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Mujer siglo XXI: ¿Qué le espera?
¿Las diferencias en las creencias pueden determinar un modo diferente de enfrentar la responsabilidad frente a nuestra vida?


Por: Ángeles Corte |



LA MUJER FRENTE AL SIGLO XXI

La mujer frente al siglo XXI es un título que incluye una amplia y variada realidad. ¿De qué mujer estamos hablando? ¿Las diferencias en las creencias pueden determinar un modo diferente de enfrentar la responsabilidad frente a nuestra vida? ¿Qué consecuencias prácticas tiene el hecho de conocer o no conocer y amar o no amar a Dios así como el reconocer o no reconocer la fraternidad entre las personas?

Nos dice la Constitución Gaudium et spes que “la razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios que lo creó, y por el amor de Dios que lo conserva en plenitud. Muchos son, sin embargo, los que hoy en día se desentienden del todo de esta íntima y vital unión con Dios, o la niegan en forma explícita”.

Todas las personas estamos llamadas a ser hijos de Dios y sin embargo hay quienes no desean conocerlo. Como han afirmado algunos pensadores, el hombre puede construir el mundo al margen de Dios, pero haciéndolo así, acabará necesariamente construyéndolo en contra del hombre mismo. Vale la pena preguntarnos cuál es la mirada especial de quien comparte nuestra fe.

Vivir como hijos queridísimos de Dios, redimidos por Cristo, es la tarea más importante para quien ha recibido el don de la fe. La vida interior o, en otras palabras, ese diálogo amoroso continuo con Dios, nos hace vivir una vida sobrenatural. Por medio de los sacramentos, la oración, las distintas prácticas de piedad y penitencia, así como mediante una formación seria y exigente, nos vamos haciendo más suyos, vamos amándolo más y comprendiendo mejor sus planes acerca de nosotros y acerca del mundo.

En una cultura en donde lo importante son los resultados inmediatos y cuantificables, podría parecer que la única formación importante es aquella que nos ayuda a ganar más dinero, pero nada más lejos de la verdad. Un corazón enamorado comprende bien el deseo de conocer profundamente a quien ama y pasa largas horas embelesado al lado de quien es su amor. Algo parecido pasa con un cristiano comprometido, sabe “invertir” su tiempo y esfuerzo en conocer y amar a Cristo y sus enseñanzas, sabe estar cerca, ansía conocerlo y dejarse conocer por Aquél quien es la razón de su vida.

La formación es indispensable para aprovechar todos los dones y talentos que Dios le ha confiado a cada uno, y resulta con un significado especial cuando estamos hablando de la mujer. Sin lugar a dudas las mujeres, al haber recibido como vocación el cuidado de la vida humana, estamos más próximas a los valores fundamentales para la existencia.

La formación en una mujer se traduce siempre en un proceso de humanización en los que la rodean y por ello podemos decir que tiene siempre un efecto multiplicador. En nuestra cultura hemos sido las mujeres quienes transmitimos la fe a nuestros hijos. La necesidad de prepararnos, de tener argumentos y razones profundas sobre nuestra fe y valores resulta imprescindible para la evangelización hoy.

Séneca afirmó que para quien no sabe a dónde va, todos los vientos le son contrarios. Si una mujer no sabe a dónde va, estará a merced de todo tipo de campañas que pretenden hacer creer que es un objeto de decoración o de consumo. Si las mujeres cristianas tenemos fundamentada nuestra fe, la aportación que hacemos a la sociedad es insustituible. Nadie puede dar lo que da una mujer de fe bien preparada en el campo de la familia, de la amistad, de la comunidad, de la Iglesia. Y aunque hoy parezcan importantes sólo las mujeres con altos puestos políticos o con empleos bien remunerados, miremos con más profundidad y descubramos el invaluable servicio que hace la mujer a la vida misma, en la familia y en la comunidad.

Una condición de la persona humana es el hecho de ser histórica, es decir, inscrita en un tiempo y en un espacio. El tiempo que enfrentamos, inicio del siglo XXI, no es un tiempo sencillo ni simple. A este inicio de siglo bien podría aplicarse lo que señala el Concilio Vaticano II. “El género humano se halla hoy en un periodo nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero. Los provoca el hombre con su inteligencia y su dinamismo creador, pero recaen luego sobre el hombre, sus juicios y deseos individuales y colectivos, sobre sus modos de pensar y sobre su comportamiento, para con las realidades y los hombres con quienes convive. Tan es así esto, que se puede ya hablar de una verdadera metamorfosis social y cultural, que redunda también en la vida religiosa... Jamás el género humano tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico. Y sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre hambre y miseria y son muchedumbres las que no saben leer ni escribir. Nunca ha tenido el hombre un sentido nuevo, tan agudo de su libertad, y entre tanto surgen nuevas formas de esclavitud social y psicológicas... Afectados por tan compleja situación, muchos de nuestros contemporáneos difícilmente llegan a conocer los valores permanentes y a compaginarlos con exactitud al mismo tiempo con los nuevos descubrimientos. La inquietud les atormenta, y se preguntan, entre angustias y esperanzas sobre la actual revolución del mundo. El curso de la historia presente es un desafío al hombre que le obliga a responder”.

El curso de la historia presente nos obliga a responde como mujeres de fe. ¿Qué tan interesadas estamos por el mundo que nos rodea? ¿Qué tan conscientes somos de la responsabilidad de alumbrar todas las realidades humanas con un nuevo sentido más pleno y profundo? ¿Estamos dispuestas a prepararnos para poner a Cristo en la cumbre de todas nuestras actividades, no sólo desde nuestra familia, sino también desde nuestra perspectiva profesional?

La mujer cristiana no puede desentenderse del mundo que la rodea. Aunque no siempre se tiene una preparación universitaria y en ocasiones el ejercicio de la propia profesión se ve subordinada a sacar adelante a la familia, eso no es excusa para meterse en un falso capullo de indiferencia y omisión. La tarea no es fácil, nuestra misión como madres y esposas a veces resulta dificil de adaptar al medio laboral por los horarios, lugares, faltas de guarderías, etc.

Sin embargo, está claro que el papel que desempeña la mujer en la sociedad es una misión que debemos que enfrentar; la aportación femenina a la acción socio-política es una labor se hará sin la mayoría de nosotras, pero hay que buscar los modos de conseguir estar con el oído en el corazón de Dios y la mano en el pulso de los tiempos.


Los retos

El Siglo XXI ofrece retos a todos, hombres y mujeres.

1. Todos tenemos la responsabilidad de ir perfeccionándonos, desarrollándonos como personas. No estamos hechos para instalarnos en la vida o para pertenecer al club de los triunfadores, de los que “ya la hicieron”. La vida de cada uno es un exigente camino para llegar a ser quienes estamos llamados a ser.

2. Vivir en sociedad. El fin de la persona es el amor, capacidad de autodonación. Sólo el ser humano es capaz de descubrir a las otras personas como semejantes, como hermanos y salir a su encuentro, empezando con la familia y pasando por los distintos tipos de organizaciones filiales hasta llegar a la comunidad internacional. Nos encontramos como personas, más allá de las solas estructuras sociales.

3. Fe — vida. Espíritu de hijos de Dios. El divorcio entre la fe y la vida puede ser considerado como uno de los más graves errores de nuestro tiempo. La vocación del hombre y de la mujer a la unión con Dios es una invitación al diálogo entre el padre y sus hijos.

Si todas las personas tenemos la maravillosa tarea de serlo, es decir, ser personas, al hablar de hombre y mujer estamos hablando de dos vacaciones distintas. Más allá de una perspectiva generista, vale la pena detenerse un momento en la vocación de la mujer. Hombre y mujer responsables de la vida humana, si, y sin embargo con una vocación distinta frente a ella. Ambos (junto con Dios), generan la vida pero es a la mujer a quien se le confía de manea entrañable. La maternidad, tanto física como espiritual, es la esencia del ser femenino. La maternidad es hoy temida y evitada porque en ocasiones se desarrolla en condiciones inhumanas, o porque puede exigir la renuncia de un desarrollo profesional, o porque en una cultura de la muerte, se le ataque con atractivos y sutiles modos. A pesar de esto, no podemos entendernos como mujeres si no descubrimos el don de dar y cuidar la vida humana.

Somos las mujeres quienes, al estar más próximas a valores fundamentales, desarrollamos un profundo proceso de humanización, de descubrir que es lo verdadero y profundamente humano.

Cuando engendramos un hijo damos la vida, pero también la damos cuando educamos, cuando evangelizamos, y al mismo tiempo, cuando lavamos unos platos o tendemos unas camas. El abanico del ser y hacer de la mujer es tan amplio como la vida misma.

Aquí me parece que conviene detenerse y reflexionar algo que nos señala el Concilio Vaticano II.
Ahora bien, dar la vida tiene caminos y exigencias muy diversas. La vida puede darse a partir del amor como parte de un proceso natural, tal es el caso de la maternidad física, ponemos los medios, Dios infunde el alma, si no hay algún problema, se engendra una nueva vida. Este nuevo ser nos planteará grandes exigencias y a la vez llena nuestros corazones.

Pero dar la vida no se queda ahí, damos la vida cuando procuramos ayudar, empujar, motivar, perdonar a nuestro cónyuge. Si, con él, con el único ser a quien le hmeos prometido con otras palabras, damos la vida descubriendo y construyendo la nuestra.

Y podría parecer que dar la vida es algo fácil e intuitivo, hasta el sentido común. Sólo es verdad parcialmente. Dar la vida comprometidamente, hasta el final, recordando que el que la pierde la gana y el que la gana la pierde, supone ambas cosas, entre ellas.

1) Formación intelectual Voluntad Antropológicapolíticaeconómicasocialfe
2) Virtudes Prudenciajusticiafe, esperanza y caridad
3) VerJuzgarActuar Grupos reflexiónJuicio


Ángeles Corte
Reunión Nacional presidentas Diocesana de la Unión Femenina Católica Mexicana


 


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