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Devocionario. Oración de abandono

2. Maravíllate ante Dios que te habla
Él no cesa de reanudar el diálogo que tú has interrumpido.


Por: Jean Lafrance | Fuente: Catholic.net





Maravíllate ante Dios que te habla. Él no cesa de reanudar el diálogo que tú has interrumpido

Tú experimentas cada día la soledad de Adán en el jardín del Edén: "No encontraba una ayuda adecuada" (Gn 2, 20). Lo mismo que él, tú te maravillas cuando un ser semejante a ti te dirige una mirada, una sonrisa o una palabra que te arranque del desamparo de tu soledad. Tú estás hecho para el encuentro, la sonrisa, la mirada, para entrar en relación, para amar con un amor duradero. Lo mismo que María se llena de alegría al verse amada de Dios, tú conoces también, la experiencia de la plenitud del amor, tú existes de pronto porque te sientes reconocido y amado por tu hermano.

Cuando abres la Biblia para escuchar la Palabra de Dios, ¿experimentas el mismo asombro? ¿No te pareces tal vez, demasiado a menudo, al hijo pródigo que se obnubila de tal manera con los dones del Padre para gozar de ellos que no reconoce al que se los da? Ya no los recibe como un presente o una señal del don más profundo que el Padre quiere hacer de sí mismo a su hijo.

Tal vez te levantes temprano, y aún de noche, para orar; Dios ya se te ha adelantado a tu oración y es él mismo el que te pide que quieras aceptarle en la proposición de amor que te hace. Abrir el libro de la Palabra, es siempre abrir una carta de amor dirigida a ti personalmente. Deberías maravillarte ante este amor inquieto de Dios a la búsqueda del hombre y atisbando su más mínima respuesta.

No eres tú el que parte a su encuentro, sino él, el que no cesa de llamar a la puerta de tu corazón: "Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo". (Ap 3,20), para que le abras y compartas el festín de su amistad.

Dios no tiene necesidad de ti, está por encima de todo, es el Único, es en sí mismo alegría, felicidad, amor, verdad y santidad, y quiere llamarte a entablar con él un diálogo de amor para comunicarte todo lo que él es. Tiene más hambre y más sed de ti que la que tú tienes de él. Y cuando habla, no te dice palabras vacías; al contrario, profiere una palabra que expresa su ser profundo. Cuando Dios te habla, lo más importante no es lo que él tiene que decirte, sino el hecho de que él te habla.

Siempre te maravillas ante uno que te dirige la palabra porque ves en ello el don de una persona que se expresa libremente, se comunica y se entrega ella misma. Como a Abraham, Dios te hace compartir su deseo de establecer una alianza contigo. Su palabra expresa y agota el amor infinito que te tiene. No habla sino para decirte: "Te amo".
Nunca terminarás de contemplar este amor.

Algunos días, te parecerá una locura increíble. No se te ocurra entonces desanimarte, por grande que sea tu pecado, tu olvido y tu infidelidad, siempre es Dios el que da los primeros pasos y reanuda el diálogo que tú has interrumpido: "Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente". (Lc 15, 20).

Orar, es permanecer en el abrazo del Padre conmovido de compasión a la vista de nuestra miseria. Más aún, en el corazón de tu pobreza, descubres que Dios nunca ha cesado de desearte. La verdadera oración contemplativa nace de este asombro ante el amor trinitario.

Cuando hayas intuido esta ternura de Dios para contigo -ya que nunca podrás comprenderla del todo- saldrás a flote un poco desde tu ingenua rudeza y tu corazón arderá con el fuego mismo de la zarza ardiente: "¡Oh! un hombre como yo andaría una legua para escapar de este amor si lo sintiera merodear alrededor de sí" (Graham Greene).








 



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