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Fe, certeza y tolerancia
Sectas, apologética y conversos /Apologética: Aprende a defender tu fe

Por: Guillermo Juan Morado | Fuente: Teología Actual

Vivimos en una época marcada por el relativismo. La "búsqueda sin término" es preferida a la posesión pacífica de la verdad. La duda, la instalación existencial en la perplejidad, el rechazo de todo dogma, parecen ser - se nos dice - las actitudes más racionales, respetuosas y tolerantes con las opiniones de los demás.

El reconocimiento de verdades o de valores absolutos es contemplado muchas veces con recelo. Cada vez que expresamos una convicción firme nos sentimos inclinados, casi instintivamente, a matizarla, a restringir su alcance, anteponiendo un tranquilizador "para mí", "según mi opinión", "a mi parecer"...

Nada nos asusta tanto como dar la impresión de intolerantes. ¿Acaso no anida en la aceptación de una verdad como absoluta la tentación de querer imponerla por la fuerza a los demás? ¿No subyace en toda persona cierta de la verdad de su creencia un temible Jorge de Burgos - el oscuro personaje creado por Umberto Eco - dispuesto a envenenar con arsénico a todo aquel que se incline a ponerla en duda?

Un teórico del Derecho, Hans Kelsen, sostiene que "la tolerancia presupone la relatividad de la verdad que se mantenga o del valor que se postule; y la relatividad de una verdad o de un valor implica que la verdad o el valor opuestos no sean excluidos por completo" (Escritos sobre la democracia y el socialismo, pág. 289). Si esta afirmación es verdadera, si el relativismo es presupuesto necesario de la tolerancia, al cristiano se le plantea una drástica alternativa: o es cristiano o es tolerante, sin que pueda ser, hablando en propiedad, ambas cosas a la vez.

La fe cristiana implica la aceptación incondicional de verdades absolutas. Supone la adhesión plena y firme a la verdad de la revelación divina, que Dios nos manifestó para nuestra salvación.

Si admito que Jesucristo es el Hijo de Dios encarnado, debo excluir por completo la afirmación de que sea solamente un hombre, a semejanza de otros líderes religiosos. Si creo que hay un único Dios, no puedo concederle formalmente ningún valor de verdad a la creencia en un panteón politeísta. Los ejemplos podrían multiplicarse.

No faltan quienes personalmente se distancian de lo que califican como una "fe de seguridades". Algunos cristianos preferirán decir: "en mi opinión, Jesús es el Hijo de Dios, pero no puedo excluir por completo la afirmación contraria; lo es para mí, pero no puedo asegurar que objetivamente - en sí - lo sea".

Esta postura parece muy razonable, pero ¿es sostenible por parte de un creyente?, ¿cabe un cristianismo relativista?, ¿es posible creer sin certeza?, ¿se puede estar de acuerdo con algunas verdades que profesa el cristianismo y rechazar otras cuando no coincidan con la propia opinión?

La fe exige la certeza, escribía - haciendo suya una afirmación constante de la tradición cristiana - el Cardenal Newman: "si la religión ha de consistir en verdadera devoción y no ha de ser un mero sentimentalismo, si ha de constituir el principio supremo de nuestra vida, [...] necesitamos más que un cierto contrapeso de argumentos para fijar y controlar nuestro espíritu. El sacrificio de las riquezas de la fama, de la posición, la fe y la esperanza, el dominio de sí mismo, la comunión con el mundo espiritual presuponen una aprehensión real y una intuición habitual de los objetos de la revelación, que no es otra cosa que certeza" (El asentimiento religioso, pág. 221-222).

Es decir, si la fe nos compromete personalmente hasta el punto de estar dispuestos a dejarlo todo y a entregar, si fuese necesario, la propia vida antes que renegar de ella, la fe conlleva la certeza, la seguridad plena de que lo creído es verdadero, absolutamente verdadero. Esta certeza se apoya no en la sabiduría de los hombres, sino en la fidelidad de Dios a su palabra.

¿Cómo, entonces, compaginar fe y tolerancia? No desde la aceptación del relativismo como paradigma válido en el ámbito del conocimiento religioso, sino desde la consideración de que Jesucristo, el Objeto de la fe, es la Verdad. La Verdad tiene un rostro personal. Conocer la Verdad es abrirse al misterio de la persona de Jesucristo, que no se impone por la fuerza, sino que solicita nuestra adhesión libre y responsable.

El cristiano es tolerante no porque dude del contenido de su fe - sabe de quién se ha fiado -, sino porque es consciente de que su verdad no es suya, no le pertenece; es una Verdad regalada, de la que no es dueño, sino siervo. Es una Verdad que se desvela suavemente al que la busca con humildad, que sabe esperar con infinita paciencia y que se atestigua con la indulgente firmeza de un amor que prefiere el silencio de la cruz antes que cualquier palabra de coacción.