La Iglesia y el Papa fueron su gran amor ...
Por: P. Paulo Robles S.J. | Fuente: Is-Zarev
San Ignacio de Loyola,en el libro de los Ejercicios, Reglas para sentir con la Iglesia, 13, nos dice:
Debemos siempre tener, para en todo acertar, que lo blanco que yo veo, creer que es negro, si la Iglesia Jerárquica así lo determina, creyendo que entre Cristo nuestro Señor, esposo, y la Iglesia su esposa, es el mismo Espíritu que nos gobierna y rige par la salud (salvación) de nuestras ánimas (almas), porque por el mismo Espíritu y señor nuestro, que dio los diez Mandamientos, es regida y gobernada nuestra santa madre Iglesia.
Hoy, sin embargo, un notable grupo de sacerdotes se rebela contra la autoridad del Vicario de Jesucristo en los más diversos campos, desde la masonería (padres Ferrer Benimeli, Caprile, etc.) hasta el marxismo (padres Llanos, Fernando Cardenal, Yon Sobrino, Ignacio Ellacuria, etc.); desde el New Age hasta la píldora anticonceptiva, desde la reencarnación hasta la revolución armada.
Por todos lados se crea la confusión, desviándose así del Magisterio del Papa y sacudiéndose el cayado del Vicario de Jesucristo.
¿Por qué este cambio? ¿Qué fuerzas misteriosas ha producido esta violenta galerna que ha dado la vuelta a una de las embarcaciones más sólidas de nuestra Iglesia?
En esta actitud bien pueden trazarse dos fases.
Al inicio se trató de determinados miembros o grupos aislados eminentes, hoy, desgraciadamente, el problema está muy difundido.
Antes del 1968 era posible localizar algunos que disentían del Papa Pablo VI en ciertos puntos de doctrina o de método sobre la orientación que quería dar a la Iglesia postconciliar. Era una minoría silenciosa de teólogos que poseían su opinión personal sobre cómo debía aplicarse el Concilio Vaticano II. Algo normal que podía haberse superado con humildad y fe.
En una homilía sobre la figura de Ignacio de Loyola, dirigida el 31 de julio de 1967, el P. Pedro Arrupe, entonces superior general de la Compañía de Jesús, toca ampliamente el tema y deja entrever esta situación histórica: “La Iglesia y el Papa fueron su gran amor (de San Ignacio), su estrella polar, su principio regulador, la garantía suprema. No tenemos ninguna necesidad de hacer en algo violencia a su espíritu (de San Ignacio) para vivir la teología y la espiritualidad eclesial de hoy. Esta corresponde plenamente al alma del Santo. Es como el desarrollo de la actitud germinal de San Ignacio” (Cartas y conferencias del P. Pedro Arrupe en la identidad del jesuita en nuestros tiempos publicado por Sal Térrae, Santander 1981; edición a cargo del P. Miguel Mendizábal, s.i.).
Todavía, las cosas parecían tener remedio claro, aunque ya se vislumbraban ciertos nubarrones. De hecho, muchos miembros entendieron al revés la advertencia, pues pensaron que podían seguir adhiriéndose a la teología y espiritualidad de moda sin que por ello se sintiesen culpables de hacer violencia al espíritu de San Ignacio.
Aunque parezca extraño, no captaron el mensaje de que tenían que respetar el espíritu de su santo fundador al acercarse a explorar las nuevas corrientes de teología y espiritualidad.
Un año después, el 15 de agosto de 1968, el P. Arrupe escribe una carta ante la agresividad con que muchos miembros habían recibido la encíclica "Humanae Vitae" publicada por el Papa Pablo VI en julio de ese año. La encíclica, que enseña la inmoralidad de las píldoras anticonceptivas, despertó un tremendo revuelo. Algunos sacerdotes, que ya no guardaron en su interior las objeciones a la doctrina pontificia, se organizaron y protestaron por primera vez abiertamente contra las enseñanzas del Papa. Había nacido el “Magisterio paralelo”.
El tono del documento del P. Arrupe es angustioso, muy distinto al de la homilía del año anterior: “Ahora bien, como esa oposición a un documento pontificio se siente viva aún hoy, acá y allá, no puedo seguir callando, sino que me veo obligado a declarar cuál debe ser nuestra actitud frente al Vicario de Cristo: actitud de obediencia filial, decidida, disponible, abierta y creadora: lo cual no quiere decir que ello resulte siempre fácil o cómodo”.
Este es el momento histórico en que comienza la rebelión de muchos miembros de la compañia.
Desde aquí se inicia la verdadera pesadilla del P. Pedro Arrupe y del Papa Pablo VI: rebelión en las cátedras, contestaciones callejeras, participación de sacerdotes en grupos guerrilleros, seminarios vacíos, conventos enteros secularizados, opiniones difundidas en eficaces redes de divulgación, que han creado una de las mayores confusiones doctrinales que ha conocido la Iglesia desde sus orígenes.
El P. Arrupe trató de frenar por todos los medios ese tren descarrilado que se le venía encima y amenazaba aplastar la fe de muchos hijos fieles de la Iglesia. Hoy puede constatarse con desazón que todos los intentos fueron vanos.