinoco Flow" con colores kitsch) es un usurpador, y la única esperanza de la resistencia viene de aquel que hizo este mundo pero no es de este mundo, porque el mundo verdadero está detrás.

Prisión, pasión, redención, ascensión... y entonces todo se deshace, todo el falso entramado que parecía intocable, el poder del rey de este mundo, sus pompas... ¡todo desaparece en un fuego devorador! ¿Se puede ser más bíblico? ¿Se puede decir más claro?

Y al otro lado... la Vida Real, la auténtica. Que empieza aquí, claro, con nuestros ogritos, y nuestros amigos (a veces tan pesados) y nuestros vecinos. Pero que es para siempre.







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