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Romper el espejismo modernista

Romper el espejismo modernista
Es triste escuchar a intelectuales o pensadores que declaran como “verdades” sus espejismos.


Por: P. Fernando Pascual L.C. | Fuente: Catholic net



¿Por qué se produce un espejismo? Porque uno “ve” lo que no existe, lo que no es, como si existiese.

El fenómeno del espejismo se ha dado, se da y se dará, porque el hombre es fácilmente engañable, porque basta muy poco para sumergirle en ilusiones vanas, porque no somos simplemente ojos o simplemente reflexión, sino algo mucho más complejo.

Hay espejismos en el desierto, en los llanos, en la carretera. Hay espejismos en el mundo de las ideas, de los libros y de la tele.

Es triste escuchar a intelectuales o pensadores que declaran como “verdades” sus espejismos. Nos dicen que ha llegado el fin de la metafísica, que Dios ha muerto, que la Iglesia tiene los años contados, que la fe se esfumará en un mundo cada vez más “maduro” y moderno. Creen que lo que dicen es así: absoluto, cierto, incontestable. Viven felices en su espejismo de certezas sin fundamento.

Cuando uno mira hacia otros lados es posible superar el engaño del espejismo modernista. Basta con ir a algunas iglesias llenas de niños, jóvenes y adultos. Basta con recordar encuentros masivos de chicos y chicas católicos como los de las Jornadas mundiales de la juventud (como las de Roma el año 2000, Toronto el 2002, Colonia el 2005, Sydney el 2008). Basta con visitar miles de familias y de personas que buscan conocer y amar más a Dios, que leen la Biblia, que se esfuerzan por vivir la caridad, que se comprometen en tareas sociales y de evangelización.

El espejismo modernista no es capaz de percibir nada de eso. Se contenta con dar un certificado de “verdad” a aquello que los ojos y los corazones miran siempre de una manera distorsionada.

Quien lee habitualmente ciertos periódicos o ciertos libros de autores que cantan las glorias del mundo sin Dios; quien cita a intelectuales que dicen lo mismo que uno piensa, como si 100, 200 ó 2000 personas aupadas y aclamadas por algunos poderosos reflejasen la realidad de la cultura “moderna”; quien se encastilla en su afirmación reiterada de que no vale nada el testimonio de millones de personas que rezan y que buscan al Dios que nos ha hablado en Jesucristo y que vive en la Iglesia... Quien así se cierra a la verdad, seguirá convencido de que lo “moderno” (su “modernidad”) ha triunfado y ha arrojado a Dios lejos, muy lejos de un planeta azul, rojo, verde, amarillo y contaminado por nubes de incendios y por petróleo cada vez más caro.

Mientras algunos pensadores se autoexaltan y se autofelicitan por su “victoria” y por el fin de la fe y de la esperanza cristiana, una madre explica a su hijo la historia de un Niño que era Dios y que nos habló del Padre. Le ayudará a poner sus manitas juntas y le enseñará a rezar, a obedecer a sus maestros, a ser bueno con los hermanos y a hacer los deberes de clase. Le dirá que las estrellas son suspiros de Dios y que las golondrinas danzan de alegría por el don de una vida originada desde el Amor infinito de un Padre bueno.

Esa madre explicará a su hijo que hay personas que tienen el alma un poco oscura porque creen haberlo comprendido todo con sus microscopios, sus computadoras y sus palabras llenas de vanidad y vacías de cariño. Le invitará a rezar por esos corazones empequeñecidos.

Los dos juntos pedirán para que un día los “modernos” se hagan como niños y rompan sus espejismos de omnipotencia. Para que se convenzan de que sólo los sencillos descubren la belleza y la armonía de un mundo que nos habla, en cada esquina, en cada flor, en cada linfocito y en cada pupila humana, de la bondad de un Dios que es Padre cariñoso y amante de la vida...







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