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10.- Angélica: De repente somos dos extraños
Libro El buen amor en el matrimonio. Horacio Bojorge


Por: Horacio Bojorge | Fuente: Catholic.net



Padre:

Le comento algo que se me aclaró cuando leí su libro ¿Qué le pasó a nuestro amor? Y que me había intrigado toda mi vida hasta que leí la respuesta que Dios da y usted nos transmite. Pero después quiero hacerle una pregunta.

Cuando yo era joven y tenía edad para casarme, yo no entendía por qué parejas de mi entorno que decían amarse, siempre discutían. Yo había tomado la decisión de hacer todo lo posible para que a mí eso no me sucediera, (¡Cuánta soberbia! ¿No?). Creía yo que todo se reducía a poner empeño. Dos que se quieren bien deben poder comunicarse bien.
Su libro ¿Qué le pasó a nuestro amor? me ha hecho comprender lo que las Sagradas Escrituras nos dicen en muchas de sus partes: que Quien da y hace crecer el amor es Dios. Quien sana, repara, y restablece los vínculos es Dios. Ahora sé que la discordia entre varón y mujer, es consecuencia del pecado original y es una pena inevitable, como bien lo explica este maravilloso libro.

¡Cuánta frustración nos ahorraríamos, si pudiéramos “escuchar” a Dios! ¡Escucharlo y entender lo que Él nos dice! ¡Cuántos años de mi vida pasaron hasta que gracias a este libro comprendí esta diferencia entre “culpa” y “pena”! ¡Cuánto tiempo pasé acusando y culpando de lo que debía haberme movido a misericordia y compasión! Comprendo ahora que la frustración y los malos entendidos en la pareja se explican por las disimetrías con las que han sido heridos el varón y la mujer desde nuestros primeros padres Adán y Eva.

Cuando una es joven y piensa en el matrimonio, se cree que se trata de elegir a alguien “parecido a mí” o a alguien que me complemente, o con determinadas cualidades que a una le gustan. La realidad es que aún cuando tuviéramos esa suerte, aún así, prevalecerían las disimetrías entre varón y mujer, porque el varón y la mujer están heridos, su capacidad de amar está herida, y Quien da, sana y hace crecer el amor, es Dios.

En su libro leí: "El amor que hay en el corazón de los esposos no nace de una fuente puramente humana, sino que desciende de una fuente divina, que enseña a amar, sana el amor, lo conduce, defiende, alimenta y lo santifica por una acción divina"1. Y sólo se me ocurre, sentir vergüenza y arrepentimiento por lo lejos que me ha llevado mi ignorancia.

La respuesta a ¿Qué le pasó a Nuestro Amor? que yo encontré es que: Dios es realidad y presencia contundente, pues el fue testigo elegido libre, voluntariamente y por fe, en nuestra celebración del sacramento del matrimonio, ante el sacerdote que lo representa. Pero luego fue olvidado y apartado de nuestra realidad humana. Que lo que debió ser, lo sensato, lo sabio, la conducta correcta hubiera sido elevarnos juntos todo lo humanamente posible hacia Dios; amarlo sobre todas las cosas y colocarlo en el centro de la unión esponsal. Es esa la Fuente del amor Si no lo llamamos y pedimos su presencia y la acción de Dios, el hartazgo mutuo que nos hace infelices, nos hará buscar, como la salida rápida y la solución más fácil, la disolución del vínculo. Habiéndonos amado tanto, de repente somos dos extraños. A veces dos enemigos encarnizados.

Usted nos recuerda que Dios dijo a Eva: “¡pero él te dominará!”. Durante todo el siglo XX a las mujeres nos convencieron de que la fuente del poder masculino, era la ignorancia de la mujer (culpemos al gran mentiroso). Y que la llave hacia la libertad, la independencia y la autonomía, era la educación profesional y académica de la mujer. Recuerdo también que durante la segunda guerra mundial la mujer descubrió su potencial para cubrir los puestos de trabajo que dejaban los hombres para ir al frente de batalla.

Contribuyeron también al cambio cultural de la mujer las revistas femeninas desde los años 60, presentando un modelo superior de la nueva mujer que todas debíamos ser. Sí, tal como usted lo dice, las revistas fueron el nuevo referente, ya no nuestras madres sometidas. Recuerdo que yo leía la revista Cosmopolitan (casi un órgano informal del movimiento feminista). ¡Cómo influyó esa revista en mi forma de plantarme ante la vida: queriendo partir derechos y deberes conyugales al 50% como un camino racional a la felicidad conyugal vigente hasta hoy! ¡Qué gran mentira! ¡Cómo nos la compramos!

Los testimonios en el libro y algunos que he leído en su Blog, me llevan insistentemente a comprobar una realidad y ella es que las disimetrías entre varón y mujer responden a una razón de género. He escuchado de ex- esposas de un mismo hombre que se han hecho amigas. Las han unido sus diferencias hacia un mismo hombre, y posiblemente han llegado a la misma conclusión..." yo tenía razón porque no es posible que las dos pensemos lo mismo".
Dios lo bendiga por la luz que me han dado sus libros, todavía estoy a tiempo...
Angélica

Mi respuesta:
Querida Angélica:
La pregunta te la has respondido tú, y te la has respondido bien. Yo puedo ampliártela un poco aquí, para profundizar en el porqué ustedes dos y tantísimos otros no han hecho lo que hubieran debido hacer para que el sacramento y el amor recibido de Dios hubiera producido los mejores frutos.
En ese lugar y en otros pasajes del libro describo los efectos óptimos del sacramento del matrimonio cuando ambos bautizados lo viven como hijos, de cara al Padre y teniendo conciencia de que son ministros de un amor de origen divino que les ha sido comunicado como gracia matrimonial.
Es decir no solamente al momento en que se casan de cara al Padre y al Hijo, de pie uno junto al otro y de cara al altar, mirando hacia al Cristo Crucificado, y delante del sacerdote que los examina públicamente acerca de su mutuo sí. Me refiero a que eso no basta. Porque muchos están físicamente ahí, pero ignoran el significado espiritual del rito. Me refiero pues a cuando, tanto en ese momento de casarse como después en su casa, ambos viven habitualmente su matrimonio en gracia, con su espíritu orientado hacia Dios. Es decir cuando se ayudan ambos a vivir mística y sobrenaturalmente su matrimonio.
Pero eso no se logra plenamente cuando uno de los dos no lo vive, lo ignora y no lo practica. Ése es el caso de tu esposo que no tira parejo contigo en la fe.
Ni tampoco se logra cuando los dos renguean. Y ese es también tu caso. Porque aún habiendo sido tan religiosa te estás dando cuenta ahora de la ignorancia en que vivías acerca de tu misión ministerial y de la naturaleza sacramental del matrimonio. Tu realidad matrimonial era un recinto cerrado donde eras incapaz de vivir tu fe y practicar tu caridad.
Muchas católicas practicantes como tú, ignoran lo que es un sacramento y en particular el matrimonio, cuál es su materia y cuál su forma2, quién es el ministro. Viven una vida religiosa y de piedad, pero no viven religiosa y piadosamente su sacramento matrimonial. No actúan como ministros de Cristo porque ignoran que lo son. Puede decirse que privatizan o naturalizan su relación matrimonial. Viven su vínculo esponsal sin mayor diferencia con los que viven el suyo los no creyentes. Los esposos que no tienen la intención de vivir como ministros de Jesucristo, son como canales obstruidos que no permiten el fluir de la gracia.

Con todo, siempre hay gracia. Porque ella no fluye exclusivamente por el sacramento, ni se bloquea totalmente por las deficiencias del ministro. Dios puede dar la gracia también al margen de los sacramentos, y hay ciertos bienes del matrimonio (prole, fidelidad y sacramento) que se logran en medio de grandes imperfecciones, aunque podrían haberse logrado mucho más felizmente y bienaventuradamente3.

Pero tomemos de nuevo tu caso, en que, a tu parecer, es tu esposo el que no tira junto contigo el yugo de la fe. Tú misma me has comentado que no bien empezaste a leer el libro te diste cuenta de que la raíz del problema es que tu esposo no sabe, no entiende, no conoce y no ama a Dios como tú. A pesar de ser bautizado, confirmado y casado por Iglesia, no conoce a Dios como tú. Los dos se quieren, pero con un amor muy incompleto. Yo diría que aunque está animado por la gracia, ha sido predominantemente natural, y por lo tanto muy lastimado por las penas del pecado original.

Pero tú, continuando la lectura del libro y al contemplar las profundidades divina de este “misterio grandioso”4 que, al decir de san Pablo, es el matrimonio, has empezado a vislumbrar que, también tú te habías estado quedando corta como ministro del amor a tu esposo. Y eso aunque hayas sido más creyente y más practicante. Como alma que, por ser de mujer, tiene avidez de amar y ser amada buscabas ávidamente saciar en Dios tu sed de amor. Y te apartabas con cierta aversión de tu esposo y de sus egoísmos carnales que no saciaban esa sed. Pero ¿no te despreocupabas de la suya, molestándote con ella, en vez de considerarla con misericordia?
Aunque has buscado y experimentado el amor de Dios, no lo has relacionado con la vivencia de tu vínculo esponsal con tu esposo. Tu esposo, como te has lamentado conmigo alguna vez, aunque definitivamente quiere creer, aunque quiere seguirte en tu camino espiritual por ver si entendiendo tu amor a Dios termina por entenderte a ti. Pero aún no lo ha logrado. Él no ha logrado relacionar integrar su “inmaduro” amor espiritual con su interés físico por ti.
Después de mucho tiempo de irritarte con él, por fin has empezado a comprender cómo piensa él: “si yo no quisiera a esta mujer no saldría todos los día a trabajar, ni me interesaría la vida, ni volver a mi casa deseando encontrarla y que me atienda, pero ¿Por qué me siento tan vacío y frustrado junto a ella? ¿Por qué me rechaza y es conmigo tan avara de sí misma?”
Por fin estás pudiendo atisbar esa profunda cuchillada de dolor en el centro, en el eje de su alma, de su hombría, de su tan bajísima autoestima, no conociendo el amor de Dios, que se derrumba aún más con tu silencioso reproche, tu evasividad y tu lejanía. La ministra del amor de Dios para entregarle a ese varón el amor divino en forma de amor de mujer, intercepta el envío y lo confisca.

¿Qué sucede cuando uno de los dos cónyuges vive activamente su fe, si el otro no se opone a su relación creyente con Dios? Sucede, dice san Pablo, que el no creyente es santificado por el creyente5. Pero ¿y qué sucede cuando el cónyuge creyente, por ser todavía imperfecto en su fe y su caridad, como es tu caso, no entiende al espiritualmente deficitario y en vez de misericordia se irrita contra él? Entonces ¿cumple con su rol ministerial de santificar al otro?
Te estás dando cuenta ahora de que tú has buscado más ser amada por Dios (y por tu esposo), que aceptar de Dios la tarea de amar a tu esposo. Pero recuerda que Jesús ha dicho: “es más feliz dar que recibir”6. Y esto, aplicado al amor, significa que hace más feliz dar amor que recibir amor. Si a uno lo hace feliz recibir amor, será más feliz cuando sea capaz de dar amor. Y esto es así, porque Dios es feliz dando amor. El Bien es difusivo, el Bien quiere dar y comunicar.
De modo que tú también estás en camino, aunque, como suele suceder, tu esposo venga bastante detrás de ti en el camino de fe. He explicado en La Casa sobre Roca que la mujer debe ser para el varón la maestra de la amistad7. Y creo que leyendo ahora ¿Qué le pasó a nuestro amor? no solamente has dejado de culpar a tu esposo de lo que ahora comprendes que no es culpa suya sino la pena que sufre como hijo de Adán (aunque esa pena sea fuente de culpas suyas), sino que te has empezado a dar cuenta de cuáles eran en ti las penas que te sanarían aceptándolas con humildad y dejándote sanar de ellas por el ministerio de tu esposo.
Para eso está el sacramento del matrimonio. De alguna manera, por ser un misterio grandioso, está en el centro de la constelación de los siete sacramentos. Es el sacramento destinado por la misericordia del Padre para aquéllos hijos suyos que tienen que sufrir “tribulación en la carne”8. Porque ése es el camino crucificante y a la vez sanador y exaltante, que deben recorrer para alcanzar los bienes del matrimonio: 1) el sacramento mismo, 2) la fidelidad mutua y 3) los hijos que han de llenar la tierra para llenar después el cielo de adoradores del Padre.
¡Cuánta gracia se pierde quien ignora estas cosas! ¡Lo que se pierden! ¡Qué bueno que estés siendo iluminada interiormente por estas luces de Dios!
Bendiciones
Padre Horacio
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1 La cita página 130 de ¿Qué le pasó a nuestro amor? Respuestas divinas a preguntas humanas Editorial Lumen, Buenos Aires 2010
2 La materia del sacramento del matrimonio son los mismos cónyuges en cuerpo y alma. La forma es la mutua voluntad de amarse y respetarse durante toda la vida, expresado en el “sí” que se dan. Ministro es cada uno para el otro. Y sujeto del sacramento es cada uno para el otro.
3 También el sacerdote perdona los pecados y consagra válidamente aunque no esté en gracia o esté mundanizado.
4 Nuestra palabra “sacramento” referida al matrimonio es traducción de la palabra griega “mystêrion” = misterio. Dice san Pablo a los Efesios 5, 32: “to mystêrion touto mega estin” = “este [el matrimonio] es un misterio grandioso”.
5 Si un hermano tiene una mujer no creyente y ella consiente en vivir con él, no se divorcie de ella. Y si una mujer tiene un marido no creyente y él consiente en vivir con ella, no se divorcie. Pues el marido no creyente queda santificado por su mujer, y la mujer no creyente queda santificada por el marido creyente. De otro modo, vuestros hijos serían impuros, mas ahora son santos. Pero si la parte no creyente quiere separarse, que se separe, en ese caso el hermano o la hermana no están obligados: para vivir en paz os llamó el Señor. Pues ¿qué sabes tú, mujer, si salvarás a tu marido? Y ¿qué sabes tú, marido, si salvarás a tu mujer? Por lo demás, que cada cual viva conforme le asignó el Señor, (1ª Corintios 7, 12-16)
6 Hechos de los Apóstoles 20,35
7 La Casa sobre Roca, páginas 32 a 38. Allí explico qué es lo que le impide a la mujer imponer su autoridad como maestra de la amistad y la hace condescender y a veces manipular la lujuria del varón. Muestro cuáles son las de ese error, primero para perjuicio gravísimo del varón, pero después, de rebote, para ella misma condenada a sufrir junto a sí a un varón lujurioso e incapaz de sentir, expresarle y darle la ternura que ella hambrea. Ese es el mal que viene al reparar el misterio grandioso.
8 “Todos ellos [los que se casan] tendrán su tribulación en la carne” (1ª Corintios 7, 28)

 



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