.
Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha
Hispanos Católicos en Estados Unidos /Homilías Mons. Enrique Díaz

Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.net

Hay parábolas que tienen implicaciones más allá de la realidad que representan. La parábola de la cizaña (que contradictorios somos, recordamos más a la cizaña que al trigo), perdón, la parábola del trigo y la cizaña, es una de esas que con sus enseñanzas va más allá de la realidad.

Una planta que nace trigo, crece trigo, vive como trigo y muere como trigo. Una planta que nace cizaña, crece cizaña, vive cizaña y muere cizaña… pero la parábola nos ofrece una enseñanza muy distinta: no podemos juzgar a las personas porque al final de cuentas no sabemos si nosotros terminaremos siendo cizaña y ellos trigo o al contrario.

Si ciertamente Cristo aprovecha la dificultad para distinguirlas en los inicios y aprovecha para enseñarnos que es difícil distinguir las personas buenas de las malas, también ofrece la posibilidad del cambio.

No ha venido a condenar y espera que el pecador se convierta. Muchos de nosotros hemos experimentado que en nuestros juicios nos equivocamos y que acusamos a personas de ser malas o tener mal corazón, cuando en realidad no conocemos su interior.

Sólo Dios lo conoce y Él los mira con amor de Padre. Por otra parte, esta parábola nos señala la presencia del mal en el campo del Señor. De esto todos nosotros somos conscientes pues lo experimentamos dolorosamente en nuestra propia carne. Pero lo curioso es que “llegó un enemigo del dueño y sembró cizaña”.

El mal no lo ha sembrado el Señor, ni quiere el mal como algunos pretenderían decir. El mal siempre lo siembra el enemigo y nosotros debemos estar muy atentos si hemos dejado enraizar la cizaña en nuestro corazón. Lo siembra en la oscuridad y de un modo tan disimulado que parece trigo.

Es decir, el mal se siembra con muchísima frecuencia con apariencia de bien y esto no nos da derecho a dejar de cuestionarnos internamente hasta descubrir qué hay sembrado en nuestro corazón.

No tenemos derecho a condenar, porque el Reino es diálogo, compartir, aceptar al que es diferente… pero sí debemos estar en un permanente estado de alerta para descubrir si nuestros anhelos de justicia no esconden revanchas y egoísmos, si nuestro celo por el bien no lleva disfrazada la discriminación… si no estamos actuando más como cizaña que como trigo… el Señor tiene paciencia, pero al final se descubrirá quién es verdaderamente trigo.