TEMA 2 Importancia, necesidad, naturaleza y fin de la dirección espiritual
Por: Mayra Novelo de Bardo | Fuente: Catholic.net
“Hay dirección espiritual cuando la voluntad de un cristiano, en espíritu de obediencia, quiere dejarse conducir por el Señor a través de la voluntad de otro, al menos en ciertos sectores de su vida, queriendo realizar así, con más abnegación propia y más certeza, la voluntad de Dios, que es «lo único necesario» para la santidad.”
El tema de la dirección espiritual interesa y compete a todos, porque el sacerdote, el religioso, el catequista e incluso los padres de familia son formadores de almas. En este contexto a continuación se presentan algunas nociones fundamentales sobre la dirección espiritual.
El siguiente escrito del padre José María Iraburu servirá como texto a nuestro segundo tema.
TEMA 2 La importancia, necesidad y fines de la dirección espiritual
Esquema de esta sesión
1. Importancia, necesidad y fines de la dirección espiritual
2. ¿Qué es un acompañamiento espiritual? y ¿Qué es una dirección espiritual?
3. Entre acompañamiento y dirección espiritual
4. La importancia de la dirección espiritual en los laicos
5. Importancia esencial de la obediencia para una autentica dirección espiritual
6. Todo es gracia de Dios.
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¿Qué es la dirección espiritual? Citamos algunas definiciones que pueden orientar la respuesta a esta interrogación: “es una conversación periódica, un trato personal, iluminado por la fe, que se mantiene con aquél que Dios ha puesto en el camino para llevarlo a Él ayudándole a cumplir su compromiso de cristiano”. “Un medio para seguir el plan de Dios sobre la propia vida”. “un medio para correr la carrera a la santidad”. “Es un medio para empezar, continuar y perseverar en la vocación cristiana”. “Se trata de un dialogo en la fe, dentro de la iglesia de dos personas, el director y el dirigido, que con la ayuda del Espíritu Santo, buscan juntamente descubrir la voluntad de Dios en lo concreto de la vida. En este encuentro hay tres términos: el director, el dirigido y el Espíritu Santo. Por lo tanto, la dinámica de esta relación interpersonal no es tanto el influjo del director sobre el dirigido, cuanto a la luz del Espíritu Santo sobre ambos”.
¿Qué cosa pretende la dirección espiritual? Ante todo es que el dirigido llegue amar a Dios sobre todas las cosas, amar la voluntad de Dios en la propia vida y después, amar la propia vocación hasta llegar a las últimas consecuencias en la plenitud de entrega. Es decir dar respuesta a las siguientes cuestiones ¿quién es Dios y cómo me ama? ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Cuál es el camino preciso que quiere para mi?
¿Por qué? Dios ha querido valerse de mediaciones humanas para llevar a cabo su obra de salvación a los hombres. Por eso la dirección espiritual es un medio normalmente necesario para alcanzar la perfección en la vivencia de la vocación a la santidad y perseverar en el seguimiento de Cristo.
¿Para qué? La dirección espiritual llevada con fe, confianza, humildad y apertura total enriquece el alma haciéndola ganar méritos ante Dios; contribuye a la formación de una personalidad madura y coherente y a una sólida y equilibrada salud mental.
Una aclaración importante: actualmente ante la figura del padre espiritual aparece la figura del psicólogo y del psiquiatra; el psicólogo como la persona que ayuda a los pacientes, incluso con diagnósticos, a resolver sus conflictos y dificultades tanto particulares como en relación a otras personas; en cambio el psiquiatra es el médico que cura con tratamiento y medicina a los enfermos mentales. Para el formador resultan de inestimable ayuda los conocimientos de psicología que pueda tener, entendiendo bien que estos conocimientos son sólo un complemento; lo importante es que el formador es ante todo un director espiritual y un formador de almas de cara a su santificación y proyección apostólica dentro de la Iglesia.
Una cosa es el acompañamiento espiritual
El trato personal de un sacerdote, o de un cristiano experto en espiritualidad, con otro cristiano que busca la perfección puede revestir modalidades muy diversas y valiosas, que no siempre, sin embargo, responden al concepto pleno de la dirección espiritual. Hay cristianos que en estos encuentros periódicos buscan ante todo una catequesis individual, que les descubra los caminos de la perfección: forman así criterios, aclaran dudas, se aconsejan sobre lecturas. Otros hay que buscan una amistad espiritual, una confortación, un ejemplo, una ocasión de desahogo. Algunos acuden al encuentro personal solo de vez en cuando, en forma ocasional, por ejemplo, para consultar acerca de ciertos problemas doctrinales o personales.
Todos estos elementos, y otros semejantes, son indudablemente buenos: responden a necesidades reales del cristiano, deben ser atendidos en el ministerio pastoral, en cuanto sea posible, y son ciertamente elementos integrantes de la dirección espiritual entendida en su sentido pleno. Sin embargo, si el cristiano en esos encuentros, más o menos frecuentes, no llega a confiarse a la guía del director, con un cierto compromiso de obediencia -o si se prefiere, de docilidad intelectual y volitiva-, debe hablarse, a mi entender, más que de «dirección espiritual», de «acompañamiento espiritual». Y notemos que, de hecho, este término, acompañamiento, y el planteamiento relacional que implica, suelen ser hoy bastante más frecuentes que el de la dirección espiritual en su sentido estricto.
Es perfectamente comprensible, por ejemplo, que un cristiano, más que dirección, busque acompañamiento cuando los sacerdotes accesibles para él son pocos, disponen de poco tiempo, o no los estima muy preparados en temas de espiritualidad. También es normal que eso mismo suceda si el cristiano no capta en su conciencia una interna moción de la gracia, que le incline a dejarse guiar por otra persona, por muy conocedora que ésta sea de los caminos del Espíritu, y aunque tenga tiempo y voluntad para ocuparse de ella. Como se ve, las causas posibles de que el acompañamiento prevalezca hoy con frecuencia sobre la dirección son muy diversas, y de muy distinta calidad espiritual.
Desde luego, el acompañamiento está mucho más próximo al espíritu de nuestro tiempo que la dirección espiritual. Si en la pedagogía familiar o escolar los padres y los maestros procuran evitar lo más posible el mandato, y limitarse a la persuasión; si esa renuncia frecuente a ejercitar la autoridad, en el mandato o la corrección, se extiende también a la acción de los políticos democráticos, que dependen del voto de sus electores, o a la terapia no-intervencionista de los psicólogos, ¿cómo no se reflejará este mismo espíritu de algún modo en la pedagogía pastoral del encuentro personal?
¿No será normal, pues, e incluso previsible, que en tiempos de educación familiar no-directiva, de pedagogía escolar no-directiva, y de psicoterapias igualmente no-directivas, se vayan formando escuelas de «dirección espiritual no-directiva»?...
Y pasando ya del ambiente psicológico y cultural de nuestro tiempo al ambiente espiritual de nuestras Iglesias locales. Es normal que apenas haya dirección espiritual donde apenas surgen vocaciones religiosas, pues tanto aquélla como éstas nacen del espíritu de obediencia. En efecto, cuando el aprecio espiritual de la obediencia está vivo en el pueblo cristiano, son muchos los fieles de toda condición -laicos, sacerdotes y religiosos- que, para salir de sí mismos y entregarse más pronto y ciertamente a la voluntad divina, buscan el beneficio de la dirección espiritual, queriendo así ser conducidos por el Señor por medio de un guía humano. Y donde abunda ese espíritu, surgen en gran número las vocaciones religiosas, no solamente porque éstas hayan sido mejor cultivadas y descubiertas en la dirección espiritual -que también eso es cierto-, sino, simplemente, porque el mayor bien de la vida religiosa es sin duda la obediencia, según enseña la tradición de la Iglesia:
Santo Tomás: «El voto de obedecer es el principal, porque por el voto de obediencia el hombre ofrece a Dios lo mayor que posee, su misma voluntad, que es más que su propio cuerpo, ofrecido a Dios por la continencia, y que es más que los bienes exteriores, ofrecidos a Dios por el voto de pobreza» (STh II-II, 186,8; +Juan XXII, bula Quorundam exigit 7-X-1317; Juan Pablo II, Aud. gral. 7-XII-1994).
Y en paralelismo contrario: allí donde el pueblo cristiano, en su gran mayoría, ignora el valor espiritual de la obediencia, apenas habrá vocaciones a la vida religiosa, y rara vez se buscará la dirección espiritual. Ésta, al menos en su forma plena, se dará muy escasamente, y casi siempre que se dé será en forma de acompañamiento.
Pero volvamos a las afirmaciones primeras básicas. El acompañamiento espiritual, en sus diversas modalidades, es algo pastoral y espiritualmente muy bueno, puede ayudar mucho a una persona en su camino espiritual, y, en todo caso, es lo mejor que hoy puede hacerse, en no pocas ocasiones concretas, al servicio espiritual de una persona. A veces, eso sí, cuando el director se ve excesivamente afectado por los tópicos no-directivos, es posible que el acompañamiento adolezca de algunas deficiencias, o si se quiere, carencias, que le restarán sin duda eficacia pastoral y formativa.
Otra cosa es la dirección espiritual
La dirección incluye el acompañamiento, pero es bastante más que éste. En efecto, la dirección espiritual, en su sentido pleno y estricto, nace de una gracia especial de Dios, por la cual el cristiano se siente inclinado en conciencia a dejarse instruir y guiar por otra persona. El documento, por ejemplo, que he citado de León XIII, dice que en la dirección espiritual se da un cierto magisterio externo («quodam externi magisterii adiumento»), que Dios providente establece en favor de aquéllos que Él llama a un más alto grado de perfección, para que sean guiados por otros hombres («per homines perducendos constituit»).
Los grandes santos y maestros de la tradición católica han entendido en clave de obediencia el valor de la dirección espiritual. Así, por ejemplo, San Vicente Ferrer (+1419): «Es mucho de notar que el siervo de Dios, si tuviese un maestro que le instruyese o enseñase, por el consejo y orden del cual se rigiese y cuya obediencia, así en cosas grandes como pequeñas, con rigor siguiese, con mayor facilidad y en más breve tiempo podría llegar a la perfección, que si él propio se quisiese aprovechar a sí, aunque para esto tenga el mejor y más agudo entendimiento y los mejores y más espirituales libros... Y más digo, que Cristo, sin el cual no somos poderosos de hacer cosa alguna, jamás en tal caso concederá su gracia y favor al que tiene quien le pueda instruir y guiar, y lo menosprecia o hace poco caso de aprovecharse de tal guía, creyendo que harto suficientemente puede valerse de sí, y por sí solo puede rastrear y hallar lo que para su salvación le conviene» (Tratado de la vida espiritual VI).
Según esta concepción, que es sin duda la de más larga tradición teórica y práctica en la Iglesia, el director espiritual cumple -y cumple a fortiori, con especial regularidad y asiduidad- todas las funciones que hemos señalado como propias del acompañamiento: instrucción, consulta, amistad espiritual, estímulo, confortación, etc.; pero desempeña además una función de guía, reconocida y querida por el dirigido, que quiere ayudarse de este modo para salir de su propia voluntad y estar siempre en la de Dios.
La dirección espiritual plena abre, pues, a los fieles, religiosos y laicos, un camino de perfección recomendado siempre por los santos y por la Iglesia; un camino que sólo puede recorrerse buscando la santidad con toda el alma; en espíritu de humildad, manifestando sinceramente todo lo que sea conveniente, sin fiarse de uno mismo; en espíritu de fe, reconociendo con facilidad al Señor Jesucristo en el guía espiritual que él ofrece; en espíritu de obediencia y de abnegación de sí mismo, muriendo al propio juicio y voluntad, para abrirse así con una docilidad incondicional al Espíritu Santo. Ésta es la dirección espiritual, que la Iglesia de ayer y de hoy, en Oriente y Occidente, ha visto siempre como un humilde y admirable medio para el perfeccionamiento espiritual (+I. Hausherr, Direction spirituelle en Orient).
El dominico Fabio Giardini distingue entre direction, guidance y counseling. El director ayuda al cristiano a conformarse a la voluntad de Dios; el guía, a adelantar en el seguimiento de Cristo; el consejero, a ser dócil al Espíritu Santo. «Dirigir, guiar o aconsejar son funciones diversas, y cada una requiere un método diferente de asistencia» (The Many Roles of the Christian Spiritual Helper 222).
Por otra parte, ya que el acompañamiento implica tantos elementos integrantes de la dirección espiritual plena, no parece excesivo considerarle dirección espiritual, al menos en un sentido bastante amplio. No parece, en cambio, conveniente identificar ambos términos, como si fueran equivalentes. Es lo que hizo, por ejemplo, la editorial española que tradujo la obra de Yves Raguin, Maître et disciple. La direction spirituelle (1985), por Maestro y discípulo. El acompañamiento espiritual (1986).
Entre acompañamiento y dirección
He descrito el acompañamiento y la dirección espiritual, como dos formas diversas de la atención pastoral aplicada a una persona. Pero ya se comprende que hay una gran diversidad de modos en el planteamiento de esta relación personal entre director y dirigido, y que muchas veces se dan formas mixtas, unas más próximas al acompañamiento, otras más cercanas a la dirección.
No es raro, incluso, que un acompañamiento vaya derivando hacia una dirección espiritual, o que lo que en un principio se inició como dirección se vaya quedando al paso del tiempo en acompañamiento. En todo caso, todas estas formas de ayuda personal son buenas, sin duda, y la dirección espiritual plena es de suyo la mejor. Para andar por los caminos del Señor, bueno es tener un compañero experto, y aún mejor es tener un guía, un director espiritual. Y no es lo mismo lo uno y lo otro, como ya hemos visto.
Ahora bien, cada cristiano en esto, como en todo, ha de procurar aquella forma concreta de acompañamiento o dirección que Dios quiera darle, y no la que a él pueda venirle más en gana, por ser más acorde a su temperamento o más conforme con la mentalidad o costumbre de su ambiente. Desde luego, como ya he señalado, el ambiente de época lleva más al cristiano a buscar acompañamiento que dirección. Por eso hoy solamente personas muy adelantadas en el Espíritu -y por tanto, muy libres del mundo presente- suelen solicitar una dirección espiritual estricta.
A la gran mayoría de los cristianos actuales ni siquiera les viene a la mente la posibilidad de «ser conducidos» por otra persona, por muy experta que ésta sea, en las cosas de su vida espiritual. Nunca han pensado en que quizá fuera conveniente que alguien les indicara qué deben leer, o cómo han de hacer la oración, arreglar su horario o elegir sus actividades. Sencillamente, no se les ocurre siquiera esa posibilidad. Y es que el valor de la obediencia es algo completamente ajeno al espíritu de nuestro siglo.
Así las cosas, y siendo la dirección tan santificante, tan recomendada por el Magisterio y por los santos, es conveniente que el director ofrezca la dirección espiritual en sentido pleno al cristiano que, buscando ayuda personal, no la conoce suficientemente. Esa oferta, por supuesto, no ha de hacerse a cualquiera, sino que ha de realizarse con suma prudencia: solamente 1.- cuando el cristiano está en condiciones de valorarla y de tomar una decisión prudente, y 2.- cuando cabe prever que no va a entender tal oferta como un deseo personal que el director tiene de controlar más los detalles de su vida y de ejercer sobre él una mayor autoridad.
Por eso, quizá, es en esto prudente 1.- prestar dirección espiritual a quien la pide; 2.- dar acompañamiento a quien da muestras de buscar eso solamente; y más tarde, 3.- ofrecer la dirección únicamente a quien, por su abnegación y por su ansia de hacer la voluntad de Dios, da signos suficientes de que, si se le ofrece, va a entender la inmensa virtualidad santificante de la dirección. Esa persona habrá de ver luego en conciencia si Dios le mueve a recibir esa ayuda o no.
Por lo demás, conviene advertir que la frecuencia de los encuentros de acompañamiento o dirección puede ser muy diversa. Esa frecuencia, por supuesto, ha de ser mayor a los comienzos del camino espiritual; en tanto que puede darse una periodicidad más larga en la atención a personas ya más formadas y experimentadas en ese camino.
Y aunque la dirección espiritual parece pedir una atención especialmente asidua, puede darse perfectamente un acompañamiento en el que los encuentros son bastante frecuentes, o una dirección espiritual verdadera en la que, sin embargo, los encuentros son más de tarde en tarde. No está la diferencia en la cantidad de los encuentros -que puede ser muy variable, según las necesidades y posibilidades de la persona-, sino, como ya hemos visto, en la calidad relacional de los mismos. Hay dirección espiritual cuando la voluntad de un cristiano, en espíritu de obediencia, quiere dejarse conducir por el Señor a través de la voluntad de otro, al menos en ciertos sectores de su vida, queriendo realizar así, con más abnegación propia y más certeza, la voluntad de Dios, que es «lo único necesario» para la santidad.
Dirección espiritual de laicos
La dirección espiritual plena es, pues, una gracia especial, que da Dios ciertamente, por ejemplo, a los seminaristas (Código 239,2: spiritus director; +246,4), a los novicios o a los miembros de ciertas familias religiosas, según sus reglas y constituciones; pero que Dios concede también a muchos laicos, de entre aquéllos, se entiende, que -individualmente o dentro de una asociación concreta, que implica la dirección- aspiran con toda su alma a la perfección de la santidad.
Esta gracia, insisto, no es solamente privilegio excepcional de unos pocos laicos. Por el contrario, si se recuerda la historia de la dirección espiritual en la Iglesia, se comprueba que en todas las épocas ha querido Dios servirse del ministerio pastoral de la dirección para la perfecta santificación de muchos laicos -los discípulos laicos de los monjes, los terciarios de las Ordenes mendicantes, los seglares dirigidos por jesuitas, oratorianos, carmelitas, etc., los movimientos y asociaciones laicales modernas (+AA.VV., direction spirituelle: DSp 3, 1957, 1002-1214)- .
Para dar un solo ejemplo actual, bien característico, podemos recordar el Movimiento de las Familias de Nazaret, fundado en 1985 por el sacerdote polaco Tadeusz Dajczer, que tienen como finalidad, según resume René Laurentin, «la santificación de las familias mediante la dirección espiritual». Según sus Estatutos, en efecto, «se recomienda a los miembros [solteros, casados o célibes] la ayuda espiritual de un sacerdote, ayuda que puede convertirse en dirección espiritual, que es un don del mismo Dios... La idea de la dirección espiritual está conforme con las indicaciones de San Francisco de Sales, que resalta la suma importancia del papel de la dirección espiritual, también en la vida de los seglares. Ella constituye de verdad una ayuda muy importante para poder salir victorioso en las difíciles etapas de la vida interior, haciendo posible evitar muchas faltas en la vida espiritual. En el camino a la santidad, el director espiritual es un guía del alma; ayuda a descubrir los signos de la actuación del Espíritu Santo en ella, la sostiene y anima en las dificultades, facilitando, al mismo tiempo, la formación de su libertad y autonomía personal» (Varsovia 1993: I,5).
San Francisco de Sales (+1622), en efecto, recomienda mucho a los laicos la dirección espiritual. En su Introducción a la vida devota, dedicada a la santificación de los seglares, tiene un precioso capítulo «de la necesidad de un conductor para entrar y hacer progreso en la devoción»:
«¿Quieres con más seguridad caminar a la devoción? Busca algún hombre virtuoso que te adiestre y guíe... Jamás hallarás tan seguramente la voluntad de Dios como por el camino de esta humilde obediencia, practicada y estimada en tanto por todos los antiguos devotos... Más ¿quién hallará este amigo? Los humildes, los que de verdad desean el crecimiento espiritual... Ruega, pues, a Dios con toda tu alma para que te dé un guía que sea según su corazón... Pondrás en él una gran confianza, mezclada de una sagrada reverencia, de suerte que la reverencia no disminuya la confianza y que la confianza no estorbe la reverencia. Confía en él con el respeto de una doncella para con sus padres, y respétale con la confianza de un hijo para con su madre. Esta amistad, en fin, ha de ser firme y dulce, santa, sagrada, divina y espiritual... Pídele a Dios [un guía], y habiéndole hallado, persevera con él, dando gracias a su divina Majestad, y no buscando otras novedades, sino irte siempre por el camino que tu guía te muestra, simple, humilde y confiadamente; y con esto harás un dichoso viaje» (I p., cp.4).
En espíritu de obediencia
En el texto precedente, como en casi todos los de la tradición sobre la dirección espiritual, se habla una y otra vez de la obediencia espiritual que debe vivir el que busca con un guía la perfecta santidad. Hoy algunos prefieren en la dirección espiritual no seguir hablando de obediencia, sino de docilidad o virtudes semejantes. La cuestión a veces, también aquí, es más sobre palabras que sobre realidades espirituales; aunque no siempre. Convendrá, en todo caso, que examinemos aunque sea brevemente la cuestión.
Los laicos deben vivir espiritualmente aquellos mismos consejos evangélicos que los religiosos viven espiritual y materialmente. Han de tener, por ejemplo, espíritu de pobreza, aunque su vocación no les permita muchas veces participar de ciertas austeridades normales entre religiosos, ni las realizaciones prácticas de ese espíritu puedan tampoco tener formas tan concretas y predeterminadas como las que se dan en la vida religiosa. Pues bien, de un modo semejante, el laico, aunque no tiene propiamente superiores del fuero externo o interno a quienes obedecer en el sentido canónico estricto, sigue las indicaciones de su director espiritual con un espíritu de obediencia, cuyas aplicaciones concretas no están determinadas en una regla -como en el caso de los religiosos-, ni le obligan estrictamente bajo pecado. Ahora bien, quede claro que tanto en uno como en otro caso se trata en el cristiano laico de vivencias genuinas de la pobreza y de la obediencia evangélicas, con toda su fuerza liberadora de la caridad, y no de sucedáneos meramente ilusorios o verbales.
En la dirección espiritual de los laicos, es verdad, el director no tiene normalmente una autoridad jurídica, que haga de él, en el sentido canónico, un superior externo o interno, al que se debe -incluso a veces bajo pecado- obediencia estricta. El laico cristiano, sin embargo, presta a la autoridad espiritual de su director una verdadera obediencia espiritual, hecha de docilidad intelectual y, en conciencia, de sincera sujeción voluntaria. Y puesto que el campo de la obediencia no está claramente delimitado en el laico -como lo está en el religioso, al menos en ciertos casos-, ejercita su espíritu de obediencia siguiendo en cada caso la luz de la prudencia sobrenatural. Prestará así, por ejemplo, una obediencia más exacta y confiada en ciertas cuestiones -lecturas, prácticas espirituales, actividades caritativas, frecuencia de sacramentos, evitación de ciertas cosas-, mientras que en otras -una decisión vocacional, por ejemplo, o en la venta de una propiedad- habrá de aplicar su espíritu de obediencia obviamente de otros modos.
Y por su parte, igualmente, la autoridad espiritual del director ha de ejercitarse en claves muy diversas, según se trate de unas u otras personas o cuestiones. Más aún, el director espiritual normalmente no da mandatos ni consejos autoritativos al dirigido, sino que le ayuda para que él mismo tome decisiones buenas, plenamente gratas a Dios, libres de los engaños del Maligno, bien iluminadas por la fe y por los ejemplos de los santos. Es decir, le ayuda a tomar decisiones exentas de motivos falsos, de apegos desordenados, de miedos, ambiciones o presiones indebidas del mundo.
En ocasiones, convendrá que el director apruebe ciertas decisiones del dirigido -o no les ponga al menos su veto, exigiendo una demora en el discernimiento-. Pero también, otras veces, en conciencia, el director deberá impulsar firmemente al dirigido con determinados mandatos o consejos, generalmente formulados en diálogo con él, y siempre modificables en base a las experiencias y diálogos posteriores.
Unas veces los motivos dados por el director para justificar lo que prescribe o prohíbe resultarán convincentes para el dirigido, y otras no. «Es normal que tal cosa suceda. Pero es el momento de urgirle con suave firmeza a que, a pesar de todo, lo haga, según la palabra del Señor a Simón Pedro: "Lo que hago, tú no lo entiendes ahora; ya lo entenderás más adelante" (Jn 13,7)» (Mendizábal, Dirección 126).
Todo es gracia
Tener una regla de vida, hacer unos votos, recibir la guía de un director espiritual, todo eso son gracias de Dios, dones que pueden y a veces deben procurarse y pedirse, y siempre recibirse, si Dios los da; pero que no se pueden tomar por una simple decisión del hombre -como si solamente «dependieran de su generosidad»-.
De otro modo, reglas, votos y directores más serían para el cristiano estorbo que ayuda. Ésa es la humilde y maravillosa sabiduría del Bautista, cuando dice: «No conviene que el hombre se tome nada, si no le fuere dado del cielo» (Jn 3,27).
Cuestionario y participación en los foros
Publica tus respuestas a las siguientes preguntas en los foros del curso
1. Según el magisterio y la tradición de la Iglesia ¿qué significa dirección espiritual?
2. ¿Cuál es la principal diferencia entre un acompañamiento espiritual y la dirección espiritual?
3. La importancia de cumplir la voluntad de Dios en la propia vida ¿es algo que aún importa en los laicos? ¿por qué?
4. ¿Has experimentado los dones y beneficios de la dirección espiritual? ¿sólo has ofrecido o solicitado acompañamiento espiritual en determinados momentos de tu vida?
5. En relación a la obediencia tan esencial para la dirección espiritual ¿comprendes la obediencia como la renuncia y la entrega de tu voluntad a Dios? ¿Crees que la obediencia destruye la personalidad?
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Textos para profundizar en el tema
La Dirección Espiritual(Caminos laicales de perfección)
Autor: P. José María Iraburu
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Del libro: Dirección Espiritual. Teoría y Práctica
Autor: Luis María Mendizabal
Naturaleza teológica del ministerio de dirección
Autor: Germán Sánchez Griese
Diferencias y semejanzas entre la dirección espiritual y la consulta psicológica
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Preguntas o comentarios al P. Alberto Mestre Carbonell, Licenciado en Teología Moral.
Preguntas o comentarios a Hna. Roxanna. Misionera, acompañamiento espiritual.