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| XXIV Domingo Ordinario - Habrá alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente |
| Hispanos Católicos en Estados Unidos / | Homilías Mons. Enrique Díaz |
| Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.Net |

Todos hemos encontrado personas que se llenan la boca hablando de justicia social y de amor a la humanidad, que luchan denodadamente por los derechos humanos, que acusan a los gobiernos de sobornos e injusticias, y que después son irascibles e intransigentes con los que están cercanos a ellos. Es fácil hablar del perdón y de la reconciliación, de la justicia y de la verdad, para después transformarnos en jueces intransigentes e intolerables justo con los más cercanos. Con frecuencia esto pasa en los círculos en donde menos debería pasar: entre autoridades, maestros, ministros, educadores e iglesias. Lo mismo sucede en tiempos de Jesús y el rompe estos estigmas tanto con su modo de actuar como con su palabra.
Jesús comparte su mesa y su alegría con gente de dudosa reputación, trata con ellos, se hace acompañar de pecadores y publicanos. Esta actitud no va de acuerdo no sólo con el juicio y las miradas de los escribas y fariseos, sino tampoco con los consejos y normas que presentaba la ley. Sus enemigos tienen muchos fundamentos y razones para juzgar que se ha alejado del camino del bien. Jesús no responde con autosuficiencia ni con la intención de callar o incomodar a sus acusadores. Jesús busca manifestar cuál es el verdadero rostro de su Padre y lo hace por medio de estas imágenes que acaban por desconcertar a todos. No es el Dios que esperaban los piadosos judíos pero también está muy lejos de las imágenes de aquellos dioses de los pueblos vecinos que los mostraban implacables, lejanos y poderosos. La principal revelación y más grande regalo de Jesús es manifestarnos esa experiencia central y decisiva en su propia vida: el amor de un Padre. Parece obsesionado por ofrecernos este rostro nuevo de Dios que se manifiesta con rasgos de misericordia y benevolencia, que se acerca a cada uno de los hombres, que no duda en llamar y buscar al pecador, al diferente, al lejano.
Jesús siempre nos da a conocer esta imagen del Padre que hace caer su lluvia sobre buenos y malos, que da el sol para justos e injustos. Pero quizás donde quede de una manera más palpable sea en su manera de relacionarse con los pecadores, con las prostitutas, con los despreciados y los pequeños. Su actuar lo respalda con las imágenes de sus numerosas parábolas explicándonos cómo es el amor de este Padre que no cabe en la mentalidad de sus contemporáneos. Tres imágenes nos ofrece el texto de este domingo: la de un pastor que sale en busca de la oveja perdida, la de una mujer que barre y remueve la casa hasta encontrar la moneda extraviada y la locura de un padre que espera ansioso, que abre sus brazos sin ningún cuestionamiento y que hace grande fiesta porque el hijo que lo abandonó, despilfarró su herencia y deshonró su nombre, ahora ha regresado a su casa. Imágenes que quizás también en nuestro tiempo parezcan fuera de contexto no tanto por lo extraño que puedan resultar las imágenes, al fin de algún modo conocidas, sino por lo grandioso que detrás de ellas nos presenta: un amor por el pecador y por quien se ha perdido que nunca hubiéramos podido imaginar.
Jesús busca hacernos entender que la misericordia es el mejor camino para entrar al Reino de los Cielos. Hay que introducir en la vida social del pueblo la compasión y la misericordia como la encontramos en el mismo corazón de nuestro Padre Dios. Hay que vivir la alegría que nos presenta en estas tres imágenes de una felicidad figurada en la fiesta y el banquete al encontrar al perdido. Hay que poner en el fondo del corazón de todo hombre y mujer una realidad muy seria: todos somos hermanos y todos cabemos en el corazón de un Padre. No es un Padre que está esperando la conversión para amar al pecador, es un Padre que ama al pecador a pesar de su pecado, que los quiere antes de sus señales de arrepentimiento, y que es fiel a su amor a pesar de todas las infidelidades.
Cuando encontramos actos de barbarie, castigos y venganzas con los que estamos sufriendo en los últimos días no podemos menos que pensar que hemos olvidado estos principios básicos en nuestra humanidad. Se ha dejado de ver al hombre como persona, como hijo que Dios ama y busca. Tendremos que recuperar este rostro amoroso de Dios para entender el rostro de cada uno de los hermanos. Que en este día sintamos el abrazo amoroso de Dios Padre que nos ama a pesar de nuestras miserias, pero que también abramos nuestra mente y nuestro corazón para acoger a todos los hermanos como una sola familia.
Padre bueno, que nos amas aún cuando somos pecadores, concédenos acercarnos de tal manera a tu amor, que podemos experimentar la grandeza de tu perdón que nos renueva en lo más íntimo y nos acerca a la mesa a compartir con los hermanos. Amén

