El Personal de la Iglesia
Por: André Manaranche | Fuente: Libro preguntas jóvenes a la vieja fe.

Boletín ¡Ser discípulos! Aprende a defender tu fe
Tema: Preguntas jóvenes
Fuente: Libro preguntas jóvenes a la vieja fe. Autor André Manaranche,
III. Tus preguntas sobre la Iglesia
El Personal de la Iglesia
El Papa
Cuando Juan Pablo II va de visita a cualquier país del mundo es acogido por decenas de miles de jóvenes que le aplauden con entusiasmo, incluso en Marruecos o en otros países musulmanes. A pesar de ello, me planteas preguntas sobre él, directas y sin miramientos, como soléis hacer siempre los jóvenes.
Su función
En primer lugar, preguntas sin contemplaciones:
« ¿Para qué sirve el Papa?»
Personalmente, preguntaría:
« ¿Quién es el Papa y cuál es su función en la Iglesia y en el mundo?»
Porque el Papa no es un utensilio, sino alguien, una persona con corazón. Para responderte, te remito directamente al Evangelio.
1. El Papa es el sucesor de Pedro. No es que esté al mismo nivel que Pedro, porque él no ha visto a Jesús ni antes ni después de su Resurrección. Pero posee el mismo carisma que Pedro. Los Papas se suceden unos a otros en la sede de Pedro y su carisma es el de ser el cimiento del edificio, el fundamento que sostiene los muras e impide que se agrieten (Mateo 16,18). Por eso Jesús dio a Simón el sobrenombre de Cefas. ¡Un sobrenombre poco corriente en su época y que no debió sentar muy bien a su suegra!
En la Iglesia católica hay, pues, un principio visible de unidad, a diferencia de lo que sucede en la Iglesia ortodoxa, donde la comunión es únicamente espiritual, sin ningún signo tangible. Bien practicado, el ecumenismo es algo excelente e indispensable, pero la unidad querida por Cristo es mucho más profunda que una simple confederación de Iglesias, aunque ésta pudiera ser un primer paso para lograrla. El secretario general del Consejo Ecuménico no es un Papa, sino un coordinador.
2. El servicio de la unidad no es una tarea administrativa, sino que su objetivo es la preservación y la fortificación de la fe, sobre todo en los momentos difíciles. Este es el papel que Jesús confió a Pedro horas antes de que le negase. Para ello, le dijo, llamándole por su antiguo nombre, el de un hombre débil como todos los demás: «Simón, Simón, Satanás os reclama para cribaros, como a la arena, pero Yo he rezado por ti, para que tu fe no desfallezca. Así pues, tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos» (Lucas 22,31-34). Página emocionante, en la que se ve cómo el Señor, sin hacerse ilusiones, confiere a Pedro una gracia capital. El Papa es, pues, pecador, pero infalible, aunque no siempre, sino únicamente en los actos solemnes de su función, es decir, cuando define la fe y las costumbres. No hagas como ciertos teólogos que, para destruir la infalibilidad, empiezan por exagerarla para poder ridiculizarla mejor. Tampoco veas en ello un acto autoritario, sino un carisma, es decir, una ayuda dada por el mismo Espíritu para que no sucumbamos al vértigo, una especie de freno en la pendiente, si lo prefieres, aunque la imagen sea demasiado negativa.
Fíjate que algunos textos del Evangelio, como el que acabo de citarte, confrontan tres realidades: Pedro, Satanás y la Cruz. Satanás induce a Pedro a rechazar la Cruz (Mateo 16,21-23), pero Pedro, una vez que ha vuelto de su traición, preserva a la Iglesia de sucumbir a esta tentación. Sí, el papel del Papa es impedirnos que «nos avergoncemos del Evangelio» (Romanos 1, 16), rechazando la Cruz. En una época dominada por el vértigo, «tanto a derecha como a izquierda», Juan Pablo II asume su función con una firmeza llena de bondad. ¡Es infinitamente menos autoritario que algunos pensadores, para quienes todo el mundo es infalible..., menos el Papa!
3. El Papa es el obispo de Roma. No es, pues, un superjefe de los obispos, sin ser él mismo obispo. No es tampoco el presidente de las Iglesias unidas. Forma parte de lo que se llama el colegio episcopal, así como Pedro pertenecía al grupo de los Doce, y es en el grupo donde lleva a cabo su función: ejercer no una primacía honorífica (¿dónde habla el Evangelio del honor humano?, ¿se habría preocupado Jesús de las dignidades...?), sino real. Esta autoridad no confisca la de los obispos, ni los reduce a meros delegados o vicarios; no interviene continuamente en sus asuntos. ¡El Papa aguanta mucho más que cualquier presidente o jefe de gobierno! Y, sin embargo, es una autoridad real y universal.
Encontrarás dos tipos de hombres en la Iglesia: unos (los galicanos), con un «complejo anti romano» subido; otros (los ultramontanos), que saltan por encima de su diócesis y se proclaman inmediatamente ciudadanos de la Iglesia universal. Evítalos a los dos. No elijas. Cógelo todo. No ames al Papa para despreciar mejor a tu obispo. No te aferres a tu obispo para oponerte mejor al Papa. Estos son juegos estériles de países ricos, europeos y americanos. La autoridad es un todo indisoluble. Para un obispo, el Papa no es una amenaza, sino una ayuda preciosa. Algo que se nota mucho en los países pobres o perseguidos (14: el Estado perseguidor intenta siempre aislar a la Iglesia local para dominarla mejor).
Para el Papa, el obispo no es un «subordinado» gruñón que se limita a gestionar sus problemas locales, sino un hermano que, en su Iglesia particular, hace latir el corazón de la Iglesia universal.
4. Por ser el obispo de Roma, el Papa es elegido, no por el conjunto de los obispos, ni siquiera por un sínodo (en una especie de elección a dos vueltas), sino que es elegido por el colegio cardenalicio, que constituye el Senado de la Iglesia romana. Afortunadamente, el colegio cardenalicio es cada vez más internacional, pero no por eso deja de estar menos unido a la Santa Sede. Más que ningún otro, Juan Pablo II, a pesar de ser polaco, se afana en cumplir su función episcopal en su diócesis, aunque se haga ayudar en ello, sin contentarse con gobernar el conjunto de la Iglesia. Si participas en una audiencia de los miércoles, y si hay diocesanos de Roma, verás hasta qué punto el Papa se interesa por ellos.... Y ellos por él.
Su vida
En tus preguntas pasas revista a todos los tópicos, desde los grifos de oro del Vaticano hasta la piscina de Castelgandolfo, que, a tu juicio, escandaliza a la gente. A mí, no. ¿Es un lujo una piscina? ¡Y un Papa deportista es algo genial! Y en cuanto a los famosos grifos, te propongo que subas a ver los apartamentos privados de Juan Pablo II. Verás que no hay gran lujo en ellos. ¡Tus estrellas preferidas, a las que perdonas todo, seguramente tienen mucho más confort en sus apartamentos de Marbella o de Miami!
Por otra parte, los edificios representan un patrimonio difícil y costoso de conservar. El gobierno español tiene estos mismos problemas con sus monumentos históricos, que no son funcionales, pero son difíciles de conservar y que, además, no se pueden demoler. ¿Por qué, entonces, tantas protestas contra el Vaticano? Después de todo, es un patrimonio: la gran casa de toda la humanidad. No suelen ser los más pobres los que más se quejan de ello, porque allí se sienten como en su casa. Además, es bello. A mí, que formo parte del pueblo, me gusta.
También cuestionas los viajes de Juan Pablo II en tus preguntas:
« ¿Para qué sirven estos viajes oficiales?
-¿Por qué el Papa se hace aclamar como una estrella?
-¿Por qué, en sus numerosas visitas por todo el mundo, el Papa hace gastar sumas importantes de dinero que podrían darse a los pobres?
-Cuando es recibido en el aeropuerto por un jefe de Estado, ¿el Papa es recibido como obispo o como soberano? ¿No resulta algo ambiguo todo esto?»
Es verdad que, desde Pablo VI, los Papas viajan mucho, y cada vez más. Habíamos perdido la costumbre de que los Papas viajasen y, por eso, sus viajes siguen sorprendiendo. Pero, ¡qué difícil es contentar a los católicos! Cuando permanecía tranquilamente en su casa, recibiendo a los cardenales y a los embajadores, se decía que olía a cerrado. Y cuando sale, se dice que hace turismo. ¡Es el cuento del padre, el hijo y el asno...! Yo, en cambio, estoy loco de contento de que el Santo Padre no permanezca encerrado en sus 44 hectáreas (¡con piscina!). Le vemos y nos ve. No viene a pasearse ni a tirar de las orejas a los episcopados nacionales, sino a reunirse en torno suyo con nuestros pastores y a animarnos. Nos habla y eso nos hace mucho bien.... aunque a veces se alargue un poco... ¿Se puede llamar turismo a sus cabalgadas agotadoras, en las que hay que viajar, sonreír constantemente, hablar en una lengua desconocida y abrazar a los niños? ¿Se pueden llamar shows a esas asambleas tormentosas, como en Nicaragua, o al inevitable cortejo de homosexuales, como en Amsterdam, o al de las monjas americanas que reclaman el sacerdocio? De tal manera, que Juan Pablo II es recibido con más delicadeza en los países no cristianos o poco cristianos, como Marruecos o Japón. Lo que más me llama la atención de sus viajes son esos raros momentos de calma, en lo que se ve a nuestro Juan Pablo sentado en su sillón, con los ojos cerrados y la cabeza entre la manos, sólo con su Dios. ¡Esta capacidad de recogimiento, en medio de una inmensa multitud, es algo impresionante!
Desde los acuerdos de Letrán (1929), el Vaticano es considerado como un Estado independiente. Este estatus le concede al jefe de la Iglesia una mayor independencia (como se pudo constatar durante la última guerra). Pero esto no engaña a nadie. El Papa no es primordialmente un jefe de Estado. ¡Tiene otras muchas cosas que hacer, además de gobernar sus 44 hectáreas! Cuando visita un país, es recibido como un soberano extranjero, con el himno nacional del país en cuestión y el himno pontificio (por cierto, no muy bonito). Esto le complica la vida, porque tiene que pedir y obtener el permiso del correspondiente gobierno, y debe saber muy bien donde pone los pies. Pero tranquilízate; desde el mismo instante en que baja del avión, Juan Pablo II proclama inmediatamente que ha venido a llevar a cabo una misión pastoral, lo que despeja cualquier ambigüedad. Y, aunque mide sus palabras, no duda en hablar de justicia social y poner el dedo en la llaga, aun en presencia de los potentados y poderosos, que no suelen poner buena cara. Los periodistas, que están siempre al acecho, han publicado algunas de estas muecas desaprobadoras de determinados gobernantes.
Nos queda la inevitable cuestión de la financiación de los viajes, que suele recaer en los católicos del país visitado. ¡Después de todo, tienen derecho a darse este gusto! Pero, incluso en este punto, déjame que me ría un poco contigo. ¿Sabes cuánto cuestan los desplazamientos habituales de nuestras personalidades políticas? Además, Juan Pablo II no tiene la culpa de haber recibido tres balas en el vientre un trece de mayo, y que, como consecuencia de ello, haya que movilizar un contingente importante de policía para protegerle. Si caes en la cuenta de la importancia espiritual de un viaje pastoral, lo entenderás perfectamente. Tu crítica -o la que un adulto te ha soplado- procede seguramente de que no ves la importancia de estas visitas que nos reúnen y nos animan. A no ser que no tengas el más mínimo interés en escuchar al Papa recordarte, en tu propia patria, alguna exigencia mortal que detestas. Interrógate sobre este punto. ¿Cuántas cosas no eres capaz de perdonar a las personas que quieres? Y en cuanto a las pobres, el Papa también va a verles, y ellos están felices de recibirlo sin reparar en gastos. Porque no sólo de pan vive el hombre... (15: Después del paso de un terrible ciclón que arrasó el sur de obispo de La Reunión pensaba anular el viaje del Papa, programado para tres meses después, para que el dinero fuese destinado a los siniestrados. Pero la gente le decía: «de ninguna manera, Padre, también nosotros necesitamos un signo de esperanza».)
¿No existe también la pobreza espiritual, como la tuya, por ejemplo?
Alguna vez me pregunto: « ¿qué haría si el Papa entrase ahora mismo en esta sala?» yo respondo sin dudarlo: una gran aclamación y un círculo familiar a su alrededor... su isla, el
Su enseñanza
Esto es lo que les hace «pupa» a algunos: la doctrina.
« ¿Admite las ideas del Papa sobre el sexo?»
¡Yo, sí, y por Completo, y un gran número de jóvenes también! Para justificar mi respuesta no voy a darte todo un curso, pero sí voy a proponerte un discernimiento previo, es decir aclarar tu malestar. Sígueme, amigo.
1. Cuando un pastor se pronuncia sobre un determinado punto, es para clarificar un problema debatido; de lo contrario, su enseñanza no tendría interés alguno. Interviene, pues, en un debate agitado y toma partido resueltamente. En estas condiciones es normal que sus documentos susciten diversas reacciones, y, por lo tanto, contestación. Evidentemente, los medios de comunicación insistirán mucho más en las posturas de los recalcitrantes que en las de las los satisfechos: es una de las reglas del periodismo.
En Teología se dice, a veces, que un texto del magisterio debe ser «recibido» por toda la Iglesia. Recibido en el sentido de «acogido en la fe», y no en el sentido de que sea «votado». ¿Por qué? Hoy hablamos mucho de los profetas. Pues bien, estos valientes personajes suscitaron la contradicción y llorarán: piense en Jeremías debatiéndose en el cieno en el fondo de la cisterna y jurando que, si lo hubiera sabido, nunca habría dicho sí a Yahvé (Jeremías 20,7-18). Además, su enseñanza no fue aceptada porque criticaba la manera habitual de comportarse de los israelitas. ¿Quiere eso decir que su enseñanza era falsa o inoportuna? ¡De ninguna manera; al contrario, daba en el clavo! Si, cuando sale una encíclica, todos los cristianos dijesen: «¡Bravo, Santo Padre, genial, nos habéis dicho lo que ya sabíamos!», eso significaría que el Papa habría perdido el tiempo y la tinta, escribiendo un texto inútil. Por lo tanto, en cierto sentido, la contestación es una buena señal. Muestra que, descubriendo la herida, el Santo Padre puso sal en ella y no azúcar. La sal quema, pero mata los microbios.
2. ¿Por qué no nos damos cuenta de todo esto? Porque nuestra sensibilidad ha cambiado. Hace un siglo, León XIII hacía vociferar a una parte importante de la burguesía, al publicar una encíclica sobre la miseria del mundo obrero (Rerum Novarum, 1891), y, cuarenta años después, Pío XI constataba que la herida todavía no estaba cicatrizada. ¿Se equivocaba el Papa? ¡Qué va! Hoy todo el mundo lo reconoce e incluso afirma que debería haberlo hecho antes. ¿A qué se debe este cambio? Porque hoy estamos ya acostumbrados a escuchar a nuestros pastores hablar de la cuestión social (algunos no hablan de otra cosa), y nos parece algo absolutamente normal... De la misma manera, dentro de algún tiempo, que espero que sea corto, los cristianos verán como algo normal que la Iglesia hable de moral sexual, porque, con el paso del tiempo, habrán caído en la cuenta del carácter profético de las enseñanzas actuales, y de la valentía de los Papas que se atrevieron a desafiar a la opinión pública.
Hoy, como hace un siglo, los que se oponen al Papa utilizan, sin darse cuenta, los mismos argumentos. Unos argumentos de sobra conocidos:
a) La Iglesia se sale de su terreno: es lo que decía, hace ya mucho tiempo, un almirante al obispo de Orleans, a propósito de un problema de Defensa nacional.
b) La Iglesia no conoce nada sobre el tema: es lo que decían los economistas liberales de los tiempos de León XIII.
c) La Iglesia va contra la marcha de la Historia: también lo decían Hitler y Stalin.
d) No se puede moralizar sobre el sexo: lo mismo que no se podía moralizar sobre la política en el período de entreguerras.
Así pues, amigo mío, pregúntate de dónde proviene tu reacción. ¿Por qué eres tan hipersensible en ciertos puntos y nada sensible en otros? ¿Por qué rechazas categóricamente el racismo y, sin embargo, toleras la prostitución? ¿Se trata de una convicción razonada? ¿Cuál? ¿O se trata, más bien, del miedo a no pensar como la mayoría?
3. El Papa no es un farmacéutico, sino un pastor. Es lo que respondí a una chica de un instituto que me decía: «Soy cristiana, pero tomo la píldora, ¿qué piensa usted de ello?»
a) que no debe disociarse el amor del don de la vida;
b) que el don de la vida no debe disociarse del amor. Esta es la verdad. Y una verdad inalterable... Y liberadora. Y añadí: a) Todo depende de lo que quieras hacer tomando la píldora. b) ¿Estás segura de no arruinar tu cuerpo con ella? (16: Buscar en las encíclicas «lo prohibido» o «lo permitido» es no entender nada de nada. En realidad, la Iglesia no cesa de repetir continuamente lo mismo, ya sea por boca de Juan XXIII o de Juan Pablo II)
4. El recuerdo de una exigencia moral no funciona como algo meramente mecánico, dado que es algo que se propone a una conciencia responsable de sus actos. Es verdad que una ley es siempre una ley y comporta un imperativo que no se puede esquivar ni diluir. No se puede decir del «amarás al Señor con todo tu corazón»: es una simple indicación que no reviste carácter obligatorio alguno. Sin embargo, y sin querer atenuar el rigor de la exigencia, la conciencia humana puede dar pasos hacia ella. Cristo nunca te reprochará que estés en camino, si ese camino tiene una meta. Lo que sí te reprocharía, seguramente, es que arrojaras la ley a la basura, tachándola de estúpida. La vida moral es el camino de una alegre humildad.
5. No reduzcas todo a tu problema personal. Cuando el Papa escribe un documento importante, está pensando en la sociedad internacional. Así, cuando en 1968, Pablo VI escribió la tan discutida encíclica «Humanae vitae», sabía muy bien que las grandes potencias preferían pagar programas de esterilización a los países del Tercer Mundo que ayudarles a desarrollarse: ¡lo primero era mucho menos costoso! Y cuando Juan Pablo II -o el cardenal Ratzinger- abordan cualquier problema de bioética, lo primero que denuncian es la inquietante deriva que está tomando actualmente la ciencia. En efecto, al principio cualquier práctica parece absolutamente normal e inofensiva, pero es el primer paso del aprendiz de brujo en la manipulación del ser humano. ¿Quién sabe a dónde nos puede conducir? Tanto más que este tipo de ciencia se produce por vez primera en la historia. Además, hay que tener en cuenta que los individuos están siempre influenciados por la cultura global dominante y terminan por no poder resistir a su influjo. ¿No te parece que todo esto merece una reflexión?
6. En el fondo, lo que te da miedo es ir en contra de la opinión mayoritaria. Pero, en esto, como en otras muchas cosas, no podrás ser cristiano sin aceptar ser diferente. Seguramente tu padre sabe lo que cuesta ser honrado en los negocios. Pues en esto es exactamente lo mismo. El día en que lo aceptes y decidas vivirlo alegremente serás libre (17: «Usted habla de libertad, pero defiende la autoridad del Papa» me dices ¡Por la sencilla razón de que esta autoridad me permite ser libre!), sin que ello signifique que eres un héroe ni un cascarrabias desagradable.
Los Sacerdotes
No me planteas pregunta alguna sobre los obispos. En cambio, sí hay muchas sobre los sacerdotes, y la mayoría de ellas son preguntas mediatizadas, como si no fueses más que un espejo de la sociedad. Hay, sobre todo, una cuestión que repites continuamente, como un loro, y es la que hace referencia al matrimonio de los curas:
« ¿Por qué no se casan los sacerdotes?
-¿Por qué los clérigos no pueden tener hijos?
-Si Dios quiere nuestra felicidad, ¿por qué prohíbe el matrimonio de los curas?»
Las chicas se preocupan más por las religiosas. Una de ellas hace una pregunta como si las monjas fuesen el harén del Santo Padre:
« ¿Por qué el Papa prohíbe a las monjas casarse? ¿Por qué las guarda todas para él? Es muy egoísta».
Siento muchísimo todo esto como sacerdote feliz de serlo. Y lo que más me aflige es que no hagas un esfuerzo para comprender mi corazón. ¿Cuál es mi problema? Mi problema es que he entregado mi vida a Jesús para que venga su Reino, y su Reino no acaba de llegar. Mi problema es encontrarme a menudo, en bautizos y matrimonios, con gente que apenas tiene fe y que, sin quererlo, me hacen hacer una comedia. Mi problema es aguantar a los niños en la catequesis, ayudar a los jóvenes a convertirse de verdad, entrar en contacto con el mayor número de personas y encontrar las palabras justas para hacerlo. Mi problema es acoger a los heridos y orientarles lentamente hacia la curación; sostener a los militantes comprometidos en la vida familiar, social, o en la acción caritativa. Mi problema es conciliar las obligaciones de mi agenda con las imprevistas que surgen; mantener el tiempo de oración aunque me cueste; acompañar a los moribundos... Y tú, para consolarme, me dices, con un tono lleno de compasión: «cásese y todo se arreglará.» No conoces nada del corazón del cura, y la única canción que le cantas es la del matrimonio. Es exactamente como en la película de Scorzese: ¡en la cruz, Jesús consuma su sacrificio por la salvación de todos los hombres, está en el paroxismo de su caridad, se retuerce de dolor.... Y el cineasta le propone las caricias y los mimos de María Magdalena! ¡Grotesco y repugnante!
Mi dolor de cura no procede de dormir sólo en una cama, sino de constatar que la gente intenta siempre buscarme otra «razón social» distinta a la que anida en mi corazón. ¡Como si no se viese a las claras que estoy enamorado de Jesús! Lo mismo suele ocurrirles a los monjes, a quienes muchos turistas confunden con fabricantes de queso...
Es evidente que no conoces el sacerdocio. ¿Y el matrimonio? A finales de 1988 estuve tres días en un instituto, sometido a toda clase de preguntas por parte de los chavales. Algunas están recogidas aquí. Como no podía ser menos, entre ellos proliferaron las preguntas sobre el sexo. Después de haber hecho el recorrido a todos los problemas relativos a la sexualidad (aborto, divorcio, anticonceptivos, relaciones prematrimoniales ... ), me plantearon el problema del celibato «forzado» de los curas. De pronto, me enfadé. No soy malo, pero tengo un carácter fuerte. Entonces, les dije: «¡Ah, mis canallas! Acabáis de destruirme por completo el matrimonio, y después de la carnicería, venís a ofrecerme los pedazos en un plato. ¿Lo hacéis aposta u os estáis burlando de mí?... Vosotros no queréis curas casados: un matrimonio legítimo y feliz es demasiado retro para vosotros... Lo que queréis son sacerdotes amancebados, divorciados, vueltos a casar (con monjas, mucho mejor), abortistas, homosexuales... Dejadme que os diga una cosa: ¡vosotros no queréis mi felicidad, sino mi complicidad, porque mi vivencia alegre del celibato os avergüenza y no la soportáis. Y si defendéis a los sacerdotes que no se encuentran a gusto en su estado, no es por ellos, sino por vosotros, porque su desgracia os complace: ¡por fin, los curas van a ser como todo el mundo, en vez de singularizarse en lo imposible! ... » Intenta imaginar sus caras asombradas. Estos ratos de indignación los he vuelto a repetir en varias ocasiones, y siempre con el mismo éxito.
Podría hacer como Jesús que, de vez en cuando, actuaba como los gallegos, es decir, respondía a una pregunta con otra (Mateo 21,23-37). Podría decirte: «explícame primero qué es lo que entiendes por matrimonio y yo te diré después por qué no me he casado.» Pero no voy a hacerte esperar más. No me he casado porque el Señor me ha dispensado del matrimonio y la Iglesia se ha aprovechado de ello para llamarme al sacerdocio. Estoy tan contento de pertenecer a mi Dios que no me imagino entregándome a una mujer. Por otra parte, con el nunca estoy solo. Soy feliz consagrándome enteramente a la paternidad espiritual. Loco de alegría por no tener el corazón dividido. Loco de alegría por encontrarme ya en la ternura del Reino, donde el matrimonio ya no existirá.
Esto es todo, amigo mío. Y no me eches en cara que desprecio el matrimonio. Creo en él mucho más que tú.
Si aún no estás inscrito a estos boletines puedes hacerlo a través del siguiente enlace, seleccionando ¡Ser discípulos! Aprende a defender tu fe.
Suscríbete
Si deseas regalar este servicio a un amigo o deseas difundirlo a más personas, puedes hacerlo a través del siguiente enlace:
Regala boletines ¡Ser Discípulos! Aprende a defender tu fe
Si tienes sugerencia de temas en los cuales deseas que se profundice, escribe a Sugerencias y comentarios
Conoce, ama, defiende la fe y a la Iglesia como verdadero discípulos de Cristo.