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Amistad sacerdotal
Está en juego nada menos que la felicidad personal del individuo en esta vida y quizá también en la eternidad


Por: Pbro. Ariel Daza Guzmán | Fuente: www.arquidiocesisbogota.org.co



1. "...a vosotros os llamo amigos" (Jn. 15, 15).

El tema de la amistad en el proceso de la formación sacerdotal, desde la dimensión humano-comunitaria hasta el ejercicio del ministerio sacerdotal, se puede resumir con las mismas palabras pronunciadas por Jesús en el Evangelio: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer".1

Es deber de toda persona que ha hecho una opción libre y personal por el ministerio sacerdotal profundizar en la virtud de la amistad, la cual se hace concreta en el sentido profundo de la amistad sacramental en el prebisterio, porque ese en último término es el mandato de Jesús a sus elegidos: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que Yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca; ... lo que os mando es que os améis los unos a los otros".2

Así el llamado a los sacerdotes se convierte en el amar a aquellos que Él les confía; un amor que se traduce en el servicio y ayuda al "amigo"; así el ministerio se caracteriza por las virtudes de la humanidad, el respeto y la caridad: "... el que quiera llegar a ser grande entre vosotros será vuestro servidor y el que quiera ser primero entre vosotros será vuestro esclavo...".3

De este modo, la amistad del sacerdote se ha de ir dilatando a todos, de tal manera que vaya conquistando amigos para Jesús, haciéndolos amigos suyos, amistad que debe ser abierta y universal, aún en aquellos que lo persiguen: "Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen...".4

El ministerio sacerdotal está abierto a todos los hombres. La tarea del sacerdote-amigo es luchar por salvar a todas y cada una de las ovejas a él encargadas, pues, su máxima obligación es alimentarlas, conocerlas, guiarlas, e incluso donar su vida, con tal que ninguna de ellas se pierda, y esto lo logra cuando se acerca a ellas con un corazón de padre y amigo.5

El conocer cada oveja le indica al Pastor-Amigo una continua comunicación con su rebaño que facilite la interacción personal que en último término se entiende como una donación del Pastor a sus amigos. La amistad sacerdotal es una de las maneras eficaces para hacer realidad la caridad pastoral que lleve al sacerdote a la felicidad por la vivencia fecunda de su ministerio. El ministerio no tiene otro objetivo que el de distribuir al pueblo los dones de Dios que son regalos; de tal manera que el sacerdote se convierte en el principal regalo de Dios Padre para una comunidad: "Os daré pastores que según mi corazó os den pasto de conocimiento y prudencia"6, donación que se manifiesta mediante el servicio apostólico con corazón de Pastor.7


2. El presbiterio, lugar de la amistad sacramental.

"El profundo y eclesial sentido del presbiterio, no sólo no impide sino que facilita las responsabilidades personales de cada presbítero en el cumplimiento del ministerio particular, que les es confiado por el obispo. La capacidad de cultivar y vivir maduras y profundas amistades sacerdotales se revelan fuente de serenidad y de alegría en el ejercicio del ministerio; las amistades verdaderas son ayuda decisiva en las dificultades y, a la vez ayuda preciosa para incrementar la caridad pastoral, que el presbítero debe ejercitar de modo particular con aquellos hermanos en el sacerdocio que se encuentran necesitados de comprensión, ayuda y apoyo".8

El presbiterio diocesano no es una realidad abstracta ni una superestructura ideológica, sino más bien una fraternidad conformada por los sacerdotes y el obispo, en el cual se deben fomentar relaciones de confianza, sinceridad, amistad, cooperación; se deben crear espacios para el diálogo, la recreación, el descanso, la oración común, el compartir reposado y sereno de las inquietudes y preocupaciones que tejen la jornada habitual de trabajo, a fin de evitar el aislamiento, la soledad, el cansancio, la rutina, el aburrimiento y las compensaciones inadecuadas que no presenta el mundo contemporáneo.

Las relaciones de amistad y de fraternidad que se deben cultivar en el presbiterio diocesano deben ser un reflejo de la amistad que Cristo ofreció a sus discípulos, pues sólo de esta manera podrán comunicarla a aquellos fieles con quienes desarrollan su trabajo apostólico. Las circunstancias cambiantes del mundo, donde las influencias de lo universal sobre lo local llegan al instante con toda la fuerza de la imagen y el sonido, presentando modelos de realización autosuficientes y egoístas, requiere de una visión clara y de un ambiente favorable para permanecer fieles en la oferta de amor y de amistad que el Señor ofrece.

La amistad auténtica constituye una enorme riqueza, pues permite establecer una relación profunda cimentada en la confianza mutua. La verdadera amistad debe estar abierta, no es exclusiva, no alimenta celos ni desconfianzas. Abre a las personas y las hace crecer. Acerca a Dios. En la amistad todo es gratuito.

El libro de Eclesiastés nos dice: "¡Ay del que está solo, porque si cae no tiene quien lo levante!".9 Está absolutamente solo quien no tiene amigos. Un amigo incrementa la alegría, la felicidad y la seguridad; es alguién a quien se le puede hablar como a uno mismo, frente a él no hay temor de confesar los yerros, las cosas más secretas del corazón y en cuyas manos se ponen todos los proyectos.

"El amigo es medicina de la vida".10 En la vida terrena no hay medicina más reconfortante, eficaz y notable para curar nuestras heridas que tener quien se nos acerque compasivo en nuestra adversidad y júbilo en nuestra prosperidad. De modo que, poniendo el hombro, soportan juntos la carga, estimando cada uno que la suya es más liviana que la de su amigo. "La amistad torna más espléndidas las cosas que nos hacen felices, condivide las adversas y pone en comunión las más leves. Por consiguiente, el amigo es óptima medicina de la vida. En toda ocasión y en toda empresa, en la certeza y en las dudas, en cualquier acontecimiento y cualquiera sea la fortuna, en secreto y en público, en cualquier perplejidad, fuera y dentro de la casa y en todo lugar, reiteramos, es grata y útil la amistad, y necesario el amigo".11

La verdadera amistad conduce a la dilección y al conocimiento de Dios. En la amistad nada es deshonesto, nada es artificial ni fingido, y lo que se da en ella es santo, libre y verdadero, lo cual también es propio de la caridad. Pero la amistad asume un matiz especial: los que ella une, experimentan todas las cosas festivas, estables, dulces y suaves. En la amistad se une la honestidad y la suavidad, la verdad y la fiesta, la dulzura y la firmeza, el afecto y las obras. Todas estas virtudes nacen en Cristo, por Cristo crecen y en Cristo se perfeccionan. Si un amigo se adhiere a su amigo, en el espíritu de Cristo, llega a ser con él un solo corazón y una sola alma, y si asciende por este escalón de amor a la amistad con Cristo, se hace con él un espíritu en un beso.12

El compromiso sacerdotal no excluye la verdadera amistad. La amistad fundada en Cristo, lejos de ser un obstáculo constituye una ayuda para la autorrealización humana y apostólica de la persona consagrada y para la fecundidad del trabajo apostólico.

En virtud de la promesa de castidad que hace el sacerdote, renuncia al amor conyugal, a los actos preparatorios de la unión sexual y de la actividad genital. Pero no renuncia a la necesidad de amar y de ser amado, que constituye una necesidad básica e imperiosa de todo ser humano, sin cuya satisfacción no puede haber felicidad.

Al igual que toda persona normal, el sacerdote también experimenta la necesidad de la amistad. Hay que tener en cuenta que la vida de la familia presbiterial es una realidad necesaria sin la cual poco se puede realizar efectivamente. La amistad debe moverse y fundamentarse sobre la auténtica libertad, tal como lo expresa el proverbio: "Tu libertad termina donde empieza la libertad del otro" .

La amistad del sacerdote con los semejantes debe estar dada en el trato con el otro, sobre todo, como persona y no por su oficio, es decir, como personaje. Nuestra concepción cultural hace que se valorice más el personaje que la persona. Esto crea utilitarismo en la amistad. Es conveniente que el sacerdote tenga amigos colegas suyos para compartir en igualdad sus experiencias, amigos laicos que puedan aportarle elementos de su propia experiencia secular.

El sacerdote no debe matricularse en un grupo determinado que impide la apertura y disponibilidad para dar y recibir de todos y al mismo tiempo atente contra la unidad eclesial. Para el sacerdote existe el peligro de adulación, por ejemplo, con los politiqueros.

La verdadera amistad tampoco debe ser el querer que los otros sean iguales a mí sin tener en cuenta la situación concreta y distinta en que cada persona como individuo se encuentra. La amistad no puede ser aprobar todo lo que el otro haga o diga, sino un acompañar, aportar o corregir, si es necesario -siempre en caridad- la realidad del otro.13

Para muchos sacerdotes que dicen amar a todo el mundo por amor de Dios, existe el peligro de no amar verdaderamente a nadie; la carencia frecuente del afecto, del cariño suele llevar al sacerdote a situaciones de aislamiento, cansancio e ineficacia apostólica. La experiencia de la amistad, el dar y recibir amor, es absolutamente necesaria en la vida de toda persona, para lograr un desarrollo humano normal.

Es un verdadero error limitar al seminarista, al sacerdote o al joven religioso a la práctica de un amor totalmente espiritualizado, sin ningún componente afectivo ni sensible. "Este error fue cometido frecuentemente en tiempos pasados, en la formación de los sacerdotes y religiosos... algunos autores erróneamente creen que no existe una amistad que, sin perder la dimensión humana, tenga al mismo tiempo, dimensión sobrenatural. Y si existiere, ella sería, más bien, un impedimento al afecto exclusivo que el religioso debe a Dios".14

Este mismo "sabor" se percibe en afirmaciones como esta: "Igualmente, ¿por qué no cabe tener un amigo/a por quien daría mi propia vida si fuera necesario? Así es, pero con una condición, que la significación de ese amigo/a tenga para mí, no me robe ni un átomo de mi corazón que pertenece en totalidad a mi Señor".15

La caridad no es un abstracto, exige el reconocimiento del rostro de Cristo en las personas concretas. Una amistad demasiado desencarnada, es algo ajeno a la misericordia, a la sensibilidad y a la ternura que han brillado con tanta elocuencia en los santos y maestros de la vida espiritual. La amistad auténtica no aparta de Dios. No es el amor lo que aparta de Dios, sino el no amar o amar mal.

En el presbiterio, la amistad es una señal más clara de una consagración plenamente vivida. No se trata de una concepción hecha a nuestra fragilidad, sino una exaltación de nuestra potencia de amar. Pues un corazón lleno de amor de Dios posee normalmente una extraordinaria capacidad de amar.

Pero a pesar de todas las bondades que ofrece la amistad, no se puede olvidar que no todas las amistades son buenas y edificantes: "La amistad entre los miembros de una comunidad religiosa no es solamente cosa buena, sino útil y ciertamente necesaria para muchos que sin ella no pueden alcanzar o mantener la madurez afectiva ni el equilibrio psicológico. Siendo una forma selecta de caridad, no se debe evitar, como se hace con la enemistad. Pero la satisfacción que produce debe ser incesantemente purificada. No toda amistad debe ser considerada como buena; mala es la que es falsa y ni siquiera merece el nombre de amistad, siendo tan solo una forma de amor propio y de búsqueda de sí mismo y no de caridad".16

Cobran plena actualidad las palabras de San Agustín cuando decía: "Ama verdaderamente al amigo quien ama a Dios en el Amigo". Dios es firme fundamento de la amistad. El amor al Señor Jesús es como el motor que ha de impulsar nuestro corazón a un amor verdaderamente humano, que busca continuamente la edificación y el acercamiento del hermano a Dios.

Nunca será suficiente insistir en la relación de amistad entre los sacerdotes. El religioso y el sacerdote tienen especiales oportunidades de practicarla y disfrutarla en la vida comunitaria o dentro de una verdadera fraternidad presbiterial. Es muy importante para el sacerdote sentir el afecto, el apoyo y la amistad sincera de sus hermanos. La vida fraterna constituye un espacio privilegiado para la expansión plena del "sentido de fraternidad", el cual puede adquirir expresiones purísimas de amor profundo y de verdadera amistad. Los hermanos en el sacerdocio son los prójimos más "próximos" del sacerdote, junto con su familia. Con los hermanos en el presbiterio se comparten los valores e ideales que unen a pesar de las necesarias diferencias de caracteres, edades, mentalidades y culturas. Esta diversidad en el presbiterio, bien aprovechada, lejos de constituir vectores divergentes, puede producir una resultante enriquecedora de afecto mutuo y de colaboración sincera.

La amistad en la fraternidad sacerdotal se construye lenta y penosamente, con esfuerzo y sacrificio. No es una meta fácil. Pero cuando se logra un ambiente de espontaneidad, confianza mutua, aprecio y respeto, de afecto verdadero entre sacerdotes y religiosos/as, se cosecharán, en este terreno fértil y abonado frutos preciosos que repercutirán en una mejor vivencia de la opción vocacional: la oración compartida, el trabajo apostólico compartido, el descanso compartido, las pruebas y dificultades compartidas, y por lo tanto, aliviadas, las alegrías, los triunfos y los éxitos también compartidos y, por lo mismo, ¡acrecentados!

Conviene también tener presente que las grandes metas, como esta fraternidad auténtica, se logran generalmente con pequeños pasos. El amor y la amistad viven de detalles: una sonrisa, una palabra amable, una felicitación, una tarjeta, una invitación, una muestra de aprecio o estímulo, pueden ser gramos de oro de la más exquisita caridad.

En los momentos de prueba y en la inevitable experiencia de soledad por las cuales atraviesa la persona consagrada, la fraternidad sacerdotal constituye el espacio privilegiado para probar quién es el amigo verdadero.17 Es entonces cuando se necesita más el apoyo y la compañía del verdadero amigo.


3. Formar en la amistad para la amistad.

Es lamentable constatar cómo la mayoría de los sacerdotes aman sin el consuelo de la amistad, que, por el contrario, como ya se señaló, se ve muchas veces como un peligro para la vida sacerdotal. Hace falta, pues, una más sólida y dirigida formación para la vivencia de la amistad sacerdotal. La vida del sacerdote conlleva ciertamente una fuerte dosis de soledad, pero esta se puede incrementar con actitudes nada positivas de aislamiento y desconfianza que desfiguran el rostro fraternal y acogedor que debe brindar el sacerdote.

En el proceso de formación sacerdotal desempeña un papel fundamental el equipo de formadores: "Entre las cualidades que se exigen a quien desempeña el ministerio en la formación de sacerdotes se destacan el espíritu de fe, una viva conciencia sacerdotal y pastoral, solidez en la propia vocación, un claro sentido eclesial, la felicidad para relacionarse y la capacidad de liderazgo, un maduro equilibrio psicológico, emocional y afectivo, inteligencia unida a la prudencia y cordura, una verdadera cultura de la mente y del corazón, capacidad para colaborar, profundo conocimiento del alma juvenil y espíritu comunitario".18

Dentro de las cualidades exigidas a los formadores y que se acaban de destacar, cabe mencionar la madurez humana y el equilibrio psicológico que le permita amar de una manera límpida y madura, y a la vez dejarse querer de una manera honesta y limpia. Se trata de un aspecto de la personalidad que es difícil definir en abstracto, pero que corresponde en concreto a la capacidad de crear y mantener un clima sereno, de vivir relaciones amistosas que manifiesten comprensión y afabilidad, de poseer un constante autocontrol. Lejos de encerrarse en sí mismo, el formador se interesa por su propio trabajo y por las personas que le rodean, así como también por los problemas que ha de afrontar diariamente. Personificando de algún modo el ideal que él propone se convierte en un estímulo para comprometer al educando en el propio proyecto formativo.

El verdadero formador representa a Dios y a la Iglesia, no como un mero delegado, sino como quien hace de veras las veces del otro. En este sentido, se puede decir que debe ser para los seminaristas un verdadero padre y amigo. Nunca será buen formador quien cumpla su misión como un funcionario frío, por muy competente que sea. El formador es "padre" por su autoridad que se debe manifestar sobre todo en el servicio; es "padre" por su experiencia, por su interés en la maduración integral de los seminaristas; es "amigo" por su cercanía, por su benevolencia siempre disponible. Como padre aconseja, motiva, exige, perdona; como amigo acompaña, colabora, comparte. Este modo de ser, si de verdad es sincero, fomenta espontáneamente la estima y la apertura de los formandos. Cuando ellos perciben comprensión, magnanimidad y respeto por parte del formador, se sienten animados a corresponder con actitudes semejantes; de esta manera se podrá fomentar entre formadores y formandos unas relaciones interpersonales en las que entra en juego de modo finísimo la sensibilidad humana y la bondad cristiana, la intuición natural y la luz de Dios.

Corresponde, por tanto, al formador y al formando, "prestar su colaboración y su buena voluntad para llegar a entablar relaciones cercanas, amistosas, caracterizadas por la sinceridad, por la sencillez, por la apertura, la diferencia y la cordialidad".

Se hace pues, urgente, acatar las últimas orientaciones del Magisterio sobre la necesidad de introducir en los planes formativos de los seminarios, la ayuda profesional de las ciencias humanas que posibiliten una mayor solidez en la personalidad de los candidatos al sacerdocio y así, la opción celibataria tenga una mejor perspectiva de vivencia que permita la realización plena de las potencialidades humanas y no se constituya en un medio de frustración; así, el Seminario "debe tratar de ser una comunidad estructurada por una profunda amistad y caridad, de modo que pueda ser considerada como una verdadera familia que vive en la alegría"20 y que prepara al candidato para vivir la amistad sacerdotal de una manera madura y plenificante. El Seminario debe ser una comunidad de amistad que forme para la amistad y para la vivencia del celibato; esto se dará si el Seminario favorece las relaciones interpersonales que puedan distinguirse por una confianza familiar y una amistad fraterna. Recuérdese que la confianza no se logra con autoridad sino que se provoca y obtiene mereciéndola; y acerca de la amistad fraterna, hay ciertos factores que la favorecen y otros que la pueden destruir.

El Seminario debe ser una escuela de amistad; debe fortalecer la fraternidad partiendo del nivel humano; se debe tener confianza en ella y no perturbarla con insinuaciones injustas y de mal gusto. Una verdadera educación para el celibato debe estar enraizada profundamente en la fraternidad. Una vida de comunidad fraternal, armónica, laboriosa, llena de calor humano y sobrenatural, difunde entre sus miembros un sentido de distensión, de equilibrio y de satisfacción que "sirven como de vacuna contra el intento de buscar compensaciones fuera de ellas y hacen más difícil lamentar la renuncia hecha con la elección del celibato".21 De todas maneras hay que señalar que no basta la buena formación, es necesario que la persona consagrada persevere hasta el fin en su compromiso.

Y también la perseverancia en la vocación está fuertemente condicionada por la madurez integral. Es muy triste el pensar que una persona consagrada persevere hasta el fin pero llevando una vida insatisfecha, triste, amargada, preñada de añoranzas, lánguida, sin haber gustado la alegría de vivir plenamente su vocación. La autorrealización del sacerdote como persona humana, y por consiguiente, la satisfacción en la vocación y en el trabajo dependen del grado de madurez e integración de la personalidad.

Está en juego nada menos que la felicidad personal del individuo en esta vida y quizá también en la eternidad, porque si el celibato tiene su dimensión escatológica (anticipación de las realidades futuras), también la tiene la amistad, como una manera plena de vivir anticipadamente el amor, que es el origen y el destino común de toda persona.

Pbro. Ariel Daza Guzmán
Formador

1 JUAN 15, 13-15.

2 JUAN 15, 16-17.

3 MATEO 20, 26.

4 LUCAS 6, 27.

5 Cfr. JUAN 10, 1-18.

6 JEREMÍAS 3, 15.

7 Cfr. PASTORES DABO VOBIS, N°23, 5.

8 SAGRADA CONGREGACIÓN PARA EL CLERO. Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, N°28.

9 ECLESIASTÉS. 4, 10.

10 ECLESIÁSTICO 6, 16.

11 DE RIEVAL, San Elredo. Caridad y Amistad. Buenos Aires, Ed. Claretiana, 1982, p. 290.

12 Cfr. Ibid, p. 192.

13 JIMÉNEZ CADENA, Álvaro. Aportes de la psicología a la vida religiosa. Santafé de Bogotá , Ed. Paulinas, 1993, p. 114.

14 VIÑAS, Teófilo. La amistad en la vida religiosa. Instituto Teológico de Vida Religiosa, Madrid, 1982, p. 282.

15 GARRIDO, Javier. Grandeza y miseria del Celibato cristiano. Ed. Sal Terrae, Santander, España, 1987, p. 231.

16 JIMÉNEZ CADENA, Álvaro. Op Cit., p. 117.

17 Cfr. ECLESIÁSTICO. 6, 8-10.

18 SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA. Directrices sobre la preparación de formadores, N°24.

20 PASTORES DABO VOBIS. N°60.

21 SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA. Orientaciones para el Celibato Sacerdotal, N°71.







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