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La Cena del Cordero: La Biblia y la Misa (Lección # 4)
Para entender el profundo fundamento bíblico del mandato de Jesús que la Eucaristía fuera celebrada “en conmemoración mía”.


Por: Dr. Scott Hahn | Fuente: Centro San Pablo de Teología Bíblica



Lección cuatro

”Esta lectura que acaban de oír se ha cumplido hoy”
(Lucas 4:21): La Liturgia de la Palabra

OBJETIVOS DE LA LECCIÓN

► Entender la Escritura como la Palabra Viva de Dios
► Entender el lugar de la Escritura en el centro de la liturgia
► Ver la Escritura como un encuentro con Cristo, la Palabra Viva de Dios
► Ver cómo la Liturgia de la Palabra nos prepara para la Liturgia de la Eucaristía

LECTURAS:

► La Cena del Cordero: Capítulo Cuatro.
► San Juan 1:1-18
► Ex. 24: 4-8
► Nehemías 8
► Lucas 24:18-35
► 2 Pedro 1:17-21
► 2 Timoteo 3: 14-17

 

Esquema de La Lección
I. Comunión con la Palabra de Dios
◊ El Señor esté con ustedes
◊ La Palabra Camino

II. Inspirada por Dios
◊ No un libro ordinario
◊ Oráculos inspirados de Dios

III. La Palabra en la Liturgia de Israel
◊ El lugar de la Escritura
◊ La liturgia de la sinagoga

IV. La Palabra en la Liturgia de la Iglesia
◊ La Escritura Cumplida
◊ Encontrando a Cristo en la Escritura

V. Preguntas para reflexionar



I. Comunión con la Palabra de Dios

- El Señor esté con ustedes -

“El Señor esté con ustedes,” saluda el sacerdote al iniciar la Misa.

“Y con tu espíritu,” contestamos.

Es una oración de petición y a la vez la afirmación de un hecho. Es una petición en cuanto estamos pidiendo al Señor que Él esté con nosotros mientras oramos. Y es un hecho por- que reconocemos que nuestra oración ya se ha contestado. Jesucristo prometió estar con nosotros cuando estamos reunidos en su nombre (cfr. Mt. 18:20) y en la Misa Él cumple su promesa.

Jesucristo está verdaderamente presente con nosotros en la Eucaristía. Pero también está verdaderamente presente con nosotros en la Palabra de Dios (cfr. Jn. 1.1) a través de las lecturas de la Sagrada Escritura en la Liturgia de la Palabra.

En verdad, la Liturgia de la Palabra es comunión con la Palabra de Dios así como la Liturgia de la Eucaristía nos da también una comunión con el Cuerpo y Sangre de Cristo. Así como Cristo viene a nosotros bajo la forma de pan y vino, Él viene también a nosotros en la Palabra proclamada de la Sagrada Escritura.

En la Liturgia de la Palabra, escuchamos la historia de nuestra salvación: todos los grandes eventos de la historia de salvación son contados y explicados a nosotros. Y en la Liturgia de la Eucaristía, por medio de nuestra comunión con Cristo en el pan y vino, nos unimos a esa historia de salvación.

Nuestras historias personales se vuelven parte de su historia, la historia de la salvación del mundo, que llega a su momento culminante en su muerte y resurrección y que Él nos pide recordar en la Misa.

 

- La Palabra Camino -

En nuestra celebración de la Liturgia de la Palabra antes de la Liturgia de la Eucaristía, estamos no solamente cumpliendo un mandato bíblico de Cristo sino también siguiendo su ejemplo. ¿Recuerda la historia del camino a Emaús en San Lucas (Lc. 24:18-35)? Dos de los discípulos de Jesús, caminando de Jerusalén al pueblo de Emaús, encuentran a Jesús pero no lo reconocieron por la tristeza y confusión que sienten por su muerte.

Mientras caminan, Cristo les interpreta las Escrituras, mostrándoles cómo Moisés y los profetas predijeron que todas estas cosas tenían que pasarle a Él.

Al llegar a Emaús, comparten una comida. Pero no es una comida ordinaria. Recuerden la escena cuidadosamente. Nótese que San Lucas muy deliberadamente usa las mismas palabras que usó en su narración de la Última Cena: En la mesa, Jesús tomó el pan...dio gracias...partió...y se lo dio (cfr. Lc. 22:14-20). Como dijimos en la primera lección, San Lucas está dando un retrato de la Eucaristía, la primera celebrada después de la resurrección. Pongan atención en los dos aspectos de la acción: proclamar la Palabra de Dios y partir el pan. Esto, lo tenemos que reconocer, es el esquema de la Misa.

Primero, los seguidores de Cristo escuchan la palabra de Dios interpretada a la luz del Evangelio (cfr. Lc. 24:27). Jesús explica cómo las Escrituras enseñan la verdad sobre Él, y cómo toda la historia de salvación conducía a los eventos que sus seguidores acababan de presenciar.

Esto es lo que pasa en nuestra Liturgia de la Palabra. Escuchamos las lecturas del Antiguo y del Nuevo Testamento, cuidadosamente escogidas por la Iglesia para iluminarse una a la otra. Vemos como las promesas del Antiguo Testamento se cumplen en el Nuevo, y como el Nuevo Testamento arroja luz a los misterios del Antiguo.

Con esta preparación, nos acercamos a la mesa de la Eucaristía. Y, en la fracción del pan, nos unimos con los verdaderos misterios de la historia de la salvación que escuchamos ser proclamados en la Liturgia de la Palabra.

Por esto, cada vez que se lee la Escritura en la Misa, hacemos una profesión de fe seguida por una acción de gracias: “Palabra de Dios. Te alabamos Señor.”

II. Inspirada por Dios

- No un libro cualquiera -

Por eso, después de leer el evangelio, el sacerdote besa el libro; y antes de escucharlo, trazamos el signo de la cruz en la frente, los labios y sobre nuestros corazones, dándole gracias y gloria al Señor por estar con nosotros.

Estos no son gestos o ritos sin sentido. Hacemos estas cosas por una razón crucial: por- que estamos recibiendo la Escritura como los primeros cristianos la recibieron—”no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como palabra de Dios” (1 Tes. 2:13). Por lo mismo las Escrituras siempre tienen un lugar de honor en nuestras iglesias. En muchas iglesias, el libro de los evangelios es decorado especialmente, se lleva en procesiones y se coloca en el centro del altar en la liturgia. Es el objeto central de la Liturgia de la Palabra y lo tratamos con el respeto que se debe a la Palabra de Dios.

Nuestro respeto para las Escrituras no es nada nuevo. Podemos ver el mismo respeto profundo en los autores del Nuevo Testamento Cuando vemos la palabra “Escrituras” en el Nuevo Testamento, por supuesto, casi siempre se refiere a lo que nosotros ahora llamamos el Antiguo Testamento (cfr. Jn. 5:39 y Rom. 1:2).

Los judíos del tiempo de Jesús frecuentemente se referían a las Escrituras como “la Ley y los profetas” (Mt. 5:17), lo que entendemos por Antiguo Testamento.

Jesús y sus discípulos, como todos los buenos israelitas de su tiempo, entendieron que estos libros o escritos eran muy especiales. Las Escrituras eran “los oráculos de Dios” (Rom. 3:2) o “profecías” (2 Pe. 1:19-20), no en el sentido de predecir el futuro sino como mensajes de Dios.

“Toda Escritura es inspirada por Dios” escribe San Pablo (2 Tim. 3:16). La palabra griega que traducimos “inspirada” literalmente quiere decir “insuflada de Dios.” Y esto nos ayuda pensar en lo que es la inspiración divina de la Escritura.

Como Dios moldeó a Adán del polvo del suelo e insufló el aliento de vida en él (cfr. Gen. 2:7), y como el Espíritu Santo cubrió a la Virgen María con su sombra (cfr. Lc. 1:35), así Dios insufla su Espíritu en las palabras de la Escritura, llenándolas con sentido divino y poder que da vida.

 



- Oráculos inspirados por Dios -

Es por esto que los autores del Nuevo Testamento a veces introducen citaciones del Antiguo Testamento con la frase: “como dice el Espíritu Santo” (cfr. Heb. 3:7; Hech. 1:16). La Escritura, dice el Apóstol Pedro, fue escrita por “hombres, movidos por el Espíritu Santo [que] han hablado de parte de Dios” (2 Pe. 1:21).

Cuando San Pedro y los otros autores del Nuevo Testamento escribieron y hablaron, estaban conscientes que ellos también estaban respondiendo al Espíritu Santo, que estaban escribiendo bajo la influencia de Dios.

San Pablo escribió “según la sabiduría que le fue otorgada” por el Espíritu Santo, dijo San Pedro (2 Pe. 3:15-16). El propio San Pablo dijo, “hablamos, no con palabras enseñadas por la sabiduría humana, sino enseñadas por el Espíritu” (1 Cor. 2:13).

Muchos de los escritos que tenemos del Nuevo Testamento fueron compuestos explícitamente para la lectura en el contexto de la celebración de la Eucaristía (cfr. 1 Cor. 1:2; 1 Tim. 1:1; Apoc. 1:11; Col. 4:16; 1 Tes. 5:27).

 

III. La Palabra en la Liturgia de Israel

- El Lugar de la escritura -

Al juntar sus propias Escrituras con las del Antiguo Testamento en la celebración del sacrificio eucarístico, la Iglesia primitiva continuaba una tradición de Israel.

Ya que creían que era la comunicación de Dios a través de los hombres como instrumentos, la Escritura tuvo su lugar importante en la liturgia de los Israelitas. De hecho, ocupaba un lugar muy similar al de nuestra Liturgia de la Palabra.

Cuando Moisés recibió la Ley de Dios, él repitió al pueblo todo lo que Dios le había dicho. El pueblo respondió a “una sola voz” que harían todo lo que Dios le había dicho (cfr. Ex. 24:3). Después, le ofrecieron sacrificio a Dios, y, en efecto, recibieron comunión en la “sangre de la alianza” (cfr. Ex. 24:4-8).

Precisamente de la misma manera, después de escuchar la Palabra de Dios en nuestra Liturgia de la Palabra, profesamos nuestra fe “a una voz” en las palabras del Credo. Entonces, el sacerdote ofrece la Eucaristía, y se nos da comunión en la “sangre de la alianza” (Mc. 14:24), presente en el altar.

Mucho después en la historia de Israel, vemos el uso litúrgico de la Palabra de Dios en las reformas del Rey Josías.

Un sacerdote había encontrado el Libro de la Ley (los primeros cinco libros del Antiguo Testamento) que había sido escondido durante el reinado de un rey malvado (cfr. 2 Cro. 34:14-18).

El buen rey Josías mandó que se leyera el libro a la asamblea del pueblo e hizo votos en representación del pueblo de guardar todos los mandamientos contenidos en el (cfr. 2 Cro. 34: 29-32). Después de la lectura de la Palabra y la profesión de fe, otra vez vemos un sacrificio litúrgico (cfr. 2 Cro. 35: 1-19).

 

- La Liturgia de la sinagoga -

Cuando Jerusalén fue destruida y el pueblo llevado al exilio en Babilonia (cfr. 2 Re. 25:8-12), ya no se pudo dar culto en el Templo. Entonces, los judíos se formaron en pequeñas congregaciones. Estas “sinagogas” (del griego que significa “asambleas”) continuaron después del regreso del pueblo a Jerusalén (cfr. Esd. 1:1-4). Sirvieron de convenientes lugares de reunión el día sábado.

Cuando los exiliados regresaron de Babilonia y restablecieron el culto del verdadero Dios en Jerusalén, la lectura de la Sagrada Escritura constituyó el corazón de su culto (cfr. Neh. 8).

Y esto seguía siendo la práctica en el tiempo de Jesús. Podemos ver un buen retrato de la liturgia de la sinagoga en la primera parte del Evangelio según San Lucas, donde Jesús es invitado a leer la lección del día en la sinagoga de Nazaret (cfr. Lc. 4:16-22).

Jesús lee la lección de Isaías, y después la interpreta en un sermón (cfr. Lc. 4:23-27), justo como lo hacemos hoy cuando escuchamos las lecturas y luego un sermón interpretando las lecturas en nuestra Liturgia de la Palabra.

 

IV. La Palabra en la Liturgia de la iglesia

- La escritura cumplida -

La participación de Jesús en la liturgia de la sinagoga de Nazaret representa un punto clave en la historia de salvación.

En efecto, vemos el desarrollo de lo que la Carta de los Hebreos describió después: “habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas. En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo” (Heb. 1:1)

Fíjense en lo que pasa en Nazaret. Jesús lee un pasaje escrito hace mucho tiempo a los antepasados de Israel por el profeta Isaías. Y no cualquier pasaje de Isaías sino el que habla de la promesa del Mesías que sería ungido por el Espíritu, libraría a los oprimidos, y daría vista a los ciegos.

Después de leer Isaías, Jesús dice, “Esta Escritura que acaban de oír [literalmente en sus oídos] se ha cumplido hoy” (Lc. 4:21).

Lo que Dios habló antes por los profetas, ahora estaba hablando el Hijo. En escuchar la Palabra del Hijo, todas las Escrituras Antiguas se cumplieron. Fíjense que Jesús dice que las promesas se cumplen “en sus oídos”, que quiere decir “en su presencia”.

Lo que Dios había hablado antes por los profetas, lo estaba ahora hablando el hijo. Al escuchar la Palabra del hijo, todas las escrituras antiguas se cumplieron, es decir, Dios está demostrando la veracidad de las promesas de la escritura fíjense que Jesús dice que las promesas de la escritura se cumplen “al oírlas”, es decir, en su presencia.

En Jesús, lo que se esperaba y se anticipaba, se ha realizado. Jesús, como enseñó a sus discípulos esa primera noche de Pascua, es Él mismo el cumplimiento de las Escrituras de Israel (Lc. 24:27,45).

Y la realidad de este cumplimiento es lo que experimentamos en la Liturgia de la Palabra durante la Misa. En ella, todas las promesas de la Antigua Alianza se cumplen “en nuestros oídos” mientras compartimos las bendiciones de la Nueva Alianza.

Nótense, también, que nuestras lecturas cada domingo siguen el esquema de la historia de la salvación, empezando con el Antiguo Testamento y enseñando que las promesas de tal lectura son cumplidas en el Nuevo Testamento de Jesús.

La Iglesia nos hace, en cada Eucaristía, re-leer y re-vivir los grandes eventos de nuestra salvación, salvación por la cual damos gracias en la Misa.

A veces, las conexiones entre las lecturas que escuchamos en la Misa son muy sutiles. Pero siempre existe una relación para revelar la unidad del plan divino de salvación entre el Antiguo y el Nuevo Testamento y cómo ese plan continúa en la Misa.

Para ilustrar este punto, tomemos un ejemplo de un domingo típico en “tiempo ordina- rio” (quiere decir, las semanas del calendario litúrgico que no están dentro de los tiempos de Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua).

Veamos las lecturas del vigésimo primero domingo en Tiempo Ordinario en ciclo A. (Las lecturas dominicales siguen un ciclo de tres años A, B, C. El Evangelio de San Mateo se lee en Año A, el de San Marcos en Año B y el de San Lucas en Año C).

La lectura del Antiguo Testamento para el vigésimo primero domingo es una profecía de Isaías, en que el profeta promete “la llave de la casa de David” al nuevo mayordomo. Este será “un padre” para el pueblo de Israel y lo que abrirá nadie cerrará y lo que cerrará nadie abrirá (cfr. Is. 22:15, 19-23).

Al escuchar el evangelio de ese domingo, la promesa de Isaías se cumple.

El evangelio seleccionado por la Iglesia es aquel en que Jesús da “las llaves del reino” a San Pedro. Haciendo eco de Isaías, Jesús dice que lo que Pedro ata en la tierra quedará atado en el cielo y lo que desata en la tierra quedará desatado en el cielo (cfr. Mt. 16:13-20).

En la liturgia, la Iglesia nos muestra que es San Pedro de quien hablaba Isaías, uno que iba a gobernar el reino del Hijo de David—la Iglesia. Si escuchamos atentamente, vamos a poder ver estas conexiones cada domingo.

 

- Encontrando a Cristo en la escritura -

Sin embargo, los católicos no vienen a la Misa para un estudio bíblico.

La Liturgia de la Palabra no es sencillamente una lección en la historia o un pretexto para sacar una enseñanza ética y moral de la Escritura.

En la Misa, mediante las lecturas, el Señor está con nosotros verdaderamente, llamándonos a renovar nuestra alianza con Él, la alianza a la que entramos por nuestro bautismo.

Nuestra Liturgia de la Palabra continua una larga tradición que viene del tiempo de Moisés, pero hoy con el conocimiento de que Cristo está con nosotros.

Del Antiguo Testamento al Nuevo y hasta hoy, el pueblo de Dios siempre ha tenido reverencia de la Escritura como Palabra Viva y Poderosa de Dios.

Desde Moisés, la Palabra de Dios la encontramos en una celebración liturgicá, cómo punto central de nuestro culto público. Así, aprendemos no solamente lo que Dios nos dice sino también cómo la Palabra de Dios está viva y sigue obrando en nuestro mundo hoy.

Los cristianos reconocen que la Palabra de Dios “se hizo carne y puso su Morada entre nosotros” (Jn. 1:14) en la persona de Jesucristo.

Cuando nos encontramos con la Palabra en la Liturgia de la Palabra, entonces, estamos haciendo más que escuchar la historia de nuestra fe y la sabiduría de sus maestros. Verdaderamente, nos encontramos con el mismo Cristo.

Es por esto que tenemos una gran reverencia para la Palabra de Dios en nuestra Liturgia de la Palabra. La empastamos en libros que son obras de arte; la llevamos en procesiones con cirios e incienso; la proclamamos en voz alta y claramente delante de la asamblea entera; la meditamos y escuchamos su interpretación por la sabiduría de la Iglesia.

Hacemos todo esto porque sabemos que nos encontramos con Cristo, la Palabra que “estaba en el principio junto a Dios” (Jn. 1:2).

Es este encuentro con la Palabra en la Escritura que nos prepara para el milagro de la Eucaristía, donde nos encontramos “cara a cara” con la Palabra hecha carne.

En la Palabra proclamada en la Misa, nosotros re-vivimos el misterio de la salvación. También, en el pan y vino consagrados en el altar, entramos en ese misterio.

Dios se dirige a nosotros en la Liturgia de la Palabra, diciéndonos todo lo que Él ha hecho para nuestra salvación desde el inicio del mundo.

Toda esa historia de salvación nos conduce a la participación en la Nueva Alianza, recordada y re-presentada en cada Misa.

En la Eucaristía, en el momento en que el pan y vino se consagran usando las palabras de Jesús, la liturgia nos entrega aquí y ahora, todo lo que fue prometido en las sagradas páginas de la Biblia. Mediante la liturgia, tomamos nuestro puesto en la historia de la salvación.

 

V Preguntas para reflexionar

¿Por qué se puede decir que hay un encuentro con Jesús en la Liturgia de la Palabra y
también en la Liturgia Eucarística?

¿Qué paralelismo hay entre la historia de San Lucas de los discípulos en camino a Emaús y nuestra liturgia cristiana?

Qué paralelismo existe entre la proclamación de la Ley por Moisés y nuestra liturgia cristiana?

¿Cuál fue el cambio fundamental de perspectiva que ocurrió cuando Jesús dijo en la sinagoga, “Esta Escritura que acaban de oír se ha cumplido hoy”?

¿Por qué creían San Pedro y San Pablo que sus escritos eran diferentes que otros escritos?

¿Dónde o en qué contexto escucharon los primeros cristianos muchas de las cartas de los Apóstoles por primera vez?

Las preguntas son para reflexión personal, pero si tienen alguna duda sobre lo tratado en esta lección pueden consultar al Editor de esta sección

- Para meditación personal -

¿Recordamos siempre que estamos encontrándonos con Cristo al escuchar la Palabra de Dios proclamada en la Misa? ¿Cómo podríamos mostrar nuestro amor y reverencia a la Palabra?

Las preguntas son para reflexión personal, pero si tienen alguna duda sobre lo tratado en esta lección pueden consultar al Editor de esta sección

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Esta publicación es posible gracias a la autorización expresa que el Dr. Scott Hahn y el Centro de Teología Bíblica San Pablo nos han otorgado.

 

ÍNDICE DE LAS LECCIONES

Lección UNO
Lección DOS
Lección TRES
Lección CUATRO
Lección CINCO
Lección SEIS

 







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