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VI Domingo del Tiempo Ordinario - B.

VI Domingo del Tiempo Ordinario - B.
A un leproso, en el tiempo de Jesús todos le tenían miedo al contagio.


Por: Jorge Loring |




Evangelio: Mc 1, 40-45


1.- A un leproso, en el tiempo de Jesús todos le tenían miedo al contagio.

La lepra fue una enfermedad espantosa. En aquel entonces no hubo remedio. La lepra llevaba implacablemente a una muerte horrible. Por eso los leprosos fueron obligados a vivir separados de los demás. Habitaban en el desierto o en cementerios hasta morir del todo, en completa soledad.
 
2.- La ley los declaraba "impuros", por lo que no podían participar en la comunidad y en las celebraciones del culto. Nadie podía acercarse a ellos.

Quien tuviera trato con algún leproso, o solamente tocara un objeto utilizado por el enfermo, habría quedado también en condición de impuro.
 
3.- Por eso más que la enfermedad física, el mayor dolor debe haber sido moral ya que por estar enfermo era expulsado de su familia y de su comunidad. Los sanos lo consideraban como si estuviera muerto. Por cierto que la curación en esa época, era tan improbable como una resurrección.
 
4.-En el Evangelio, el leproso reconoce humildemente su impureza, y al mismo tiempo confiesa el poder de Dios, cayendo de rodillas delante de Jesús, en señal de reconocer en Él al Salvador.
 
5.- Este Evangelio de hoy, como otros más, nos trae un primer y claro mensaje: "también los considerados impuros" por la sociedad y el culto antiguo, pueden acercarse a Jesús y por medio de él a Dios.
 
6.- Lo que Dios mira es la pureza interior. Para Dios, todo hombre está llamado a la fe y a la santidad por el solo hecho de ser hombres.
 
7.- Ese "leproso", también nos representa a nosotros, porque también nosotros estamos manchados por el pecado. El Señor hoy también quiere purificarnos a cada uno si se lo pedimos con humildad como el leproso.
 
8.-Dios quiere que todos los hombres sean "puros", es decir que estén en comunión con Dios y en comunión con todos los hermanos.
 
9.- El leproso es curado porque reconoce su enfermedad. Si queremos que Dios nos perdone tenemos que reconocer que somos pecadores. Hoy muchos dicen que no se arrepienten de nada. No pueden ser perdonados.

10.- Es condición indispensable para que Dios perdone el arrepentimiento, que le pidamos perdón.

Perdonar al no arrepentido es una monstruosidad.


Unos Momentos con Jesús y María
 Lecturas del 23-2-03 (Domingo de la Séptima Semana) SANTORAL: San Policarpo
 
Lectura del libro del profeta Isaías 43, 18-19. 21-22. 24b-25
 
Así habla el Señor : No se acuerden de las cosas pasadas, no piensen en las cosas antiguas; yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no se dan cuenta? Sí, pondré un camino en el desierto y ríos en la estepa. El Pueblo que yo me formé para que pregonara mi alabanza.

Pero tú no me has invocado, Jacob, porque te cansaste de mí, Israel. ¡Me has abrumado, en cambio, con tus pecados, me has cansado con tus iniquidades!

Pero soy yo, sólo yo, el que borro tus cr¡menes por consideración a mí, y ya no me acordaré de tus pecados.
 
Palabra de Dios.
 
SALMO  Sal 40, 2-3. 4-5. 13-14 (R.: 5b)
 
R. Sáname, Señor, porque pequé contra ti.
 
 Feliz el que se ocupa del débil y del pobre:  el Señor lo librará en el momento del peligro.

 El Señor lo protegerá y le dará larga vida,  lo hará dichoso en la tierra  y no lo entregará a la avidez de sus enemigos.  R.
 
 El Señor lo sostendrá en su lecho de dolor y le devolverá la salud.

 Yo dije: «Ten piedad de mí, Señor, sáname, porque pequé contra ti.»  R.
 
 Tú me sostuviste a causa de mi integridad, y me mantienes para siempre en tu presencia.  ¡Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, desde siempre y para siempre!  R.
 
 
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 1, 18-22

Hermanos:
Les aseguro, por la fidelidad de Dios, que nuestro lenguaje con ustedes no es hoy «sí», y mañana «no.» Porque el Hijo de Dios, Jesucristo, el que nosotros hemos anunciado entre ustedes - tanto Silvano y Timoteo, como yo mismo - no fue «sí» y «no», sino solamente «sí.»

 En efecto, todas las promesas de Dios encuentran su «sí» en Jesús, de manera que por él decimos «Amén» a Dios, para gloria suya.

Y es Dios el que nos reconforta en Cristo, a nosotros y a ustedes; el que nos ha ungido, el que también nos ha marcado con su sello y ha puesto en nuestros corazones las primicias del Espíritu.
 
Palabra de Dios.
 
 X Lectura del santo Evangelio según san Marcos 2, 1-12
 
Unos días después, Jesús volvió a Cafarnaún y se difundió la noticia de que estaba en la casa. Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siguiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra.

Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres. Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados.»

Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior:

«¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?»
Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: «¿Qué están pensando? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: "Tus pecados te son perdonados", o "Levántate, toma tu camilla y camina"? Para que ustedes sepan que el Hijo de hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.»

El se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: «Nunca hemos visto nada igual.»
 
Palabra del Señor.
 
 
 
Reflexión

 
 Este séptimo domingo de tiempo ordinario, “el perdón de los pecados” y “la curación del paralítico” son el tema del Evangelio, que termina diciendo que “el pueblo, lleno de asombro, glorificaba a Dios”.
 
Tal vez nosotros no seamos capaces de sentir admiración y asombro, en parte porque se nos ocurre que el tema del pecado pertenece a otra época...

Es positivo que se haya superado cierto concepto equívoco del pecado, pero también es cierto que cada vez tomamos más conciencia de las profundas aberraciones que afectan a la sociedad actual. Y eso no puede evitar que se produzca en nosotros un sentimiento de culpa,... de cierta responsabilidad  por los males de nuestra sociedad.., por los males que sufre la familia..., por los desencuentros entre los esposos..., por la falta de comprensión y de
diálogo  entre padres e hijos.

Esto tiene precisamente mucho en común con lo que la Biblia llama “pecado”
 
Jesucristo hoy se revela como el Dios que tiene el “poder” para liberar al hombre del pecado y hacer que pueda caminar nuevamente,  renovado en cuerpo y alma.
 
Contemplamos en el pasaje del Evangelio a Jesús, como otras muchas veces, rodeado de mucha gente y enseñando la Palabra. Cafarnaún fue testigo de muchas acciones de Jesús, tanto de los milagros que hizo como de las enseñanzas que dejó allí para su gente.
 
El pasaje del Evangelio nos revela un aspecto muy particular de la actividad de Cristo en la Iglesia: no solamente anuncia la Palabra de Dios, sino que esa palabra obra la salvación total del hombre. Jesús es el único y verdadero liberador.
 
Cuatro amigos llevan a un paralítico a la presencia de Jesús. Movidos por la confianza en la curación y con una gran fe, hicieron el esfuerzo de subirlo al techo y hacerlo bajar hasta los pies de Jesús.

Entonces se descubrió que la parálisis de aquel hombre era más grave de lo que a primera vista se suponía, porque además de su cuerpo, estaba enfermo
su espíritu.

Y Jesús ante la sorpresa de todos –sobre todo de los escribas que estaban allí-, dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados”.
 
Es muy probable que no fuese esto lo que esperaban ni el enfermo y ni sus amigos, pero Cristo nos muestra que la peor de todas las opresiones y la más trágica de todas las esclavitudes que puede sufrir un hombre es el pecado, porque el pecado “no es” uno más entre los males que podemos sufrir, sino que “es” el “único mal absoluto”.
 
Por eso el  mayor bien que podemos hacer a nuestros familiares y amigos es ayudándolos para  desterrar esta esclavitud accediendo al  perdón que Jesús
nos ofrece.

Cristo  libera del pecado con su poder divino, a eso vino al mundo.
 
En este evangelio, el Señor no se deja llevar por el pedido de la gente que deseaba que hiciese un milagro visible a los ojos de todos, el Señor valora la fe y realiza primero una obra mesiánica completamente interna: perdona.
 
Cristo valora tanto la fe de los amigos del paralítico -demostrada en el empeño y la constancia que pusieron para salvar todas las dificultades que se les presentaron- que la premia con un bien mucho más alto que el que pedían. Ellos iban en busca “sólo” de una curación física.

Y después de perdonar los pecados al paralítico, cuando lo esencial ya había sido hecho, el Señor le curó también su enfermedad. El  paralítico sanó de
alma y cuerpo.
 
San Marcos, escribió este pasaje del evangelio, pensando en la comunidad cristiana. Por eso vale la pena reflexionar desde la perspectiva de nuestra
comunidad y preguntarnos:
 
¿Quién es el paralítico?

 
El paralítico, no es una persona o la otra, sino toda la comunidad. Jesús descubrió que el pueblo de Israel había paralizado su espíritu en el pecado, ese pecado tremendo de no creer que la fuerza de Dios es capaz de liberar interiormente al hombre. Ellos esperaban un mesías político que diera prestigio y poder a la nación, pero sin cambiar interiormente a sus miembros.
 
También hoy, nuestra comunidad puede estar siendo como ese pueblo de Israel, paralítica. Puede ser que todavía no estemos dispuestos a erradicar de nuestro corazón el origen y la causa de nuestros males: el pecado.

Y entonces nos quedamos en una serie de prácticas y ritos –igual que los fariseos de la época de Jesús-, sin esforzarnos por renovarnos interiormente.
  
Nuestra comunidad, puede estar necesitando de “esos amigos”, que la pongan frente a Jesús para que pueda ser capaz de empezar a andar sola nuevamente.

Jesucristo viene a curarnos de todas nuestras enfermedades, comenzando por la más profunda que es el pecado: pero Él no puede sanarnos si nosotros,
como los escribas, preferimos seguir enfermos.
 
Dice el profeta Isaías en la primera lectura de la Misa de Hoy:

“No recuerden lo de antaño, no piensen en lo antiguo; miren que realizo algo nuevo; ya está brotando ¿no lo notan?”

El anuncio de Isaías nos debe despertar a esta nueva realidad que nos trae Cristo... ¿O no será, que como los escribas, estamos “allí sentados”, poniendo trabas
a la acción creadora de Dios?

Ha llegado el tiempo nuevo, el tiempo de levantarse y caminar...
 
Vamos a pedir hoy a Jesús que crezca en nosotros la fe, y que  -como estos cuatro amigos del Evangelio- nos empeñemos en acercar a todos los que nos rodean  al Señor, para que sean sanados primero en su alma y luego en su cuerpo.
 
Hoy el Señor, presente en la persona del sacerdote nos ofrece también el perdón de los pecados en el sacramento de la Reconciliación, y nos aguarda en la Eucaristía, donde está presente en cuerpo, alma y divinidad, para ayudarnos a “caminar”.

Que en este año jubilar, año especialmente eucarístico, nos acerquemos con frecuencia a Jesús en la Eucaristía, y ayudemos a los que nos rodean a acercarse al Señor.







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