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Al final mi Inmaculado Corazón triunfará
Laicos en la Iglesia /Artículos de interés

Por: Pbro. José Juan Sánchez Jácome | Fuente: Semanario Alégrate

Cuando algunas personas se refieren de manera peyorativa a la Iglesia a veces lo hacen para cargar sus dardos venenosos contra los sacerdotes. Se expresan de manera destemplada en contra de la jerarquía. Y, aunque parezca un tanto extraño, otras veces se refieren a las personas piadosas, sencillas y devotas, a las que no dejan la santa misa y la oración.

Respecto de estas personas se suelen señalar dos críticas que de suyo resultan paradójicas porque se encuentran en los extremos. Por una parte, se refieren a estas personas sencillas y piadosas para insistir que pierden su tiempo y que se han fanatizado. Y, por otra parte, piensan que la Iglesia exagera y es alarmista cuando a través de estas personas insiste en la necesidad de orar siempre y sin desfallecer.

Las personas piadosas, sencillas y devotas sienten una profunda necesidad de hacer oración porque han acogido el mensaje de la Virgen de Fátima: hacer oración por la conversión de los pecadores y para que el mundo regrese a Dios. Al vivir de esta manera su fe cristiana, muchos hermanos lo que hacen es cumplir el encargo de la Virgen María.

Por eso, cuando se trata de la Santísima Virgen María lo que inmediatamente alcanzamos a ver en las comunidades cristianas es el fervor que despierta la Madre de Jesús, el amor que provoca. Eso se detecta inmediatamente en los fieles, hay un gran fervor en torno a María. Cuántas manifestaciones de cariño, cuántos detalles y cuántas tradiciones ha dejado la espiritualidad mariana en la vida de la Iglesia.

Es como si con toda esta piedad se sellara una historia de amor entre María y el pueblo de Dios, una historia de amor en la que se manifiestan los detalles, expresiones de cariño, la esperanza y el fervor del pueblo hacia la Madre del Salvador. Por eso se habla de la piedad mariana, porque eso es lo primero que constatamos en la vida de los fieles que recurren con frecuencia a María Santísima.

Sin embargo, hay otra cualidad que el amor a María Santísima imprime en la vida de los fieles. Quizá no se nota tan rápido como el fervor, ya que siempre el amor es más perceptible, pero llega a quedarse como una característica de los fieles que buscan a la Madre de Jesús. Así como María suscita el fervor, también provoca valor.

En la espiritualidad mariana se conjugan dos cosas que aparentemente cuesta trabajo relacionar. El amor a María Santísima integra bien estos dos aspectos: el fervor con el valor, el cariño con el carácter; la emoción y el amor que se sienten por Ella, como el compromiso y la entrega en la vida cristiana.

A veces se nos critica que todo se queda en el fervor, que todo se queda en la piedad mariana, posiblemente porque hay personas que solo ven esa parte que no se puede ocultar dado que hay un gran cariño. Pero no ven la parte del valor, del carácter, de la fortaleza que deja María en la vida de los fieles.

Respecto de la Virgen de Fátima, Mons. Fulton Sheen sostiene que: “La revelación de Fátima nos recuerda que vivimos en un universo moral, que el mal nos autolesiona, y que el bien nos ayuda y conserva; que el problema fundamental del mundo no está en la política ni la economía, sino que se encuentra en nuestros corazones y en nuestras almas, que la regeneración espiritual es la condición indispensable para mejorar socialmente”.

Precisamente la piedad mariana lleva a esta regeneración espiritual en la que es fundamental la fortaleza y la esperanza para reconocer y celebrar el triunfo del bien sobre el mal, pues María es la que aplasta la cabeza de la serpiente. Ella sigue fortaleciendo nuestro camino para no desalentarnos en esta batalla en contra de las fuerzas del mal.

Nos pueden asaltar la tentación y la duda, al constatar todos los estragos que provoca el mal en el mundo. Por supuesto que reconocemos que puede llegar a desalentarnos esta realidad, que genera desgaste y cansancio.

Pero acudimos a la Virgen para recordar y actualizar este triunfo porque Ella aplastó la cabeza de la serpiente. Frente a esta lucha se necesita carácter y fortaleza que es lo que precisamente otorga la Santísima Virgen María.

Que ante las embestidas del mal que nos ataca de muchas maneras, no dejemos de recurrir a María. El triunfo de Dios ya se ha dado y por eso María expresa en el mensaje de Fátima que: “Al final mi Inmaculado Corazón triunfará”.

Se trata de las palabras de una madre dirigidas a sus hijos, que pasan por este valle de lágrimas, que no podemos olvidar para que generen valor y carácter en esta lucha contra el mal. Decía el Cardenal Piacenza: “Cumplir la voluntad de Dios, discernir los signos de los tiempos, significa para nosotros hoy, aquí en Fátima, ¡resistir! Resistir con la fuerza de la fe y la caridad”.