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La Pasión de Jesús

Jesús es condenado a muerte
La Pasión de Jesús. Pilato se lava las manos y se los entrega para crucificarlo.


Por: P. Enrique Cases | Fuente: Catholic.net



Nuevo diálogo de Pilato con Jesús

Pilato entró de nuevo en el pretorio. Allí está Jesús físicamente destruido, pero sin perder un ápice de la dignidad y de la fuerza. Jesús calla. Y Pilato le dice: "¿De dónde eres tú?". Ya sabía su lugar de origen, pero es consciente que hay mucho más. La pregunta es religiosa, ¿qué significa Hijo de Dios? Esta es la pregunta central de la vida de Jesús. Si es Hijo de Dios en una filiación divina única, toda la vida toma un sentido nuevo; es Dios con nosotros. Por otra parte, no parece un impostor, pero ¿por qué se presenta débil e inerme ante los que le persiguen? Pilato se da cuenta algo que hay algo que no entiende. Pero Jesús "no le dio respuesta"(Jn). Jesús nunca habla cuando el motivo de la pregunta no es la búsqueda de la verdad; y Pilato que ya ha sido infiel a su conciencia, parece ahora más movido por el temor y el desconcierto, que por el amor a la verdad.

Pilato ante el silencio de Jesús y le dice: "¿A mí no me respondes? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?"(Jn). Como si el poder fuera algo caprichoso; algo que va más allá del derecho y de la ley de Dios. La amenaza sirve para alguien que esté deseoso de ser liberado a toda costa; pero Jesús quiere la verdad cueste lo que cueste, y responde: "no tendrías sobre mí ningún poder si no te hubiera sido dado de arriba"(Jn). Pilato se sobresalta quizás, es posible que piense que lo de arriba fuese el mismo emperador del cual recibe ese poder del que tanto alardea; pero en realidad también los emperadores y los reyes reciben el poder de Dios, que les da la potestad para que rijan la sociedad y la dirijan al bien común. Cuando falta esta conciencia en los que mandan, el poder se ve como algo arbitrario y es fuente continua de injusticias. Pilato se siente culpable y Jesús añade: "por eso, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado"(Jn). Pilato tiene pecado, pero tiene excusa en su ignorancia por la multitud de engaños que ha padecido. Los judíos que han entregado a Jesús tienen mayor culpa porque tienen la luz de la Ley en la conciencia y muchos más datos para reconocer a Jesús como Hijo de Dios; además han mentido y odian, y no pueden ser amigos de Dios con esas faltas. Su pecado iba a ser el de deicidio, el mayor que los hombres pueden cometer en esta tierra. Jesús con serenidad le expone la verdad de lo que está sucediendo.

He aquí a vuestro rey

"Entonces "Pilato buscaba cómo soltarlo". Ya se ha dado cuenta de lo que está sucediendo, aunque no lo sabe todo. Y ese Jesús, tan claramente inocente, tiene una misión religiosa de la que se le escapa todo el sentido, pero que es real. Los judíos se dan cuenta de sus intentos, pero también de su debilidad. Por eso, acuden a los gritos y a la amenaza en lo que más le duele. "Pero los judíos gritaban diciendo: Si sueltas a ése no eres amigo del César, pues todo el que se hace rey va contra el César"(Jn). Quieren que olvide la cuestión religiosa, que le conmueve en lo más íntimo, y vuelven a la cuestión política que ha sido el comienzo de la causa y ya ha quedado resuelta. Pero ahora la plantean poniendo en juego su posición en el imperio. Y eso le asusta. Era la única verdad de su vida: el poder. Todo lo ha planteado para conseguir esa posición, y ahora la puede perder por culpa de un infeliz que no se defiende, acusado por todos los poderosos del pueblo. Es necesaria mucha valentía para defender la verdad a costa de la propia posición. Y cede, no está dispuesto a ser valiente hasta el final. Por ello se agarra a la acusación política olvidando la religiosa, que era la verdadera.

"Pilato, al oír estas palabras, sacó fuera a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado Litóstrotos, en hebreo Gabbatá. Era la Parasceve de la Pascua, hacia la hora sexta, y dijo a los judíos: He aquí a vuestro Rey"(Jn). Es la claudicación de Pilato ante los judíos; su voz contiene un tono triste de ironía. Acepta el motivo por el que le han entregado a Jesús, pero todos saben que no es verdad; la verdad es que se le condena porque es el Hijo de Dios y le rechazan con gritos. Coronado de espinas, condecorado de llagas, empapado de sangre de la cabeza a los pies, con salivazos en la cara, humillado en el alma, Jesús es presentado como rey. Y lo es. Es rey que vence el dominio del pecado en el mundo. Reina sobre el orgullo y lo vence, amando. Reina sobre los pecados de los sentidos, sobre la envidia, sobre la ira que se encrespa, sobre el pecado de las mil caras. Es rey que comienza a reinar en un nuevo reino donde se ama a pesar de todas las tentaciones. Ese es el rey que tienen delante de sus ojos. "Pero ellos gritaron: Fuera, fuera, crucifícalo. Pilato les dijo: ¿A vuestro Rey voy a crucificar? Los pontífices respondieron: No tenemos más rey que el César"(Jn). Se ven con la presa en sus manos y nada les va a apartar de su objetivo, poco importa que declaren como rey al odiado romano. Están dispuestos a pagar cualquier precio con tal de verle morir. "Entonces se lo entregó para que fuera crucificado".

Pilato se lava las manos y condena a Jesús

"Al ver Pilato que no adelantaba nada, sino que el tumulto iba a más, tomó agua y se lavó las manos ante el pueblo diciendo: Soy inocente de esta sangre; vosotros veréis"(Mt). Es un gesto llamativo; pero falso. Todo pecador tiende a justificar su conducta. Nadie quiere hacer algo malo diciendo que es malo. Y se declara inocente. Ha pecado contra la justicia y contra la verdad, ha rechazado al Hijo de Dios que se le ha manifestado y al que ha reconocido inocente. No bastan las intenciones para justificar la conducta; son necesarios los hechos a los que conduce nuestra voluntad. En este juicio han actuado parece diversas manifestaciones del pecado que Jesús ha venido a redimir: el odio, la envidia, la lujuria, la debilidad, el afán de poder, la violencia, la brutalidad de la sangre, la despersonalización en la masa. Por eso son los pecados de todos los hombres los que condenan al inocente, no sólo los de los que están presentes en el juicio. Y los pecados de la historia, de cada hombre, se acumulan sobre Jesús golpeándolo y rechazando su liberación. A pesar de todo Jesús sigue amando a los que le odian.

Un agudo dolor atraviesa el corazón de Jesús al ver el triste destino de aquellos sobre los que cae la sangre con toda la fuerza de la justicia. Dios perdona siempre, pero no puede dejar de ser justo.

El cordero inmolado

Era el mediodía, hacia las doce, el momento en que se cruzan las horas tercia y sexta del modo romano de contar el tiempo. En aquél momento se sacrificaba en el Templo el cordero inmaculado y se separaba el pan fermentado del pan ázimo que se iba a utilizar aquellos días, en recuerdo de la liberación de la esclavitud de Egipto. Coincidencia del querer divino que quiere convertir aquel sufrimiento en un verdadero sacrificio de la nueva Alianza. Cristo era el Cordero que quita el pecado del mundo. Gran misterio de la salvación, pero ¡cuánto dolor costó!
 

 







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