La Propiedad Privada, de Juan Antonio Aversa, tiene como autor de su prólogo a Monseñor Gerardo Farrell, obispo coadjutor de Quilmes.

Plantear, en las puertas del tercer milenio, que los hombres manejan un concepto equivocado para justificar la propiedad privada, puede parecer por lo menos una quijotada. Pero el aquelarre en que se maneja la economía mundial, despierta la curiosidad. ¡Tal vez sea cierto! El autor expone la teoría filosófica de su profesor, el Dr. Izurieta Craig, y abre un nuevo camino para organizar una economía, más lógica, más justa, más humana; camino que el hombre ha recorrido y recorre en forma intuitiva en algunas áreas, pero que ahora se propone en forma explícita e integral.

Juan Antonio Aversa publica su primer libro a los 58 años, a pesar de que pasó su vida escribiendo. El periodismo en empresas privadas, la función pública o como editor independiente fueron y son su medio de vida. Bien podría haber editado uno o dos tomos con sus notas y editoriales. Esta obra, en cambio, es algo distinto; un tema que lo ha obsesionado toda su vida. Esa teoría que su profesor mencionaba de paso, requirió, para transformarse en esta obra, más tiempo del que hubiera deseado. Concretada esta edición, el autor "amenaza" con otra obra sobre el poder político, convencido de que "más vale tarde que nunca".


El prólogo

Las relaciones del hombre con los bienes materiales, encuadradas en dos derechos, el universal al uso de los bienes de la tierra y el de la propiedad privada es el tema de este libro. En la perspectiva latinoamericana, esta temática es de una importancia fundamental, si se tiene en cuenta las distorsiones morales en las relaciones entre el hombre y los bienes materiales que, según el Documento de Puebla, se manifiesta en nuestros países en forma de "injusticia institucionalizada". En nuestro tiempo, esta relación entre el hombre y los bienes materiales está tan deformada que contradice el principio fundamental de la doctrina cristiana sobre la economía, porque subordina el hombre a la economía.

Es para felicitarse que aparezca entonces, un libro que estudia el tema de los derechos que normalizan las relaciones entre el hombre y los bienes materiales, cuando el consumismo es la propuesta predominante y cuando el capital es más respetado que el trabajo, haciendo realidad la aberración de que valen más las cosas que el hombre. En tiempos que el capital es mimado, cuando se aplican las políticas que más conviene a los inversionistas -las que se denominan ajustes- para que no se vayan, la aparición de un libro que retoma esta cuestión es reconfortante. Cuanto más, si desarrolla fundamentos filosóficos y propone una teoría, la que permitiría una mayor equidad en la sociedad, por apoyarse en la regla más válida, la del reconocimiento justo de los derechos que da al hombre el trabajo.

La organización de la sociedad se basa en combinar armónicamente la libertad del hombre con su esencial condición social. Si, como dice el Evangelio, sólo la verdad hace libres, alcanzar esa armonía depende de una concepción integral y auténtica del hombre, por lo que también el pensamiento social debe alcanzar la reflexión filosófica; necesita bucear en la raíz de los valores, como para fundamentar el derecho ordenador de las relaciones humanas. La importancia y la necesidad de una vida social justa para la realización de cada hombre y de todos los hombres, exige este tipo de reflexión, que sea capaz de trascender los índices numéricos y el empirismo simple, para alcanzar el cimiento más sólido que exige el saber moral.

Esto es lo que nos presenta el Autor, una consideración profunda pero no hermética, porque, gracias a su condición de periodista, lo hace con claridad y sencillez.

Quilmes, Noviembre 1998
Gerardo J. Farrell
Obispo coadjutor de Quilmes


 

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