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La Iglesia, la televisión, el cine
Ponencia de Mons. Giuseppe Scotti, Secretario Adjunto del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales en el Primer Festival de Cine Sacrado.


Por: Mons. Giuseppe Scotti, Secretario Adjunto del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales | Fuente: Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales



Lunes 17 de Octubre de 2011 02:35 PCCS
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Ponencia de Mons. Giuseppe Scotti, Secretario Adjunto del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales en el Primer Festival de Cine Sacrado.

Bogotá 13 de octubre 2011.

Excelencias,

Señoras y señores,

amigos:

Gracias por haber pensado y realizado este encuentro sobre “Iglesia, televisión y cine” y por la amable invitación a Mons. Claudio Ma. Celli, Presidente del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales para abrir esta sesión. Les traigo su saludo agradecido, a la vez que su expresión de pesar por no poder acompañarlos aquí en Bogotá a causa de compromisos previos en el Pontificio Consejo.





Querría iniciar mi breve intervención evocando un hecho evidente para todos: la televisión y el cine, junto con la expansión del teléfono e Internet, manifiestan con toda claridad el deseo humano de comunicarse.



Este deseo no es privativo del hombre de hoy, sino desde siempre las personas han querido contar algo de sí mismas, dejar huella de su paso por el mundo, narrando no sólo la propia vida cotidiana y la historia, sino también su búsqueda del sentido de la vida, incluso recurriendo a simples bocetos y dibujos.



Si en la prehistoria esto se realizaba a través de grafismos que encontramos en las cavernas, con la invención de la escritura se elaboran textos más complejos. Pero gracias a la invención de la prensa, con Gutenberg, saldrán a la calle y se difundirán esos textos recogidos por los escritores, redactados por los amanuenses y espléndidamente decorados en las bibliotecas de las casas nobles o en las conventuales, más humildes. Sucede entonces que las nuevas conquistas del genio humano permiten una comunicación más ágil entre las personas, derriban barreras no sólo lingüísticas, sino también culturales y raciales, contribuyendo a la comunión entre las personas. Así, la comunicación se asocia con el progreso y con el arte, uniéndose a lo largo de los siglos para lograr transmitir a las siguientes generaciones la búsqueda del sentido de la vida, de la historia, del amor.



Y la Iglesia, ¿qué puesto ocupa en este camino? Hay que afirmar ya desde ahora un punto fundamental: la Iglesia vive plenamente el esfuerzo humano de expresarse, de comunicarse. Y lo hace con gran simpatía e involucrándose decididamente, porque ella misma está llamada a comunicar: es comunicación[1]. No es casualidad que sea la Biblia el primer libro producido en la prensa por Gutenberg, con sus caracteres móviles, seguido inmediatamente por una extraordinaria impresión ilustrada del Apocalipsis. Tampoco es casual que los Pontífices, a lo largo de los siglos, se hayan constituido en mecenas de grandes autores y artistas, invitándolos a su propia casa, a decorar el interior del Palacio Apostólico, convencidos de que “la relación entre lo bueno y lo bello suscita reflexiones estimulantes”[2] y hace más evidente la búsqueda del sentido de la vida y el esplendor de la fe.



Gutenberg tradujo a la modernidad de su tiempo lo que el apóstol Juan había escrito a los cristianos del primer siglo:“ Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, - pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó-, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo.”[3]. Desde hace dos mil años la Iglesia desea ofrecer a toda persona a Aquél que ha encontrado – Jesús-, Aquél que ha dado sentido pleno a la vida humana.



¿Entonces, qué pasa hoy? ¿Qué puede decirse aquí y ahora? Podríamos repetir con Gallagher que “las tres evoluciones más importantes han sido provocadas por desarrollos tecnológicos; la irrupción de una nueva tecnología ha ejercido un fuerte impacto sobre la cultura”[4]. Al iniciar esta sesión no hay duda en afirmar que la televisión y el cine pueden -atención: pueden- ser realmente medios para elaborar y difundir cultura. Por ello son medios no sólo para el anuncio del Evangelio[5], sino para ayudar al hombre a interrogarse sobre el sentido de su vida y sobre las grandes decisiones que deberá tomar para realizarse como persona en su relación con Dios, con los demás seres humanos y con el mundo entero. Claro, los medios pueden ayudar al hombre en esta búsqueda, pero el usuario tiene también la posibilidad de emplearlos negativamente, para empobrecerse y degradarse.



A este respecto permítanme compartir con ustedes un recuerdo muy personal. Hace muchos años, cuando era sólo un niño de 12 años, ví una película titulada “Padre Damián de Molokai”. La película narraba la vida de un sacerdote belga que fue a una isla perdida de Hawaii, entonces un auténtico infierno en la tierra, porque enviaban allí a morir a los enfermos de lepra. Con su presencia allá, por amor de Jesús, y con su firme decisión de hacerse cargo de aquéllos a quien nadie quería atender, transformó ese infierno en un pequeño paraíso en la tierra. Al final de la película, que era en blanco y negro, sin la fascinación de las actuales 3D, me pregunté con lágrimas en los ojos: “Y yo, ¿qué quiero hacer de mi vida? No dudo en afirmar que mi primera intuición sobre una posible llamada al sacerdocio partió justamente de esa película. Mi intuición de una posible vocación sacerdotal nació del encuentro, verdadero aunque a través del celuloide, con un hombre, un sacerdote santo que me hizo reflexionar sobre el sentido de la vida y sobre lo que quería hacer de mi juventud, plantearme a qué iba a dedicarme en el futuro.



Pues bien. A partir de esa experiencia de adolescente hasta hoy, querría dar cuenta de otros hechos. Inicio en lo que escribió el Cardenal Martini sobre este tema: “las antenas de televisión representan un desafío, plantean muchas preguntas, en particular a nosotros los cristianos”[6]. Y últimamente Krysztof Zanussi, un famoso director polaco de cine, traduce con franqueza las preguntas que nos hacemos ante el cine y la televisión. Lo hace en una amplia entrevista a un diario italiano, donde las preguntas se transforman en afirmaciones. Zanussi sostiene que hoy, para ganar un premio importante, “basta hacer una película llena de desesperación y pesimismo. Si se trata de una cinta destructiva, entonces gusta”. Continúa explicando el motivo de esta opción: “Hay una tendencia a la destrucción de los valores, una tendencia suicida. Europa, en cuanto al consumismo, es peor que América y estos son los resultados. El cine ha perdido su misión y las películas destinadas a las masas incrementan esta tendencia destructiva”.[7]



Una tendencia destructiva. Es una denuncia fuerte, para un director de cine. Pero… ¿de dónde nace esta tendencia? ¿Cuál es su raíz? Sabemos muy bien que el lenguaje de la imagen, tan inmediato y comprensible, transmite fácilmente una serie de mensajes que hablan directamente al corazón humano. El cine puede decir cualquier cosa sobre Dios y sobre nosotros, pero lo trágico es que puede también negar tanto a Dios como al ser humano. Entonces, ¿cuál es el origen de lo que Zanussi llama “una tensión suicida”? ¿Qué es lo que prohíbe o incluso bloquea “al espectador en un diálogo entre la Escritura y la propia vida, y en última instancia, con la esencia de sí mismo”?[8]. Quizá pueda decirse que hoy el lenguaje cinematográfico tiene el mismo miedo de Pilato. Hoy se le dificulta a la industria cinematográfica el preguntarse: “¿Qué es la verdad?”. Pero, como en tiempos de Jesús, “también hoy… sin la verdad el hombre no puede alcanzar el sentido de su vida y cede el espacio, a fin de cuentas, a los más fuertes”.[9]



El lenguaje, pues, también el cinematográfico, es un acto humano. Es un acto con el que el hombre no sólo elabora sus pensamientos, transmite cultura, da una idea de sí, sino que es el modo concreto, – como decíamos arriba con Gallagher - con el que se presenta ante los demás y expresa el horizonte en el que se coloca. Es verdad siempre, pero más evidente aún hoy, que “Transmitir información en el mundo digital significa cada vez más introducirla en una red social, en la que el conocimiento se comparte en el ámbito de intercambios personales.”[10]. Y en esta red, la persona puede también poner su proprio miedo a la verdad y ceder a quien se muestra más fuerte. En realidad ¿qué sentido tiene decir continuamente que la comunicación es un negocio? ¿No significa reducirla a algo parcial y limitado? ¿No se trata en el fondo de esparcir la idea de que hoy lo que cuenta es únicamente el dinero?



Todos sabemos que el año 1895 será recordado como inicio de la historia del cine. Pero esa fecha no está aislada en la historia de la comunicación, porque desde entonces se ha caminado mucho. Hoy los nuevos medios, “exigen con creciente urgencia una seria reflexión sobre el sentido de la comunicación en la era digital”[11]. A veces esa reflexión se focaliza sólo “contra los efectos del abuso de las nuevas tecnologías sobre nuestro modo de vivir y trabajar”[12], como afirma Tony Schwartz, fundador del Energy Project. Otras veces se tratará de aclarar y evidenciar que “toda tendencia a producir programas — incluso películas de animación y video juegos— que exaltan la violencia y reflejan comportamientos antisociales o que, en nombre del entretenimiento, trivializan la sexualidad humana, es perversión; y mucho más cuando se trata de programas dirigidos a niños y adolescentes.”[13]. Y esto debe proponerse justamente a la humanidad de nuestro tiempo. Un tiempo en el que se puede notar que “el usuario medio en lo moral está más bien distraído, divagado, mal equipado en cuanto a los requisitos de base para una conciencia plena de lo que significa y supone actuar moralmente”[14].



En todos estos casos, a partir del cine primero, y de la televisión después, crece la conciencia de que ha cambiado para siempre el modo de comunicar, de narrar y conocer el mundo. Hoy se comunica de manera distinta. En cierto modo estamos experimentando lo que nuestros antepasados vivieron hace 500 años cuando, en 1452, Gutenberg imprimió la Biblia a 42 líneas por página. También entonces inició un modo nuevo de comunicar, con los desafíos y las derrotas que conllevó, en las posibilidades de dar a muchos la capacidad de buscar la verdad.



Así pues, si ha cambiado el modo de narrar a Dios, al hombre, al mundo y la vida, sin embargo no ha cambiado la fuente de la narración que el hombre hace de sí mismo y de la realidad que lo rodea. Sobre todo no ha cambiado la voz que narra esa historia humana, porque “aquí se apela a la responsabilidad de todos”[15]. Es oportuno recordar aquí lo que el Papa dijo el pasado mes de agosto en Madrid, hablando a los profesores universitarios durante la Jornada Mundial de la Juventud: “los jóvenes necesitan auténticos maestros; personas abiertas a la verdad total en las diversas ramas del saber”, añadiendo lo que decía Platón: “Busca la verdad mientras eres joven, porque si no lo haces, después se te escapará de las manos (Parmenide, 135d).”[16] ¿Es válida esta llamada a buscar la verdad para los creadores de cine? ¿para un director de televisión? ¿La verdad puede ser más fascinante que el éxito?



En esta perspectiva se vuelven esenciales, como metas de trabajo para las futuras generaciones, una industria del cine y de la televisión que busquen la verdad y ayuden a construir una cultura plenamente humana “para ayudar a los hombres a conocerse mejor y apreciarse más dentro de sus diversidades legítimas”[17]

Realizar productos cinematográficos que sepan decir no a una cultura del egoísmo, “a la desesperación y al pesimismo”[18], para dirigir sabiamente la mirada a Dios y al prójimo, se vuelve indispensable para interpelar la responsabilidad personal, pues “para muchos, la experiencia vital es en gran medida una experiencia de comunicación social”[19]. Entonces podemos realmente afirmar que el cine, considerado bajo este aspecto, puede ofrecer un valiosísimo servicio a la misión evangelizadora de la Iglesia, porque sitúa al ser humano frente a sí mismo y a sus preguntas más auténticas. Cuando el cine y la televisión quieren conocer al hombre y contar con pasión y verdad la vida y la búsqueda de sentido, cuando cine y televisión aman al ser humano, se vuelven indispensables porque “el amor, el amor verdadero, no hace ciegos, sino videntes. De él forma parte precisamente la sed de conocimiento, de un verdadero conocimiento del otro”[20], del cual cine y televisión son parte integrante y recursos para el futuro.



Gracias

Mons. Giuseppe Antonio Scotti

Secretario Adjunto

Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales







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