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El Naturalismo como Ética 3
¿Qué relación existe entre fe y razón?, ¿Ciencia y libertad? El Dr. Andreas Böhmler nos ofrece una interesante respuesta.


Por: Dr. Andreas A. Böhmler | Fuente: www.arbil.org



Segundo: La ciencia física tiene que callar acerca del orden humano y su característica libertad

"La ciencia misma no está dispuesta a justificar el ´sobresalto lógico´ según el cual algo evuelve de algo que no está ahí (existe). Ni tampoco justifica la ciencia el tipo de ´acrobacia mental´ que pretende sugerirnos que haya surgido la vida a partir de una materia inanimada y, luego, que la conciencia (intelecto) haya emergido desde una mera vida sensitiva (sensibilidad). ... La ciencia sólo ofrece especulaciones acerca del origen de la vida, y en lo referente al origen de la conciencia, los Darwinistas siguen haciendo caso omiso de él. La única verdadera apertura (libertad) disponible para el hombre es la de un ´ser contingente´ abierto a su supuesto propio que es el acto libre del Creador. En este acto, leyes específicas y libre albedrío fueron dados simultáneamente al hombre" (8/, p.118-19). "Einstein, por lo menos, reconoció que la ciencia física no pone en condiciones a nadie para juzgar acerca de la cuestión de la libertad versus la determinación. ... Los físicos más eminentes subrayaron la incompetencia de la física en lo referente a la libertad" (1/, p.15).

Si esto es así, si la ciencia física tiene que callar acerca del orden humano y su característica libertad, tenemos ya una idea inicial de la impropiedad del intento de fundamentación de una -más consistente- teoría de la organización y dirección de las instituciones sociales (Estado, empresas, universidades, etc.) en la lógica de la ciencia empírica. Sin embargo, puede ser oportuno manifestar que ninguna de las maneras de abordar el tema de la convivencia humana y, por tanto, de una humana organización de esta convivencia debe rechazarse de antemano. Por ejemplo, si hoy por hoy autores de libros o revistas especializadas en el mundo de la empresa dedican un espacio tan amplio a unas teorías tendencialmente revolucionarias (negación de la jerarquía y autoridad) de la dirección de las empresas, no nos debe caber la menor duda de que detrás hay unos cuantos problemas humanos reales que están por resolver. Sin embargo, resulta estrictamente futil el intento de fundamentar su solución en una mera ´ciencia ficción´, aunque ella dé buenos resultados(4) .

Actualmente, unos pocos pensadores están empezando a hacerse cargo de estos problemas reales. Sin embargo, tan sólidamente establecida resulta la ideología cientificista, que de momento, parece, nos tenemos que limitar a abrir nuevos horizontes, poner en paréntesis unas cuantas teorías y modelos que desde las ciencias naturales como la matemática, la física, la biología, etc.. intentan o pretenden sugerir vías de comprensión y solución a ese fenómeno del ´caos´ como supuesto principio de orden. Porque el caos, en su sentido más vulgar, y he aquí la actualidad del tema, está invadiendo todos los estratos de organización humana: la familia, la empresa, los organismos políticos, jurídicos, incluido las instituciones religiosas.

Antes de aplaudir sin discernimiento a una multiplicidad de teorías, como son la sinergética, la cibernetica, las teorías de sistemas, las teorías de la evolución, de la auto-organización o del caos ( Management Wissen 11/91, p. 76) es conveniente recordar que cuando se sepa poner al hombre -sus necesidades, anhelos y su fin- en la cúspide de la reflexión descubrimos inmediatamente la esencial libertad que hace posible, acompaña y perfecciona la vida y toda actividad humana. Esta libertad es una verdad del hombre y, por tanto, no debe desvincularse de la verdad sobre el hombre en el sentido más amplio.

No cabe duda, el trabajo es una de las expresiones fundamentales de la libertad. El trabajo en sociedad -en el sentido amplio, que incluye el estrictamente económico- es el medio del hombre por excelencia para enriquecer su propia vida, aunque sea tan habitual que se empobrezca (humanamente) enriqueciéndose (materialmente), por faltar a ponerlo al servicio de los demás. Especializarse, repartirse las tareas y coordinarse de modo formalmente organizado según las limitaciones humanas es la condición sin la cual este ´plus´, esta ´expansión´ o ´perfección´, que enriquece la vida humana no sería factible.

La dificultad, no obstante, que caracteriza este largo y ajetreado camino que se ha denominado ´proceso cultural´, muchas veces no de modo inequívoco, consiste en armonizar este proceso en cada momento histórico, en cada hombre, y en cada situación vital, con la verdad del hombre: sus anhelos de realización, integración, plenitud y perfección, o sea, con su perentoria ´necesidad´ de felicidad (por ser en él el fin un ´deber´; deber que se articula en términos de ´libertad´, y que es objeto del uso activo de la ´voluntad´).

Lo que importa, por tanto, es saber comprender la vida (actividad) humana -y sus múltiples modos institucionales- desde los retos de esta perfección, que precisa una armonía dinámica entre las exigencias de libertad y la fidelidad a lo que somos: la verdad de nosotros mismos, una verdad que para los cristianos tiene nombre propio: Cristo. Viene al caso aquí recordar el memorable pensador y escritor inglés G.K. Chesterton quien dijo que "los romanos estaban bien dispuestos para creer que Cristo era un dios. Lo que no admitían es que El era el Dios -la más alta verdad del cosmos " (1/, 71). Por lo tanto, vale la pena afirmar sin desfallecer este carácter veritativo del Cosmos. Desde esta perspectiva, el trabajo y sus modos de organización en instituciones societarias, en consecuencia, deben proporcionar un cauce que a cada hombre encamine a reflejar de la mejor manera esta verdad.

Ahora bien, si las actividades societarias, su organización y dirección, giran entorno a estos dos ejes es difícilmente comprensible cómo pueda entusiasmar, incluso a pensadores católicos, una teoría de las organizaciones humanas (políticas, económicas, etc.) que se fundamente sin más en la lógica de la ciencia empírica (física, etc.). Gracias a Dios, ha perdido sus credenciales el viejo modelo mecanicista, tanto en sus formulaciones socialistas como capitalistas, pero no es así -todo lo contrario- con la teorías de la acción y de la organización, díganse Teoría de sistemas, Teoría de la evolución, Teoría de la auto-organización o Teoría del caos. El problema que pocos parecen advertir es que, aunque cada una de esas hipótesis sociales aporte información y conocimiento de diferentes ámbitos científicos, no configuran ningún ´relato´ coherente, completo y satisfactorio de lo que importa realmente para el orden social y las organizaciones societarias (Estado, empresas, etc.).

Resulta evidente la tentación de caer en un pragmatismo sin fundamento cuando se propaga alegremente una teoría sólo porque tiene alguna utilidad para sustituir otra teoría, evidentemente falsa: la mecanicista. Pero siempre vale también aquello de que el fin no justifica los medios. Así que el anhelo de superación del Mecanicismo no justifica caer en los lazos del Funcionalismo y Pragmatismo. Los pensadores católicos, ¡no nos engañemos!: las ciencias naturales no tienen al hombre como objeto; las ciencias sociales, sí. De hecho, ya no es infrecuente que estas últimas estén cayendo en la cuenta de la centralidad del hombre en la compresión y operatividad de las instituciones societarias.

Constituye una verdad filosófica fundamental, tan frecuentemente olvidada, desconocida o despreciada, que el objeto del conocimiento es el que debe regir el modo de conocerlo. Si son distintos los objetos, aquí: el hombre y el universo infrahumano -por mucho que de hecho exista una graduación analógica de todo ser creado-, ¡cómo no lo serán los modos y métodos de comprenderlos! La metodología de las ciencias naturales de poco nos sirve para comprender el hombre, la sociedad y sus modos concretos de organización e institución. Esto lo puede intentar tan sólo una antropología filosófica o teológica , con capacidad de ser traducida, luego, en clave de una regeneradora teoría política, económica y social.

Por tanto, unos modelos tomados de la física, biología o matemática contemporáneas, etc., por mucho que son críticos ante el Mecanicismo de cualquier índole, no resuelven los problemas de la verdad y de la libertad, por falta de poder percibirlos siquiera; antes bien los agravan porque discurren sobre algo que, lo mismo que a la cosmovisión mecanicista, se escapa por completo también a la ideología anti-mecanicista. Así una ´ciencia como creencia´ sustituye a otra, concepto formulado brillantemente por el científico norteamericano Wolfgang Smith en Cosmos y Transcendencia .Romper la barrera de la fe científica ). Por supuesto, toda ciencia ficción abunda de maniobras cosméticas, de modo que incluso utilizando el término ´libertad´ no se suele tomar en serio ni la libertad (bien), ni la racionalidad (verdad) del hombre (ser personal) que deberían servir de referencia obligatoria a toda reflexión acerca de lo humano.

Hay que estar precavido por tanto porque tras la fachada de unos modelos no suficientemente radicales -o sea, que no radican y fundamentan la libertad en todas sus dimensiones (apertura, indeterminación, señorío, responsabilidad, verdad) fuera de lo material, mas allá de lo azaroso y caótico-, late el determinismo, el sin-sentido, el vacío, la negación de la Creación, por no querer reconocer ni obedecer al Creador, negación sin embargo que es ´creencia vestida de ciencia´: "El caos -se dice- es el origen del logos, la fealdad la causa de la belleza. El materialismo considera como una señal de inteligencia no creer en Dios pero sí creer en el azar. ... Este producto del azar que se dice el hombre se ve constreñido por la teoría del azar a engendrar lo que no puede surgir del azar, la maquina. ... La hipótesis darwinista del azar es de hecho un ´sacrificium intellectus´, un sacrificio de la inteligencia para satisfacer al orgullo y la vanidad de no tener ´Creador´. ... De ahí la teoría del azar creador" (13/, p. 88).

Estas reflexiones, apoyándome principalmente en autores que no están dispuestos a sacrificar su inteligencia filosófica a la ciencia ficción, surgen, lo repito, de la procupación constante por la compatibilidad entre fe y razón, entre fe y ciencia y por una relación adecuada entre libertad y determinismo: "Si alguna vez ocurriera -nos dice A. H. Compton, el gran científico que abrió el camino para que Heisenberg pudiera formular su ´principio de incertidumbre´- que la libertad y la física entrasen en conflicto, la ciencia física habría de ser corregida y no se debería dudar lo mas mínimo de nuestra libertad" (13/, p.144). He ahí la cuestión central que decide sobre la validez o no de una teorización sobre la sociedad. Y la solución no podría ser más clara. La Teoría del Caos no vale como soporte de una teoría social, porque -según sus propios teóricos- ella misma se declara ´determinista´: habla de ´deterministic chaos´ como principio de una cosmogénesis incompatible con un acto creador libre y ordenado. No obstante, es por tal acto -y no por otra cosa- que lo creado refleja (de manera muy plural, por cierto, en el sentido de analogía, no de equívocidad) la Libertad y el Orden, que es la misma esencia del Creador. Todo lo demás es ciencia ficción.

Por tanto, habrá que ir mas allá tanto de las buenas -y también no tan buenas- intenciones, como del pragmatismo de los propagadores de todas aquellas hipótesis pseudo-científicas, y habrá que acostumbrarse a llamar las cosas por su nombre. Todas las teorías acerca del hombre y de sus manifestaciones culturales (hasta las mismas teorías físicas, biológicas etc.) son teorías que tratan del orden, sobre todo en cuanto se pretenda ofrecer una teoría general , una visión holística: "En cuanto aquéllos (teóricos) buscan el ´todo´, renuncian eo ipso a la noción de ´caos´. El caos nunca puede ser un todo, por ser éste una coordinación de partes, sin dejar de ser un caos en sentido vulgar. ... Hablando algunos del caos como agente de orden o de un caos dotado de sentido , se debería prevenirles de los peligros de la confusión lingüística"(4/, 165s).

Si hablar, además, es un hablar-con-sentido, esta misma presunción de sentido crea unos hábitos de pensamiento a cuya dinámica psicológica el hombre difícilmente puede sustraerse. Por tanto, preferimos hablar de orden libre en vez de caos al referirnos a las organizaciones humanos todas, ahorrándonos así la falaz dialéctica entre un orden llamado mecánico y otro opuesto espontáneo . No son realmente alternativas, por ser abstracciones lógicas ; además ambas son modelos inadecuados para explicar y, menos todavía, comprender la libertad y verdad del hombre tal como -más o menos- se transparenta en las instituciones societarias; y no lo son por esta sencilla razón: son transposiciones arbitrarias de la ´materia´ al ´espíritu´, un tipo de reduccionismo en el cual han caído tanto los racionalismos aferrados al modelo mecanicista, como su presunto ´opuesto´ conceptual: las teorías de la auto-organización del universo o del caos, lo mismo en la teoría física que en la teoría social. Ambos extremos se unen en esta falacia en la que caen con la misma precipitación. Porque es pura falacia la dialéctica entre una cosmología cuyo principio de orden se dice ´maquina´ -tesis mecanicista de una Laplace (13/, pp.45y84)- y otra cuyo principio de orden se dice ´caos´ o ´azar´ o ´auto-organización´.

En un epígrafe anterior, con unas breves pinceladas histórico-filosóficas, ya hemos dibujado el concepto de ´orden´ (realismo, nominalismo, idealismo). Ahora conviene ilustrar, con la misma brevedad, el nexo indisoluble entre libertad y orden. Acaso la mayoría de los hombres, al no molestarse en tomar conciencia de su dignidad: principalmente la libertad en tanto que apertura radical a la verdad y al bien, sea individual o socialmente, siempre ha vivido -y aunque parezca que no, eso no ha cambiado tanto como la ideología y los medios modernos quieran hacernos creer- como si fuera una parte anónima de su entorno natural y social. En clave bíblica, es mas, tras el terremoto ontológico (el ´No´ de los ángeles), el antropológico (el ´No´ de la primera pareja humana), y el social (la destrucción de la torre de Babel, hecho y símbolo a la vez de la futilidad última de todo ´No´ colectivamente orquestrado), la mayoría de los hombres han vivido -y siguen viviendo- sin que estuvieran impregnados -personal o al menos culturalmente- ni por la Ley natural ni por la Revelación divina, que culmina en Cristo.

Por muy pocos que sean, sin embargo, que sigan siendo capaces de verlo, el hecho histórico fuerte es Cristo , porque Cristo no habla de la verdad o del bien sin más, sino que se autoproclama él mismo "la verdad (que) os hará libres" o "el pan vivo que ha bajado del cielo". Así, por defecto de asimilar este hecho histórico ´revolucionario´ vive el hombre -por así decirlo- sin conciencia de su trascendencia y, por tanto, de su dignidad y valor personal e individual, quedando empobrecido su estatuto de persona a la función social que el orden natural -aparentemente necesario, eterno, no-creacionista- le había otorgado. No se crea que el hombre medio contemporáneo occidental se escape a esta ´esclavitud´ casi universal, porque a pesar de la aparente libertad de elección, el homo oeconomicus -productor y consumidor-, sea un constructo lógico o un hecho social, no se muestra capaz de trascender las funciones y roles sociales que le impone la sociedad liberal-democrática. Precisamente frente a esa esclavitud casi universal (en tiempo y espacio), el ´cosmos´ cristiano supone -y sigue suponiendo- una gran revolución porque nace de la manifestación histórica de un Dios trascendente en cuyo Verbo sin necesidad alguna, por pura liberalidad, todo ha sido creado. El universo es concretamente eso: un uni-verso, no una "radical multiplicidad, un multi-verso, que es lo más opuesto a una coordinación concienzuda de cosas y procesos dentro de un ´framework´ coherente; es la convergencia de todo en una unidad analógica" (1/, p.114). Precisamente por ser manifestación del Verbo divino, todo ser creado participa, aunque contingentemente, en el orden, en la racionalidad y la belleza (cf. 13/, p.87). Y es en este contexto que "el prólogo al Evangelio de San Juan representa la obra maestra de todo relato cosmológico o cosmogenético" (idem). Tanto la idea como la realidad del ´orden´ quedan iluminadas e infinitamente ennoblecidas en la medida que son articuladas como orden no-necesario, contingente, capaz de verdad y libertad.

Repitámoslo. Es la no-necesidad del mundo como tal que le confiere su gran valor. La contingencia se refiere a la voluntad del Creador, o sea, su Amor, lo opuesto a una cosmologia que se fundamenta en la hipótesis de un caos: la inespecificidad e indiferencia: "La creación no es un proceso de auto-organización fisico-químico, sino una dolorosa historia de amor entre Dios y el hombre. ... El refinamiento de las construcciones intelectuales que edifican los materialistas exige una inteligencia superior que se caracteriza por su falta de sabiduría" (13/, pp.89-90). Contrastado con la riqueza real del hombre "se muestra la pobreza intelectual de las hipótesis de la ´auto-organización de la materia´ apelando al azar" (13/, p.111). "Los círculos viciosos del materialismo intelectual, que empapados en la contemplación de los exitos tecnológicos han conducido al ´impasse´ del azar, pueden ser reconducidos ellos mismos a un denominador común: una actividad que las ciencias experimentales han reducido a la medición y al cálculo -el pecado de Galileo" (14/, p.109). Sin embargo, "el universo debe su existencia a un Creador que podría haber creado un número infinito de mundos, todos muy específicamente distintos el uno del otro. En esta convicción, la creación y especificidad cosmica tal como nos las encontramos son las dos caras de una sola moneda" (1/, p.111).

Se sobreentiende que una realidad tan rica y amplia se plasma en un orden dinámico, no estático, por ser abierto a un fin, que a la vez es su principio: el orden divino: la Trinidad (cf. 13/, p.144). Hablar de una cosmología cristiana significa siempre hablar de un sentido, un telos que nos trasciende, antecede, acompaña y perfecciona. Esta presencia-del-fin se llama Providencia: Dios proveyendo el cosmos, contingente en su ´porqué´ pero específico en su ´qué´. Esto es verdad de modo especial en el caso del hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios: si bien da necesariamente gloria a Dios, incluso negando lo que el orden creado afirma, la gloria participada (su propia asunción en el fuego trinitario) sin embargo no la alcanza de modo necesario sino sólo de modo libre. Esa libertad es la encarnación de la verdad cuya manifestación más alta es el propio Verbo (cf. 13/, p.59). "La Trindad divina es lo que hay de incomprensible en lo que presentimos de la realidad del mas allá, una realidad que, aquí abajo, actúa de manera estructurante hasta sobre la materia. Sobre esta base uno de los más grandes físicos del XIX, James Clerk Maxwell, ha encontrado en el corazón de la fe cristiana las ideas determinantes que le permitiesen establecer la teoría electromagnética de la luz. ... Esta convicción, a fin de cuentas religiosa fue para él el impulso decisivo que le incitó a desarrollar esta ´teoría de los campos´, la cual, según el testimonio de Einstein, debe ser considerada la brecha que abría el camino desde las ciencias experimentales clásicas hacia las ciencias experimentales modernas" (idem, pp.144-45).

Volviendo a las disquisiciones históricas sobre la idea del ´orden´, lo primero que se ve es que los cauces del cataclismo moderno son plurifacéticos. Uno de ellos, no obstante, tiene un papel sobresaliente, a saber: el obscurecimiento del Logos que se ha manifestado en la carne. Y, de un modo paralelo, cayó prácticamente en olvido lo característico del orden humano, a saber: la estrecha cooperación y coexistencia entre espíritu y materia, pese a la distinción fundamental entre ambos modos del ser, sentida por todos los ´hombres-de-reflexión´ desde los comienzos; basta con evocar a Lao-Tse y Confucio, a Siddartha y Maní, a Parménides y Platón, etc... Ahora bien, esa visión pagana de ´abismo´ entre espíritu y materia volvió a reafirmarse en el ´Yo´ cartesiano (res cogitans), a partir del cual llegó a definirse rotundamente el programa de la Modernidad: la dialéctica entre lo libre y lo determinado.

Así se rompió una vez más la idea de la unidad (de todo ser creado) en un Logos trascendente que otorga racionalidad y consistencia a toda la creación. Según la concepción armónica aristotélico-escolástica, todo ser es una analogía del Ser divino, con las graduaciones específicas (5) . Con la ruptura entre fe y razón, en la forma de una agonía multisecular, se obscurece la razón especulativa y en lo sucesivo viene a identificarse lo racional con lo científicamente comprobable: lo calculable, lo medible. Asistimos al largo entierro del alcance de la razón humana una vez desvinculada del Logos (cristiano) que la mantenía en una tensión vital hacia la grandeza, venciendo la miseria (Pascal).







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