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Fuente de la Iglesia Ortodoxa

El arte bizantino
El culto cristiano debe incluir lo mejor que pueden producir los artistas


Por: Father Alexander | Fuente: www.fatheralexander.org



Para dar una idea sobre lo que es el arte bizantino y de su contenido e interpretación, nada mejor que seguir lo que a este respecto nos dice el prof. Nicolás Sernov: "Alabar y bendecir al Creador es el objeto sublime de la Iglesia a los ojos del Oriente cristiano. No sólo el aspecto espiritual del hombre, sino también su armazón físico se halla complicado en este acto de adoración, pues toda la creación participa en la eterna liturgia. Este sentimiento de carácter corporativo y cósmico del cristianismo se expresa en el lugar de honor asignado al arte en Oriente. Para los ortodoxos las pinturas sacras revelan la última finalidad de la creación: ser templo del Espíritu Santo; y manifiestan la realidad de ese proceso de transfiguración del cosmos que empezó el día de Pentecostés y que gradualmente se extiende a todos los aspectos de la vida terrenal. En casa, o de viaje, en las horas de peligro o en los momentos felices, un ortodoxo desea ver iconos, contemplar a través de estas ventanas el mundo que hay más allá del tiempo y el espacio, asegurarse de que su peregrinación terrenal es únicamente el principio de otra vida diferente y más completa. Los iconos son oraciones contenidas en madera pintada, se hallan santificados por la bendición de la Iglesia y ayudan a su vez, a los fieles en su aspiración al reino celestial realizando la presencia divina. Así, los iconos difieren de las pinturas religiosas mediante el tratamiento simbólico de sus temas, mediante su técnica especial de dibujo y colorido, y sobre todo, mediante el cambio de su sustancia por el amor y el poder transformador de quienes los hicieron y de quienes los veneran.


El tema de los Iconos y Frescos

Los iconos y los frescos se pueden dividir, según su tema, en tres grupos:

Los iconos de retratos son los más populares y difundidos

Al que los contempla recuerdan la persona representada, pero de un modo singular, pues contienen una llamada y un mensaje. Los precursores de estos iconos bizantinos son los retratos funerarios egipcios. Los primeros iconos y mosaicos cristianos siguieron la misma convención que la de los egipcios. Los santos a quienes representaban miraban también directamente a los ojos de sus contempladores y deseaban continuar operando en las vidas de sus hermanos cristianos. Como ejemplo de una ininterrumpida tradición, se puede mencionar aquí el icono ruso de Santa Paraseva, pintado en Novgorod en el siglo XV. Casi mil seiscientos años lo separan de un retrato egipcio.

Los iconos recuerdan forzosamente a los ortodoxos la realidad del reino de Dios

Representan a santos victoriosos cuyos rostros y cuerpos cambiados revelan el aspecto de la personalidad humana capaz de compartir la vida divina. Contemplando tales cuadros, el cristiano experimenta una alta compenetración con los santos; le ayuda su ejemplo y le fortalece su resolución de avanzar por su camino. El lenguaje de los iconos (de retratos) siempre se halla restringido adrede, aunque también es elocuente y convencedor. Los que pueden deducir su simbolismo reciben ayuda e inspiración y un entendimiento más profundo de la compleja naturaleza del hombre. A veces, los iconos parecen estirados e impersonales a los ojos occidentales, los cuerpos de los santos parecen extenuados y ascéticos, acentuando con exceso la superioridad de lo espiritual sobre la naturaleza física. Sin embargo, no todos los iconos son adustos. Algunos expresan ternura, compasión y amor, virtudes que el hombre comparte con el creador.

Los cristianos orientales no desprecian lo divino, creen que necesitan purificación y regeneración, y los iconos son una confirmación de esta creencia

Esta victoria sobre la carne se expresa por medio de los ojos que reflejan la dicha eterna experimentada por los que han conseguido la armonía con su Creador. La influencia religiosa y redentora de estas imágenes de Cristo y de los santos alcanza su climax en el marco de las decoraciones interiores de las iglesias ortodoxas. El acento místico y teológico también se halla presente en los iconos que ilustran las escenas bíblicas o las vidas de los santos. Estos pasajes pictóricos de los Evangelios acentúan la actitud hacia el Nuevo Testamento que tan poderosamente se expresa en el culto ortodoxo, o sea, que la vida del Señor Encarnado rompe la barrera del tiempo y tiene lugar en el presente eterno. Los himnos y oraciones de la Iglesia ortodoxa conmemoran la natividad, el bautismo, la transfiguración, muerte y resurrección de Cristo suelen empezar con las palabras: "Hoy ha nacido Cristo," o bien, "Hoy ha resucitado de entre los muertos." Este presente no hace que la historia sea menos importante: por el contrario, la Iglesia ortodoxa puede utilizar la palabra "hoy" con tanta confianza, porque cree que todos los grandes y decisivos acontecimientos del Evangelio son hechos históricos, y que hubo un día en que cada acontecimiento tuvo lugar, pero su significación es tal, que todavía operan sus efectos.

El otro aspecto del culto ortodoxo, la visión de la historia a la luz de sus implicaciones teológicas y místicas, también halla plena expresión en los iconos. Sus maestros no se satisfacen nunca con una mera descripción del hecho, sino que añaden comentarios teológicos. El icono de la Natividad (Novgorod, siglo XIV) ilustra todos estos puntos. El icono se compone de varias escenas relacionadas con la imaginación de los himnos navideños. Su simbolismo es del Creador del universo que entra en la historia como niño recién nacido y la pequeña figura indefensa en los pañales blancos representa la completa sumisión de Cristo a las condiciones físicas que rigen la raza humana. Sin embargo, continúa siendo Señor de la creación, recibiendo homenaje en la hora solemne de su aparición en la tierra. Los ángeles cantan alabanzas al niño Redentor; los magos y los pastores le llevan regalos; el cielo le saluda con la estrella; la tierra le proporciona cobijo; los animales le contemplan con mudo asombro; y los humanos le ofrecemos a uno de nosotros; la Virgen María, el sagrado vínculo personal entre el Creador y la creación. Las escenas inferiores subrayan el escándalo de la Encarnación y la incredulidad con que los hombres se enfrentan a su Salvador.

El lenguaje del simbolismo, tan profusamente utilizado en los iconos que conmemoran las festividades de la Iglesia, alcanza su forma más elaborada en los iconos doctrinales. Uno de sus ejemplos más hermosos es el de la Santísima Trinidad, de Rublev, pintado cerca del año 1411. Su tema es la visita de tres extraños a Abraham, en el curso de la cual anunciaron a él y a Sara el nacimiento de su hijo. La peculiaridad del lenguaje animó a los comentaristas bíblicos a ver en este episodio la primera revelación de la naturaleza trinitaria del Creador, y los tres mensajeros se convirtieron en el símbolo visible del Dios Trino y Uno. Rublev siguió esta antigua tradición ; su icono es su supremo ejemplo de perfecta mezcla de teología y arte, pues se omiten los detalles innecesarios y las ideas teológicas se emplean de manera sumamente natural en la estructura del cuadro. Produce una impresión de profunda armonía y paz. Rublev no sólo era artista creador; era también pensador y teólogo. Expresaba su creencia en el Dios trinitario, la fuente de toda vida, con símbolos adecuados que hábilmente incorporaba a su escena. La Santa Trinidad de Rublev es tan melodiosa y tan rítmica, que se puede comparar a una sinfonía. Los iconos están inspirados por la visión de un universo transfigurado y redimido, el corazón interior de la ortodoxia oriental. Su objeto no es ni abrigar ni dar satisfacción estética, sino proclamar la realidad de la reconciliación entre la creación, el Creador Trino y Uno, y fortalecer así a los veneradores con su resolución de trabajar y pedir por la realización del Reino Divino. Por lo tanto, es preciso conocer también la teología ortodoxa para comprender debidamente el arte cristiano oriental.

Evolución del arte bizantino

El arte cristiano del Oriente tuvo orígenes separados en un número de grandes ciudades. Alejandría, Antioquía, Efeso, tuvieron cada una su propia tradición, influida por el arte pagano local. Gradualmente, sin embargo, Constantinopla se convirtió en el principal foco de actividad artística y la mayoría de los ejemplos que aún subsisten del arte cristiano oriental primitivo pertenecen a la escuela constantinopolitana, en el sentido de que sus creadores vivieron o se adiestraron en la capital del Imperio. La tradición constantinopolitana tres veces alcanzó un alto grado de desarrollo, y hasta el final ostentó vitalidad, soberbia, pericia artística y auténtica inspiración. El primer florecimiento comenzó en el siglo IV y duró hasta el siglo VII y se centró en el reinado de Justiniano (527-65), cuando se edificó el mayor monumento de la arquitectura bizantina, Santa Sofía de Constantinopla. El primer período del arte bizantino terminó abruptamente por causa del movimiento iconoclasta (725-843). Por orden de los emperadores iconoclastas, se destruyeron sistemáticamente las pinturas sacras por toda la mitad oriental del imperio.

El Islam, en su avance, hizo lo mismo en las tierras que conquistaba. El daño ocasionado al arte cristiano fue irreparable. El fin de ese movimiento en 843 inició el segundo período de la expansión artística bizantina, que coincidió con la ascendencia de la dinastía macedónica (867- 1056) y cubrió la segunda parte del siglo X, el X y el XI. El renacimiento artístico y religioso de esa época fue vigoroso e inspirado por un deseo de reparar la devastación de los iconoclastas. Los artistas intentaron la restauración pero gradualmente se separaron de las ideas de la época anterior. La nueva etapa se caracterizaba por una creciente introducción de movimiento en la composición de las escenas. El estilo seguía siendo monumental, pero ya no se mantenía la excesiva rigidez ni esa solemnidad impropia de la tierra. En este periodo de gloria bizantina, su influencia artística se extendió fuera de las fronteras del Imperio. Los mosaicos de Santa Sofía en Kiev, los frescos de Santa Sofía en Ocrida, y más tarde los mosaicos en Sicilia: Cefalu, la Capella Palatina y Monte Reale-, fueron todos creados por artistas adiestrados en Constantinopla.

Esta época brillante de la historia política terminó trágicamente en el siglo XII, que vio un rápido declive del Imperio. Pero este colapso no fue seguido de una degeneración artística. Por el contrario, fue acompañado de una creadora reorientación de su arte, y algunas de las más grandes realizaciones de la escuela constantinopolitana datan del siglo 12. Cristo, su Madre y los santos perdieron su lejanía, y también perdieron algo de su majestad anterior. Se hicieron más humanos, más amantes cariñosos, más comprensivos. Estas mayores y más cálidas emociones y muestras de ternura, así como de afligida compasión, se revelan en el icono de Nuestra Señora de Vladimir, pintado en Constantinopla y llevado a Rusia (cerca de 1150), que es una de las obras maestras de la escuela que floreció en la capital del imperio. El saqueo de Constantinopla por los cruzados en 1204 detuvo temporalmente el desarrollo del arte bizantino y su último gran período coincidió con la agonía del Imperio en los siglos XIV y XV. Esta última etapa del arte bizantino precedió y se anticipó a muchas de las realizaciones del Renacimiento italiano del siglo XV. El sufrimiento experimentado por los cristianos ortodoxos, el sentido de una próxima catástrofe final, hacían que el arte de esta época vibrase en toda la gama de sentimientos humanos. La alegría, el pesar, la esperanza y el temor se reflejaban en los murales de las ultimas Iglesias edificadas en Bizancio. Sin embargo no era un arte pesimista y derrotista, pues el fondo en que se proyectaban estas intensas emociones seguía siendo el mismo que en la época de la gloria bizantina: la fe en la Encarnación y la confianza en la última victoria del bien sobre el mal.

Después de la caída de Constantinopla en 1453 los artistas griegos continuaron trabajando bajo el yugo turco. Las escuelas macedónicas y cretenses subsistieron hasta el siglo XVII, pero se detuvo el impulso creador. No surgían maestros destacados, aunque un numero de ellos conservaba la pericia de la establecida tradición.

Sobre las escuelas de los pintores de iconos rusos, solo se dirá lo siguiente. Era corriente distinguir cinco principales escuelas de pintura rusa: La escuela de Kiev o rusobizantina de los siglos XI y XII, la escuela de Novgorod (siglos XII-XIV), la antigua escuela de Moscú (siglo XV), la escuela de Stroganov (siglo XVI) y la reciente escuela de Moscú del siglo XVII. Los iconos rusos no se desviaban del original bizantino, pero introducían su propia interpretación del arte sacro. Sus especiales facetas se hallan hábilmente descriptas por Otto Demus: "En las pinturas de iconos rusos, el dogma bizantino se convierte en oraciones y la representación se convierte en leyenda. Historias claramente relatadas sin moral romántica, ascetismo sin martirio, santos sin demonios, luz sin sombra, visión sin ocultación mística; estas son las nuevas facetas que surgen en formas cada vez más claras." En el pasado, el arte bizantino parecería falto de vida, mientras la ilimitada libertad del artista era considerada como condición indispensable de la verdadera inspiración; mas es posible ser creador y libre dentro de una tradición que afirma haber visto la verdadera luz, y que ofrece una firme guía a sus artistas con respecto a la última finalidad de la vida. Esta meta, tal cual es aceptada por el Oriente cristiano, cae fuera de los confines de la experiencia terrenal, siendo el objeto final la comunión con el Dios Trino y Uno, que es superior a todos los conceptos que el hombre tiene de la verdad, de la belleza y de lo bueno.

Esta idea inspiradora de temor hace que el arte cristiano oriental sea progresivo y dinámico, pues la visión es infinita y las más grandes realizaciones no son nada comparadas con la gloria del Reino Divino; sin embargo, incluso las obras menores pueden participar de la dignidad y autoridad de la verdad revelada si reciben su inspiración de la misma fuente de ortodoxia cristiana." Nos hemos permitido esta cita tan larga, tanto por lo completo de su exposición en tan breves líneas, como por dar un panorama amplio y profundo sobre aquello que constituye la esencia y la grandeza de los iconos. Muchas personas, se lamentan de no entender el significado de los iconos, o de que no les gusta, y ello se debe a la sencilla razón de no comprender todo su profundo contenido dogmático, espiritual y litúrgico, que encierra cada uno de ellos y que se expresan en símbolos. Con esta cita de Sernov creemos que hemos solucionado este problema y a la vez hacer que se amen los iconos como algo auténticamente ortodoxo, como algo que ha conservado la fe ortodoxa a través de siglos junto con la Santa Liturgia. Ambos compendian admirablemente nuestra santa fe.

Sobre las distintas cuestiones sobre Economía, Política, Derecho, Sociología, Medicina, cuestiones laborales y educacionales, todo ello debe ser visto, como ya antes lo hicimos notar y examinado a la luz de las páginas evangélicas, de los Mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia. En ellas encontraremos siempre lo que piensa nuestra Santa Iglesia sobre cada materia. Tomemos por ejemplo el comunismo, su doctrina, sus proclamas, sus hechos... y comparémosle con lo que dice el Evangelio, o los mandamientos, y tendremos la solución a cada uno de sus planteos. La visión ética y social de los cristianos orientales es resultado de su experiencia eucarística. El servicio de comunión ortodoxo acentúa el carácter corporativo de esta comida sagrada. Su ritual subraya la reconciliación, el perdón mutuo, el reconocimiento de que todos somos responsables unos de otros. Este constante recordatorio de que un cristiano es un hombre que vive en paz y unidad con su prójimo crea solidaridad moral entre los ortodoxos y contribuye a abierta hospitalidad e inclinación a compartir los recursos materiales con los menesterosos, que son algunas de las características de los cristianos orientales. La caridad privada no excluye, sin embargo, otras expresiones mejor organizadas de preocupaciones sociales, y los hospitales, orfanatos, hogares para los pobres y los ancianos, han sido siempre generosamente dotados por los ortodoxos. A veces, estas instituciones se adhieren a comunidades religiosas; a veces, son independientes. Los ortodoxos reconocen que su conducta personal y social debe ser inspirada por la creencia en la Encarnación, que revela a los hombres la bondad de Dios y la capacidad de la materia para ser vehículo del poder divino. La profunda apreciación de la belleza y gloria de la creación conduce a la insistencia de que el culto cristiano debe incluir lo mejor que pueden producir los artistas.

Imagen: Icono moderno de la Virgen de la Ternura. (http://www.visionidautore.com)





     







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