Menu


Siempre nos acompaña, siempre nos ilumina
En ocasiones de preocupación, sobre todo cuando debemos tomar una decisión acerca de qué hacer, y especialmente qué decir, pedimos al interior, en una forma u otra: Señor ¿qué hago, qué digo?


Por: Salvador Ignacio Reding Vidaña | Fuente: Catholic.net



En ocasiones de preocupación, sobre todo cuando debemos tomar una decisión acerca de qué hacer, y especialmente qué decir, pedimos al interior, en una forma u otra: Señor ¿qué hago, qué digo?

Repasemos el caso de que debamos –o nos sintamos obligados a- aconsejar a alguien, reconfortarlo ante una adversidad, responder una duda propia o ajena, una objeción o un ataque contra nuestras creencias. Podemos intentar resolver solos el asunto, pero es frecuente que hagamos esa petición: Dios mío… ¿qué digo?

Otras veces la pregunta, en una situación de crisis y gran carga emocional es: Señor ¿hablo ahora o mejor me callo y lo dejo para después? También los silencios oportunos valen.

Cuando esas preguntas nos salen del corazón, y son una auténtica llamada de auxilio, -como es normal-, ¿no es verdad que parece que “alguien” nos da la respuesta, que escuchamos una voz interior que nos habla? Pues ese alguien es el Espíritu Santo. Confiamos en Dios y Él nos responde.

Hagamos memoria, y podremos recordar que cuando ha sido el caso y hemos rogado a Dios, las respuestas correctas, necesarias, vinieron a nuestra mente, a nuestro corazón. Quien nos aconseja, quien pone en nuestra mente y boca las palabras debidas es el Espíritu de Dios.

Aunque no lo hayamos pensado así, en realidad hemos conversado con el Espíritu Santo; si caray, hemos dialogado con Dios, que siempre está allí.

Catholic.net hace una encuesta sobre el Espíritu Santo, y la opción de “Es mi Compañero, mi Abogado, el Huésped de mi alma que me acompaña e ilumina siempre”, tiene una abrumadora mayoría, arriba del noventa por ciento.

Quienes han escogido dicha respuesta tienen razón, porque estemos conscientes de ello o no, el Espíritu de Dios nos “acompaña e ilumina siempre”. Cuánto nos alegramos de sentir que recibimos de Él las palabras que debemos decirnos a nosotros mismos o a otros principalmente. Pues debemos entonces estar conscientes de ello y, por supuesto, mostrarnos agradecidos.

Eso sucede a veces a tal grado que luego pensamos ¿y cómo se me ocurrió lo que dije, lo que hice, si nunca lo había pensado? ¿Cómo de pronto apareció en mi cabeza la respuesta correcta? Lo mismo cuando esa orientación llegó a otra persona y ello nos sorprende y alegra. Es sencillo: el Espíritu Santo habló con nosotros.

Más aún: si tenemos la permanente intención, con nuestros defectos y pecados, de estar con Dios, aún sin haber pedido su ayuda, en el momento preciso el Espíritu Santo nos fortalece, nos guía, nos dirige, y así nos decimos con alegría: “caray, Señor, es cierto, así era, gracias”.

Así dijo Jesús a sus discípulos: “Pero ustedes preocúpense de sí mismos […] tendrán que presentarse ante los gobernadores y reyes por mi causa, para ser mis testigos ante ellos […] Cuando sean arrestados y los entreguen a los tribunales, no se preocupen por lo que van a decir, sino digan lo que se les inspire en ese momento; porque no serán ustedes los que hablarán, sino el Espíritu Santo”. (Mc. 13, 9-11).

Pensemos: ¿cómo ese grupo de hombres sencillos, los apóstoles, pudieron convertirse en grandes predicadores? Porque sabemos que Jesús, imponiéndoles las manos, hizo que recibieran al Espíritu Santo, y así ha continuado en sus sucesores en cuanto a la palabra. El mensaje de la Iglesia, bien recibido, dudado o rechazado por los hombres del tiempo, es la voz por la que se expresa el Espíritu de Dios, igual que como habló por boca de los profetas del antiguo testamento.

Pero amén de la Escritura, en la vida diaria del buen creyente, y hasta del no tan buen creyente, en momentos de fidelidad al Señor, el Espíritu Santo le concede dones, le guía, le dice lo que debe hacer o decir para obrar el bien o confrontar el mal.

Pablo, en su Primera Carta a los Corintios (1Cor. 12, 4-11), nos enseñó que en nosotros, el Espíritu Santo se manifiesta para el bien común, que hay diversidad de dones, todos procedentes de Él, distribuyéndolos a cada uno en particular como Él quiere; y ejemplifica en los de fe, sabiduría para hablar, enseñar, curar, hacer milagros, profetizar, dominar lenguas o interpretarlas, o de juzgar sobre el valor de esos dones.

Recordemos a Juan el Bautista: Jesús nos bautiza en el Espíritu Santo (Mt. 7, 8; Jn. 1, 33). Sabiendo que está allí, a nuestro lado, pidamos siempre con toda fe y esperanza, con amor: Señor, ¿qué hago, qué digo? y al seguir la indicación de Jesús: “pedid y se os dará”, invariablemente el Espíritu Santo nos responderá también, porque nos acompaña e ilumina siempre.

siredingv@terra.com.mx
 







Compartir en Google+




Reportar anuncio inapropiado |