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San José, héroe de la paternidad en silencio
Santoral /Santos patronos

Por: Marlon José Navarrete Espinoza | Fuente: Catholic.net

Mis palabras seguro se quedan muy pobres para hacer notar las heroicas virtudes de San José como un gran hombre, padre custodio de la sagrada familia, patriarca y sobre todo Santo. Obedeció la voluntad de DIOS sin cuestionar, sin preguntar, sin pedir privilegios para cumplir su misión, sin protestar y siempre confiando en el mensaje que DIOS le enviaba a través de los sueños, algo tan difícil para cualquiera como es saber reconocer la voz del Señor para obedecerla sin demora.

De ese modo salvó la vida del tierno recién nacido niño Jesús de una muerte segura a manos de los soldados de Herodes que mandó a matarlo por considerarlo una amenaza a su poder de rey de Judea y de ahí en adelante, San José siempre escuchó el mensaje divino en sus sueños y corrió a cumplirlos.

Dios lo eligió por ser un hombre humilde que no destacaba entre la multitud, ni era tomado en cuenta por los poderosos de su tiempo, pero a su vez era un ser extraordinario. Sin duda DIOS lo escogió porque iba a ser el mejor padre de Jesucristo aquí en la tierra para cuidarlo y formarlo en sus etapas tempranas de la vida en su niñez y juventud.

Al mismo tiempo respetó la dignidad de María como virgen y madre del Señor y bajo esa unidad santa compartieron tribulaciones, pobreza, necesidades, fatigas, marginaciones, destierro, exilio forzado, ultrajes y humillaciones, pero a pesar de todo eso, jamás, ni él ni la virgen, renunciaron a su misión y deber de cuidar al Hijo de DIOS, al Mesías que vino a salvar al género humano y a dar vida eterna. Hoy se oye magnífico y deslumbrante, pero en ese tiempo para ellos  el vivirlo y practicarlo, experimentarlo en carne propia, debió ser muy abrumador.

Cabe destacar que San José no renegó de su deber como padre, guardador, proveedor responsable y amoroso custodio de la sagrada familia. No desplegó defectos del mundo moderno de hoy en día como es la codicia, envidia, orgullo, altanería, rebelión, egoísmo, avaricia y vanidad. No fue como muchos hombres del presente que salen huyendo de sus responsabilidades y abandonan a su suerte a su esposa e hijos sin importarles las consecuencias negativas o ser parte de una corriente de pensamiento que pretender destruir la masculinidad del hombre.

San José se vio sumergido en las injusticias de su tiempo y en la burbuja histórica de la explotación y expansionismo dominante del imperio romano, más la ambición desmedida de lujo y derroche, crueldad y salvajismo de los reyes de la época y los ricos opulentos, quienes juntos oprimían a los pobres y les causaban grandes penas a los pueblos de entonces. Él nació y creció viendo a las legiones romanas someter y esclavizar a sus semejantes y compatriotas, bajo el filo de la espada imperial. La ocupación del imperio romano que conquisto a Israel fue un triste evento que San José con pesar y dolor, presenció sin poder hacer nada para revertirlo.

Bajo esas mismas condiciones de vida tan duras y exigentes, desempeño su trabajo de poca paga, pero manteniendo la humildad, la confianza, el respeto y sobre todo el afecto a la esposa virgen y al hijo Santo que Dios le confió.

Recordemos que en esos días, el honorario de un carpintero trabajador era de un denario por día, es decir dos dólares de hoy y qué familia vive con esa paga ahora.

Largas y agotadoras jornadas laborales sin descanso y mal pagadas que en esa época se trabajaba más por mucho menos, explotadores sobre los explotados. No se conocía de derechos humanos, ni derecho a vacaciones, a prestaciones sociales, a cuidados de salud, seguro médico o subsidios por accidentes en el desempeño del trabajo, no se conocían las demandas por mejores condiciones laborales, huelgas o paro de labores  para reclamar mejores salarios; nada de eso de que gozamos en el presente, existía en ese pasado. Lo único que había para todos, era el látigo para hacer sangrar la espalda, la espada filosa para el rebelde, el azote, el maltrato físico y el trabajo forzado desde muy temprano en la mañana hasta altas horas de la noche, sin poder protestar, ni menos exigir nada.

San José fue luchador y comprensivo, valiente y esforzado, fiel y entregado, modesto, austero y sencillo; un verdadero guerrero del amor desinteresado, la paciencia y el silencio. Valores supremos que siguen siendo válidos para cualquier hombre que desee tener familia y formar un hogar, si quiere ofrecer felicidad y bienestar a su esposa e hijos, sin inconformidad egoísta.

No son así los anti valores de la humanidad actual que nos enseñan cómo enaltecer la falsedad, odiar con intrigas para conseguir a cualquier precio las ambiciones personales, desear de manera enfermiza lo ajeno, aplastar a los desposeídos con humillaciones, despojar con artimañas al honrado, al honesto que se mata trabajando. Condenar a la pobreza a los pueblos desde la cima del poder político, la riqueza derrochadora y la esclavitud tecnológica de las élites oligarcas y las potencias expansionistas. Engañar y estafar las ansias y hambre de fe de las personas, profanando el nombre de DIOS para intereses mezquinos e infames. Matar sin remordimiento y con júbilo porque no hay castigo e infligir grandes sufrimientos con impunidad. Nada de todo esto es digno de seguir e imitar.

Vayamos a la Virgen María y repasemos el contexto de su existencia terrenal y no pudo ser en peor época para ella ser mujer. Desde tiempos ancestrales hasta sus días de transitar por este mundo, no era nada esplendoroso vivir siendo mujer; ya que para empezar, no era considerada un ser humano. Era otra propiedad del marido como cualquier otro bien, artículo de casa o mobiliario. Las mujeres no tenían voz ni voto o derecho a opinar, a protestar, ni menos rebelarse porque la pena era abrumadoramente dolorosa, hasta con la muerte.

Su rol de madre y esposa abnegada en el hogar no eran de importancia en lo mínimo, solamente era su deber cumplirle a su marido y criar a sus hijos, no había ningún reconocimiento a su papel edificante de la familia. No tenía derecho a recibir dinero ni educación, no tenía derecho de trabajar en faenas de los hombres. La mujer no podía divorciarse, pero el hombre sí podía, tenían el deber de lavar la cara, los pies y manos de los esposos, pero ellos no hacia ellas.

Eran consideradas impuras en días de su regla y debían ir al templo a purificarse con sacrificios y si salía de la casa sin taparse la cara podía sin problemas ser echada a la calle por el marido y debía pagarle por la ofensa. Todo esto era caprichoso y arbitrario. Una mujer en la calle no podía hablar con nadie y si cometía adulterio siendo casada, moría estrangulada y a pedradas si tenía relaciones siendo soltera incluso. Este era el terrible panorama de la mujer y aún en el presente, esto se observa en muchos países árabes y de otras culturas.

Para empeorar las cosas, las profesiones y oficios especializados eran de clase humilde como los agricultores, artesanos, pescadores, carpinteros, alfareros, orfebres, comerciantes, dueños de talleres de arte en cerámica y propietarios de hospedajes. Ante esta realidad injusta era imposible para los maridos ofrecer una vida cómoda a sus esposas. Hoy lamentablemente muchas buscan afanosamente por interés y vanidad ese estatus social para satisfacer sus ambiciones.

Fue el propio Jesucristo quien les devolvió el valor real y el honor  a las mujeres de su pueblo como a las que lo seguían y atendían. Fue DIOS mismo quien le resarció a la mujer lo que la sociedad les negaba. La violencia contra la mujer era el pan de cada día sin que nadie prestara atención, el hombre podía sin problemas tener varias mujeres y no había reclamo alguno. Pero la ley del amor de DIOS vino a cambiar radicalmente esa realidad. La realización plena de la mujer está en su marido, sus hijos, su familia, su hogar y sus metas personales de crecimiento como ser humano, pero no en la rebelión de roles que pregonan las ideologías feministas y de género, o la lucha de clases que profesa el comunismo marxista. Jesús rescató a las mujeres de la discriminación social que provocaban menoscabo de su dignidad humana y la opresión de sus derechos con el poder alienante de las clases influyentes y poderosas que gobernaban sin escrúpulos.

San José no es un mito o leyenda, es una realidad incuestionable, verídica y cercana. Tan es así, que podemos traerlo de regreso a nosotros todas las noches con la oración. No cabe duda que el legado de San José es ser un heroico padre que cumplió su misión en silencio santo, obedeciendo sin reproches la voluntad de DIOS de cuidar y proteger a la sagrada familia de Nazaret.

San José fue el primero y el único con el honor y la dicha de cuidar al hijo de DIOS.