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Santa Clara de Asís

Santa Clara de Asís
Clara y San Francisco de Asis: Almas gemelas


Por: Jesús Martí Ballester | Fuente: Catholic.net



Ese es el amor que existe entre San Francisco y Santa Clara, para los románticos y los incrédulos, motivo de suspicacia, y de especulación entre los grandes psiquiatras y psicólogos. ¿Cómo van a entender un amor humano célibe sin haber creído en el amor divino hecho humanidad? ¿Cómo aceptar un amor auténticamente humano ordenado a un amor mayor sin haber comprendido que antes hemos sido amados intensamente por Dios? En el amor que unía Santa Clara con su Padre Francisco, imperó la pureza de intención y transparencia y convergencia en el amor a Dios por encima de toda sospecha. Dos personas, plenamente humanas, terriblemente enamoradas de Dios sobre todas las cosas, y para la consecución del ideal del carisma, honestamente enamoradas entre sí.

Es el amor infundido por Dios, como el del paraíso a Adán y Eva en su función de crear el género humano; a éstos, para poder soportar el peso de engendrar familias numerosas de recreación del mundo humano. A las almas consagradas, para el nacimiento y la fuente de inmensos bienes desde sus familias religiosas respectivas. Como el Redentor se asocia a la Corredentora, asocia a la obra nueva por el amor al iniciador con la iniciadora o viceversa. Lo requiere la complejidad de la vida, la lucha formidable de los enemigos, el consuelo mutuo, la fortaleza compartida y el aliento en las incomprensiones



Francisco de Asis, como Clara, fueron muy conscientes que el amor de ambos a Dios y a su obra y a las almas era un rebosar de su plenitud desde Dios. La mortificación del cuerpo no solamente fue una manera de identificarse con los sufrimientos de la Pasión del Señor sino también una manera de conseguir una mayor armonía entre el cuerpo y el espíritu, sin extrañeza ni asombro, sino con de un conocimiento profundo de la naturaleza humana y la racionalizad de los sentimientos y afectividad. Francisco y Clara fueron realistas y tenían sus pies bien firmes en la tierra mientras sus corazones se elevaban al cielo.

En 1210 Francisco predica en la Catedral. Dice: "este es el tiempo favorable... es el momento... ha llegado el tiempo de dirigirme hacia el que me habla al corazón desde hace tiempo... es el tiempo de optar, de escoger... Tanto tiempo recibiendo esa inquietud, esa zozobra en que me dejaba la llamada, que nunca supe descifrar, pero que ahí estaba y seguía insistiendo y está esperando, ha llegado la hora de Dios. Clara siente la confirmación de todo lo que experimenta en su interior. Medita en aquellas palabras que habían calado lo más profundo de su corazón. Y tomó la decisión de comunicárselo a Francisco, a sabiendas de su determinación de seguir a Cristo, iba a ser causa de gran oposición familiar, pues la presencia de los Hermanos Menores en Asís ya cuestionaba la tradicional forma de vida y las costumbres y los privilegios que mantenían intocables los más poderosos. Clara se escapa de su casa el 18 de Marzo de 1212, sobreponiéndose a los obstáculos y al miedo. En la Porciúncula la esperan Francisco y los demás Hermanos y se consagra al Señor por manos de Francisco. Se traslada después a las Benedictinas y después al monasterio de San Angelo, acompañada de su hermana Inés y su prima Pacífica. Y de allí a la capilla de San Damián: "Reconstruye mi Iglesia". "Hay unos que no rezan ni se sacrifican; hay muchos que sólo viven para la idolatría de los sentidos. Ha de haber compensación. Alguien debe rezar y sacrificarse por los que no lo hacen. Si no se estableciera ese equilibrio espiritual la tierra sería destrozada por el maligno", decía Clara.

El 10 de agosto del año 1253 a los 60 años de edad se fue al cielo a recibir su premio. En sus manos, estaba la regla bendita, por la que ella dio su vida.







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